MARCOS

Juan. Sobrino de Bernabé, Col 4:10; vivía en Jerusalén, Act 12:12; acompaña a Pablo y Bernabé a Antioquía, Act 12:25; 13:1


Marcos 423 íNDICE DE LA ARMONíA DE LOS EVANGELIOS

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Marcos (gr. Márkos, “varonil [viril]”). Otro nombre, o sobrenombre, para Juan* 3 (Act 12:12, 25; 15:37, 39; Col 4:10; etc.). Marcos, Evangelio de. Segundo Evangelio y posiblemente el que primero se escribió. Los manuscritos más antiguos que nos llegan tienen como tí­tulo: “Según Marcos”. I. Autor. El testimonio unánime de los primeros escritores cristianos señala a Juan Marcos como su autor. El derecho de ocupar un lugar en el canon de los Evangelios nunca fue puesto en duda. Que lleve el nombre de un hombre poco notable como Juan Marcos certifica indirectamente su autorí­a, ya que si el libro fuera una falsificación sin duda quien lo escribió habrí­a elegido el nombre de uno de los apóstoles, como lo hicieron los autores de evangelios y epí­stolas espurios posteriores. Alrededor del 140 d.C., Papí­as (obispo de Hierápolis, Asia Menor, y supuesto discí­pulo de Juan el apóstol) identifica a Marcos como el autor y afirma que su Evangelio es un registro exacto de la vida y las enseñanzas de Jesús, tal como lo recibió de Pedro y como éste lo proclamaba. Aunque Marcos no fue uno de los Doce, de acuerdo con los escritores cristianos primitivos fue compañero e intérprete de Simón Pedro; según una tradición muy temprana, Marcos obtuvo mucha información para su Evangelio de las observaciones y los recuerdos de Simón Pedro. Esto está en armoní­a con la afirmación de Pedro de que Marcos era su “hijo” (1Pe 5:13). La narración especialmente ví­vida de los incidentes que involucran a Pedro tiende a confirmar lo dicho por Papí­as (Mar 1:36, 40; 2:1-4; 3:5; 5:4-6; 6:39, 40; 7:34; 8:33; 10:21; 11:20; etc.). Aunque los Padres de la Iglesia concuerdan en que Marcos es el autor del 2º Evangelio, están divididos en cuanto a si lo escribió antes de la muerte de Pedro (c 65 d.C.) o después de ella. lreneo de Lyons (c 185 d.C.) toma la 2ª posición, y Clemente de Alejandrí­a (c 190 d.C.) la 1ª, que parece la más probable. De esta manera, se la puede fechar en algún momento entre el 55 y el 70 d.C. Véase Juan 3. II. Ambientación. Según una antigua tradición, 750 el Evangelio se escribió en Roma y estaba en uso general entre los cristianos antes de la mitad del s II d.C. Taciano lo empleó en su Diatessaron o Armoní­a de los cuatro evangelios (c 170 d.C.). Lucas, que compuso su Evangelio c 63 d.C., afirma que en sus dí­as habí­a en existencia muchos informes, orales y escritos, e implica que usó esas fuentes para escribir el suyo (Luk 1:1-3). Una comparación cuidadosa de Marcos con Lucas revela extensos pasajes donde las palabras son prácticamente idénticas (cf Mar 2:10, 11 con Luk 5:24 y Mat 9:6). La misma situación se observa en una cantidad de pasajes extensos del AT verbalmente idénticos (cf 2Sa_22 con Psa_18; 2Ki 18:13-20:19 con Isa_36-39; 2Ki 24:18-25:21, 27-30 con Jer 52:1-27, 31-34). Estos pasajes en los Evangelios sinópticos testifican de algún tipo de interrelación documental bajo la conducción del Espí­ritu Santo. III. Fuente Sólo 24 versí­culos de todo Marcos, o sea c 1 % del total, no tienen paralelos en Mateo y Lucas. Si, como informa Papí­as, el registro de Marcos está basado en los recuerdos de Pedro, entonces no los tomó de aquéllos. Y que sea el más breve, aunque registra muchos eventos con mayores detalles que Mateo o Lucas, apunta a que fue base para éstos y no una condensación de los dos. En consecuencia, parece razonable suponer que Marcos fue una de las fuentes escritas de las que obtuvieron información Mateo y Lucas, lo que evidencia que fue escrito antes. Semejanzas adicionales en materiales comunes en Mateo y Lucas y que no se encuentran en Marcos indican que usaron, además, otra fuente, a la que comúnmente se llama “Q” (abreviatura de Quelle, palabra alemana que significa “fuente”). Es notable que donde Mateo y Lucas tienen materiales en común con Marcos, los escritores concuerdan en el orden en que se los presenta, lo que no sucede con los que no comparten. Cualquiera sea la relación documental de los Evangelios sinópticos entre sí­, constituyen un registro divinamente inspirado de la vida y del mensaje de Jesucristo. El Espí­ritu Santo guió la selección de los materiales, protegió su manipulación y los suplementó con revelaciones directas donde fue necesario. IV. Aspectos literarios y Destinatarios. Marcos relata 79 de unos 179 incidentes de la vida de Cristo que se registran en los 4 Evangelios; o casi tantos como Mateo, pero en menos de unos 2/3 del espacio. Sigue un orden más cronológico que Mateo o Lucas, y dedica atención especial a lo que Jesús hizo antes que a lo que dijo. Dedica casi 2/3 de su Evangelio a la narración; o sea, la mitad de Mateo. Por ejemplo, registra sólo un discurso importante de Jesús (Mar_13; comparado con los 5 en Mt.) y sólo 6 de unas 40 parábolas. El vocabulario marcano revela que escribió a lectores no judí­os, como cuando translitera al griego palabras latinas como centurio. “centurión” (15:39), denarius, “denario” (6:37), y speculator, “verdugo”, “uno de la guardia” (6:27), en lugar de usar las palabras griegas corrientes; esto también sugiere que el Evangelio estaba destinado a lectores romanos. Que Marcos escribió su Evangelio fuera de Palestina, para lectores no palestinos, es evidente por la explicación que da para cosas como las monedas palestinas (12:42), la Pascua (14:12), las costumbres de los fariseos (7:3.4) y varias palabras y expresiones arameas (5:41; 7:34; 15:34), todas innecesarias para lectores judí­os, en particular si eran palestinos. Al mismo tiempo, es obvio que el autor era un judí­o que conocí­a el arameo y estaba familiarizado con el AT, aunque lo cita generalmente de la traducción griega. Está escrito en un lenguaje comparativamente sencillo, como si fuera para lectores no literarios. Aunque es el Evangelio más breve, en ciertos aspectos es el más vigoroso y colorido, incisivo, ví­vido y pintoresco, y a menudo proporciona detalles significativos no mencionados por ningún otro evangelista. V. Contenido. Como los demás escritores sinópticos, Marcos repetidamente registra incidentes en que se presenta a Jesús como procurando ocultar su identidad mesiánica. En varias ocasiones prohibió a quienes habí­an recibido su poder sanador que contaran a otros lo que habí­a hecho por ellos (Mar 1:43-45; 5:43; 7:36, 37; etc.;cf Mat 12:16; 17:9). Esta renuencia a revelar su calidad de Mesí­as o permitir la publicidad con respecto a ella -que se observa en los Evangelios sinópticos- se llama hoy el “secreto mesiánico”. Como resultado, algunos eruditos crí­ticos han señalado esta diferencia de énfasis como una evidencia de opiniones en conflicto acerca de la misión de Jesús sobre la tierra. Incuestionablemente, las hay entre Juan y los sinópticos, particularmente en las áreas que describen la 1a parte del ministerio de Jesús. Sin embargo, se deberí­a recordar que en su obra diaria demostró su calidad de Mesí­as al vivir una vida sin faltas como hombre entre los hombres, y también al ejercer su divino poder en favor de las necesidades humanas. Fue su propósito presentar a los hombres evidencias visibles de su naturaleza divina y permitirles formarse sus propias conclusiones con respecto a su 751 identidad (Mat 11:2-5; 13:53-58; Joh 5:36;10:25; 15:24). Una demostración de su mesianidad serí­a más convincente para la mayorí­a de las personas que una pretensión directa de su parte. Es evidente, sin embargo, que en ciertas ocasiones, como se registran en Juan, Jesús hizo afirmaciones especí­ficas de su divinidad y de ser el Mesí­as (Joh 3:11-16; 4:26; 5:17-30, 39-46; 6:35-58; 7:26-30; 8:21-56;10:30; etc.). Pero se notará que no fue sino en los últimos meses de su ministerio cuando Jesús declaró abiertamente que era el Mesí­as, lo que ocurrió en ocasión en que “afirmó su rostro para ir a Jerusalén”, fue rechazado y terminó su obra pública en Galilea (Luk 9:51; Joh 6:1, 2). Al presentar las evidencias, Jesús ahora desafiaba a los dirigentes judí­os y al pueblo a tomar una decisión con respecto a ellas. Marcos muestra a Cristo como un hombre de acción, y se interesa especialmente en sus milagros como evidencia del poder divino en operación en favor de los hombres (mientras que Mateo dedica su atención principal a las enseñanzas de Jesús). A diferencia de Mateo y Lucas, no dice nada de la infancia y la juventud de Cristo. Después de una breve introducción donde menciona el bautismo de Jesús y el comienzo de su ministerio público (Mar 1:1-13), pasa por alto el primer año y medio del mismo, y describe su obra en Galilea con bastantes detalles (1:14-7:23). Menciona diversos incidentes durante el retiro de Jesús de la acción pública por 6 meses después del fin del trabajo en Galilea (7:24-9:50), y luego da un breve informe de su actuación en Samaria y Perea (cp 10). Después dedica casi 1/3 de su Evangelio al ministerio final de Jesús en Jerusalén y a los acontecimientos relacionados con su crucifixión, muerte y resurrección (11:1-15:47). También menciona ciertas apariciones del Señor a sus discí­pulos con posterioridad a esto último cp 16; véase CBA 5:551-553). Para un bosquejo cronológico detallado de los acontecimientos de libro, véase Evangelios, Armoní­a de los. Bib.: EC-HE iii.39.15; Ireneo, Against Heresies iii. 1.1; EC-HE vi. 1 4.5-7.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

natural de Jerusalén, aparece en el N. T. como Juan M., el primero nombre hebreo y el segundo sobrenombre romano. Hijo de Marí­a, viuda rica, en cuya casa se reuní­an los fieles cristianos de Jerusalén, Hch 12, 12-25. Estuvo con Pablo y Bernabé como colaborador, en el primer viaje apostólico del Apóstol, 13, 5. Hubo algunas diferencias entre ellos, y M. se volvió solo desde Panfilia a Jerusalén, Hch 13, 13.

Esto causó también una desavenencia entre Pablo y Bernabé cuando el Apóstol se disponí­a a emprender su segundo viaje misionero. Bernabé querí­a llevar a M., primo suyo, pero Pablo se opuso, por lo que se separaron, tomando el primero a M. por compañero, y el segundo, a Silas, Hch 15, 36-41. Sin embargo, M. se amistó con Pablo, pues en la carta a los Colosenses M. enví­a saludos por intermedio del Apóstol a los fieles de la Iglesia de Colosas, Col 4, 10; en 2 Tm 4, 11, habla de la utilidad de M. para el ministerio apostólico de Pablo. M. debió trabajar con Pedro en Roma, como traductor y secretario, como dice en la epí­stola: †œOs saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así­ como mi hijo M.†, 1 P 5, 13; cuando dice Babilonia, se refiere a Roma.

La tradición dice que M. fue el primer obispo de la Iglesia de Alejandrí­a así­ como que los venecianos se apoderaron de sus restos mortales, que fueron conducidos a esta ciudad, convirtiéndolo en su patrono.

En cuanto al Evangelio según M. las noticias más antiguas sobre su autor se encuentran en Eusebio de Cesarea, historiador de la Iglesia, del siglo III, quien cita a Papí­as, obispo de Hierápolis, en Frigia, quien compuso una obra, hacia el año 130, la cual se perdió, Interpretación de los oráculos del Señor. Papí­as, por su parte, cita a un personaje más antiguo, a quien denomina el †œPresbí­tero†, del griego, presbyteros, más viejo, quien dice: †œMarcos, al ser el intérprete de Pedro, escribió con exactitud, pero no en orden, lo que recordaba que habí­a sido dicho y hecho por el Señor. En efecto, a quien él escuchó o acompañó no fue al Señor sino a Pedro más tarde, como ya he dicho. Este procedí­a según las conveniencias de su enseñanza y no como si quisiera dar la ordenanza de los oráculos del Señor. Por tanto, no se puede censurar a M. el haberlos redactado del modo como él los recordaba. Su única preocupación fue no omitir nada de lo que habí­a oí­do, sin permitirse ninguna falsedad en ello†. Es decir, que para Papí­as, el autor es el Juan M., primo de Bernabé.

Por Clemente de Alejandrí­a del siglo II, algunos sostienen que este texto de M. se escribió en Roma, pues supone que M. recogió y transcribió la predicación de Pedro en dicha ciudad. Ciertas alusiones a Galilea y Siria, hacen pensar a otros que bien pudo redactarse en alguno de estos lugares.

Según Papí­as M. escribió en hebreo, podrí­a ser arameo, y luego traducido al griego. En cuanto a cuál de los tres textos sinópticos se escribió primero, no hay acuerdo y es difí­cil establecerlo. Según Papí­as, Mateo escribió después de M.; para Clemente, M. lo hizo después de Mateo y Lucas. Después de Ireneo, la tradición ha conservado el orden, Mateo, M. y Lucas, posiblemente porque Mateo se convirtió en el texto fundamental de la predicación. M. inicia el relato de la vida de Jesús, siendo éste ya adulto. Los primero hechos se refieren a la predicación de Juan el Bautista, al bautismo de Jesús, tras lo cual es llevado al desierto para ser tentado por Satán. Luego, la actividad desarrollada por Jesús en Galilea, 1, 14; sobre todo en los alrededores del mar de Galilea, donde Jesús predica sobre el Reino de Dios y cura a los enfermos. Jesús se dirige hacia el sur, 10, 1, hacia Judea, y a partir de 11, 11, hasta el final, los hechos se desarrollan en Jerusalén y sus lugares aledaños.

Sobre el final del texto de M. hay dos tradiciones. En la mayor parte de los manuscritos griegos el final es más extenso, termina en 16, 20; en menor número, otros terminan en 16, 8. Lo es que la versión con el final corto es la más antigua, y que un escriba del siglo II, tomando el Evangelio según Lucas, compuso el resto del final largo.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gran martillo).

Juan Marcos es el autor del Segundo Evangelio: (Hec 12:12).

Firmaba “Marcos”, porque dirigió su Evangelio especialmente a los Romanos. Ver “Evangelios”.

Era sobrino de Bernabé que viví­a en Jerusalén: (Col 4:10, Hec 12:12, Hec 12:17).

– Es el “joven” de Mar 14:51-52.

– Acompanó y abandonó a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero,Mar 12:25, Mar 13:13 : – Se fue después con Bernabé a Chipre, porque Pablo se negó a llevarlo en su segundo viaje, Hec 15:36, Hec 15:39.

– Fue colaborador de Pablo, quien le encomendó la iglesia de Colosas, Flm 1:24, Col 4:10.

– La tradición primitiva lo hace el intérprete de Pedro en Roma, y fundador de la Iglesia de Alejandrí­a.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Autor del segundo Evangelio. La mayorí­a de los eruditos entiende que de los cuatro Evangelios, el de M. fue el primero que se escribió ( †¢Sinópticos). Cuando prendieron al Señor Jesús, nos dice este evangelista, †œcierto joven le seguí­a, cubierto el cuerpo con una sábana, y le prendieron; mas él, dejando la sábana, huyó desnudo† (Mar 14:51-52). Ninguno de los otros evangelistas menciona este incidente. La forma de esta narración, en la cual no nos dice el nombre del muchacho, ha hecho pensar que se trataba del mismo M. La madre de Juan M. se llamaba †¢Marí­a. Cuando Pedro cayó preso, los hermanos se reuní­an en su casa para orar. Allí­ llegó el apóstol luego de que un ángel le sacara de la cárcel (Hch 12:6-17). M. era sobrino de Bernabé. Y como sabemos que éste era levita, existe la posibilidad de que M. también lo fuera. Cuando Pablo y Bernabé decidieron volver a Antioquí­a después de traer una ofrenda enviada por los hermanos de allí­ a los creyentes de Jerusalén, llevaron †œtambién consigo a Juan, el que tení­a por sobrenombre M.† (Hch 12:25). Al decidir los hermanos de Antioquí­a enviar a Pablo y Bernabé a la obra misionera, M. fue con ellos, pero sólo llegó hasta Panfilia, desde donde regresó a Jerusalén. No se saben las causas de su retorno.

Más tarde, al disponerse Pablo y Bernabé a recorrer de nuevo las regiones por donde habí­an predicado, hubo un gran desacuerdo entre ellos, porque †œBernabé querí­a que llevasen consigo a Juan, el que tení­a por sobrenombre M.†, pero Pablo no quiso. De modo que se separaron. †œBernabé, tomando a M., navegó a Chipre, y Pablo, escogiendo a Silas, sali󅆝 (Hch 15:35-41). Al parecer, más tarde M. se unió al apóstol Pablo, porque aparece enviando saludos en la carta de éste a los †¢Colosenses (Col 4:10) y en la de †¢Filemón (Flm 1:24). En otra ocasión estaba con †¢Timoteo, pues Pablo escribe a éste diciendo: †œToma a M. y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio† (2Ti 4:11).
la tradición lo que más menciona es el hecho de que M. fue el ayudante del apóstol Pedro. En su primera epí­stola, éste dice: †œLa iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y M. mi hijo, os saludan† (1Pe 5:13). La mayorí­a de los eruditos piensan que el término †œBabilonia† se usa aquí­ metafóricamente para referirse a Roma. Mientras trabajaba colaborando con Pedro, M. escribió el Evangelio que lleva su nombre. El historiador Eusebio dice que M. viajó a Alejandrí­a y fue el primer obispo de la iglesia allí­. Otra tradición lo asocia con la ciudad de Venecia.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HONT

ver, MARíA

vet, (lat. “marcus”, “gran martillo”). El evangelista al que se le atribuye, desde las primeras fuentes históricas, la paternidad del segundo Evangelio. Marcos es un sobrenombre (Hch. 12:12, 25); además, en Hechos se le designa sólo por su primer nombre: Juan (Hch. 13:5, 13). Su madre, una de las Marí­as, debí­a tener una buena situación económica, porque tení­a una casa en Jerusalén donde se reuní­an los cristianos (Hch. 12:12-17). (Véase MARíA.) Son muchos los judí­os que llevan sobrenombres latinos en el NT (Hch. 1:23; 13:9) y la yuxtaposición de Marcos a Juan no implica en absoluto que fuera de ascendencia mixta, judí­a y pagana. Marcos acompañó a Bernabé, su tí­o (Col. 4:10), y a Pablo, de Jerusalén a Antioquí­a de Siria (Hch. 12:25), y después en su viaje misionero (Hch. 13:5). Por una razón que se desconoce, Marcos lo dejó en Perge (Hch. 13:13) volviéndose a Jerusalén. Sea cual fuere el motivo de esta separación, Pablo lo desaprobó con tanta intensidad que rehusó dejar que Marcos le acompañara en un segundo viaje (Hch. 15:38). Entonces Bernabé, separándose de Pablo, se embarcó con Marcos para proseguir la evangelización de Chipre. Desde entonces ya no se sabe nada de Marcos durante diez años. Se le vuelve a hallar en Roma uniendo sus saludos a los de Pablo (Col. 4:10; Flm. 24). Sus diferencias habí­an desaparecido. Más tarde, Pablo habla de Marcos en términos elogiosos “Toma a Marcos y tráele contigo porque me es útil para el ministerio” (2 Ti. 4:11) implicando esta mención que Marcos habí­a estado en Asia Menor, y quizás aún más al este. Esta suposición concuerda con el pasaje de 1 P. 5:13, siempre y cuando se entienda Babilonia en sentido literal. Pero menciona a Marcos como hijo suyo, calificativo éste que, si no es sólo un término de afecto, puede significar que Marcos era uno de los convertidos de Pedro. Este último, cuando fue librado por el ángel, se habí­a dirigido a la casa de la madre de Marcos (Hch. 12:12), lo que es una indicación de las tempranas relaciones del apóstol con esta familia. No sabemos si Marcos habí­a sido un discí­pulo inmediato de Jesús. Sobre este punto la tradición no habla de manera unánime. Muchos son los que creen que el joven que escapó dejando la sábana con que se cubrí­a en manos de sus perseguidores, durante el arresto de Jesús, era Marcos (Mr. 14:51, 52). Ninguno de los otros evangelistas menciona este incidente, y parece que la razón de su inclusión es que se trata de una reminiscencia personal. Se desconocen la fecha y lugar de la muerte de Marcos. Una tradición muy antigua lo presenta como el “intérprete de Pedro”. Entre los testimonios del siglo II, Papí­as de Hierápolis escribe alrededor del año 140 d.C., citando las palabras de “un antiguo”: “Marcos, que vino a ser el intérprete de Pedro, redactó con cuidado, pero no en orden, todos los recuerdos de Pedro acerca de lo que el Señor habí­a dicho y hecho. En efecto, Marcos no habí­a oí­do ni seguido al Señor. Más tarde, como ya he dicho, acompañó a Pedro, que enseñaba siguiendo las necesidades del momento, y no con la intención de dar un relato sistemático de las palabras del Señor. Al redactar estos relatos, Marcos no cometió error alguno, ya que tomó gran cuidado en no omitir nada de lo que habí­a oí­do ni añadir nada que no fuera verdad” (Eusebio, “Historia Eclesiástica” 3:39). Esta alusión a Marcos, intérprete de Pedro, puede significar que lo acompañó hasta el final de su apostolado itinerante y que le sirvió de portavoz ante audiencias paganas. Hemos visto que Marcos estuvo en Roma al mismo tiempo que Pablo. Una insegura tradición le atribuye la fundación de la iglesia en Alejandrí­a de Egipto. La formación de Marcos, además de su relación estrecha con los principales apóstoles, lo habí­an preparado admirablemente para la redacción de su Evangelio.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. Evangelio, mandato misionero)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Llamado también Juan (Act 12,12); hijo de Marí­a, en cuya casa se reuní­a la Iglesia (Act 12,12); era primo de Bernabé (Co 14,10); acompañó a Pablo y a Bernabé en Antioquí­a (Act 12,25) y en el primer viaje apostólico (Act 13,5), pero en Perge se separó (Act 13,13). Bernabé querí­a llevarle en el segundo viaje, pero, ante la oposición de Pablo, ambos se separaron (Act 15,38-39); luego hizo las paces con Pablo (Col 4,10; Flm 24; 2 Tim 4,11). Compañero de Pedro, que le llama “hijo” (1 Pe 5,13). Es autor del segundo evangelio, que lleva su nombre. >evangelios.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> evangelio, Jesús). El primer evangelio narrativo que conocemos, escrito probablemente en un lugar cercano a Galilea (Decápolis, Siria, Fenicia) o quizá en Roma, en torno a la crisis del 70 d.C., cuando los cristianos formularon metódicamente los elementos constitutivos de su visión de Jesús. Marcos ha creado un relato formidable, presentando a Jesús como evangelio, pero no ha sacado su relato de la nada, sino que lo ha tejido y trazado retomando elementos fundamentales del mensaje cristológico de la Iglesia, que ha reconocido el valor de su escrito, conservándolo en su canon, a pesar de que gran parte de sus materiales habí­an sido asumidos por Mt y Le. Estos son algunos motivos principales de su narración.

(1) Marcos presenta a Jesús por sus hechos, por su vida entregada a favor de los otros, más que por sus palabras. Todo nos permite suponer que conoce el texto Q* o Logia, con los dichos pascuales de Jesús, pero no quiere destacar ese elemento. Para Me, las palabras de Jesús resultan inseparables de su vida mesiánica y de su entrega hasta la muerte por el Reino. Por eso interpreta la enseñanza de Jesús como poder de expulsar demonios (cf. Mc 1,21-28). Marcos presenta a Jesús enseñando con frecuencia (cf. 2,13; 4,1-2; 6,2.6.34; etc.), pero apenas transmite el contenido de esa enseñanza, pues la identifica con la misma vida de Jesús, como supone con toda claridad la parábola del sembrador (Mc 4,2-9). Marcos ha contado así­ la historia de Jesús, que es Hijo de Dios y Mesí­as porque entrega la vida por los otros, no un glorioso ser divino, que se impone con poder y milagros sobre los demás. El camino del triunfo mesiánico parece vinculado a los theioi andres o seres divinos poderosos, que quieren imponerse a los demás, quizá en nombre de Jesús, demostrando su grandeza y exigiendo reverencia (cf. falsos profetas y cristos: Mc 13,6.21-22). Pues bien, en contra de eso, Mc destaca igual que Pablo el misterio radical del mesianismo cristiano: Jesús realiza la función de Dios en actitud de entrega, revela la grandeza de Dios haciéndose pequeño y muriendo por los otros. Desde esa perspectiva, los anuncios de la pasión (Mc 8,31; 9,31; 10,32-34), creados en su forma actual por el mismo Me, sirven para expresar el misterio de la entrega de Jesús por los otros.

(2) Marcos ha escrito su evangelio en una situación eclesial aún dividida. Todo nos permite suponer que reacciona en contra de una iglesia jerosolimitana, dirigida por los parientes de Jesús (cf. Mc 3,20-35), que pretenden encerrar el evangelio dentro de la casa legal (patriarcal) del judaismo. Siente así­ el riesgo de una rejudaización de Jesús y reacciona mostrando que en Jerusalén sólo queda una tumba vací­a. Tanto las mujeres (entre las cuales parece estar la madre de Jesús) como Pedro deben dirigirse a Galilea, para encontrar allí­ al resucitado (Mc 16,1-8). Podemos suponer que esa vuelta y encuentro en Galilea no se ha producido aún del todo cuando Marcos escribe su texto: eso significa que la Iglesia está en camino, que el proceso pascual, abierto a la misión del evangelio a todas las gentes (cf. 13,10), debe realizarse todaví­a. Desde ahí­, Marcos escribe un evangelio unitario, pero dividido en dos partes. La primera (Mc 1,1-8,26) presenta el anuncio del mensaje en Galilea, exponiendo los signos básicos del Reino (casa y mesa compartida, con las curaciones). La segunda (Mc 8,27-16,8) narra el camino de entrega de Jesús, que asciende a Jerusalén (pasión y muerte) para volver de allí­ a Galilea (cf. 16,1-8). La unión de esas dos partes forma la trama central de Marcos, que aparece así­ como evangelio universal, abierto a todos los pueblos, por encima del judaismo nacional (cf. Mc 13,13; 14,9).

(3) Herencia de Pedro, misión de Pablo. Marcos es un evangelio que ha optado por la misión universal cristiana, en la lí­nea de Pablo (en contra de Santiago y de la iglesia de Jerusalén), pero no lo ha dicho de forma expresa, sino sólo de un modo narrativo. En ese contexto se entiende su visión de Pedro, a quien empieza presentando como demonio o tentador eclesial (cf. Mc 8,3138; 14,29.32-42.66-72), para decir lue go que llora (cf. Mc 14,72) y destacarle como punto de partida de la misión cristiana en Galilea. Marcos opta por una Iglesia que se funda en el seguimiento histórico de Jesús, que rompió las barreras legales de Israel y abrió un camino mesiánico universal, desde los pobres y excluidos, aunque de esa forma corre el riesgo de dejar a un lado una herencia judeocristiana de Santiago (que reaparece en Mateo). Esa ha sido una opción coherente y esencial para el futuro de la Iglesia, que ha descubierto los rasgos principales de la autoridad mesiánica de Jesús en la narración de Marcos.

(4) Marcos es un manual para ministros del evangelio, es decir, para personas que quieren descubrir y asumir el sentido de la entrega de la vida en favor de los demás. No es la biografí­a de un vencedor, sino de un perdedor mesiánico, de aquel que viene de Dios y desborda los modelos de vida del sistema social y religioso de este mundo. Viene como Mesí­as y, sin embargo (por eso), mientras ofrece los dones de Dios a los hombres y mujeres del entorno (salud, libertad, pan compartido, casa), va siendo rechazado por el sistema hasta morir crucificado. Este es el argumento narrativo y teológico del evangelio: cómo el hombre Jesús es Mesí­as de Dios, autoridad suprema; cómo sus discí­pulos pueden seguirle, en experiencia de pascua. Por eso, la autoridad de los cristianos se inscribe y funda en el camino de pasión del Cristo: sólo pueden anunciar el Evangelio y crear comunidad mesiánica aquellos que han hecho el seguimiento de la Cruz, superando su escándalo y abandonando las falsas seguridades del mesianismo triunfador que otros buscaban.

Cf. J. GNILKA, El evangelio segi’in san Marcos I-II, Sí­gueme, Salamanca 1986-1987; J. MATEOS y F. CAMACHO, El Evangelio de Marcos. Análisis lingüí­stico y comentario exegético IIII, El Almendro, Córdoba 2000; W. MARXSEN, El evangelista Marcos. Estudio sobre la historia de la redacción del evangelio, Sí­gueme, Salamanca 1981; M. NAVARRO, Marcos, Verbo Divino, Estella 2006; X. Pikaza, Para leer el Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 1998; Pan, casa, palabra. La Iglesia en Marcos, Sí­gueme, Salamanca 1998; D. ROADS, J. Dewey y D. MICHIE, Marcos como relato, Sí­gueme, Salamanca 2002; V. TAYLOR, Evangelio según san Marcos, Cristiandad, Madrid 1979.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

En el canon del Nuevo Testamento, el pequeño libro de Marcos está catalogado como el segundo evangelio, pero durante varios siglos fue considerado como un evangelio secundario: Papí­as (por el 130 d.C.) habló de él como de un escrito “desordenado”, y – Agustí­n (354-430) definió a su autor como un “imitador de Mateo, que resumió su evangelio”. Los estudios bí­blicos de los últimos años han invertido literalmente las posiciones y han colocado el escrito de Marcos en el primer puesto en el orden de edición (por el 65-70 d.C.) de los cuatro evangelios.

1. La obra de Marcos.- Al comienzo del cristianismo la buena noticia se proclamó en Palestina y en las regiones cercanas; la historia de Jesús era demasiado reciente para sentir la necesidad de ponerla por escrito. En esta primera fase de la evangelización, la mayor exigencia que se les planteaba a los misioneros cristianos no era tanto la de dar a conocer la obra y la vida del maestro de Nazaret como la identificación de Jesús como “Señor y Cristo’, (Hch 2,36). Pero a medida que pasaban los años y se difundí­a el Evangelio, se hací­a máS fuerte para los misioneros cristianos la necesidad de informar sobre Jesús, para no correr el riesgo de ser tomados, como Pablo en Atenas, por predicadores de “divinidades extranjeras” (Hch 17 18).

Antes de Marcos no habí­a aún un libro sobre Jesús llamado “evangelio”, hasta Pablo este término indicaba, bien sea la predicación oral (1 Cor 9,14), bien el contenido de aquella proclamación (Rom 1,1), Sobre la vida l las obras de Jesús de Nazaret existí­an colecciones de frases, de parábolas, relatos de milagros, sobre todo de la pasión; como nos informa Lucas (1 ,1 ), se habí­an hecho algunos intentos de “componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros”. Probablemente, se iba haciendo cada vez más urgente la necesidad de enfrentarse con el gran reto que suponí­an las corrientes gnósticas y espiritualizantes, que tendí­an a olvidar la historia terrena de Jesús para proponer un Cristo celestial, fantástico e impalpable.

En esta lí­nea se coloca el “proyecto” de Marcos: presentar no algún que otro aspecto, sino toda la historia de Jesús, a fin de ayudar a los que se adherí­an a la fe a identificar al Cristo como Jesús de Nazaret, crucificado bajo Poncio Pilato.

Para ejecutar su plan, el evangelista Marcos se basa en el esquema de la predicación a los paganos, tal como nos lo ofrece el discurso de Pedro al primer pagano bautizado, el centurión Cornelio (cf. Hch 10,36-43): la historia de Jesús va introducida por un prólogo, el bautismo en el Jordán (y. 37), se desarrolla en un primer tiempo en Galilea (vv. 37-38) para terminar en Jerusalén (vv. 39-42). Siguiendo este modelo, Marcos abre la narración con el prólogo del bautismo (11,1-13), describe la actividad de Jesús en Galilea (hasta el c. 10), y termina con el relato de la pasión y resurrección en Jerusalén (cc. 1 1-16)1 Este esquema biográfico-geográfico traza las lí­neas generales del relato de Marcos, pero no explica las divisiones más detalladas. Según algunos indicios, parece ser que el evangelista quiere distribuir la narración siguiendo una estructuración teológica que, sin sustituir a la historia, la asume para proponer el “evangelio”, es decir, la buena noticia de la salvación realizada por Jesús. El primer dato nos lo ofrece el versí­culo inicial: ” Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1). Marcos recoge la fe de la Iglesia que identifica a Jesús con estos dos tí­tulos: Cristo e Hijo de Dios, Los primeros capí­tulos están inspirados por una pregunta .¿Quién es Jesús? lo pregunta la gente (1,27. 6,2), los discí­pulos (4,41 ), los adversarios (6,14ss). El mismo Jesús plantea esta pregunta (8,27); sólo Pedro da la respuesta exacta: Jesús es el Cristo (8,29; después de 1,1 no habí­a vuelto a aparecer este tí­tulo). Se puede entonces señalar una primera parte del evangelio que podrí­a titularse: ¿Quién es Jesús? Con la primera confesión de fe en Jesús como Cristo el relato da un giro; hay que aclarar ahora en qué sentido Jesús es el Cristo: no ciertamente en el sentido que se esperaba la gente o los discí­pulos (8,31ss; 9,30ss; 10,32ss); es el Cristo como “Hijo de Dios” crucificado y resucitado. De hecho, esta segunda parte culmina en la declaración de Jesús ante el sanedrí­n (14,61-62) y en la profesión de fe del centurión pagano al pie de la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39).

La primera parte (desde el comienzo hasta la profesión de Pedro) se abre con una declaración en favor de Jesús por parte del Padre (“Tú eres mi Hijo amado,,: 1,1 1) y concluye con la declaración de un hombre (Pedro): “Tú eres el Cristo” (8,29); también la segunda parte (desde la profesión de Cesarea hasta el final) registra al comienzo una declaración divina (“Este es mi hijo amado” : 9,7) y al final una declaración humana, la del centurión (15,39).

Es posible subdividir estos dos grandes bloques teniendo en cuenta otros datos literarios concretos. Marcos, además de la pregunta sobre Jesús, muestra que quiere responder a ¿Quién es el discí­pulo? otra pregunta: La respuesta empieza a dibujarse con estas tres secciones primeras: el discí­pulo es llamado por Jesús (1,16-3,6), es convocado para formar un grupo (3,7 6,6a) y es enviado en misión (6,6b8,30).

También la segunda parte sigue un ritmo de tres secciones : la primera describe el viaje hacia Jerusalén (8,3110,52); la segunda, las últimas jornadas de actividad de Jesús en Jerusalén (1 1,1-13,37); la tercera, su muerte y resurrección (14,1-16,8). Así­ pues, el discí­pulo, en la catequesis de Marcos, es el que recorre todas las etapas del camino que siguió Jesús, desde el bautismo hasta la cruz, hacia la vida nueva de la resurrección.

2. La teologí­a de Marcos,- El esquema literario seguido por el evangelista ha puesto va de relieve los arcos temáticos que abarcan todo el evangelio: el cristológico, el eclesiológico y el tema escatológico. La cristologí­a de Marcos se caracteriza por la revelación progresiva del misterio de Jesús; en la primera parte del libro es muy frecuente, en labios de Jesús, que se imponga silencio a los discí­pulos sobre su verdadera identidad. Esta actitud de reserva ha sido definida con una expresión acuñada por W Wrede: el “secreto mesiánico”. La crí­tica más reciente tiende a descartar las interpretaciones opuestas que se han dado sobre él: el “secreto” serí­a una cifra teológica ideada por el evangelista, o bien la transcripción exacta de un dato real de la historia de Jesús.

No hay motivos fundados para dudar que Jesús intentara poner su identidad al amparo de los equí­vocos peligrosos del mesianismo polí­tico-nacionalista, pero también hay que tener en cuenta que, respecto a los sinópticos de Mateo y de Lucas, se advierte en Marcos la tendencia a subrayar intencionalmente el motivo del ” secreto” Es tan sólo con la cruz como se revela el misterio de Jesús (15,39) y, después de la resurrección, la revelación del secreto se hace a los que se les dio la clave del misterio del Reino (4,11) y – de la persona de Jesús (9,9).

La eclesiologia parece a primera vista poco desarrollada en Marcos; en realidad está contenida en embrión en la relación Jesús-discí­pulos, una relación que recibe en el segundo evangelio un relieve particular, hasta el punto de que desde el comienzo del ministerio público de Jesús (1,16-20) hasta la pasión, exceptuando el relato del martirio del Bautista (6,14-29), nunca se pone a Jesús solo en la escena. Además, si se quiere fijar mejor la identidad del discí­pulo según Marcos, hay que recorrer los verbos que usa para captar su fisonomí­a interior el discí­pulo es ante todo el que se encuentra con Jesús y lo sigue (1,1720; 2,14), con el objetivo de estar con él y – de ir a predicar y echar los demonios (3,14-15).

Así­ pues, esquematizando las cosas, el itinerario del apóstol se desarrolla según estas etapas: seguimiento-comunión-misión. Dentro del cí­rculo de los discí­pulos se distinguen los “doce” : este término es usado por Marcos 11 veces y es caracterí­stico en él; el tema de los doce aparece a intervalos regulares : en el capí­tulo 1 (vv. 16-20) su elección, en el capí­tulo 3 (vv 13- 19) la constitución del grupo, en e1 capí­tulo 6 (vv 6b- 13) su misión. Todo esto deja vislumbrar cómo en el “colegio”, de los doce reconoce el evangelista las raí­ces de la Iglesia.

Un tercer arco temático que atraviesa y enlaza a los otros dos está constituido por la escatologia apocalí­ptica, que encuentra su centro en el discurso del capí­tulo 13. Pero la perspectiva escatológica se anuncia ya desde el principio: con el bautismo de Jesús se inauguran los nuevos tiempos, como demuestra la lucha victoriosa contra el demonio (1,12-13) y como anuncia el mismo Jesús con su mensaje programático (1,15). Hay signos de que el crecimiento del Reino es imparable (4,26-32) y de que la lucha contra las fuerzas del mal ha llegado a su epí­logo dramático: el Hijo del hombre está a punto de venir “sobre las nubes, con gran poder y gloria” (13,26). Ese dí­a comienza con la hora de la cruz, tal como anuncia el mismo Jesús ante el sanedrí­n (14,62), identificándose de nuevo con el misterioso personaje de Daniel 7 13-14. Jesús confí­a a los discí­pulos el poder de vencer al demonio (3,15: 6,7-13): le toca ahora a la Iglesia prolongar la victoria del Resucitado, que sigue “precediendo” a los suyos en Galilea y en el mundo (16,7).

F, Lambiasi

Bibl.: J Delorme, El evangelio según san Marcos, Verbo Divino, Estella s19SS; J Gnilka, El evangelio según san Marcos, 2 vols” Sí­gueme, Salamanca 19S6-19S7; w Marxsen, El evangelista Marcos. Estudio sobre la historia de la redacción del Evangelio, Sí­gueme, Salamanca 19S1; Y Taylor, Elevangelio según san Marcos, Cristiandad, Madrid 19S0. J Mateos – R. Camacho, El evangelio de Marcos. Análisis linguí­stico y comentario exegético, Almendro-Epsilon, Córdoba-Madrid 1994; R. Aguirre A, R, Carmona, Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 1994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Notas sobre la historia de su interpretación. II. Temas dominantes y estructura general. III. Conclusiones.

I. NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE SU INTERPRETACIí“N. En la antigüedad cristiana, Mc, aunque envuelto en el halo prestigioso de Pedro, no fue muy valorado, sobre todo debido a que no es un evangelio tan completo como los de Mateo y Lucas. No sufrió la suerte de la fuente Q, que desapareció después de la publicación de los escritos más completos; pero al menos en un punto se sintió la necesidad de poner remedio a sus lagunas añadiéndole una nueva conclusión (16,9-20), para no terminar con el desconcierto de las mujeres ante el anuncio del ángel junto a la tumba vací­a (16,8), sino con la aparición del resucitado, lo mismo que en los paralelos. Tampoco ayudó mucho a cambiar su suerte la hipótesis de Agustí­n que veí­a en él al “criado y compendiador” de Mt (De consensu evangelistarum I, 2,4: CSEL 43, 4,12s).

Por el contrario, en el siglo xlx, una vez reconocido en Mc el evangelio más antiguo, fuente de Mt y de Lc [/ Evangelios sinópticos II], la situación cambió de signo: de la ví­a muerta en donde habí­a estado aparcado durante mucho tiempo, Mc pasó a ocupar una posición clave. La exégesis liberal, pero también sus opositores tanto en el terreno católico como en el protestante, pensaban que era posible reconstruir con facilidad, gracias a Mc, la “vida de Jesús”. Llamados a engaño por su estilo simple y popular, pensaban que tení­an delante de sí­ un informe inmediato e ingenuo de los hechos; los liberales estaban convencidos de que podí­an sacar de él los rasgos de aquel Jesús totalmente humano que estaban buscando, ensombrecidos tan sólo acá y allá por la imagen divina del Jesús de la fe cristiana pospascual (una reviviscencia de este enfoque, a pesar del aparato estructuralista, ha tenido lugar en nuestros dí­as en la lectura “materialista” de F. Belo).

Pero esta ilusión hizo crisis entre los mismos liberales por obra de W. Wrede. Partiendo de la constatación de que todo el relato marciano está atravesado por unos cuantos temas que aparecen continuamente, como la prohibición de revelar la identidad de Jesús (1,34; 3,11s; 8,30; 9,9), la idea de las parábolas como lenguaje oscuro explicado aparte a los discí­pulos (4,1-34; 7,14-23), la desconcertante falta de inteligencia de los discí­pulos (4,13; 6,52; 7,18; 8,14-21; 9,9s.31s), Wrede rechazó la exégesis liberal que no habí­a captado la unidad de todos estos temas, sino que habí­a creí­do posible dar en cada caso una explicación, siempre de tipo histórico y psicológico (progresión pedagógica de Jesús, precaución para evitar explosiones de mesianismo polí­tico, etc.). Para Wrede, por el contrario, estamos frente a elementos poco fiables desde el punto de vista histórico (p.ej., ¿cómo era posible mantener en secreto la resurrección de una niña después de saber todos que habí­a muerto?); se trata de un esquema único, de carácter teológico, que pretende subrayar cómo la verdadera identidad de Jesús no pudo ser comprendida durante toda su vida terrena, sino sólo con la pascua (cf 9,9). Así­ pues, Mc, a pesar de ser el evangelio más antiguo, no es historia, sino que es ya teologí­a, lo mismo que Jn. Para una reconstrucción histórica se lo puede utilizar, no tanto por lo que cuenta de Jesús como porque a través de esas torpes superposiciones que crean contradicciones en el texto deja traslucirse involuntariamente la imagen más original, la de un Jesús que no se consideraba el mesí­as, sino únicamente un maestro y un reformador religioso. La mesianidad prepascual secreta es el expediente con que la comunidad cristiana intentó ocultar esta contradicción de la mejor manera que pudo.

Wrede señaló los problemas centrales para la interpretación de Mc, aun cuando sus soluciones serí­an rechazadas por la mayor parte de los autores. Desde el punto de vista histórico, el redescubrimiento de la dimensión escatológica hará abrir de nuevo el problema de la mesianidad de Jesús, expresada al menos implí­citamente ya en el ministerio prepascual. Pero también desde el punto de vista de la interpretación de Mc, Wrede deja abierto el problema. Si Mc no es historia, sino teologí­a, ¿a qué se deben esas incoherencias? ¿Hay que atribuirlas a las escasas dotes del evangelista, o bien al interés positivo que se seguí­a atribuyendo a los datos históricos? ¿En qué sentido es entonces teologí­a, y de qué teologí­a se trata? Todos los estudios sucesivos, hasta nuestros dí­as, seguirán estando dominados por estos interrogantes, con continuas oscilaciones entre el esfuerzo por captar en Mc una coherencia teológica, o bien, al no lograrlo, caer de nuevo en la idea de una obra más histórica que teológica, simple colección de las tradiciones precedentes.

La Formgeschichte deja abierto el problema. Bultmann ve en Mc la fusión entre kerigma pascual y tradiciones sobre el Jesús prepascual maestro y taumaturgo, pero no consigue explicar el porqué. También Dibelius deja sin resolver esta tensión, hablando de “historización del kerigma” y de “libro de las epifaní­as secretas”. Un punto de vista unitario es el que propone, en cambio, H.J. Ebeling: la unidad de Mc está dada por el kerigma, entendido como proclamación de la salvación en el presente. Pero no quiere ser una reconstrucción del pasado, del ministerio prepascual de Jesús (reconstrucción ficticia según Wrede, válida según sus adversarios), sino sólo proclamación de la salvación que el resucitado ofrece a los creyentes. El verdadero tema serí­a, no ya el ocultamiento de entonces, sino la actual epifaní­a; las prohibiciones, hechas tan sólo para ser inmediatamente violadas (1,44s; 7,36), serí­an tan sólo un recurso literario para subrayar la irrefrenable epifaní­a del Hijo de Dios; la falta de inteligencia de los discí­pulos servirí­a para subrayar, no ya la oscuridad de entonces, que fue vencida más tarde por la luz pascual, sino la oscuridad de ahora, debida a la grandeza trascendente del misterio divino, que sigue siendo tal incluso después de revelado.

La Redaktionsgeschichte marciana nace con la intervención de W. Marxsen, que recoge la tesis de H.J. Ebeling, pero atribuyendo esa teologí­a no a la tradición kerigmática, sino a una opción teológica del evangelista, dirigida a prevenir una indebida historización del kerigma. Mientras que Mt y Lc con las apariciones pascuales “cierran” el relato, y de esa manera cualifican todas las páginas anteriores como historia perteneciente ya al pasado, Mc, por su parte (en la forma original, sin el añadido de 16,9-20), terminaba no con una aparición pascual, sino con el anuncio de la futura parusí­a; efectivamente, éste serí­a el sentido de la promesa de ver de nuevo a Jesús en Galilea (14,28; 16,7). En consecuencia, el Jesús descrito en Mc no serí­a, como en Mt y en Lc, el Jesús prepascual en camino entonces hacia la cruz y la resurrección, sino siempre y sólo el Resucitado, en camino ahora hacia la parusí­a con su comunidad.

Esta interpretación no ha tenido muchos seguidores; pero esta reducción de la narración a una envoltura simbólica ha sido aceptada también por otras posiciones, que ven en Mc una polémica del evangelista contra algún grupo de la Iglesia de su tiempo, representado en los discí­pulos duros de cabeza e infieles (Trocmé, Tagawa, Weeden, Kelber…); unaparénesis sobre la vida cristiana (Perrin) -aquí­ entran también aquellos que insisten unilateralmente en el carácter “incompleto” (open-ended) del relato, que se traducirí­a en una invitación al lector a concluir él mismo, a tomar personalmente posición, como Tannehill, Donahue-, o un apocalipsis, como los apocalipsis judí­os, donde los elementos narrativos se dirigen al mensaje de salvación orientado hacia el futuro (Kee).

Pero la mayor parte de los autores rechaza este intento de sacrificar por completo el interés por el pasado en aras del presente. Para muchos, como E. Schweizer, en el centro de la teologí­a marciana está la cruz. Las prohibiciones de divulgar el milagro o de proclamar prematuramente la mesianidad de Jesús, el tema de la ceguera del hombre, que ni siquiera perdona a los mismos discí­pulos, todo esto intenta subrayar que la salvación se realiza no a través del milagro, no a través de la enseñanza ni a través de la organización de una comunidad, sino únicamente a través de la muerte redentora: sólo en ese instante quedará vencida la ceguera humana, como lo subrayará la exclamación del centurión, que reconoce finalmente en Jesús al Hijo de Dios (15,39).

Pero sigue en pie el interrogante: ¿Por qué entonces tanto espacio al ministerio prepascual, a la relación con los discí­pulos, a los milagros? Vuelve a aflorar así­, en nuestros dí­as, el interrogante de si todos estos aspectos pueden colocarse dentro de una visión cristológica unitaria, que combine el acontecimiento pascual con el ministerio terreno (Minette de Tillesse, Koch, Stock, Fusco, Weber…), o si han de reducirse a cristologí­as heterogéneas, que el redactor “conservador” se habrí­a limitado a yuxtaponer sin alcanzar una sí­ntesis coherente; son muchos los que vuelven a disolver el “secreto mesiánico” en una pluralidad de temas que hay que explicar uno por uno (Roloff, Ráisánen, Pesch, Best…). Se impone un replanteamiento metodológico que corrija las unilateralidades de la primera Redaktionsgeschichte, pero sin perder su fruto; resulta necesario, antes de formular hipótesis más o menos legí­timas sobre la prehistoria del material y sobre la situación histórica del evangelista, comprender en primer lugar el texto mismo como unidad dotada de sentido; por consiguiente, se necesita una lectura sincrónica, pero de tipo estructural, es decir, dirigida a captar la unidad del texto no como superposición confusa, sino como unidad articulada, en la que cada elemento recibe sentido de la función que desarrolla dentro del todo. Una aproximación estructural que a su vez, en nuestro caso, debe ser de tipo narrativo, es decir, orientada a captar el “punto de vista” del narrador, los efectos que éste desea provocar en el lector, el entramado, las tensiones que con su creación y su resolución determinan la dinámica más profunda del relato hasta el desenlace final (Petersen, Boomershine, Tannehill, Rhoads-Michie, Klauck…).

II. TEMAS DOMINANTES Y ESTRUCTURA GENERAL. Desde las primeras lí­neas se proclama la identidad de Jesús a la luz plena de la fe cristiana, algo así­ como en el prólogo de Jn: Jesús es el Cristo (1,1), el Hijo muy amado sobre el que el Padre derrama su Espí­ritu (1,9-11), aquel que superando las tentaciones se revela como el vencedor de Satanás (1,12s); él es el “más fuerte” preanunciado por el Bautista (1,2-8). Pero en Mc, a diferencia de Jn, es como un relámpago que ilumina sólo por un instante el rostro de Jesús, para dejar luego la escena en la penumbra. La voz celestial y la victoria sobre el maligno no tienen testigos humanos; el Bautista habla en futuro, y no señala a Jesús. Cuando Jesús empieza a predicar (1,14s), el mensaje se refiere expresamente sólo a la aproximación del reino y a la urgencia de la conversión; se silencia la identidad de su proclamador.

Frente a la autoridad manifestada a través de la palabra y de los gestos, empieza enseguida a oí­rse el interrogante: ¿Qué es todo esto (1,27)? ¿Por qué habla éste así­ (2,7)? ¿Quién es éste (4,41)? ¿De dónde le vienen estas cosas y qué es esta sabidurí­a que se le ha dado y los milagros tan grandes que se realizan a través de sus manos (6,2s)? ¿Con qué autoridad hace esto (11,28)? Los hombres dan varias respuestas, más o menos malévolas o benévolas: es un loco (3,21), un endemoniado (3,22), el Bautista que ha vuelto a la vida, Elí­as o alguno de los profetas (6,14-16; 8,27s). Pero Jesús se abstiene de responder; más aún, cada vez que su identidad corre el peligro de ser desvelada, interviene decididamente para impedirlo, imponiendo silencio a los endemoniados (1,34; 3,11s), a los discí­pulos (8,30; 9,9), apartándose de la gente antes de realizar ciertos milagros y prohibiendo luego su divulgación (1,44s; 5,37.40.43; 7,33.36; 8,23.26). Respecto al imperativo completamente opuesto que está en vigor después de los dí­as de pascua, el de proclamar a Jesús a todos los hombres (13,10; 14,9), el contraste no puede ser más chocante.

No basta con decir que todo esto intenta crear una fuerte tensión narrativa hacia el instante de la revelación. Si tenemos presente al “lector implí­cito” de Mc, que es un lector cristiano, ya al corriente de la identidad de Jesús como mesí­as e Hijo de Dios (1,1-13), la verdadera pregunta no es: “¿Quién es Jesús?”, sino más bien: “¿Por qué no se manifestó enseguida? ¿Por qué tuvo que ser y él mismo quiso ser un mesí­as escondido? Puesto que el mesí­as estaba ya presente entre los hombres, ¿por qué no podí­a ser proclamado? ¿Qué le faltaba todaví­a?” Por consiguiente, la tensión no es sólo del pasado hacia el presente, sino también del presente hacia el pasado. El ministerio terreno de Jesús se presenta no como una prehistoria ya superada, sino como algo hacia lo cual debe dirigirse incesantemente la fe cristiana.

Un primer ámbito narrativo (1,14-3,6), aunque comienza con la llamada de los primeros discí­pulos (1,16-20), considera en primer plano las relaciones de Jesús con el judaí­smo contemporáneo, descritas primero en términos de asombro, de admiración, de afluencia de la gente (1,21-45), y luego en términos de una hostilidad cada vez más evidente (2,1-3,6). El escenario predominante es el interior de las sinagogas (1,21-28.39; 3,1-6); las reacciones que se subrayan son las de la gente y los adversarios; los discí­pulos de momento no desempeñan ninguna función activa especial. La secuencia termina con la dolorosa constatación de la “ceguera” de los adversarios (3,5) y con su decisión de acabar con él (3,6). Con ellos el discurso se cierra, la atmósfera es ya de un relato de pasión, las ulteriores confrontaciones tendrán el sabor de una inútil repetición. En cambio, con los discí­pulos apenas está iniciado el discurso. Por eso el relato sigue desplazando cada vez más el objetivo hacia estos otros protagonistas.

Un segundo ámbito narrativo (3,7-6,6a) tiene como escenario predominante el espacio abierto, las orillas del lago. Jesús vuelve a enseñar y a hacer milagros mayores que los anteriores, pero sin lograr hacer mella en la incredulidad de sus contemporáneos; también esta secuencia se cierra dolorosamente, como la primera, con el fracaso de Nazaret (6,1-6a). Pero el hecho nuevo, que se convierte en el hilo conductor de esta parte del relato, es la aparición de los doce formando un grupo especial (3,13-19) y destinatarios de una enseñanza privilegiada aparte (4,1-34). En los creyentes reconoce Jesús ya a su verdadera familia (3,20-35). Pero también en ellos manifiesta todo su peso la ceguera humana, que Jesús tiene que reprocharles amargamente (4,13. 41). De momento no se dibuja la victoria ni de la ceguera ni del esfuerzo de Jesús por iluminarlos; el choque entre estas dos fuerzas antagonistas incrementa la tensión del relato.

Un tercer ámbito narrativo (6,6b-8,30), la “sección de los panes”, señala un progreso ulterior. La manifestación de Jesús alcanza su culminación en el signo de la multiplicación de los panes, cuya repetición incluso en territorio pagano deja vislumbrar ya la participación de los paganos en el banquete mesiánico, como invoca ejemplarmente la mujer siro-fenicia (7,24-30). Pero a este ensanchamiento del horizonte corresponde su restricción y concentración, de manera casi obsesiva, en las relaciones entre Jesús y los doce, obstaculizadas más que nunca por su obcecación inaudita, que les impide comprender el sentido mesiánico de la multiplicación de los panes (6,32; 8,14-21). Su creciente asociación a la obra de Jesús (la sección se abre con su enví­o a misionar, que señala un paso adelante respecto a las dos escenas de la vocación y de la institución de los doce con que se abrí­an las secciones precedentes) contrasta con el aumento de su falta de inteligencia. Estamos ante una situación sin salida. La intensificación de las “epifaní­as” de Jesús no parecen surtir más efecto que el de poner de relieve lo radical de la ceguera humana, incluso en los discí­pulos. En esto se apoya la interpretación de E. Schweizer: también esta tercera secuencia, en paralelo con las anteriores, terminarí­a con el fracaso; pero esta vez se trata de un fracaso mayor, porque son los discí­pulos los afectados; en este punto ya no hay más grupos sobre los que dirigir el objetivo, no hay más triunfos; sólo queda el camino de la cruz.

En realidad esta tercera sección, después de recalcar tan fuertemente la ceguera (8,14-21), como si quisiera subrayar la gratuidad y la grandeza del don de Dios, sigue narrando la curación de un ciego (8,22-26) -ciertamente no casual en este sitio, incluso por estar en paralelo con la curación de un sordo (7,31-37), precisamente para recordar la sordera y la ceguera que se les reprocha a los discí­pulos de Jesús (8,18)- e, inmediatamente después, la escena de Cesarea, en donde Jesús es reconocido finalmente como el mesí­as (8,27-29). Aquí­ es donde concluye la sección, que por lq demás se habí­a abierto insistiendo una vez más en la pregunta sobre la identidad de Jesús y mencionando las opiniones de la gente, que veí­a en él al Bautista, a Elí­as o a alguno de los profetas (cf 8,27-29 con 6,14-16); y con ella se cierra toda la primera parte del relato marciano. Poco después, en la transfiguración (9,1-9), la proclamación de Pedro tendrá una confirmación mucho más autorizada en la voz del Padre.

La prohibición de divulgar la identidad de Jesús (8,30; 9,9) equivale, sin embargo, a decir que no hemos llegado todaví­a al tiempo de la proclamación. La tensión se hace más fuerte. ¿Por qué estos hombres, que han comprendido finalmente la identidad de Jesús, no pueden proclamarla al mundo? Si lo que antes les faltaba era la comprensión, ¿qué les falta ahora? La respuesta se da inmediatamente con toda solemnidad: es el misterio de la necesidad de la pasión (8,31). El punto de llegada, tan largamente esperado y tan fatigosamente alcanzado, se transforma en un punto de partida. Ni siquiera por un instante es lí­cito ver en Jesús al mesí­as sin precisar enseguida: el mesí­as crucificado.

Ante el anuncio de la cruz vuelve a surgir inmediatamente la falta de inteligencia de los discí­pulos: Pedro es objeto de una reprimenda por querer apartar a Jesús de su destino doloroso (8,32s). Esto no significa que no tenga ningún valor el reconocimiento de la mesianidad de Jesús, el camino de fe recorrido hasta ahora. Pero la iluminación plena está todaví­a lejos; Cesarea marcó una etapa necesaria, pero todaví­a insuficiente.

Se abre así­ la segunda parte del relato, que desde el primer anuncio de la muerte y resurrección del mesí­as (8,31) nos llevará hasta su realización (cc. 14-16).

Una primera secuencia amplia (8,27-10,52), hasta la entrada en Jerusalén, muestra a Jesús siempre en camino junto con los discí­pulos. El escenario, reiteradamente subrayado, es el del camino (8,27; 9,33s; 10,17.32.46.52). Este término asume un alcance más profundo que el puramente material: el camino que Jesús recorre al frente del grupo (10, 32), invitando a todos a seguir sus pasos (8,34; 10,21.28.32.52), es el camino de la cruz. En efecto, el camino está marcado por el anuncio de la pasión, repetido tres veces (8,31; 9,31; 10,32-34). Ante él los discí­pulos reaccionan en cada ocasión con su incomprensión y su recelo (8,32s; 9,32-34; 10,35-41), pero Jesús replica siempre con la exhortación a su seguimiento: negarse a sí­ mismo, cargar con la cruz, perder la propia vida (8,34-9,1), hacerse el último y hacerse servidor (9,35); hacerse servidor, lo mismo que Jesús que vino a servir y a dar su propia vida por todos (10,42-45). Aquí­ es donde el evangelista recoge además cierto número de enseñanzas de Jesús relacionadas todas ellas con problemas concretos de la vida del cristiano y de la comunidad: acogida de los pequeños, comportamiento con los extraños, advertencias contra la discordia y el escándalo (9,36-50), doctrina sobre el matrimonio y el divorcio (10,1-12), no alejar a los niños (10,13-16), pobreza y riqueza(10,17-31), autoridad como servicio (10,35-45). Es siempre la actitud de Jesús, sus opciones de servicio, de pobreza, de humildad, lo que se propone a la comunidad cristiana como criterio para solucionar todos sus problemas: el itinerario de Jesús se convierte en el itinerario de la Iglesia y de todo creyente. La curación de otro ciego, que una vez recobrada la vista “seguí­a a Jesús en el camino” (10,46-52), adquiere un valor simbólico, cerrando la sección con una nota de esperanza: la ceguera podrá ser vencida, el seguimiento será posible, porque no es únicamente esfuerzo moral del hombre, sino milagro de Dios, don de la gracia.

Después de la entrada en Jerusalén se pueden distinguir: los últimos dí­as de actividad de Jesús, con el choque definitivo con el judaí­smo oficial (cc. 11-12); el discurso escatológico a los discí­pulos, para el futuro de la Iglesia (c. 13), y, finalmente, el relato de la última cena, de la pasión y de la resurrección (cc. 14-16). Pero hay un hilo conductor que unifica todo el relato: el tema de la transición del antiguo templo al nuevo templo espiritual abierto para todos los pueblos. Jesús alude a él cuando purifica el templo de los mercaderes (11,15-19); detenido, es acusado de querer destruir el templo para sustituirlo en tres dí­as por otro nuevo no hecho por manos de hombre (14,58); estas dos indicaciones le hacen comprender al lector cristiano que esta acusación, aunque de una manera retorcida, manifiesta una misteriosa verdad. Por último, en la crucifixión se burlan precisamente de esta pretensión suya (15,29); pero en el mismo momento de su muerte, el desgarrón de la cortina del templo confirma esta verdad (15,38). En efecto, este signo coincide con el otro, el grito del centurión, un pagano, que reconoce en el hombre que muere en la cruz al Hijo de Dios (15,39). Es importante señalar que hasta entonces este tí­tulo no se lo habí­an atribuí­do a Jesús los hombres (excepto los endemoniados, a través de los cuales hablaban los demonios y a los que se imponí­a silencio: 3,11s.; 5,7), sino sólo el Padre; pero la voz del Padre en el bautismo sólo se habí­a dirigido al mismo Jesús (1,11); y en la transfiguración, sólo a los discí­pulos, acompañada de la prohibición de divulgar lo que habí­a ocurrido (9,7.9). Solamente al pie de la cruz, en el mismo instante de la muerte de Jesús, es vencida la ceguera humana y el Hijo de Dios es proclamado sin reserva alguna ante el mundo, anticipando simbólicamente la proclamación pospascual de la Iglesia.

Bajo el aspecto cristológico, el relato alcanza aquí­ su punto culminante. Pero hasta entonces habí­a sido también un relato eclesiológico, y también en este aspecto concluye positivamente: no con el abandono definitivo de los discí­pulos (Wreden), sino con el encuentro en Galilea con el resucitado, que en la redacción original -aunque no se narraba- se preanunciaba con toda claridad en tono profético por Jesús (14,27s), y que el evangelista sin duda alguna presupone realizado.

III. CONCLUSIONES. Así­ pues, Mc distingue el pasado del presente (Strecker, Roloff), aunque esto no impide que en el pasado pueda estar ya a veces prefigurado con mayor o menor transparencia también el presente. Incorpora la parénesis (sobre todo en 8,27-10,52), incorpora un apocalipsis, dirigido proféticamente hacia el futuro (c. 13); pero no puede reducirse a ellos. El relato se cumple y se concluye plenamente en el mesí­as crucificado y resucitado, aun cuando queda sin completar en la Iglesia que camina todaví­a por el mundo. El Esperado es aquel que ya ha venido.

Pero Mc tampoco puede ser considerado, al revés, como una narración puramente histórico-biográfica. No hay que excluir del todo cierto contacto con este tipo de escritos, ya que se trata de describir una salvación que se realizó a través de una persona concreta, que nació y vivió entre los hombres; pero la diferencia, tanto respecto a los modelos greco-romanos como respecto a los judí­os (biografí­as de los profetas, de los justos), está en el hecho de que el pasado no se reconstruye simplemente sobre la base de la experiencia que van haciendo poco a poco los testigos, sino sobre la base de la iluminación pascual. La resurrección no es sólo un apéndice, como la apoteosis de los héroes helenistas, sino la clave de comprensión que lo ilumina todo retrospectivamente.

Por consiguiente, carecen de fundamento las interpretaciones de Mc que, de diversas maneras, separan el presente del pasado, la Iglesia del Jesús terreno, o bien desvinculan el pasado del presente, al Jesús terreno de la Iglesia. El misterio de Jesús sólo es legible a la luz de la pascua; pero lo que se hace legible en la pascua es el misterio de Jesús, es la cruz, es lo que era ya entonces sin ser comprendido. La tensión entre epifaní­a y ocultamiento (Beda: “Et taceri jussit et tamen taceri non potuit”: CCL 120, 452,597-612) no es una tensión entre dos cristologí­as centradas la una en la encarnación y la otra en la redención, sino una tensión -en el sentido mejor de la palabra- dentro de una única cristologí­a, que une indisolublemente el acontecimiento pascual y la persona de Jesús.

Por tanto, esta cristologí­a no puede disociarse de una eclesiologí­a. Todo tiende hacia la cruz y la resurrección; pero pasando por Cesarea, pasando a través de la experiencia prepascual de los discí­pulos. Todo tiende hacia el kerigma pascual; pero este kerigma remite a su vez al Jesús terreno y permanece indisolublemente ligado a él a través de la mediación de los doce; en este sentido es un kerigma fuertemente marcado por la nota de la “apostolicidad”.

Aquí­ radica la coherencia, la unidad teológica e histórica de Mc, unidad en un nivel más profundo, que no excluye en unos niveles menos profundos cierta falta de homogeneidad, ciertas fracturas y tensiones entre esquemas diversos. Sigue siendo lí­cito preguntarse por la prehistoria del material, bien remontándose más atrás hasta Jesús, bien interrogándose por las tradiciones cristianas que confluyeron en Mc. En el estado actual de las investigaciones sobre Jesús, es lí­cito ver en la unidad cristológica de Mc el reflejo de una unidad original. Más difí­cil resulta, por el contrario, reconstruir las circunstancias inmediatas de la obra, los motivos contingentes que pueden haber estimulado al evangelista a presentar en esta forma unitaria elementos que anteriormente, en Pablo, por ejemplo, o en Q, se presentaban por separado: la muerte y resurrección, las enseñanzas, los milagros. Sin excluir la influencia de factores más contingentes, hay que subrayar que este proyecto teológico y literario refleja de todos modos el movimiento intrí­nseco a la fe cristiana, el mismo que anima la celebración eucarí­stica: la memoria de Jesús que se hace presencia y esperanza.

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V. Fusco

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sobrenombre romano del hijo de Marí­a de Jerusalén. Su nombre hebreo era Juan, que significa †œJehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo†. (Hch 12:12, 25.) Marcos era primo de Bernabé, fue su compañero de viajes, así­ como de otros misioneros cristianos primitivos, y recibió inspiración para escribir el evangelio que lleva su propio nombre. (Col 4:10.) Es el Juan Marcos mencionado en el libro de Hechos y el Juan de Hechos 13:5, 13.
Debió ser uno de los primeros creyentes en Cristo. La congregación cristiana primitiva usaba la casa de su madre como lugar de adoración, lo que puede significar que tanto ella como Marcos se hicieron seguidores de Jesús antes de que muriera. (Hch 12:12.) Como Marcos es el único que menciona al joven que huyó escasamente vestido la noche de la traición de Jesús, hay razón para creer que aquel joven era Marcos. (Mr 14:51, 52.) Por lo tanto, parece probable que estuviese presente cuando el espí­ritu santo se derramó sobre los aproximadamente 120 discí­pulos de Cristo en el Pentecostés de 33 E.C. (Hch 1:13-15; 2:1-4.)
Después de haber llevado a cabo la ministración de socorro en Jerusalén, Bernabé y Saulo (Pablo) †œvolvieron y tomaron consigo a Juan, el que tení­a por sobrenombre Marcos†. Parece que Marcos fue su servidor, quizás cuidando de sus necesidades fí­sicas mientras viajaban. (Hch 12:25; 13:5.) Por alguna razón que no se revela, una vez que llegaron a Perga de Panfilia, †œJuan [Marcos] se retiró de ellos y se volvió a Jerusalén†. (Hch 13:13.) Cuando tiempo después Pablo se puso en camino con ocasión de su segundo viaje misional, a pesar de que Bernabé estaba resuelto a tomar consigo a Marcos, al apóstol †œno le pareció propio tomar consigo a este, puesto que se habí­a apartado de ellos desde Panfilia y no habí­a ido con ellos a la obra†. De modo que tuvo lugar entre ambos †œun agudo estallido de cólera† y se separaron. Bernabé tomó consigo a Marcos y se dirigió a Chipre, y Pablo tomó consigo a Silas y fue a Siria y Cilicia. (Hch 15:36-41.)
Sin embargo, se ve que cualquier distanciamiento que hubiese existido entre Pablo, Bernabé y Marcos, habí­a sido superado algún tiempo después, pues Marcos estaba con Pablo en Roma y envió con él saludos a los cristianos colosenses (c. 60-61 E.C.). Pablo habló favorablemente de él, diciendo: †œAristarco, mi compañero de cautiverio, les enví­a sus saludos, y también Marcos el primo de Bernabé (respecto de quien ustedes recibieron mandatos de recibirlo con gusto si alguna vez fuera a ustedes)†. (Col 4:10.) Marcos también está entre los que Pablo dice que enví­an saludos a Filemón, cuando el apóstol le escribió desde Roma (también c. 60-61 E.C.). (Flm 23, 24.) Más tarde (c. 65 E.C.), cuando Pablo estaba de nuevo prisionero en Roma, le pidió especí­ficamente a Timoteo: †œToma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para ministrar†. (2Ti 4:11.)
Juan Marcos también estuvo con Pedro en Babilonia, pues enví­a saludos en la primera carta del apóstol (escrita c. 62-64 E.C.). Pedro le llama †œMarcos mi hijo†, lo que deja entrever el fuerte lazo de afecto cristiano que existí­a entre ellos. (1Pe 5:13; compárese con 1Jn 2:1, 7.) Por consiguiente, aunque Marcos en un tiempo fue el causante de aquellas dificultades, se ganó el encomio y la confianza de siervos prominentes de Dios, y, además, tuvo el privilegio aún mayor de que Dios le inspirara para escribir un relato del ministerio de Jesús. (Véanse JUAN núm. 4; MARCOS, LAS BUENAS NUEVAS SEGÚN.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. Notas sobre ¡a historia de su interpretación. II. Temas dominantes y estructura general. III. Conclusiones.
1895
1. NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE SU INTERPRETACION.
En la antigüedad cristiana, Mc, aunque envuelto en el halo prestigioso de Pedro, no fue muy valorado, sobre todo debido a que no es un evangelio tan completo como los de Mateo y Lucas. No sufrió la suerte de la fuente Q, que desapareció después de la publicación de los escritos más completos; pero al menos en un punto se sintió la necesidad de poner remedio a sus lagunas añadiéndole una nueva conclusión (16,9-20), para no terminar con el desconcierto de las mujeres ante el anuncio del ángel junto a la tumba vací­a (16,8), sino con la aparición del resucitado, lo mismo que en los paralelos. Tampoco ayudó mucho a cambiar su suerte la hipótesis de Agustí­n que veí­a en él al †œcriado y compendiador† de Mt (De con-sensu evangelistarum 1, 2,4: CSEL 43, 4,12s).
Por el contrario, en el siglo XIX, una vez reconocido en Mc el evangelio más antiguo, fuente de Mt y de Lc [1 Evangelios sinópticos II], la situación cambió de signo: de la ví­a muerta en donde habí­a estado aparcado durante mucho tiempo, Mc pasó a ocupar una posición clave. La exége-sis liberal, pero también sus opositores tanto en el terreno católico como en el protestante, pensaban que era posible reconstruir con facilidad, gracias a Mc, la †œvida de Jesús†™. Llamados a engaño por su estilo simple y popular, pensaban que tení­an delante de sí­ un informe inmediato e ingenuo de los hechos; los liberales estaban convencidos de que podí­an sacar de él los rasgos de aquel Jesús totalmente humano que estaban buscando, ensombrecidos tan sólo acá y allá por la imagen divina del Jesús de la fe cristiana pospascual (una reviviscencia de este enfoque, a pesar del aparato estructuralista, ha tenido lugar en nuestros dí­as en la lectura †˜materialista† de F. Belo).
Pero esta ilusión hizo crisis entre los mismos liberales por obra de W. Wrede. Partiendo de la constatación de que todo el relato marciano está atravesado por unos cuantos temas que aparecen continuamente, como la prohibición de revelar la identidad de Jesús (1,34; 3,1 Is; 8,30; 9,9), la idea de las parábolas como lenguaje oscuro explicado aparte a los discí­pulos (4,1-34; 7,14-23), la desconcertante falta de inteligencia de los discí­pulos (4,13; 6,52; 7,18; 8,14-21; 9,9s.31s), Wrede rechazó la exégesis liberal que no habí­a captado la unidad de todos estos temas, sino que habí­a creí­do posible dar en cada caso una explicación, siempre de tipo histórico y psicológico (progresión pedagógica de Jesús, precaución para evitar explosiones de mesianis-mo polí­tico, etc.). Para Wrede, por el contrario, estamos frente a elementos poco fiables desde el punto de vista histórico (p.ej., ¿cómo era posible mantener en secreto la resurrección de una niña después de saber todos que habí­a muerto?); se trata de un esquema único, de carácter teológico, que pretende subrayar cómo la verdadera identidad de Jesús no pudo ser comprendida durante toda su vida terrena, sino sólo con la pascua (cf 9,9). Así­ pues, Mc, a pesar de ser el evangelio más antiguo, no es historia, sino que es ya teologí­a, lo mismo que Jn. Para una reconstrucción histórica se lo puede utilizar, no tanto por lo que cuenta de Jesús como porque a través de esas torpes superposiciones que crean contradicciones en el texto deja traslucirse involuntariamente la imagen más original, la de un Jesús que no se consideraba el mesí­as, sino únicamente un maestro y un reformador religioso. La mesia-nidad prepascual secreta es el expediente con que la comunidad cristiana intentó ocultar esta contradicción de la mejor manera que pudo.
Wrede señaló los problemas centrales para la interpretación de Mc, aun cuando sus soluciones serí­an rechazadas por la mayor parte de los autores. Desde el punto de vista histórico, el redescubrimiento de la dimensión escatológica hará abrir de nuevo el problema de la mesianidad de Jesús, expresada al menos implí­citamente ya en el ministerio prepascual. Pero también desde el punto de vista de la interpretación de Mc, Wrede deja abierto el problema. Si Mc no es historia, sino teologí­a, ¿a qué se deben esas incoherencias? ¿Hay que atribuirlas a las escasas dotes del evangelista, o bien al interés positivo que se seguí­a atribuyendo a los datos históricos? ¿En qué sentido es entonces teologí­a, y de qué teologí­a se trata? Todos los estudios sucesivos, hasta nuestros dí­as, seguirán estando dominados por estos interrogantes, con continuas oscilaciones entre el esfuerzo por captar en Mc una coherencia teológica, o bien, al no lograrlo, caer de nuevo en la idea de una obra más histórica que teológica, simple colección de las tradiciones precedentes.
1896
La Formgeschichte deja abierto el problema. Bultmann ve en Mc la fusión entre kerigma pascual y tradiciones sobre el Jesús prepascual maestro y taumaturgo, pero no consigue explicar el porqué. También Dibelius deja sin resolver esta tensión, hablando de †œhistorización del kerigma†y de †œlibro de las epifaní­as secretas†. Un punto de vista unitario es el que propone, en cambio, H.J. Ebeling: la unidad de Mc está dada por el kerigma, entendido como proclamación de la salvación en el presente. Pero no quiere ser una reconstrucción del pasado, del ministerio prepascual de Jesús (reconstrucción ficticia según Wrede, válida según sus adversarios), sino sólo proclamación de la salvación que el resucitado ofrece a los creyentes. El verdadero tema serí­a, no ya el ocultamiento de entonces, sino la actual epifaní­a; las prohibiciones, hechas tan sólo para ser inmediatamente violadas (l,44s; 7,36), serí­an tan sólo un recurso literario para subrayar la irrefrenable epifaní­a del Hijo de Dios; lafalta de inteligencia de los discí­pulos servirí­a para subrayar, no ya la oscuridad de entonces, que fue vencida más tarde por la luz pascual, sino la oscuridad de ahora, debida a la grandeza trascendente del misterio divino, que sigue siendo tal incluso después de revelado.
La Redaktionsgeschichte marciana nace con la intervención de W. Marxsen, que recoge la tesis de H.J. Ebeling, pero atribuyendo esa teologí­a no a la tradición kerigmática, sino a una opción teológica del evangelista, dirigida a prevenir una indebida historización del kerigma. Mientras que Mt y Lc con las apariciones pascuales †œcierran† el relato, y de esa manera cualifican todas las páginas anteriores como historia perteneciente ya al pasado, Mc, por su parte (en la forma original, sin el añadido de 16,9-20), terminaba no con una aparición pascual, sino con el anuncio de la futura parusí­a; efectivamente, éste serí­a el sentido de la promesa de ver de nuevo a Jesús en Galilea (14,28; 16,7). En consecuencia, el Jesús descrito en Mc no serí­a, como en Mt y en Lc, el Jesús prepascual en camino entonces hacia la cruz y la resurrección, sino siempre y sólo el Resucitado, en camino ahora hacia la parusí­a con su comunidad.
1897
Esta interpretación no ha tenido muchos seguidores; pero esta reducción de la narración a una envoltura simbólica ha sido aceptada también por otras posiciones, que ven en Mc una polémica del evangelista contra algún grupo de la Iglesia de su tiempo, representado en los discí­pulos duros de cabeza e infieles (Trocmé, Tagawa, Weeden, Kelber…); unapa-rénesis sobre la vida cristiana (Perrin) -aquí­ entran también aquellos que insisten unilateralmente en el carácter †œincompleto† (open-ended) del relato, que se traducirí­a en una invitación al lector a concluir él mismo, a tomar personalmente posición, como Tannehill, Donahueo un apocalipsis, como los apocalipsis judí­os, donde los elementos narrativos se dirigen al mensaje de salvación orientado hacia el futuro (Kee).
Pero la mayor parte de los autores rechaza este intento de sacrificar por completo el interés por el pasado en aras del presente. Para muchos, como E. Schweizer, en el centro de la teologí­a marciana está la cruz. Las prohibiciones de divulgar el milagro o de proclamar prematuramente la mesianidad de Jesús, el tema de la ceguera del hombre, que ni siquiera perdona a los mismos discí­pulos, todo esto intenta subrayar que la salvación se realiza no a través del milagro, no a través de la enseñanza ni a través de la organización de una comunidad, sino únicamente a través de la muerte redentora: sólo en ese instante quedará vencida la ceguera humana, como lo subrayará la exclamación del centurión, que reconoce finalmente en Jesús al Hijo de Dios (15,39).
Pero sigue en pie el interrogante: ¿Por qué entonces tanto espacio al ministerio prepascual, a la relación con los discí­pulos, a los milagros? Vuelve a aflorar así­, en nuestros dí­as, el interrogante de si todos estos aspectos pueden colocarse dentro de una visión cristológica unitaria, que combine el acontecimiento pascual con el ministerio terreno (Minette de Tillesse, Koch, Stock, Fusco, We-ber…), o si han de reducirse a cristologí­as heterogéneas, que el redactor †œconservador se habrí­a limitado a yuxtaponer sin alcanzar una sí­ntesis coherente; son muchos los que vuelven a disolver el †œsecreto mesiánico† en una pluralidad de temas que hay que explicar uno por uno (Roloff, Raisánen, Pesch, Best…). Se impone un replanteamiento metodológico que corrija las unilateralidades de la primera Redaktionsgeschichte, pero sin perder su fruto; resulta necesario, antes de formular hipótesis más o menos legí­timas sobre la prehistoria del material y sobre la situación histórica del evangelista, comprender en primer lugar el texto mismo como unidad dotada de sentido; por consiguiente, se necesita una lectura sincrónica, pero de tipo estructural, es decir, dirigida a captar la unidad del texto no como superposición confusa, sino como unidad articulada, en la que cada elemento recibe sentido de la función que desarrolla dentro del todo. Una aproximación estructural que a su vez, en nuestro caso, debe ser de tipo narrativo, es decir, orientada a captar el †œpunto de vista†™ del narrador, los efectos que éste desea provocar en el lector, el entramado, las tensiones que con su creación y su resolución determinan la dinámica más profunda del relato hasta el desenlace final (Petersen, Boo-mershine, Tannehill, Rhoads-Mi-chie, Klauck…).
1898
II. TEMAS DOMINANTES Y ESTRUCTURA GENERAL.
Desde las primeras lí­neas se proclama la identidad de Jesús a la luz plena de la fe cristiana, algo así­ como en el prólogo de Jn: Jesús es el Cristo (1,1), el Hijo muy amado sobre el que el Padre derrama su Espí­ritu (1,9-11), aquel que superando las tentaciones se revela como el vencedor de Satanás (l,12s); él es el †œmás fuerte†™ pre-anunciado por el Bautista (1,2-8). Pero en Mc, a diferencia de Jn, es como un relámpago que ilumina sólo por un instante el rostro de Jesús, para dejar luego la escena en la penumbra. La voz celestial y la victoria sobre el maligno no tienen testigos humanos; el Bautista habla en futuro, y no señala a Jesús. Cuando Jesús empieza a predicar (l,14s), el mensaje se refiere expresamente sólo a la aproximación del reino y a la urgencia de la conversión; se silencia la identidad de su proclamados.
Frente a la autoridad manifestada a través de la palabra y de los gestos, empieza enseguida a oí­rse el interrogante: ¿Qué es todo esto (1,27)? ¿Por qué habla éste así­ (2,7)? ¿Quién es éste (4,41)? ¿De dónde le vienen estas cosas y qué es esta sabidurí­a que se le hadado y los milagros tan grandes que se realizan a través de sus manos (6,2s)? ¿Con qué autoridad hace esto (11,28)? Los hombres dan varias respuestas, más o menos malévDIAS o benévDIAS: es un loco (3,21), un endemoniado (3,22), el Bautista que ha vuelto a la vida, Elias o alguno de los profetas (6,14-16; 8,27s). Pero Jesús se abstiene de responder; más aún, cada vez que su identidad corre el peligro de ser desvelada, interviene decididamente para impedirlo, imponiendo silencio a los endemoniados (1,34; 3,1 Is), a los discí­pulos (8,30; 9,9), apartándose de la gente antes de realizar ciertos milagros y prohibiendo luego su divulgación (l,44s; 5,37.40.43; 7,33.36; 8,23.26). Respecto al imperativo completamente opuesto que está en vigor después de los dí­as de pascua, el de proclamar a Jesús a todos los hombres (13,10; 14,9), el contraste no puede ser más chocante.
1899
No basta con decir que todo esto intenta crear una fuerte tensión narrativa hacia el instante de la revelación. Si tenemos presente al †œlector implí­cito† de Mc, que es un lector cristiano, ya al corriente de la identidad de Jesús como mesí­as e Hijo de Dios (1,1-13), la verdadera pregunta no es: ,Quién es Jesús?, sino más bien: ,Por qué no se manifestó enseguida? ¿Por qué tuvo que ser y él mismo quiso ser un mesí­as escondido? Puesto que el mesí­as estaba ya presente entre los hombres, ¿por qué no podí­a ser proclamado? ¿Qué le faltaba todaví­a?† Por consiguiente, la tensión no es sólo del pasado hacia el presente, sino también del presente hacia el pasado. El ministerio terreno de Jesús se presenta no como una prehistoria ya superada, sino como algo hacia lo cual debe dirigirse incesantemente la fe cristiana.
Un primer ámbito narrativo (1,14-3,6), aunque comienza con la llamada de los primeros discí­pulos (1,16- 20), considera en primer plano las relaciones de Jesús con el judaismo contemporáneo, descritas primero en términos de asombro, de admiración, de afluencia de la gente (1,21-45), y luego en términos de una hostilidad cada vez más evidente (2,1-3,6). El escenario predominante es el interior de las sinagogas (1,21- 28.39; 3,1-6); las reacciones que se subrayan son las de la gente y los adversarios; los discí­pulos de momento no desempeñan ninguna función activa especial. La secuencia termina con la dolorosa constatación de la †œceguera† de los adversarios (3,5) y con su decisión de acabar con él (3,6). Con ellos el discurso se cierra, la atmósfera es ya de un relato de pasión, las ulteriores confrontaciones tendrán el sabor de una inútil repetición. En cambio, con los discí­pulos apenas está iniciado el discurso. Por eso el relato sigue desplazando cada vez más el objetivo hacia estos otros protagonistas.
Un segundo ámbito narrativo (3,7-6,6a) tiene como escenario predominante el espacio abierto, las orillas del lago. Jesús vuelve a enseñar y a hacer milagros mayores que los anteriores, pero sin lograr hacer mella en la incredulidad de sus contemporáneos; también esta secuencia se cierra dolorosamente, como la primera, con el fracaso de Nazaret (6,1-6a). Pero el hecho nuevo, que se convierte en el hilo conductor de esta parte del relato, es la aparición de los doce formando un grupo especial (3,13-1 9) y destinatarios de una enseñanza privilegiada aparte (4,1-34). En los creyentes reconoce Jesús ya a su verdadera familia (3,20-35). Pero también en ellos manifiesta todo su peso la ceguera humana, que Jesús tiene que reprocharles amargamente (4,13. 41). De momento no se dibuja la victoria ni de la ceguera ni del esfuerzo de Jesús por iluminarlos; el choque entre estas dos fuerzas antagonistas incrementa la tensión del relato.
Un tercer ámbito narrativo (6,6b-8,30), la †œsección de los panes†™, señala un progreso ulterior. La manifestación de Jesús alcanza su culminación en el signo de la multiplicación de los panes, cuya repetición incluso en territorio pagano deja vislumbrar ya la participación de los paganos en el banquete mesiánico, como invoca ejemplarmente la mujer siro-fenicia (7,24-30). Pero a este ensanchamiento del horizonte corresponde su restricción y concentración, de manera casi obsesiva, en las relaciones entre Jesús y los doce, obstaculizadas más que nunca por su obcecación inaudita, que les impide comprender el sentido mesiánico de la multiplicación de los panes (6,-32; 8,14-21). Su creciente asociación a la obra de Jesús (la sección se abre con su enví­o a misionar, que señala un paso adelante respecto a las dos escenas de la vocación y de la institución de los doce con que se abrí­an las secciones precedentes) contrasta con el aumento de su falta de inteligencia. Estamos ante una situación sin salida. La intensificación de las †œepifaní­as† de Jesús no parecen surtir más efecto que el de poner de relieve lo radical de la ceguera humana, incluso en los discí­pulos. En esto se apoya la interpretación de E. Schweizer. también esta tercera secuencia, en paralelo con las anteriores, terminarí­a con el fracaso; pero esta vez se trata de un fracaso mayor, porque son los discí­pulos los afectados; en este punto ya no hay más grupos sobre los que dirigir el objetivo, no hay más triunfos; sólo queda el camino de la cruz.
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En realidad esta tercera sección, después de recalcar tan fuertemente la ceguera (8,14-21), como si quisiera subrayar la gratuidad y la grandeza del don de Dios, sigue narrando la curación de un ciego (8,22- 26) -ciertamente no casual en este sitio, incluso por estar en paralelo con la curación de un sordo (7,31-
37), precisamente para recordar la sordera y la ceguera que se les reprocha a los discí­pulos de Jesús (8,18)- e, inmediatamente después, la escena de Cesárea, en donde Jesús es reconocido finalmente como el mesí­as (8,27-29). Aquí­ es donde concluye la sección, que por lo demás se habí­a abierto insistiendo una vez más en la pregunta sobre la identidad de Jesús y mencionando las opiniones de la gente, que veí­a en él al Bautista, a Elias o a alguno de los profetas (cf 8,27-29 con 6,14-1 6); y con ella se cierra toda la primera parte del relato marciano. Poco después, en la transfiguración (9,1-9), la proclamación de Pedro tendrá una confirmación mucho más autorizada en la voz del Padre.
La prohibición de divulgar la identidad de Jesús (8,30; 9,9) equivale, sin embargo, a decir que no hemos llegado todaví­a al tiempo de la proclamación. La tensión se hace más fuerte. ¿Por qué estos hombres, que han comprendido finalmente la identidad de Jesús, no pueden proclamarla al mundo? Si lo que antes les faltaba era la comprensión, ¿qué les falta ahora? La respuesta se da inmediatamente con toda solemnidad: es el misterio de la necesidad de la pasión (8,31). El punto de llegada, tan largamente esperado y tan fatigosamente alcanzado, se transforma en un punto de partida. Ni siquiera por un instante es lí­cito ver en Jesús al mesí­as sin precisar enseguida: el mesí­as crucificado.
Ante el anuncio de la cruz vuelve a surgir inmediatamente la falta de inteligencia de los discí­pulos: Pedro es objeto de una reprimenda por querer apartar a Jesús de su destino doloroso (8,32s). Esto no significa que no tenga ningún valor el reconocimiento de la mesianidad de Jesús, el camino de fe recorrido hasta ahora. Pero la iluminación plena está todaví­a lejos; Cesárea marcó una etapa necesaria, pero todaví­a insuficiente.
Se abre así­ la segunda parte del relato, que desde el primer anuncio de la muerte y resurrección del mesí­as (8,31) nos llevará hasta su realización (ce, 14-16).
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Una primera secuencia amplia (8,27-10,52), hasta la entrada en Je-rusalén, muestra a Jesús siempre en camino junto con los discí­pulos. El escenario, reiteradamente subrayado, es el del camino (8,27; 9,33s; 10,17.32.46.52). Este término asume un alcance más profundo que el puramente material: el camino que Jesús recorre al frente del grupo (10, 32), invitando a todos a seguirsus pasos (8,34; 10,21.28.32.52), es el camino de la cruz. En efecto, el camino está marcado por el anuncio de la pasión, repetido tres veces (8,31; 9,31; 10,32-34). Ante él los discí­pulos reaccionan en cada ocasión con su incomprensión y su recelo (8,32s; 9,32-34; 10,35-41), pero Jesús replica siempre con la exhortación a su seguimiento: negarse a sí­ mismo, cargar con la cruz, perder la propia vida (8,34-9,1), hacerse el último y hacerse servidor (9,35); hacerse servidor, lo mismo que Jesús que vino a servir y a dar su propia vida por todos (10,42-45). Aquí­ es donde el evangelista recoge además cierto número de enseñanzas de Jesús relacionadas todas ellas con problemas concretos de la vida del cristiano y de la comunidad: acogida de los pequeños, comportamiento con los extraños, advertencias contra la discordia y el escándalo (9,36-50), doctrina sobre el matrimonio y el divorcio (10,1-12), no alejar a los niños (10,13-16), pobreza y riqueza (10,17-31), autoridad como servicio (10,35-45). Es siempre la actitud de Jesús, sus opciones de servicio, de pobreza, de humildad, lo que se propone a la comunidad cristiana como criterio para solucionar todos sus problemas: el itinerario de Jesús se convierte en el itinerario de la Iglesia y de todo creyente. La curación de otro ciego, que una vez recobrada la vista †œseguí­a a Jesús en el camino†™ (10,46-52), adquiere un valor simbólico, cerrando la sección con una nota de esperanza: la ceguera podrá ser vencida, el seguimiento será posible, porque no es únicamente esfuerzo moral del hombre, sino milagro de Dios, don de la gracia.
Después de la entrada en Jerusalén se pueden distinguir: los últimos dí­as de actividad de Jesús, con el choque definitivo con el judaismo oficial (cc. 11 -12); el discurso escatológico a los discí­pulos, para el futuro de la Iglesia (c. 13), y, finalmente, el relato de la última cena, de la pasión y de la resurrección (cc. 14-16). Pero hay un hilo conductor que unifica todo el relato: el tema de la transición del antiguo templo al nuevo templo espiritual abierto para todos los pueblos. Jesús alude a él cuando purifica el templo de los mercaderes (11,15-19); detenido, es acusado de querer destruir el templo para sustituirlo en tres dí­as por otro nuevo no hecho por manos de hombre (14,58); estas dos indicaciones le hacen comprender al lector cristiano que esta acusación, aunque de una manera retorcida, manifiesta una misteriosa verdad. Por último, en la crucifixión se burlan precisamente de esta pretensión suya (15,29); pero en el mismo momento de su muerte, el desgarrón de la cortina del templo confirma esta verdad (15,38). En efecto, este signo coincide con el otro, el grito del centurión, un pagano, que reconoce en el hombre que muere en la cruz al Hijo de Dios (15,39). Es importante señalar que hasta entonces este tí­tulo no selo habí­an atribuido a Jesús los hombres (excepto los endemoniados, a través de los cuales hablaban los demonios y a los que se imponí­a silencio: 3,1 Is.; 5,7), sino sólo el Padre; pero la voz del Padre en el bautismo sólo se habí­a dirigido al mismo Jesús (1,11); y en la transfiguración, sólo a los discí­pulos, acompañada de la prohibición de divulgar lo que habí­a ocurrido (9,7.9). Solamente al pie de la cruz, en el mismo instante de la muerte de Jesús, es vencida la ceguera humana y el Hijo de Dios es proclamado sin reserva alguna ante el mundo, anticipando simbólicamente la proclamación pospascual de la Iglesia.
Bajo el aspecto cristológico, el relato alcanza aquí­ su punto culminante. Pero hasta entonces habí­a sido también un relato eclesiológico, y también en este aspecto concluye positivamente: no con el abandono definitivo de los discí­pulos (Wreden), sino con el encuentro en Galilea con el resucitado, que en la redacción original -aunque no se narraba- se preaminciaba con toda claridad en tono profético por Jesús (14,27s), y que el evangelista sin duda alguna presupone realizado.
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III. CONCLUSIONES.
Así­ pues, Mc distingue el pasado del presente (Strecker, Roloff), aunque esto no impide que en el pasado pueda estar ya a veces prefigurado con mayor o menor transparencia también el presente. Incorpora la parénesis (sobre todo en 8,27-10,52), incorpora un apocalipsis, dirigido proféticamen-te hacia el futuro (c. 13); pero no puede reducirse a ellos. El relato se cumple y se concluye plenamente en el mesí­as crucificado y resucitado, aun cuando queda sin completar en la Iglesia que camina todaví­a por el mundo. El Esperado es aquel que ya ha venido.
Pero Mc tampoco puede ser considerado, al revés, como una narración puramente histórico-biográfica. No hay que excluir del todo cierto contacto con este tipo de escritos, ya que se trata de describir una salvación que se realizó a través de una persona concreta, que nació y vivió entre los hombres; pero la diferencia, tanto respecto a los modelos greco-romanos como respecto a los judí­os (biografí­as de los profetas, de los justos), está en el hecho de que el pasado no se reconstruye simplemente sobre la base de la experiencia que van haciendo poco a poco los testigos, sino sobre la base de la iluminación pascual. La resurrección no es sólo un apéndice, como la apoteosis de los héroes helenistas, sino la clave de comprensión que lo ilumina todo retrospectivamente.
Por consiguiente, carecen de fundamento las interpretaciones de Mc que, de diversas maneras, separan el presente del pasado, la Iglesia del Jesús terreno, o bien desvinculan el pasado del presente, al Jesús terreno de la Iglesia. El misterio de Jesús sólo es legible a la luz de la pascua; pero lo que se hace legible en la pascua es el misterio de Jesús, es la cruz, es lo que era ya entonces sin ser comprendido. La tensión entre epifaní­a y oculta-miento (Beda: †œEt tacen jussit etta-men tacen non potuit†: CCL 120, 452,597-612) no es una tensión entre dos cristologí­as centradas la una en la encarnación y la otra en la redención, sino una tensión -en el sentido mejor de la palabra- dentro de una única cristologí­a, que une indisolublemente el acontecimiento pascual y la persona de Jesús.
Por tanto, esta cristologí­a no puede disociarse de una eclesiologí­a. Todo tiende hacia la cruz y la resurrección; pero pasando por Cesárea, pasando a través de la experiencia prepascual de los discí­pulos. Todo tiende hacia el kerigma pascual; pero este kerigma remite a su vez al Jesús terreno y permanece indisolublemente ligado a él a través de la mediación de los doce; en este sentido es un kerigma fuertemente marcado por la nota de la †œapostolicidad†.
Aquí­ radica la coherencia, la unidad teológica e histórica de Mc, unidad en un nivel más profundo, que no excluye en unos niveles menos profundos cierta falta de homogeneidad, ciertas fracturas y tensiones entre esquemas diversos. Sigue siendo lí­cito preguntarse por la prehistoria del material, bien remontándose más atrás hasta Jesús, bien interrogándose por las tradiciones cristianas que confluyeron en Mc. En el estado actual de las investigaciones sobre Jesús, es lí­cito ver en la unidad cristológica de Mc el reflejo de una unidad original. Más difí­cil resulta, por el contrario, reconstruir las circunstancias inmediatas de la obra, los motivos contingentes que pueden haber estimulado al evangelista a presentar en esta forma unitaria elementos que anteriormente, en Pablo, por ejemplo, o en Q, se presentaban por separado: la muerte y resurrección, las enseñanzas, los milagros. Sin excluir la influencia de factores más contingentes, hay que subrayar que este proyecto teológico y literario refleja de todos modos el movimiento intrí­nseco a la fe cristiana, el mismo que anima la celebración eucarí­stica: la memoria de Jesús que se hace presencia y esperanza.
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V. Fusco

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Introducción

PUNTOS DE VISTA BASICOS

Cuando nos acercamos a un Evangelio como el de Mar., tenemos la tendencia de contar con algunos puntos de vista básicos acerca del libro y su escritor que influirán en la manera de interpretarlo. Algunos de estos puntos de vista los podremos ver como certeros; otros son sólo probables; pero todos son, por lo menos, posibles. Algunos se basarán en lo que la iglesia primitiva decí­a acerca del libro, mientras que otros serán derivados del contenido mismo. Si la evidencia de la iglesia primitiva y la del libro están de acuerdo, entonces podemos tener certidumbre de que las ideas son correctas.
Las sugerencias que damos más abajo nos parecen las más acertadas, y facilitan la aplicación del mensaje de Mar. a nuestras propias circunstancias actuales. Por eso leemos su Evangelio. No nos interesa meramente saber cuándo, o dónde, o a quiénes o por quién fue escrito; queremos saber lo que Dios nos está diciendo hoy por medio del Evangelio. Si podemos comprender la situación de Marcos y darnos cuenta de que en algo es parecida a la nuestra, entonces será más fácil aplicar el mensaje a nosotros mismos.
El artí­culo †œLeyendo los Evangelios†, dado previamente en este libro, abarca muchos puntos generales y las bases para creerlos, así­ que no será necesario dar una repetición detallada aquí­. Vale la pena, sin embargo, repasar algunos de estos principios generales brevemente, ya que nos ayudarán a comprender el evangelio un poco mejor.

El primer Evangelio
Mar. probablemente fue el primero de los cuatro Evangelios, y puede haber sido el primer Evangelio verdadero jamás escrito. Así­ que él pudo ha ber inventado la forma de libro que ahora llamamos Evangelio; al parecer no habí­a habido antes nada similar en el mundo antiguo. Sin embargo, parece probable que todos los otros escritores de Evangelios conocí­an el Evangelio de Marcos, y se piensa generalmente que tanto Mateo como Lucas usaron Mar. al escribir el suyo (por supuesto, ellos también agregaron materiales de otras fuentes). Las †œbuenas nuevas† con toda seguridad habí­an si do predicadas de boca en boca mucho antes de que se escribieran. Por lo tanto, se presupone que existí­an muchas colecciones breves de los dichos y hechos de Jesús antes de que Mar. fuera escrito. Por ejemplo, puede haber habido un escrito de la última semana de la vida de Jesús que incluirí­a el relato de la crucifixión, ya que era de tanta importancia. El Evangelio de Mar. probablemente fue la primera colección de tantos relatos acerca de Jesús, lo que puede explicar la razón por la que Mar. parece algo tosco para algunos, pero eficaz. Otros, sin embargo, disciernen un arreglo esmerado del material y aclaran que lo tosco fue porque Mar. reprodujo mucho material previo sin hacerle muchos cambios editoriales.

Fecha
El Evangelio de Mar. probablemente fue escrito entre los años 60 y 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, eso es, a sólo 30 años después de la muerte de Cristo. Esto lo colocarí­a en la época de la muerte de Pablo y de Pedro, que creemos ocurrieron c. 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, poco tiempo antes de que los ejércitos romanos destruyeran a Jerusalén en el 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo Aunque no importa si haya sido escrito más tarde, esta fecha previa al año 70 encajarí­a mejor con lo que los cristianos primitivos decí­an del Evangelio, como también con lo que dice el mismo Evangelio. Por ejemplo, en Mar. 13 Jesús profetizó la caí­da de Jerusalén, pero no hay indicio en el texto de que la profecí­a se hubiese cumplido para el tiempo de Mar.

Autor
El libro probablemente fue escrito por Juan Marcos, acerca de quien leemos varias veces en el NTNT Nuevo Testamento (p. ej.p. ej. Por ejemplo Hech. 12:12). Decimos †œprobablemente† porque, como en otros casos, no podemos hablar con certeza. Aunque el Evangelio mismo en ningún lado dice que fue escrito por Marcos (el encabezado no forma parte del libro, sino sólo es su †œpágina titular†), los cristianos primitivos no tuvieron nin guna duda acerca de esto. Juan Marcos no fue famoso como Pablo o Pedro, así­ que no parece haber habido ninguna razón para que se le diera ese nombre a menos que fuera cierto. En diferentes épocas, fue un colaborador más joven de Pablo, Bernabé (su pariente; Col. 4:10) y Pedro. Este último lazo puede ser importante. Es probable que Juan Marcos viví­a en Jerusalén, donde seguramente conoció a muchos de los seguidores de Je sús (aunque él mismo era muy joven en ese tiempo para haber sido un seguidor). Si la iglesia en Jerusalén se reuní­a en la casa de su madre (ver Hech. 12:12), es posible que la última cena se realizó allí­. Sin embargo, aun sin todo esto, Juan Marcos habrí­a sido un testigo muy valioso de lo que Jesús dijo e hizo, especialmente durante esa última semana.

La influencia de Pedro
La iglesia primitiva creí­a que Marcos obtuvo muchos de sus datos de Pedro, ya que sabí­an que él mismo no habí­a sido un discí­pulo durante la vida de Jesús. No podemos comprobar este detalle, pero sí­ sabemos que tanto Marcos como Pedro estuvieron en Roma juntos en años posteriores (1 Ped. 5:13). También sabemos que Pedro tení­a la intención de dejar un escrito permanente de sus memorias de Cristo (2 Ped. 1:15). La mayorí­a de los Padres primitivos creí­an que el Evangelio de Mar. fue ese escrito. Ciertamente, muchos de los detalles del Evangelio se explican mejor como me morias personales de Pedro, p. ej.p. ej. Por ejemplo descripciones de incidentes donde sólo Pedro, Jacobo y Juan estaban presentes. Otro indicio posible es que el Evangelio no pone a Pedro en muy buena luz, señalando todas sus flaquezas y fracasos. Ya que Pedro más tarde llegó a ser una persona de tanta importancia en Roma, es difí­cil entender cómo pudieron llegar a ser incluidos en el Evangelio a menos que Pedro mismo hubiese insistido en ello.

Lugar de origen

Si Pedro fue la fuente para el Evangelio de Mar., es muy probable que fue producido en Roma, donde Pedro, con casi plena seguridad, fue martirizado en el año 64 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo La mayorí­a de los escritos primitivos sugieren a Roma, o por lo menos, Italia como el lugar de origen, aunque algunos sugieren Alejandrí­a. Roma era una ciudad desparramada con una población de varios millones.
Tení­a todos los problemas conocidos de los barrios bajos, la contaminación y las comunicaciones. El fondo personal de Marcos era muy parecido al nuestro: esto hace que su libro sea aun más relevante para nuestro dí­a.

Propósito del Evangelio

Marcos da la impresión de que su Evangelio tení­a más de un propósito en su escritura.
1. Hacer que las buenas nuevas fueran accesibles a los gentiles. Roma era una ciudad gentil, aunque allí­ también viví­an muchos judí­os atraí­dos por el comercio y los negocios. Considerando la carta de Pablo a los cristianos de Roma, a la iglesia pertenecí­an tanto gentiles como judí­os y, en ocasiones, los sentimientos mutuos a veces eran tiran tes. Un Evangelio escrito para una iglesia †œmixta† así­ tendrí­a que explicar cuidadosamente las palabras y costumbres judí­as, para que los lectores no judí­os pudieran comprenderlo. Esto es lo que hace Mar. y en ese sentido es un Evangelio para los no judí­os, los gentiles y los de afuera. Esto también explica por qué Mar. no cita tanto el ATAT Antiguo Testamento como lo hace Mat. Los cristianos gentiles de Mar. no habrí­an conocido el ATAT Antiguo Testamento tanto como los cristianos judí­os, ni tampoco hubieran tenido el mismo interés en ello.
Mar. parece haber sido escrito con un propósito misionero, el de esparcir las buenas nuevas a los de afuera: el mundo no judí­o. Naturalmente, tení­a el propósito de la enseñanza también (todos los Evan gelios fueron escritos parcialmente para que los cristianos que ya creí­an en Jesús conocieran más acerca de él; ver Luc. 1:4). Sin embargo, si recordamos este impulso misionero del Evangelio de Mar., servirá de ayuda para explicar muchas cosas. Por ejemplo, revela otra razón para que Marcos evite el uso de palabras †œpropias† del judaí­smo. También explica por qué omite mucho de lo que es verdad y valioso para poder concentrarse en lo que él considera de vital importancia para sus lectores. En todo esto podemos aprender mucho de Mar. en nuestro dí­a. El hecho de que él se identificara con los lectores a quienes procuraba alcanzar resulta admirable cuando recordamos que él era tan judí­o como Mateo. ¿Habrí­a aprendido, cuando era un †œaprendiz de misionero† con Pablo, a contextualizarse con los de †œafuera† para poder ganar a éstos para Cristo? (1 Cor. 9:20). Esta es una lección que los cristianos de este dí­a debemos aprender también: no usar el idioma de los de †œadentro† ya que es sólo confusión para los de †œafuera†.
2. Para animar a los que contemplan la persecución. Roma, siendo la capital imperial y, por lo tanto, estando directamente bajo el ojo del gobierno central, era el lugar donde propiamente podrí­a ocurrir la persecución. Sabemos, tanto por el NTNT Nuevo Testamento (Hech. 18:2) como por la historia romana, que los judí­os habí­an sido objeto de persecución aún antes de que se persiguiera a los cristianos. También sabemos, por escritos romanos, de la gran persecución de los cristianos en Roma bajo Nerón c. 64 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo Muchos cristianos, probablemente incluyendo a Pablo y Pedro, murieron por su fe en esa ocasión. El Evangelio de Mar., con su fondo en Roma, parece haber sido escrito para preparar a los cristianos, estuviesen en Roma o en alguna otra parte, para persecuciones futuras. Lo consigue hablando de los sufrimientos de Cristo y cómo él habí­a predicho sufrimientos similares para sus se guidores. En otras palabras, fue escrito para animar a una iglesia en minorí­a ubicada en un ambiente hostil, por lo que nos habla a nosotros y anima a muchos en nuestro dí­a.
3. Para defender la fe. Marcos, como escritor, podrí­a describirse como un apologista de la fe cristiana. Al igual que Lucas en Hech. él querí­a de mostrar que los cristianos eran buenos ciudadanos del Imperio Romano, no revolucionarios, y que cualquier funcionario romano de buena fe podrí­a darse cuenta enseguida, al igual que la gente término medio, y no cegados por el prejuicio. Marcos aclara que en el caso de Jesús, la acusación de que él era un rebelde en contra de Roma fue inventada y completamente falsa. Marcos querí­a aclarar la verdadera naturaleza del cristianismo y quitar ideas falsas que podrí­an impedir la evangelización. Esta es una tarea importante ante la iglesia de hoy, tanto en paí­ses donde coexisten otras grandes religiones (y los cristianos a veces corren peligro por parte de los lí­deres religiosos †œfundamentalistas†) y en paí­ses llamados supuestamente †œcristianos†, donde hay ignorancia e indiferencia paganas.
4. Para explicar la importancia de la cruz. Marcos está deseoso de evitar no sólo el malentendido polí­tico, sino también el religioso, que era un impedimento mucho más serio al procurar predicar el evangelio, su tarea primordial. El aclara que la muerte de Jesús no fue un accidente trágico, sino parte del plan de Dios desde el principio, y que no sólo lo sabí­a Jesús, sino que se lo dijo a sus discí­pulos. Es cierto que Mar. demuestra que los discí­pulos estuvieron ciegos a todo esto hasta después de la muerte y resurrección de Jesús, pero es otro tema. Marcos, en contraste con Pablo, no da deta lles excepto en dos o tres lugares de por qué Jesús tuvo que morir. Sin embargo, declara que la cruz estaba incluida en el plan original de Dios para la salvación, a pesar de que no cita tanto del ATAT Antiguo Testamento, como otros escritores de Evangelios, para respaldar este hecho. Además, el camino que Dios tení­a para establecer su gobierno sobre la tierra involucrarí­a la muerte del Mesí­as, su elegido. Era un plan escondido y misterioso, y ninguno más que Jesús lo habí­a visto desde el principio. También parece ser el significado de la frase †œel misterio del reino de Dios† en Mar. 4:11. Aun las personas que admiraban a Jesús como un obrador de milagros o, aun como un profeta, no podí­an ver todo esto. Que Dios hubiese escogido hacer llegar su reino por medio de la muerte vergonzosa de su siervo escogido, era una gran piedra de tropiezo tanto para judí­os como gentiles que oí­an la prédica de la iglesia primitiva. Hoy en dí­a sigue siendo un problema para algunos. Por ejemplo, los musulmanes ven una gran piedra de tropiezo que Dios hubiese permitido que un hombre tan bueno, y en realidad un profeta tal, tuviera que morir una muerte tan horrible.
Marcos declara en su Evangelio que Jesús no sólo era un buen hombre, o aun un profeta: era el Hijo de Dios. Lo comprueba, no relatando el nacimiento virginal (que debe haber sido de su conocimiento), sino que demostró cómo Dios mismo proclamó a Jesús como su Hijo en su bautismo y más tarde en la transfiguración.
Jesús nunca dijo a nadie directamente que él era el Hijo de Dios; no lo admitió públicamente hasta su juicio ante el sumo sacerdote. El silencio de Jesús es lo que denominamos el †œsecreto mesiánico†; él esperó hasta que Dios lo revelara a otros; p. ej.p. ej. Por ejemplo Pedro llegó a darse cuenta de que Jesús era el Mesí­as y lo reconoció como tal, pero la idea de que fuera un Mesí­as sufriente seguí­a muy alejada de su mente (Mat. 8:29). Jesús admitió el tí­tulo cuando se le otorgaba a él, pero no que dicho testimonio fuera dado por un demonio.
Parte de la razón que tuvo Jesús para no revelar su verdadera identidad era porque no querí­a ser conocido como un mero obrador de milagros. Esta podrá ser una palabra de precaución para nosotros en nuestros dí­as que en medio de épocas de renovación espiritual en la que todos nos regocijamos, podemos correr algunos peligros. Jesús veí­a su tarea, por otro lado, como la de presentar las buenas nue vas acerca de Dios y su reino, por lo que deseaba que las personas sanadas no divulgaran el hecho de su sanidad. También así­ se explica por qué se retiraba súbitamente de las multitudes cuando corrí­a el peligro de que su misión se transformara en una mera †œcampaña de sanidad† y nada más.
El secreto se supo con claridad ante la cruz. Para Marcos, las palabras del centurión romano (15:39) fueron una confesión de que Jesús era el Hijo de Dios, fuera lo que fuere lo que el centurión quiso decir en aquel momento. La segunda prueba fue la tumba vací­a y el mensaje del ángel en la mañana de la resurrección: el Hijo de Dios habí­a conquistado la muerte y su identidad no tendrí­a que seguir siendo un secreto.

La conclusión abrupta del Evangelio

Una de las caracterí­sticas desconcertantes de Mar. es la forma como concluye tan abruptamente, sin dar los datos completos de todas las veces que Jesús apareció a sus discí­pulos después de su resurrección. Los otros Evangelios dan un cuadro mucho más completo de las apariciones de Jesús posteriores a la resurrección. La terminación más extensa del Evangelio de Mar. (que en algunas versio nes se da separadamente) no aparece en los manuscritos más primitivos y, casi con toda seguridad, no fue escrita por Marcos, sino agregada por creyentes primitivos para redondear el libro. Algunos dicen que la terminación original de Mar. se perdió. Otros sugieren que, posiblemente, Marcos fue martirizado antes de poder terminar el libro, aunque esto no es probable. Lo que es más probable es que Marcos quiso que su Evangelio termina ra de esta manera. No es, como algunos han sugerido, que Marcos querí­a dejar el tema de la resurrección abierto, sino que en su dí­a la evidencia de la resurrección serí­a comunicada de boca en boca por los testigos vivientes. Eso serí­a mucho más real y emocionante; serí­a como si un actor apareciera en persona al terminar el drama.
Los apóstoles fueron los primeros y más importantes testigos de la resurrección (Hech. 10:41). Los otros Evangelios fueron escritos probablemente después de la muerte de los apóstoles de manera que tení­an que dar un relato completo por escrito de las apariciones del resucitado. Esto también puede explicar por qué Marcos no da un recuento completo de las enseñanzas de Jesús como lo hi cieron los otros Evangelios. El esperaba que fuera dado de boca en boca, como aún se hace en muchas partes del mundo de hoy.

La estructura del Evangelio

El Evangelio de Mar. no es solamente una colección de dichos y hechos de Jesús sin ningún plan o relación. Si uno lee todo el Evangelio de Mar. de una vez, se verá lo que decimos. Tiene un plan definido como también un bosquejo, y este comentario muestra cómo se unen las diferentes partes. Primeramente, Jesús tuvo un ministerio amplio durante el cual hizo muchos milagros. En la segunda sección, se retira deliberadamente para estar con sus propios seguidores y enseñarles. La última parte (como un tercio del libro) trata la última semana en Jerusalén, incluyendo el juicio, la muerte y la resurrección.
Gran parte de la enseñanza de Jesús se centraba en el reino de Dios. También contiene un elemento fuerte de realeza en las enseñanzas de Jesús acerca de sí­ mismo a medida que emerge gradualmente hasta que lo encontramos aceptando tácitamente el tí­tulo de †œRey de los judí­os† por parte de Poncio Pilato. En el material del comentario sobre Mar., por lo tanto, la percepción retrospectiva ha sido usada para presentar a Jesús como rey, inaugurando el gobierno de su Padre de una manera real. Esta es una forma de interpretar este relato en desarrollo.
La última semana de la vida de Jesús, para Marcos, obviamente era de gran importancia. En un sentido, todo lo que antecede puede verse como preparación. Esto nos dice que la teologí­a de Marcos es una teologí­a de la cruz. Marcos vivió y escribió después de Pentecostés, por lo tanto, él conocí­a y habí­a sentido al Espí­ritu Santo; sin embargo, en su Evangelio habla muy poco del Espí­ritu, y cuando así­ lo hace siempre está en relación con Jesús. Esto se explica porque él estaba escribiendo de un perí­odo antes de Pentecostés, cuando los discí­pulos habí­an conocido al Espí­ritu sólo en la persona de Jesús. El sabí­a bien que Jesús iba a dar el Espí­ritu a todos los creyentes, y por eso puso las palabras del Bautista al principio de su libro (1:8). Sin embargo, Marcos nunca comete el error de poner Pentecostés en vez del Calvario en el centro de su fe, y nunca aí­sla al Espí­ritu de la persona de Jesús. Este es un peligro que encaramos hoy en el gozo de descubrir nuevamente a la persona y los dones del Espí­ritu. Debemos recordar que la tarea del Espí­ritu es atestiguar de Cristo.
Si recordamos lo que ya se ha dicho, veremos al proseguir cómo las partes del Evangelio encajan bien, aunque no debemos procurar atar todo demasiado para amoldarlo a algún patrón preconcebido. En realidad, si la intención del Evangelio era tanto ser un tratado misionero como una guí­a para enseñar a los nuevos cristianos gentiles, entonces Marcos lo puede haber realizado gradualmente a través de cierto perí­odo. Hasta puede haber habido varias versiones previas a la final que hoy tenemos ante nosotros. Los estudiosos describen esta situación con la expresión de que es una †œsituación de flui dez†. Tampoco podemos pensar en que Marcos fuera publicado en el sentido moderno de la expresión. Probablemente hubo una sola copia del Evangelio al principio, o quizá una sola copia de cada una de las versiones anteriores. Luego pueden ha ber resultado otras copias a mano, enviadas a las iglesias que las pidieran. Así­ paulatinamente habrí­a podido circular. De esta manera, además, Mateo y Lucas (y posiblemente Juan) podrí­an haber visto Mar., y lo habrí­an usado al escribir sus propios Evangelios más tarde.
Solamente cristianos adinerados podrí­an haber hecho una copia para su uso personal, aunque en años recientes los cristianos de China nos han demostrado cómo personas término medio pueden copiar las Escrituras para sí­ mismos en tiempos de necesidad o escasez.
Hemos de dividir el Evangelio en tres secciones principales ya mencionadas, eso es, más o menos los caps. 1–8, 9–10 y 11–16. Pero recordemos que Marcos no usó divisiones en capí­tulos ni versí­culos; él escribí­a todo seguido, y en ocasiones es de ayuda leer el Evangelio de esta manera.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1—8:26 La predicación del reino de Dios
1:1-20 Fundamentos del reino de Dios
1:21—3:35 Señales del reino de Dios
4:1-34 Parábolas del reino de Dios
4:35—8:26 Poderes del reino de Dios

8:27—10:52 El costo del reino de Dios
8:27—9:13 El costo para Jesús
9:14—10:52 El costo para los demás

11:1—16:20 Estableciendo el reino de Dios
11:1—13:37 Advertencias acerca del reino de Dios
14:1-52 Amanecer del reino de Dios
14:53—15:47 Coronación del Rey
16:1-20 Vindicación del Rey
Comentario

1:1-8:26 LA PREDICACION DEL REINO DE DIOS
Esta extensa sección revela a Jesús predicando y sanando ampliamente a través de Palestina. Grandes multitudes acudí­an a él, pero no era meramente una †œalgazara galilea de primavera† como han dicho algunos. No sólo las multitudes no entendieron a Jesús, sino que hubo oposición amarga de los dirigentes religiosos casi inmediatamente y eso le acompañó hasta la cruz. A través de esta época, Jesús mantuvo el †œsecreto mesiánico†; no dijo nada abiertamente de que él era el Hijo de Dios.

1:1-20 Fundamentos del reino de Dios

1:1–8 La proclamación del rey (ver Mat. 3:1–12; Luc. 3:1–18). Hemos visto que Marcos era un evangelista y al igual que la mayorí­a de los evangelistas era franco y †œal grano†. Por ejemplo, él no inicia su libro con un prefacio elaborado, sino que su tema es las †œbuenas nuevas† acerca de Jesús el Cristo (o Mesí­as), el agente escogido de Dios quien además es el Hijo de Dios. Ambos puntos sobresa len gradualmente en el libro. Jesús no los reclamó para sí­ mismo. En realidad, sólo a medida que Dios abre nuestros ojos podemos ver la verdad en lo que Jesús enseñaba y hací­a. El Evangelio de Mar. es la proclamación segura del Mesí­as por uno cuyos ojos espirituales habí­an sido abiertos; por esta razón la sanidad de los ciegos es un cuadro en Mar. de lo que Jesús tiene que hacer para todos.
Las †œbuenas nuevas† ya habí­an sido proyectadas mucho antes por Dios. Mar. cita las profecí­as de Mal. e Isa. como prueba, aunque él sólo menciona a Isaí­as por nombre. Marcos muestra que aquel †œmensajero† profetizado fue Juan el Bautista, mientras que el Señor del v. 3 es Jesús. De manera que Marcos de inmediato equipara a Jesús con Dios, ya que †œSeñor† en el ATAT Antiguo Testamento usualmente sig nifica †œDios†. Estas fueron las mismas causas que los sacerdotes y ancianos usarí­an para crucificar a Jesús. Es imposible quedar neutral cuando enfrentamos a Cristo: ¿serí­a él el Mesí­as y el Hijo de Dios, o no? ¿De qué lado estamos?
Juan el Bautista predicaba la necesidad del arrepentimiento que llevarí­a al perdón de pecados por Dios. Era el tema familiar dado por los profetas de Israel; aun la vestimenta de Juan se parecí­a a la de los profetas. El cambio total del corazón representado por el arrepentimiento debí­a ser demostrado por medio del bautismo. Esto no tení­a nada de nuevo. Los judí­os siempre habí­an tenido lava mientos rituales, especialmente para aquellos que querí­an entrar al judaí­smo provenientes de afuera. Lo nuevo era que Juan decí­a que esto era tan necesario para judí­os como para gentiles. También era nuevo que él anunciara que alguien mucho más grande que él llegarí­a después. Juan sólo bautizaba con agua (un lavamiento simbólico y externo), pero el que vendrí­a después de él limpiarí­a y renovarí­a los corazones por medio del Espí­ritu. En esto radicaba la diferencia total entre la obra de Jesús y la de Juan.
Así­ que, aunque Marcos no cita del ATAT Antiguo Testamento tanto como otros evangelistas, él creí­a con la misma firmeza que las raí­ces del evangelio se encontraban en las Escrituras judí­as. Además, aunque él no habla tanto del Espí­ritu como otros Evangelios, creí­a con la misma firmeza que Jesús era el dador del Espí­ritu a todo creyente, y que el Espí­ritu es un patrimonio para todos, no restringido para algunos pocos, como lo habí­a sido en el ATAT Antiguo Testamento. Al igual que todo judí­o penitente que llegaba a Juan recibí­a su bautismo, todo creyente en Jesús serí­a bautizado por Jesús con el Espí­ritu. Esta es la realidad interior de la cual el bautismo en agua como el de Juan era el cuadro exterior.
Nota sobre el prólogo de Marcos. Existe un debate permanente sobre la función y extensión del prólogo de Mar. Da la impresión que su propósito (como las narraciones del nacimiento en Mat. y Luc. al igual que el prólogo de Juan) es presentar el lector a Jesús con su verdadero significado como Mesí­as e Hijo de Dios antes de comenzar con el relato. Pero ¿dónde termina el prólogo y comienza el Evangelio †œpropiamente†? ¿Será sólo el v. 1 el de la introducción o serán los vv. 1–8? Si la introducción incluye los vv. 2 al 11 entonces la ubicación de Juan el Bautista es muy importante, no sólo como la voz o precursor del Mesí­as, sino también estableciendo el molde para su vida, rechazo y muerte.
1:9–13 Comprobación del rey (ver Mat. 3:13–4:11; Luc. 3:21–4:13). Los reyes y jueces de Israel del ATAT Antiguo Testamento eran elegidos por Dios y ungidos. Las épocas de prueba harí­an ver que en verdad eran elegidos por Dios para la tarea. Así­ fue con Jesús. Vino a Juan para ser bautizado. Esto provocó problemas para algunos teólogos primitivos quienes preguntaron: ¿Por qué fue bautizado Jesús si no tení­a pecado ni necesitaba arrepentirse? A Marcos esto no le causaba problema; él sencillamente escribí­a lo que pasaba, sin comentario. Dado que a veces el bautismo era señal de juicio, es posible que Mar. haya pensado que Jesús aceptaba voluntariamente la senda del sufrimiento que él tendrí­a que atravesar como el Mesí­as (ver 10:38).
En el v. 10, lo más natural es entender él como aludiendo a Jesús, aunque Juan 1:33 parece indicar que el Bautista también vio la visión. La apertura de los cielos es parte del cuadro del ATAT Antiguo Testamento de Dios des cendiendo, pero en esta oportunidad es el Espí­ritu que desciende, como paloma, sí­mbolo de lo manso y pací­fico. Además, es rememorativo del relato de la creación en Gén. 1:2. Algunos herejes primitivos decí­an que Jesús era solamente un hombre en quien descendió el Espí­ritu, pero Marcos ya ha proclamado que es el Hijo de Dios (1:1) y en la ocasión de su bautismo la voz de Dios dice lo mismo.
Algunos manuscritos omiten las palabras Hijo de Dios en 1:1, pero no hay lugar a duda de la presencia de éstas aquí­. La voz del cielo declara que Jesús es el Hijo amado de Dios (en el gr. algunas veces se ha traducido como †œúnico Hijo†) con quien Dios esta complacido. La voz de Dios estaba proclamando la palabra de Dios. Estas palabras combinan el Sal. 2:7 con Isa. 42:1. Vistas juntas, muestran que aunque Jesús era el Hijo de Dios, como siervo él tendrí­a que sufrir y morir para cumplir la obra de Dios, lo que posiblemente refleja lo que Marcos comprendí­a por el bautismo de Jesús, la aceptación voluntaria de esta tarea. Veremos que sus seguidores no estaban dispuestos a aceptar es ta senda para Jesús, y menos aceptarla para ellos mismos. Sin embargo, como nos dice Pablo en Rom. 6:3, todos hemos sido bautizados en la muerte de Cristo, lo que también fue cierto lit.lit. Literalmente para muchos mártires romanos. No hay otra senda en el cristianismo excepto la muerte del yo; Jesús, nuestro precursor, la aceptó deliberadamente.
Jesús aprobó su primer examen aceptando su llamamiento con todo su precio, pero habrí­a que ver si aprobarí­a su segundo examen. El mismo Espí­ritu que él habí­a visto en la visión en la ocasión de su bautismo lo condujo a un lugar solitario, donde tuvo que enfrentar todos los ataques del †œenemigo† o †œel adversario† (significado del nombre de Satanás). Los demás Evangelios dan detalles de las maneras en que el enemigo probó a Jesús: para Marcos fue suficiente hacer ver que el enemigo no lo derrotó. En cierto sentido, esta primer victoria sobre el enemigo perdura a través de todo el ministerio de Jesús: echando demonios, sanando enfermos, y más que nada, rescatando a los aprisionados del enemigo por medio de la predicación de las buenas nuevas. En este sentido, el evangelismo de Jesús es verdaderamente un †œevangelismo de po der† y ese poder es siempre el de la cruz y el de las buenas nuevas.
Como Hijo de Dios Jesús no tuvo que luchar solo; todos los poderes del cielo estaban de su lado, así­ como están del nuestro, aunque sean invisibles. Sabemos lo que es tener un feroz ataque espiritual después de alguna gran experiencia espiritual. Jesús comprende plenamente todo esto, ya que él mismo pasó por ello. En Heb. 5:7 se expresa teológicamente; aquí­ Marcos lo describe explí­citamente. No se mencionan directamente otras pruebas de Jesús, pero podemos notar la reacción que tuvo a la sugerencia de Pedro de que debiera evitar la cruz (8:33), y luego su oración en el Getsemaní­ (14:33–36). El seguirí­a siendo tentado constantemente, al igual que nosotros, para apartarlo de la senda dada por Dios para él. Es posible que ésta sea la manera calmada que Marcos tuvo para mostrarnos la naturaleza de las pruebas de Jesús en el desierto. Para ver un relato más amplio de las tentaciones ver Mat. 4:1–11 y Luc. 4:1–13.
1:14–20 El llamamiento a los seguidores del rey (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 4:12–22: Luc. 5:1–11). Tan pronto como Saúl o David fueron coronados reyes en el ATAT Antiguo Testamento comenzaron a reunir a un pequeño grupo de seguidores fieles, quienes se enfrentarí­an al peligro o la muerte por su causa. Jesús hizo lo mismo, y la realidad del peligro al que se enfrentaba se lee en el v. 14.
Después que Juan habí­a sido encarcelado (donde pronto verí­a la muerte) Jesús resueltamente volvió a Galilea, lejos de la escena de sus primeras experiencias de bautismo y tentación. Su propósito era el de proclamar las buenas nuevas de Dios, eso es, las buenas nuevas del que Dios habí­a enviado, como también las buenas nuevas acerca de Dios: que él está dispuesto a recibirnos y perdonarnos. Dado que esto fue posible por lo que Jesús hizo sobre la cruz, y porque sólo él nos muestra perfectamente cómo es Dios, él mismo es la buena nueva, y el predicar las buenas nuevas es predicar a Jesús. El hacer esto es la meta completa del Evangelio de Mar.: habí­a concluido la gran †œcuenta regresiva† de Dios, y el momento del †œdespegue† habí­a llegado. El reinado de Dios estaba por comenzar sobre la tierra. En un sentido, ese reinado siempre habí­a estado presente, pero ahora es en un sentido más profundo. El reino de Dios se veí­a, primeramente, en la vida de Jesús y luego en las vidas de sus seguidores.
Una de las cosas que Marcos está deseoso de explicar es que la llegada del reino de Dios fue silenciosa, sin haber sido notada por la mayorí­a de la población, ya que el mundo no fue cambiado dramáticamente de la noche al dí­a. Esta verdad y también la manera que Dios escogió para presentar su reino a través del Mesí­as sufriente, son dos cosas que Marcos nos quiere comunicar por medio de su Evangelio. Este es el †œmisterio del reino† que no podemos ver hasta que Dios nos lo revele. Además, por esta razón Jesús no podí­a de clarar abiertamente su condición de Mesí­as: hasta que se dieran cuenta de que el Mesí­as tení­a que sufrir, la población esperarí­a que se portara como un rey de este mundo.
Juan habí­a llamado a las gentes al arrepentimiento y al bautismo; Jesús los llamaba así­: ¡Arrepentí­os y creed en el evangelio! Sin embargo, sabemos por medio del Evangelio de Juan que los discí­pulos de Jesús también practicaban el bautismo (Juan 3:22). Creed en el evangelio significa creer en Jesús. El creer en Jesús es seguirle; así­ fue que él llamó a sus primeros discí­pulos, como sigue llamándonos hoy. Simón y Andrés, Jacobo y Juan todos eran gente término medio que ejecutaban sus tareas ordinarias cuando Jesús los llamó para que llegaran a ser pescadores de hombres. Al estilo de Mar., él da solamente el esqueleto del relato. El Evangelio de Juan nos muestra que estos pescadores habí­an tenido algún contacto con Juan el Bautista antes de llegar a ser discí­pulos de Jesús. No importa la cantidad de preparación que hemos tenido por adelantado, llega un momento para cada uno de nosotros cuando Jesús nos llama personalmente, y debemos decidir si le vamos a seguir o no. Aquí­ Marcos se concentra en ese momento. Estos varones tení­an que decidir dejar todo lo que tení­an, fuera mucho o poco, y seguir a Jesús. Como recompensa, Jesús prometió convertirlos en pescadores o †œatrapadores† para el reino de Dios, ganando a otros para él así­ como él los habí­a ganado en ese momento. Esta atracción de gentes hacia el reino de Dios era el propósito total del ministerio terrenal de Jesús, y por esa razón la predicación de las buenas nuevas; ni las sanidades, ni el echar fuera demonios, estaban en el corazón de su ministerio. Los milagros de sanidad y los exorcismos eran sólo señales del reino, comprobaciones del poder de Dios, como el de su amor.
Nota. Aquí­ hubiésemos esperado una lista de los doce, pero se posterga hasta el 3:13–19. El lector harí­a bien en hallar la cita y buscarla de inmediato.

1:21-3:35 Señales del reino de Dios

En el ATAT Antiguo Testamento, una vez que un juez o un rey hubiese sido ungido, proclamado y otorgado el Espí­ritu de Dios para la tarea, tení­a que salir y demostrar su llamamiento. Este es el propósito de estos capí­tulos. Marcos ha dicho que Jesús era el Mesí­as y el Hijo de Dios, ahora lo demuestra. Jesús ya habí­a vencido al enemigo en el desierto; ahora lo derrota en la vida ordinaria de cada dí­a en Galilea.
1:21–28 Jesús echa a un espí­ritu maligno (ver Luc. 4:31–37; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 7:28, 29). En una sinagoga de Capernaúm, los presentes estaban maravillados de la confianza con la que hablaba Jesús; él era muy diferente a los demás maestros y en sus palabras habí­a una nota de autoridad. Mar. frecuen temente hace notar que las personas quedaban admiradas de lo que Jesús decí­a o hací­a, pero de igual manera hací­a ver, como en este caso, que esto no los llevaba necesariamente a la fe en él. Podrí­amos decir que entraba a sus ca bezas, pero no bajaba al corazón. No solamente los adoradores en la sinagoga se dieron cuenta de la autoridad de Jesús; también se dio cuenta un hombre poseí­do por un espí­ritu inmundo. Esta persona estaba totalmente bajo el poder del enemigo.
Bien se ha dicho que existen dos peligros igualmente grandes al pensar en Satanás. El primero es ignorarlo, o procurar desacreditarlo cientí­ficamente. El segundo es concentrarse en él de una ma nera insana, en vez de concentrarse en el Espí­ritu Santo. Las personas del Occidente han tenido la tendencia de hacer lo primero, pero también puede ser que la experiencia de las guerras mundiales y el derrumbe de la sociedad están obligando a los psicólogos a volver a mirar más profundamente para hallar las causas del mal. La concentración en los espí­ritus inmundos tradicionalmente ha sido el peligro del Tercer Mundo. Ninguno de los dos extremos es bí­blico, y debemos procurar mantener un equilibrio entre los dos.
Puede ser que tratemos de explicar o anular las referencias en la Biblia de aquellos que están bajo el poder del enemigo diciendo que así­ era como hablaban las gentes en una edad no cientí­fica ante las en fermedades corporales o mentales. Aquellos que trabajan en tierras no cristianas o en las que se consideran †œposcristianas†, saben muy bien que existe tal cosa como posesión demoní­aca. En el NTNT Nuevo Testamento se hace una clara distinción entre lo que es la posesión demoní­aca y una enfermedad ordinaria, o aun locura. Por lo general, la Biblia restringe la †œposesión demoní­aca† a los casos donde existe alguna resistencia a Dios, por quien la sanidad podrí­a ocurrir. Tenemos que tener mucha cautela de no usar la expresión demasiado amplia o livianamente, pero de igual manera no debemos rechazarla del todo.
En el comienzo del Evangelio de Mar. se ve a Jesús luchando en un conflicto con el enemigo y que ha de continuar a través de su ministerio. La Biblia aclara que hasta que Cristo no nos liberte estamos to dos bajo el poder del enemigo en grado mayor o menor, al igual que los cristianos están en grado mayor o menor bajo el control del Espí­ritu Santo. En ocasiones hay quienes (como bien lo saben los cristianos del Tercer Mundo) están tan entregados al enemigo que puede decirse que están †œposeí­dos†. Al otro extremo está la †œllenura† del Espí­ritu Santo (Ef. 5:18). El hombre de la sinagoga de Capernaúm estaba totalmente controlado por el espí­ritu maligno, quien reconoció de inmediato la autoridad de las enseñanzas de Jesús y reaccionó violentamente. Hemos de notar que en la Biblia el echar espí­ritus malignos no es algún rito de magia, requiriendo encantamientos y nombres (como en otras religiones), sino que es la presentación de las buenas nuevas de Jesús a la persona interesada. Este es el significado de echar demonios †œen el nombre de Jesús†, no una mera repetición mecánica del nombre mismo. Por eso la palabra †œexorcismo† no es buena porque hace pensar en algún encantamiento. La única clase de exorcismo que es duradera es reemplazar al enemigo poniendo a Jesús en el centro de nuestras vidas. Algo menos que esto conducirá sólo a tener problemas mayores (Mat. 12:45).
La interrupción violenta de aquel hombre en el v. 24 llegó en respuesta a la predicación de las buenas nuevas por Jesús en la sinagoga ese dí­a. El enemigo en su interior reconoció de inmediato a Jesús como el Santo de Dios (que, por lo menos, era un tí­tulo mesiánico, si no uno divino). Jesús no aceptaba tal testimonio forzado contra la voluntad del hombre; no era el testimonio del Espí­ritu Santo. De manera que reprendió y echó fuera al espí­ritu (25). Aun esta exhibición de poder sólo produjo asombro a los que lo presenciaron, que no eran seguidores. Es posible que el hombre mismo llegara a ser seguidor de Jesús después de su sanidad.
El testimonio del espí­ritu inmundo como el que hemos visto aquí­ está en marcado contraste con la confesión de Pedro (8:29), que de muchas maneras sirve de punto culminante de todo el Evangelio.
1:29–34 La sanidad de los enfermos (ver Mat. 8:14–17; Luc. 4:38–41). Marcos ha presentado a Jesús echando demonios como una señal del reino de Dios, ahora lo presenta sanando a los enfermos. La suegra de Pedro fue sanada de una fiebre esa misma tarde del sábado, en su propio hogar (¿serán detalles que le debemos a Pedro?). Sigue, al atardecer, cuando se puso el sol (es decir, no siendo ya el sábado cuando el †œtrabajo† de sanar a los enfermos era permitido) parecí­a que toda Capernaúm estaba reunida a la puerta, trayendo a los enfermos y los endemoniados. Marcos hace una distinción entre los dos grupos, pero Jesús sanó a los dos. Cuando Marcos dice que muchos fueron sanados, no quiere decir que algunos no fueron sanados, sino que sólo se está refiriendo a la cantidad de sanidades. De nuevo, Jesús rehusó el testimonio de los demonios y los echó fuera.
Un detalle que sobresale de este relato es cómo una mujer que habí­a sido sanada demostró su amor y gratitud hacia Jesús de inmediato y en formas prácticas dio de comer tanto al Señor como a una docena de sus discí­pulos hambrientos. No todos podrán predicar, pero todos pueden amar y servir en algo.
1:35–39 Jesús en oración (ver Luc. 4:42–44). Jesús, ahora un famoso sanador y expulsador de demonios, podrí­a haber aprovechado esta circunstancia. Nosotros también nos enfrentamos con las mismas presiones de escoger lo que el mundo espera en nuestras †œcampañas de sanidad† o en las †œconcentraciones de milagros† de hoy.
En esta oportunidad vemos cómo Jesús desapareció calladamente a un lugar apartado para orar (35). Simón y otros pensaron que él estaba cometiendo un errror y perdiendo la gran oportunidad que la publicidad reciente le habí­a otorgado. Esta no serí­a la última vez en que los pensamientos de Simón serí­an pensamientos humanos, no los de Dios (8:33). Jesús rehusó ser el objeto de los que lo buscaban como mero obrador de milagros; él querí­a ser re conocido como el Salvador. La manera de obtenerlo serí­a predicar las buenas nuevas, y Jesús se dedicó a hacerlo en los pueblos vecinos. Por lo tanto, se hizo acompañar de sus discí­pulos en una gi ra por las sinagogas de la bien poblada Galilea predicando la Palabra, echando fuera los demonios y sanando a los enfermos. El echar fuera a los demonios es algo fundamental ya que afecta el alma, mientras que las sanidades fí­sicas sólo prolongan la vida terrenal por un tiempo.
1:40–45 La sanidad de un leproso (ver Mat. 8:1–4; Luc. 5:12–16). La palabra lepra abarcaba muchas enfermedades de la piel como también la lepra misma. Aislaban a los sufrientes de tener contacto con otras personas, ya que los leprosos eran considerados ceremonialmente inmundos. En realidad, la actitud hacia la lepra en esos dí­as era casi la misma que con el SIDA de hoy, una mezcla de temor y desprecio. La lepra, con frecuencia, se veí­a como el castigo de Dios por el pecado, así­ que aunque este hombre no dudaba del poder de Jesús para sanar, dudaba de su voluntad de hacerlo. El no debiera haber dudado porque (según se declara repetidamente en Mar.) Jesús fue movido a compasión por él: lo tocó y lo sanó. El efecto que tuvo Jesús al tocarle debe haber sido tremendo. No sólo Jesús se arriesgó al contagio, sino que deliberadamente llegó a ser †œinmundo† religio samente para que aquel hombre pudiera llegar a ser limpio. ¿Serí­a que Marcos tuvo la intención de que esto representara lo que Jesús harí­a para todos nosotros en la cruz?
Jesús rehusó esta oportunidad para tener mayor publicidad. El le dio dos advertencias firmes de lo que debí­a hacer. La primera era que fuese a los sacerdotes para que le dieran un †œcertificado de buena salud†, sin lo cual no se le permitirí­a volver a formar parte de la sociedad y unirse en la adoración a Dios. La segunda era no decir nada a nadie de su sanidad. Como muchos de nosotros, el hombre pensó que sabí­a más que Jesús, así­ que a todos les hablaba de su sa nidad. ¿Será posible que él haya disfrutado de la publicidad para sí­ mismo? El resultado de esa desobediencia fue que Jesús ya no podí­a entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba afuera en lugares despoblados.
Por la actitud de Jesús, no nos maravilla que la iglesia cristiana fue pionera en la obra de amor, misericordia y sanidad a los leprosos, cuando todo el mundo los rechazaba. ¿Qué diremos de los que padecen el SIDA en nuestros dí­as? ¿Se verá el mismo amor y compasión por ellos por parte de los cristianos? ¿Qué harí­a Jesús?
2:1–12 La sanidad de un paralí­tico (ver Mat. 9:1–8; Luc. 5:17–26). El relato que sigue no revela los resultados de las acciones que realizó el leproso sanado. Cuando Jesús se aventuró a volver a Capernaúm, la casa se abarrotó de gente, supuestamente por aquellos que querí­an ser sanados. Sin embargo, él siguió predicándoles las buenas nuevas, ya que ése era su propósito. Por lo tanto, le puede haber causado la tentación de sentir irritación cuando cuatro hombres, deseosos de ver sano a un amigo, lo bajaron por el techo que habí­an descubierto justo enfrente de él durante su enseñanza. Jesús sólo vio la fe. Nunca habrí­a hecho alguna sanidad sin fe, fuera por parte del paciente o de otros. Aquellos cuatro amigos pueden haber pensado que harí­an volver a Jesús de su prédica †œinútil† a la sanidad †œpráctica†. En vez de sanarlo de inmediato, Jesús le perdonó sus pecados públicamente. Podemos imaginarnos la desilusión de aquellos hombres. Jesús vio que esto era lo que más deseaba y le hací­a más falta a aquel enfermo. El nunca dijo que toda enfermedad estuviera relacionada direc tamente con el pecado, como lo creí­a la mayorí­a de los judí­os, y aun algunos cristianos todaví­a lo creen. La mayorí­a de los médicos de hoy está de acuerdo en que muchas enfermedades se relacionan indirectamente con nuestro es tado mental y que un sentido de culpabilidad subyace en algunos malestares. Es posible que en este caso fuera así­.
El relato podrí­a haber terminado aquí­ (ya que en el gozo del perdón de los pecados, al hombre no le podrí­a haber importado si fuese sanado fí­sicamente o no) si no hubiera sido por algunos de los escribas que estaban allí­. Estos, correctamente, se dijeron a sí­ mismos que sólo Dios puede perdonar pecados, de manera que Jesús estaba blasfemando, asumiendo ese derecho para sí­. No se les ocurrió preguntar si él era más que mero hombre. Los Evangelios no acallan la perspicacia de Jesús, y él, conociendo sus pensamientos no expresados, preguntó algo muy obvio: ¿Serí­a más fácil perdonar pecados o rea lizar la sanidad? La respuesta que no fue expresada era que no habí­a manera de comprobar la realidad del perdón, pero era fácil comprobar la realidad de la sanidad. Para comprobar que él tení­a el poder para perdonar, y como una señal del reino, Jesús sanó al paralí­tico. Contra esto no podí­a haber argumento. Nuevamente, lo que siguió fue asombro pero, aparentemente, no produjo fe en él.
Jesús se refirió a sí­ mismo indirectamente como el Hijo del Hombre, lo que resulta deliberadamente vago. En Mar. esta es la manera usual de Jesús al describirse a sí­ mismo. Este tí­tulo podrí­a usarse de di versas maneras, p, ej. ya sea refiriéndose al †œhombre mortal† (a manera de representante de la humanidad), o haciendo eco de la figura celestial de Dan 7:13, bajando del cielo para ejercer su gobierno.
Con eso comienza otro tema en Mar.: la oposición de los dirigentes religiosos hacia Jesús. Así­ como rechazaron a Juan, rechazarí­an a Jesús. El pueblo común, no cegado por los prejuicios, oí­a las dos cosas y recibí­a las buenas nuevas.
2:13–17 El llamamiento de Leví­ (ver Mat. 9:9–13; Luc. 5:27–32). Aquí­ tenemos otra señal del reino: Jesús habí­a echado fuera demonios y habí­a sanado enfermos, ahora demuestra que él puede sanar almas enfermas también. El relato comienza con la enseñanza de Jesús. Mar. nunca presenta un contenido tan amplio de esas enseñanzas como Luc. o Mat.; para él las buenas nuevas del reino de Dios eran la médula. El efecto de Jesús sobre Leví­ no fue asunto de algún poder hipnótico o alguna personalidad magnética, como creen tener algunos lí­deres de cultos falsos de hoy. Es solamente que Marcos ha reducido el relato al mí­nimo, conservando sólo los puntos esenciales.
No podemos abarcar toda la maravilla del llamamiento de Leví­ si no recordamos todo lo que implicaba ser un †œcobrador de impuestos† en aquellos dí­as. Significó todo lo que representan los †œusureros† de nuestros dí­as, con el agregado de que era un colaboracionista ya que trabajaba para el poder imperial o para Herodes, el dictador local tan odiado. Los cobradores de impuestos, generalmente, eran codiciosos, deshonestos e inmorales. Aun peor, para el ju dí­o eran personas ceremonialmente inmundas por mezclarse constantemente con gente no judí­a. ¿Quién sino Jesús llamarí­a a un hombre así­ para ser su seguidor? Si Leví­ es igual a Mateo (aunque Marcos no lo dice), ¿quién sino Jesús escogerí­a a tal hombre para ser un apóstol? Jesús fue a una cena a la casa de Leví­; y esto escandalizó a los maestros de la ley quienes lo vieron como sobrepasándose. Esto fue porque la casa estaba colmada de muchos publicanos y pecadores; sin tener siquiera a una persona †œjusta† entre ellos. †œPecadores† puede haber sido una referencia amarga a los mismos cobradores de impuestos, o también podrí­a aludir a las otras personas salidas de los márgenes de la sociedad quienes también acudí­an a Jesús para obtener el perdón y una vida nueva.
Los maestros de la ley preguntaron a los discí­pulos de Jesús ¿por qué se portaba él así­? Jesús los oyó y contestó diciendo que era de esperarse que los médicos se asociaran con personas enfermas, de igual manera era natural que él se rozara con pecadores. El propósito í­ntegro de la llegada de Jesús era llamar a tales pecadores a un cambio de corazón y vida (17). A aquellas personas ya satisfechas en su justicia y en sus personas, él no tení­a nada que ofrecerles, ya que la única manera de entrar al reino de Dios era como pecadores arrepentidos. ¿Llegan a nuestros templos los usureros, los estafadores y las prostitutas en nuestros dí­as? ¿Acaso les darí­amos la bienvenida si llegasen penitentemente y con fe? ¿Acaso reaccionarí­amos de igual manera que lo hicieron aquellos maestros de la ley? ¿Nos avergonzarí­amos y no darí­amos la cara?
2:18–22 Lo antiguo y lo nuevo (ver Mat. 9:14–17; Luc. 5:33–39). La conducta no ortodoxa de Jesús no sólo causó la crí­tica de las autoridades religiosas, también confundió a la gente común. Querí­an saber por qué a los seguidores de Jesús, a diferencia de los seguidores de los fariseos y de Juan el Bautista, parecí­a que no les preocupaban algunos de los rituales del judaí­smo, p. ej.p. ej. Por ejemplo los dí­as de ayuno semanal. Tales prácticas, aunque no presentes en la ley de Moisés, habí­an llegado a ser muy importantes para los judí­os. Jesús dio una respuesta rápida: nadie hace ayuno en la fiesta de boda. El ayuno muestra tristeza, y si hubiese tristeza, serí­a después de la fiesta, al retirarse el novio. Esto puede haberse asemejado a algún dicho popular (como lo de los médicos y las personas enfermas más arriba), pero Jesús estaba pensando en sí­ mismo cuando habló del novio. Las palabras cuando el novio les será quitado implican violencia (si no muerte), así­ que es posible que Jesús hablaba de la cruz, trayendo tristeza a todos.
Aquí­ surge un tema que abarca más que el ayuno solamente. Si Jesús traí­a una vida espiritual renovada, ¿podrí­a ésta ser contenida dentro de las antiguas formas del judaí­smo, o harí­an falta formas nue vas? Este es el problema que encara la iglesia en muchas partes del mundo de hoy donde hay renovación carismática o movimiento de renovación. Algún acomodo y ajuste debe ocurrir o seguirán las divisiones y los quebrantamientos de compañerismo, como tristemente ya ha ocurrido, con grandes pérdidas para ambos bandos. Jesús nunca condenó el ayuno; él mismo ayunaba. El ayuno judí­o formal y obligatorio no se encuadrarí­a en la libertad y espontaneidad de la nueva vida que él trajo. ¿Es posible que estemos apagando la nueva vida por las formas antiguas, por más cariño que tengamos por ellas? Algunas formas tendremos, pero ¿acaso he mos elaborado formas nuevas y serán satisfactorias?
2:23–28 Señor del sábado (ver Mat. 12:1–8; Luc. 6:1–5). Tenemos la impresión, dadas las crí­ticas hacia Jesús, que una de las señales del reino de Dios es la oposición por parte de aquellos que son ciegos al reino. En este pasaje la oposición fue porque los discí­pulos de Jesús, quienes tení­an hambre, arrancaron espigas en sábado con lo que quebrantaban la serie complicada de leyes sabáticas. Jesús contestó a los fariseos citando ejemplos de las Escrituras que éstos no podí­an negar. El gran rey David quebrantó mucho más las leyes sabáticas cuando se vio en necesidad, y nadie le culpó. La ironí­a de decir: ¿Nunca habéis leí­do? a personas que eran consideradas expertas en las Escrituras es obvia, Jesús sabí­a valerse de tal ironí­a en momentos de argumento. El sumo sacerdote de la época en que David tomó esa acción era Ajimelec, el padre de Abiatar, pero el nombre no es pertinente al relato.
Algunos rabí­es en verdad creí­an y enseñaban que los humanos habí­an sido creados para observar el sábado. Jesús demostró lo absurdo de esto, enseñando que el sábado era la provisión cariñosa de Dios hacia nosotros para el descanso y la adoración. Nuevamente, Jesús usó el tí­tulo enigmático de Hijo del Hombre, quien, según él, era el Señor (o dueño) del sábado. Esto podrí­a interpretarse como significando que todos los humanos tienen el derecho de decidir cómo se ha de usar el sábado. Sin embargo, serí­a más al caso que Jesús se estaba refiriendo a sí­ mismo como el que tení­a el derecho de decidir. Si esto fuere así­ entonces, con toda claridad, él estaba haciéndose igual a Dios, quien habí­a establecido el sábado. Nuevamente, Marcos se refiere al asunto de quién es el Hijo del Hombre, y en verdad, de quién es Jesús. El asunto presenta cada vez más urgencia.
¿Cerraban los ojos deliberadamente a la verdad aquellos que se oponí­an a Jesús? Si una persona no acepta a Cristo y sus reclamos acerca de sí­ mismo, luego quizá se opondrá más y más amargamente como lo hicieron las fariseos y los maestros de la ley. Este es el lado negativo de la ley de la respuesta espiritual a la cual Jesús aludió con frecuencia. Cuanto más respondemos a la verdad, tanto más vamos a entenderla y recibirla. Cuanto menos respondemos a la verdad (ignorándola o cerrando los ojos ante ella), tanto menos vamos a entender. Esta es una verdad fundamental que hallamos en las parábolas de Jesús.
3:1–6 El hombre paralizado (ver Mat. 12:9–14; Luc. 6:6–11). Los que se oponí­an a Jesús encontraron otra oportunidad para acusarle de haber hecho caso omiso del sábado cuando sanó al que tení­a la mano paralizada, para el cual no parecí­an tener ninguna piedad. Los rabí­es sólo permití­an sanar en sábado cuando eran casos de vida o muerte, y claramente este no era el caso. Jesús no hizo ningún esfuerzo por evitar la trampa, como lo podrí­a haber hecho. En su lugar, pidió al hombre que se parara ante todos ellos y le preguntó algo que llegaba a la médula del asunto. Evidentemente el dejar a esa persona sin sanar, dado que Jesús tení­a el poder para sanarlo, era hacer un mal. El hacer el bien en sábado era, obviamente, el proceder correcto y con seguridad la ley del sábado no lo prohibí­a. (La segunda parte de la pregunta de Jesús, ¿Salvar la vida o matar?, es una manera más fuerte de decir lo mismo.) Los fariseos no podí­an responder sin condenarse a sí­ mismos, así­ que permanecieron en silencio. Mar. dice que Jesús los miró con enojo, dolido por la dureza de sus corazones. Dado que éste es uno de los pocos lugares donde Marcos alude al enojo de Jesús, es importante saber la causa.
La sanidad de este hombre en sábado fue el momento en que dos bandos que nunca se hubieran aliado, los fariseos y los herodianos, decidieron destruir a Jesús y tomaron consejo contra él, cómo destruirlo. Si no creemos en Jesús tenemos que terminar crucificándolo. Marcos nos advierte de esta elección desde el comienzo de su Evangelio. Los fariseos eran los †œfundamentalistas religiosos† de su dí­a, mientras que los herodianos, desconocidos fuera de Mar., parecen haber sido un partido secular, apoyando la dinastí­a de Herodes. Esta fue una combinación de cinismo y oportunismo polí­tico, algo que se nota en el mundo donde hay oposición al evangelio. El enemigo usa cualquier herramienta que puede.
3:7–12 Llegan las multitudes (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 12:15–21; Luc. 6:17–19). A pesar de que los maestros religiosos lo habí­an rechazado, las multitudes no; a veces las personas comunes pueden ver las cosas espirituales antes que los teólogos †œciegos† que no ven. Las multitudes siguieron acudiendo a Jesús, probablemente buscando sanidad en la mayorí­a de los casos. En esta oportunidad, habí­a tantos que Jesús tuvo que sentarse en una barca para poder enseñar a las gentes que estaban en la orilla. También sanó a los enfermos y echó fuera demonios, y no les permití­a hablar. Los espí­ritus malignos reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios. Dios habí­a di cho en su bautismo (1:11) que Jesús era su †œHijo†, y el oficial romano le darí­a el mismo tí­tulo ante la cruz (15:39). Jesús mismo lo aceptó ante el sumo sacerdote en la hora de su juicio, no habiendo necesidad de esconderlo más. El secreto mesiánico pronto serí­a revelado para que todos lo conocieran (14:62).
3:13–19 Elección de los Doce (ver Mat. 10:1–4; Luc. 6:12–16). Sabemos por los otros Evangelios que Jesús subió al monte a orar porque debí­a tomar una decisión muy importante. El mismo Hijo de Dios necesitaba hallar un lugar donde pudiera estar a solas con Dios, ya que no habí­a silencio en ninguna otra parte. Jesús nos ha enseñado a buscar la soledad para orar si es posible (Mat. 6:6).
Cuando Jesús nos llama a responder, su amor nos obliga a seguirle. Estos doce eran el †œequipo† de Jesús (como podrí­amos decir de algún equipo deportivo de hoy) señalados para trabajar con él y unos con otros. El hace alusión en términos de su familia más amplia en los vv. 31–35. Mar. en ningún lugar los denomina †œapóstoles†, aunque este es el nombre por el que fueron conocidos más tarde. Por esta razón algunos mss.mss. Manuscritos omiten esta palabra aquí­. Pero, si usamos el nombre o no, ellos fueron los misioneros de Jesús; y el misionero Marcos lo sabí­a muy bien. Podemos observar lo que significa †œapóstol† en el v. 14. Jesús escogió a estos va rones para enviarlos a predicar las buenas nuevas, al igual que lo estaba haciendo él. Sin embargo, antes de que estuvieran listos para predicar las buenas nuevas tendrí­an que pasar tiempo con Jesús para aprender a modelar la vida de ellos por la de él. Si no seguimos el ejemplo de ellos, nuestra predicación será como altoparlantes propagando fuertemente algo sin sentido.
Además, tuvieron que demostrar el poder de Jesús y el Espí­ritu conquistando al enemigo, como lo habí­a hecho Jesús. El les habí­a dado su poder para echar fuera los demonios (Mat. agrega el poder para sanar enfermedades en su nombre). Ambas cosas eran señales de la llegada del reino de Dios. Es importante tomar nota de que Jesús compartió su poder con humanos muy imperfectos, como nosotros. En realidad, Marcos, en todo su Evan gelio, enfatiza las imperfecciones de los doce y en particular las de Pedro, quien de muchas maneras era el lí­der. Al hacerlo, Marcos simplemente estaba estableciendo los hechos; no estaba procurando minimizar a los apóstoles, como algunos han sugerido. Hace que la gracia de Dios sea tanto más maravillosa (como lo vio Pablo; 2 Cor. 4:7) ya que no hay superhombres ni supermujeres en el NTNT Nuevo Testamento, solamente pecadores salvos por gracia. Los demás evangelistas querí­an mitigar el impacto de algunos de los relatos, pero Marcos quiere mostrarnos que los apóstoles eran humanos tal como nosotros, con todas nuestras debilidades. Los †œsantos† del NTNT Nuevo Testamento no tie nen aureolas relucientes en derredor de sus cabezas; ¡esto fue una invención de la iglesia más adelante!
Otro detalle que recalca lo †œcomún† de los apóstoles era que la mayorí­a tení­a sobrenombres, algunos dados por Jesús mismo. En la mayor par te del mundo, las personas son conocidas por sus sobrenombres que describen su manera de ser en vez de sus verdaderos nombres. Estos discí­pulos eran gente real.
Así­ que tenemos a Simón, a quien Jesús le dio el sobrenombre de †œPedro† o †œla roca†; luego Jacobo y Juan, a quienes denominó hijos del trueno (o †œRayos y Centellas†, como decimos hasta hoy). Tomás fue llamado †œel mellizo†, y otro Simón fue llamado †œel Zelote† que puede haber sido una referencia a su †œcelo† por la causa nacionalista de Israel. El sobrenombre de Judas, †œIscariote† también puede haber estado conectado con el mismo mo vimiento. Cuando recordamos al jactancioso Simón, quien negó a Jesús, a Tomás quien dudó de él, a Jacobo y Juan quienes fueron ambiciosos, y a todos los demás discí­pulos, quienes salieron corriendo asustados cuando Jesús fue detenido, no estamos glorificando sus flaquezas, sino al Dios que puede usar a gente débil como ellos, y como nosotros (2 Cor. 12:9).
3:20–30 Blasfemia en contra del Espí­ritu (ver Mat. 12:22–37; Luc. 11:14–23). Aun la familia de Jesús pensó que él estaba fuera de sí­. Muchos de los siervos más fieles de Dios, desde Pablo hasta John Sungel, gran evangelista del Asia sudoriental, se han enfrentado con esta misma acusación. Pero los escribas que habí­an descendido de Jerusalén en una comisión especial de investigación, se sobrepasaron en su afán de desquite. No dijeron que Jesús estaba loco, sino que estaba poseí­do por los demonios. Beelzebul parece ser aquí­ otro nombre para Satanás. Para más estudio sobre el nombre véanse comentarios más amplios. La Biblia enseña que tenemos sólo un enemigo espiritual, aunque éste tenga muchos sirvientes; y él es un enemigo ya derrotado.
Es difí­cil creer que aun los maestros de la ley pensaran que tal acusación fuera verdad; por esta razón la censura de Jesús fue tan severa. Primeramente, Jesús muestra la estupidez de la sugerencia de una †œguerra civil† dentro del mismo Satanás. Luego señaló que la expulsión de demonios significaba una victoria sobre el enemigo, no asociarse con Satanás. Por último, dio una severa advertencia acerca del único pecado imperdonable en la Biblia: el pecado en contra del Espí­ritu Santo. Esto parece ser cerrar deliberadamente el corazón y la mente al testimonio del Espí­ritu acerca de Jesús, algo que los maestros habí­an demostrado en su culpabilidad. El torcimiento de la verdad tan deliberado y a propósito hace que el arrepentimiento y la salvación sean imposibles, ya que se ha cerrado la única puerta de la salvación que Dios ha abierto. No es que Dios no esté dispuesto a perdonar, sino que tal persona no quiere recibir el perdón del Señor. Si aún tememos que seremos culpables, es una señal clara de que no hemos cometido el peor de los pecados y que no estamos en peligro de cometerlo. En verdad, como ha sido dicho muchas veces, lo marcado está del otro lado: la preciosa verdad es que todos los demás pecados pueden ser per donados. El sostener fuertemente estas verdades ha de ayudar a muchas almas sensibles a no tener agoní­a, especialmente a aquellos que, en tiempos de persecución, han sido obligados a blasfemar contra Cristo. Podemos recordar a Saulo de Tarso, quien procuraba hacer blasfemar a los primitivos cristianos de origen judí­o (Hech. 26:11), o a las dictaduras de diversas clases en nuestros dí­as. Pedro blasfemó y juró que él no conocí­a a Jesús, y si él pudo arrepentirse y ser perdonado, igualmente nosotros podemos ser perdonados.
De suma importancia especialmente en un mundo donde Satanás parece tan poderoso, es que nos demos cuenta de que el enemigo ya ha sido derrotado. Cada vez que en el Evangelio de Mar. Jesús echa fuera a Satanás de la vida de un hombre o una mujer y libera a la persona de ese poder, tenemos otra prueba más. La derrota de Satanás es segura a pesar de que aún pueda demostrar su poder en religiones no cristianas (los cristianos del Tercer Mundo sabrán que mientras pueda haber algo de verdad en esas religiones, también con frecuencia tienen algo de demoní­aco), con †œmagia† y †œencantamientos†, o en el avivamiento del satanismo y de lo oculto en el mundo occidental de hoy. El fuerte ya ha sido conquistado y atado: la batalla ya ha sido peleada y ganada, y ahora sólo hay operaciones de †œlimpieza†. La referencia a las posesiones desaparecidas indica que aquellos que eran poseí­dos por el enemigo anteriormente ahora pueden ser libres.
3:31–35 La familia de Jesús (ver Mat. 12:46–50; Luc. 8:19–21). Los malentendidos del reino de Dios y sus demandas continúan. En el v. 21 aun su propia familia habí­a pensado que Jesús habí­a perdido la cordura y querí­an llevarlo al hogar. En esta ocasión, su madre y sus hermanos vinieron a buscarlo; ¿serí­a por la misma razón? Tanto éstos como la multitud hubieran asumido que Jesús interrumpirí­a su enseñanza de inmediato y saldrí­a a verlos, por el respeto a los padres que era uno de los diez mandamientos. En cambio, Jesús señaló a una lealtad y a un orden mucho más básico, un reclamo por parte de Dios que era mucho más profundo que los reclamos de una familia terrenal. Las prioridades del reino de Dios son diferentes, y han de resultar como piedra de tropiezo ante el mundo. Jesús dijo que aquel que hace la voluntad de Dios (notemos el contraste entre lo meramente †œoí­do† y lo †œhecho†) es de mayor intimidad para él que cualquier familiar de relación sanguí­nea. Recordemos que aun sus familiares no creí­an en él, y aun Marí­a no lo comprendí­a completamente, o ella no hubiera hecho este viaje. Esta palabra dará consuelo grande a algunos de nosotros que fuimos rechazados por el hogar y la familia cuando llegamos a ser cristianos, pero quienes encontramos en esta †œfamilia de Cristo† amor y apoyo. No significa que Jesús abandonó el amor y el cuidado de su madre, o que los cristianos no tienen responsa bilidades con sus propias familias que no aceptan a Cristo. Lo único es que Jesús debe siempre ser primero, sin importar cuánto dolor nos cause a nosotros o a otros. Sólo los que aman a Cristo más que a sus familiares más cercanos y queridos pueden ser sus discí­pulos.
Sin embargo, esto es totalmente diferente de las enseñanzas de diversos grupos religiosos que insisten en una separación fí­sica total de los miembros de sus familias quienes no se unen a dicha secta. Hay algunos grupos cristianos extremos que también sostienen este concepto erróneo.

4:1-34 Parábolas del reino de Dios

Esta sección es un ejemplo de cómo era la enseñanza de Jesús. El usaba muchas parábolas, ilustraciones ví­vidas de verdades espirituales, tomadas de la vida diaria. Los que predican el evangelio al aire libre, especialmente en el Tercer Mundo, saben bien el valor de este método. Cautiva y mantiene el interés de oyentes comunes y si se concentran los conducirá a ver la verdad espiritual. De otra manera, disfrutarán el relato meramente, sonreirán y lo olvidarán, como sucedió con frecuencia en los dí­as de Jesús.
4:1–20 Sembrando la semilla (ver Mat. 13:1–23; Luc. 8:1–15). De nuevo Jesús se refugió de la multitud subiéndose a una barca anclada a unos me tros de la playa. Esta no era la primera vez que Jesús usaba parábolas, ya que 2:17, 19 y 21 eran breves parábolas del mismo tipo. Sin embargo, ésta es la primer parábola relatada ampliamente y explicada en detalle. Esta parábola del sembrador que salió a sembrar es un cuadro ví­vido de la predicación del evangelio. Explica que la diferencia en los resultados depende de la naturaleza del corazón humano al recibir el evangelio. Debemos recordar que una parábola no es igual a una alegorí­a (rara vez usada en la Biblia, si acaso). En una alegorí­a, cada detalle tiene algún significado espiritual, mientras que en una parábola muchos detalles no serán de importancia; lo que comunica el mensaje es el relato completo.
Puede haber habido o no un sembrador galileo sembrando sobre la ladera de la montaña en aquel momento: en este caso, la ilustración hubiera sido aun más ví­vida. El detalle de importancia es que, a medida que predicaba, Jesús mismo estaba sembrando la Palabra, y los oyentes estaban respondiendo en las diferentes maneras que él las describí­a; todos ellos formaban parte de la parábola.
Sólo uno de los cuatro tipos de terrenos mencionados resultó ser productivo, pero serí­a injusto culpar al sembrador por esto, como lo han hecho algunos comentaristas demasiado celosos (†œél debie ra haber preparado mejor el suelo†, †œdebiera haber sembrado solamente en la buena tierra†). El sembrador tiene que haber sabido que algunas partes de su tierra eran mejores que otras, pero les estaba dando a todas una misma oportunidad; y probablemente era la única tierra que tení­a. Sólo los resultados de la cosecha mostrarí­an cuál era la buena tierra, lo que producirí­a una cosecha abundante. Se nos dice que una cosecha al diez tantos era buena en Palestina; pero aquí­ la tierra buena rindió a cien tantos. Así­ que podemos ver que el énfasis final de la ilustración fue positivo, y no negativo, una pro mesa que nos anima, no sólo una advertencia para tranquilizarnos.
Nos parecerá extraño en nuestro dí­a que los doce completamente fracasan en entender la parábola (recordamos la frecuencia con que Mar. los coloca en esta luz), pero nosotros siempre hemos conocido la explicación que ellos recibieron hasta más tarde. Jesús, con frecuencia, explicaba las cosas después y en privado a sus discí­pulos. Hubiera sido inútil explicar el significado de la parábola a aquellos que ni siquiera habí­an dado el primer paso de pen sar seriamente en la ilustración. Los doce demostraron que estaban listos para la explicación pidiéndola. Por esa razón Jesús advirtió a sus oyentes que escucharan atentamente (9).
En un sentido, esta parábola es la clave para todas las demás parábolas, ya que en todas ellas Jesús predica, o sea, siembra la palabra. La cita de Isa. que aparece en el v. 12 no significa que Dios es conde deliberadamente la verdad; si esto fuera así­ ¿cuál serí­a el sentido de tener parábolas? Lo que se expresa como el propósito de las parábolas es, en realidad, una observación de la manera en que funcionan en la práctica. A pesar de todo lo que ven y escuchan, algunas personas no van a ver ni comprender; si así­ fuera, se volverí­an a Dios para recibir su perdón. Isaí­as estaba describiendo a un pueblo de corazón empedernido que habí­a dado la espalda a Dios y habí­a rehusado escucharle. Esto es lo mismo que han hecho muchos de los oyentes de Jesús aun hoy.
Sin embargo, aun en el caso de aquellos que están listos para escuchar, una respuesta superficial es un peligro. Escuchar descuidada o superficialmente, aquellos que no tienen raí­z, o aquellos cuyas vidas están demasiado llenas de preocupaciones o diversiones (a veces peligros iguales) no darán fruto. Solamente aquellos que escuchan, aceptan y actúan llevarán fruto. A veces se piensa que esta parábola enseña la persistencia espiritual; pero también es una promesa de recibir premios espirituales. Si obedecemos las leyes del crecimiento espiritual, tan cierto como hay una época de siembra, la cosecha también será realidad.
4:21–25 Lámparas y candelabros (ver Luc. 8:16–18; cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 5:14–16). Esta sección atiende el asunto de si el reino de Dios será siempre un secreto, escondido de los muchos y revelado a sólo unos pocos. (¿Podrí­a parecer así­ aun a algunos de nosotros en nuestro dí­a?) Jesús dijo que un dí­a el reino de Dios serí­a entendido por todos. Las lámparas sirven para alumbrar, no para ser escondidas. De la misma manera, el propósito principal de las parábolas es revelar la verdad y no esconderla. Sin embargo, llega el momento cuando las parábolas re sultan ser la mejor manera de revelar la verdad, ya que sirven de †œcolador o filtro† para los que escuchan, como filtrarí­amos un lí­quido por una tela muy fina para purificarlo. Primeramente, los discí­pulos deben absorber la verdad que Jesús enseñó por medio de parábolas, para que puedan absorber más verdad más adelante. Como cualquier buen maestro, Jesús enseña sólo lo que po demos comprender y estamos dispuestos a obedecer. No hay tal cosa como detenerse en la vida espiritual; si dejamos de crecer, nos encogemos. Esta verdad es una promesa o una advertencia, dependiendo de nuestra actitud espiritual.
4:26–34 Parábolas de crecimiento (ver Mat. 13:31–35; Luc. 13:18, 19). Aquí­ tenemos otras dos parábolas ví­vidas acerca del crecimiento espiritual. La primera nos recuerda del quieto y continuo (podrí­amos casi decir †œinevitable†) crecimiento del reino de Dios en nuestro corazón. No tenemos que estar ansiosos y luchar: la semilla ha de llevar fruto por su propia cuenta. No podemos comprender el proceso del crecimiento espiritual, pero no necesitamos comprenderlo para poder participar en ese crecimiento. La semilla sólo requiere las condiciones correctas para crecer. La cosecha es una pro mesa, aunque puede contener un indicio del juicio de Dios también, como sucede con frecuencia en la Biblia.
La segunda parábola nuevamente describe el crecimiento silencioso, casi imperceptible, con resultados asombrosos. El grano de mostaza es pequeño, pero con tiempo crece hasta ser un arbusto de los más grandes en el Cercano Oriente. De modo que el reino ha de crecer desde sus comienzos insignificantes hasta el triunfo final. Esto es un incentivo grande para aquellos que viven en lugares donde el cristianismo es pequeño y es una minorí­a despreciada y aun perseguida. Trabajamos con confianza, esperando que Dios cumpla su promesa. El ministerio terrenal de Jesús era igual, parecí­a insignificante, sin embargo, de él salió una po derosa iglesia cristiana mundial que sigue creciendo. Los últimos versí­culos hacen ver que éstas son solamente muestras de las muchas ilustraciones que Jesús utilizó, y además señalan su método graduado de instrucción y explicación (conforme a lo que podí­an oí­r) para aquellos que estuviesen dispuestos a escuchar. Si los demás hubiesen estado listos para escuchar, también hubieran entendido, y hubieran recibido más enseñanza, igual que lo hicieron los discí­pulos. Existe un favoritismo en el reino de Dios: todos tenemos las mismas oportunidades de crecimiento espiritual, si sólo las aprovechamos.

4:35-8:26 Poderes del reino de Dios

Aquí­ comienza una sección extensa llena de relatos de milagros, todos ilustrando el poder en diferentes áreas. El NTNT Nuevo Testamento claramente expresa que Jesús realizó milagros; aun sus enemigos lo admitieron, aunque algunos decí­an que él obraba con el poder del maligno y no por medio del poder de Dios. Como lo hemos visto, Jesús fácilmente refutó tal acusación. Cómo obraba Jesús milagros no lo sabemos ni nos hace falta saberlo. Por supuesto, como Hijo de Dios él no estaba restringido en la misma forma en que lo estamos nosotros. El mayor de todos los milagros, sin embargo, fue que reunió a unos discí­ pulos imperfectos y humanos para unirse con él en su tarea. Nuevamente, debemos recordar que los milagros no son magia sin sentido, sino que fueron designados para hacernos ver quién era Jesús. Por esta razón, aunque Mar. contiene una gran colección de milagros, todos se encuentran en los primeros capí­tulos. Una vez que Pedro reconoció que Jesús era el Mesí­as hubo un cambio. Pasó de la enseñanza a las multitudes a la enseñanza de sus propios discí­pulos, y ya no hací­an falta más milagros para mostrarles a éstos quién era él.
¿Serán necesarios tales milagros en nuestro dí­a al predicar el evangelio? Las opiniones sobre este asunto han seguido divididas a través de la historia de la iglesia, y han vuelto a verse durante las renovaciones carismáticas y los avivamientos. Algunos han pensado firmemente que todos los milagros cesa ron una vez que el NTNT Nuevo Testamento fue escrito; otros han pensado que el †œevangelismo de poder† sigue requiriendo milagros continuos para dar apoyo a la predicación; otros han pensado que Dios puede hacer milagros o no hacerlos según su voluntad soberana. Sea cual fuere nuestra posición, es importante que no veamos los milagros como una suspensión del orden natural, sino como que Dios obra en todo y de toda manera, sea algo común o insólito para nosotros.
4:35–41 El poder sobre la naturaleza (ver Mat. 8:23–27; Luc. 8:22–25). El primero del grupo de milagros es uno ante la †œnaturaleza†. Jesús, quien ya se habí­a mostrado como Señor sobre los demonios y las enfermedades, ahora se hací­a ver como Señor sobre la naturaleza. El relato está lleno de detalles dados por un testigo ocular (p. ej.p. ej. Por ejemplo el cabezal del v. 38). Nos parece poder ver la tormenta sobre el lago y a los horrorizados discí­pulos (¿serí­a un cuadro de la iglesia perseguida en Roma, o en nuestras tierras de hoy?). Los discí­pulos asustados implí­citamente reprendieron a Jesús (38), y él reprendió al viento y a la tormenta, y éstos obedecieron sus órdenes (39). Ninguno más que el Creador mismo hubiera podido hacer esto. En el ATAT Antiguo Testamento sólo Dios es el que causa tormentas y las calma. Los discí­pulos, a medias, comprendieron la verdad y estaban demasiado horrorizados para expresarla (41). La principal lección para nosotros en la reprensión de Jesús a sus discí­pulos era su falta de confianza en él. Tenemos que aprender a confiar completamente, aunque nuestra obediencia nos conduzca hacia las tormentas, sean éstas persecución u otra cosa. (Fue Jesús, y no los discí­pulos, quien sugirió cruzar el lago; ellos no estaban fuera de la voluntad del Señor.) A veces asumimos que las tormentas muestran desobediencia, pero esto no siempre es cierto.
Algunos dirán que el decir esto es †œespiritualizar† un milagro que tuvo que ver con calmar una tormenta sobre el lago. Piensan que debemos confiar en Jesús para calmar las tormentas mismas y salvarnos cuando estamos de viaje. Por supuesto, Dios puede hacer lo que él quiere, pero para Pablo Dios no calmó la tormenta (Hech. 27) a pesar de que Pablo era un hombre de enorme fe. En esta ocasión los discí­pulos tuvieron poca fe, de manera que el calmar o no calmar una tormenta no parece depender de la fe, sino de la voluntad de Dios. Dios fortaleció a Pablo para que pudiera aguantar las tormentas con una fe quieta. Dios, a ve ces, nos libra de los problemas; o nos salva durante los problemas; o nos salva de la muerte fí­sica; o usa nuestra muerte para glorificar su nombre. ¿Acaso, también podrí­amos reprender a los vientos y las olas, como lo hizo Jesús? Según los Evangelios, sólo Jesús realizaba milagros de la †œnaturaleza† (ya que sólo Jesús es Dios), y no hay sugerencia alguna de que él jamás diera este poder a sus discí­pulos. Sólo Dios puede hacer la obra de Dios.
5:1–20 El poder sobre los demonios (ver Mat. 8:28–34; Luc. 8:26–39). Otra vez los poderes del reino de Dios se muestran al ser echados los demonios de un hombre. Este exorcismo fue diferente de los otros. Primero, el hombre probablemente no era judí­o; viví­a en un lugar gentil. Segundo, el testimonio del enemigo era más detallado, aunque Jesús no lo aceptó y además no fue expresado en términos judí­os. El lugar exacto donde ocurrió el inciden te es incierto, pero era la otra orilla del mar, eso es, del lado gentil, al oriente. Este hombre no estaba sentado quietamente en una sinagoga hasta que la predicación de Jesús lo avivó; el estado de este hombre era desesperante, y ningún humano podí­a ayudarle o atarle. (Algunos conocemos bien la fuerza sobrehumana demostrada por los endemoniados.) Este hombre estaba en agoní­a, torturándose a sí­ mismo bajo la influencia de los pode res malignos. En eso parece radicar el significado de su nombre Legión (†œEjército†) que él mismo se habí­a dado. Las Escrituras no indican que sea necesario conocer el nombre de dicha fuerza maligna antes de expulsarla; tampoco la Biblia sugiere que las multitudes de demonios tienen diferentes nombres y personalidades. Estas son ideas tomadas de otras religiones; tenemos que rechazar la idea de que haya un demonio de la lujuria, otro de la avaricia, y así­ sucesivamente. Es suficiente saber que tenemos un enemigo ante quien debemos tomar precauciones. (En este relato, el espí­ritu maligno se menciona en singular en el v. 2 y el v. 8 y en plural en los vv. 9, 10, 12 y 13.)
A pesar de que el hombre no era amable, Jesús lo amó y le tuvo compasión. La orden al espí­ritu de abandonar al hombre llegó antes de que el hombre clamara a gran voz, lo que en un sentido era su respuesta a las buenas nuevas que él veí­a en la persona de Jesús. Hijo del Dios Altí­simo era un nombre tí­pico que daban los gentiles al Dios de Israel.
Podemos suponer que la entrada de los demonios en los cerdos fue necesaria, en especial en una zona gentil, para que tanto el hombre como los demás pudieran ver que las fuerzas del mal verdaderamente habí­an salido del hombre. Fue una ayuda externa a la fe, aunque esto hace que los lectores modernos se pregunten acerca de la pérdida de la vida animal, y mucho más de la pérdida económica de los dueños de los cerdos. Además, fue otra señal externa del poder del reino de Dios. Este relato, también, está lleno de detalles de testigos oculares como es el número de los cerdos. Es cierto que los cerdos se espantan con facilidad, pero al decirlo no explica el porqué estos cerdos lo hayan hecho. El verdadero milagro no fue lo que les ocurrió a los cerdos, sino lo que le pasó al hombre que quedó completamente cambiado (15).
Este despliegue del poder de Dios produjo sólo temor y no fe en los incrédulos; con frecuencia ocurre lo mismo en el Tercer Mundo de nuestros dí­as. En lugar de rogar a Jesús que se quedara, los locales le pidieron que se fuera, y así­ lo hizo. ¡Qué desastre para ellos! El hombre que fue sanado rogó a Jesús que le dejase estar con él, pero Jesús no lo permitió. Probablemente, esto fue porque el testimonio del hombre en nombre de Jesús y en esa zo na no judí­a era de supremo valor. Posiblemente, por esa razón Jesús le indicó al hombre que atestiguara de la misericordia que Dios habí­a tenido con él. Dios puede indicar a diversos cristianos el hacer diferentes cosas dentro de sus propósitos.
5:21–43 Poder sobre la muerte (ver Mat. 9:18–26; Luc. 8:40–56). Este relato se refiere a un área donde el poder del reino de Dios todaví­a no habí­a sido presentado por Jesús: la conquista sobre la muerte, el último enemigo. La sanidad de la hija de Jairo presenta a Jesús como el Señor de la vida y de la muerte, sin embargo, en el estilo tí­pico de Mar. está †œintercalada† con el relato de otra sanidad, la de la mujer con el flujo persistente de sangre.
Jairo era humilde y crédulo y estaba listo para confesar su necesidad. El confesó que su hija estaba moribunda, pero creí­a que un toque por Jesús la sanarí­a. Por su parte, la mujer demostró una fe aun mayor; tení­a fe en que si sólo pudiera tocar el borde del ropaje de Jesús, serí­a sanada. Esto no era superstición o mera magia, era fe. En su corazón ella sabí­a que cualquier contacto con Jesús, por más leve que fuera, le otorgarí­a sanidad (28), y así­ fue. Es importante notar que Jesús no dijo †œtu toque te ha salvado†, sino tu fe te ha salvado, además, no tenemos ningún mandamiento que diga que podemos confiar en el poder del tacto enviando pañuelos que han sido bendecidos para colocar sobre personas enfermas en la esperanza de alguna sanidad. El v. 30 expresa el hecho de que una sanidad era costosa al Señor (igual que toda predicación cuesta al predicador), pero puede ser sencillamente un caso de perspicacia sobrenatural. Los discí­pulos pensaron que la pregunta de Jesús era absurda y lo expresaron (31). La mujer aterrorizada sabí­a que al tocar la ropa de Jesús él quedarí­a inmundo ceremonialmente, y el mismo contacto sin duda habrí­a contaminado a todas las personas de la multitud también. La menstruación hací­a que las mujeres estuviesen ceremonialmente inmundas y las privaba de cualquier compañerismo con el pueblo de Dios por espacio de algunos dí­as cada mes. La enfermedad de esta mujer habí­a significado que, en su caso, la exclusión habí­a durado 12 largos años. Marcos explica que ella habí­a procurado en vano recibir ayuda médica, pero empeoraba en vez de mejorar. El médico Lucas suavizó el lenguaje un poco (Luc. 8:43). Lo que esta mujer no podí­a entender era que en Jesús habí­a encontrado a uno que estarí­a dispuesto a †œcontaminarse† en bien de ella, para que pudiera quedar †œlimpia†. Jesús habí­a hecho algo parecido con el leproso. Este es el verda dero poder del reino de Dios, es el poder de la cruz y el poder del amor.
La conversación de Jesús con la enferma significó una demora para llegar a la casa de Jairo, y llegó la noticia de que su hija habí­a fallecido (35). Jairo ya habí­a creí­do lo difí­cil; ¿podrí­a él creer ahora en lo imposible? Precisamente, eso fue lo que Jesús le pidió que hiciera, a pesar de toda la sabidurí­a mundana de los tañedores y las plañideras contratados y que llenaban la casa. La risa burlona de muestra lo absurdo del punto de vista de que la niña estaba en coma; ellos conocí­an el aspecto de la muerte muy bien. Cuando Jesús dijo duerme, él se referí­a al hecho de que él la levantarí­a, dando también su concepto de la muerte que él mismo traerí­a por medio de su propia resurrección.
Esta falta de fe excluyó a los que se lamentaban de poder presenciar el milagro. Solamente a los †œtres í­ntimos† (Pedro, Jacobo y Juan) les fue permitido ser testigos, al igual que los padres. (Los detalles como los de algún testigo tienen que haber surgido de uno de éstos.) Los tres mencionados seguramente eran más sensibles a Jesús que los demás y, por lo tanto, eran sus í­ntimos. Jesús usó un término cariñoso en arameo (el idioma nativo tanto de Jesús como el de la niña) que Marcos traduce para sus lectores no judí­os. La palabra que se traduce niña tiene el mismo tono de afecto como serí­a la palabra †œcorderita† en nuestro idioma.
Habiendo hecho volver a la vida a la pequeña y viéndola caminar, Jesús les dijo a los padres que le diesen a ella de comer. Este último toque práctico devolvió a la familia atónita a la realidad de la vida diaria.
Posiblemente, sea mejor denominar este incidente como un †œreavivar† en vez de una †œresurrección†, ya que algún dí­a la niña tendrí­a que morir. Cuando Jesús propiamente se levantó de entre los muer tos su cuerpo fue transformado, y cuando nosotros seamos levantados por él, nuestros cuerpos serán transformados y nunca tendremos que pasar por la muerte otra vez (1 Cor. 15). Además de este relato, Lucas escribe de cómo Jesús devolvió la vida únicamente al hijo de la viuda de Naí­n, y luego Juan agrega la resurrección de Lázaro. No debemos asumir que Jesús hací­a este tipo de milagro con frecuencia: no serí­a necesario hacerlos una vez que él hubiese demostrado su poder. Pedro (Hech. 9:41) y Pablo (Hech. 20:10) devolvieron la vida a personas fallecidas, pero sólo lo hicieron una vez, así­ que tiene que haber tenido algún valor especial. Además, no es un don es piritual prometido por Jesús a sus discí­pulos; no debemos pensar que nosotros tenemos tal don.
6:1–6 Los lí­mites del poder (ver Mat. 13:53–58; cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 4:16–30). Estos poderes del reino tuvieron muy poco efecto sobre algunos de aquellos que los vieron o supieron de ellos, a juzgar por el si guiente relato. Esto demuestra que las señales en sí­ mismas nunca han de producir fe, ya que la fe es una dedicación y una decisión personal. Es posible que éste fuera el porqué Jesús hací­a señales tan escasamente, y sólo en respuesta a la fe. El no estaba tratando de convencer a los incrédulos, ya que eso serí­a imposible.
Cuando Jesús llegó a su tierra (sin duda significando Nazaret, aunque él se habí­a cambiado a Capernaúm, a la orilla del lago, previamente) los que lo oyeron estaban maravillados ante sus enseñanzas y milagros, sin embargo, esto no los condujo a tener fe en él. En asombro, repitieron los nombres de los miembros de su familia: ¿Acaso tiempo atrás no habí­a él trabajado como carpintero? ¿Cómo podí­a alguien tan conocido hacer y decir tales cosas? El problema estaba en que ellos estaban tan ocupados discutiendo acerca de él como para no poder oí­r sus palabras. De manera que aun el Hijo de Dios no pudo hacer ningún hecho podero so allí­, fuera de unas pocas sanidades de personas enfermas lo suficientemente humildes y necesitadas para creer en él. Esto no significa que el poder de Dios queda absolutamente limitado, sino que Dios sólo ha decidido actuar en respuesta a la fe. Usualmente Mar. dice que la gente estaba maravillada de Jesús; aquí­ dice que Jesús estaba asombrado de ellos. La gente de Nazaret estaba tan familiarizada con Jesús que no pudieron disfrutar ninguna bendición: ¿Será un peligro al que se enfrentan algunas de nuestras iglesias de hoy? Un proverbio dice que lo familiar crea desprecio.
6:7–13 Compartiendo su poder (véase Mat. 9:35–10:15; Luc. 9:1–6). A pesar de la incredulidad, la obra de hacer conocer las buenas nuevas debí­a continuar, de manera que Jesús envió a los doce en una misión. Los Evangelios difieren levemente al describir lo que los apóstoles debí­an vestir y llevar consigo, pero esto no tiene importancia. Todos están de acuerdo en que †œviajarí­an sin equi paje†. Aquellos que se ocupan en la obra del evangelismo no deben ser meticulosos en cuanto a los alimentos y los lugares donde se han de quedar; deben darse cuenta de que su misión es una de vida y muerte para sus oyentes. Los judí­os, con frecuencia, se sacudí­an el polvo cuando salí­an de los lugares paganos, pero en esta ocasión los discí­pulos lo harí­an como un testimonio solemne y legal ante el rechazo del evangelio.
Jesús les confió a los doce su poder para echar demonios, pero en el v. 12 podemos notar que la principal tarea era la de predicar el evangelio que conduce a la expulsión de los demonios y la sanidad de los enfermos espirituales. El ungimiento con aceite aquí­ es simbólico, no médico, como parece ser en la parábola del buen samaritano (Luc. 10). No tenemos ningún dato de que Jesús haya usado aceite, y hay bastantes ejemplos en el NTNT Nuevo Testamento de sanidades sin el uso de aceite. Stg. 5:14 no es una regla universal, sólo una ayuda externa para la fe; en el aceite mismo no hay nada mágico.
6:14–29 La muerte de Juan el Bautista (ver Mat. 14:1–12; Luc. 9:7–9, 19, 20). El encarcelamiento de Juan fue la señal del comienzo del ministerio de Jesús, de manera que la muerte de Juan fue la señal de cómo terminarí­a su ministerio. Nos maravilla ver las diferentes maneras que surgieron tratando de comprender el ministerio de Jesús. Algunos lo vieron como que Elí­as habí­a vuelto (su llegada habí­a sido contemplada como antes de la llegada del Mesí­as). Otros lo veí­an, por lo menos, como un profeta. La conciencia de culpabilidad de Herodes lo hizo pensar que Jesús era Juan, vuelto de la muerte para confrontarle y reprenderle nuevamente.
Los detalles de un relato tan sórdido no deben detenernos: un profeta valeroso, un rey vicioso, una mujer vengativa, una niña sin vergüenza (ninguna otra danzarí­a en público para entretener a las personas presentes en la tertulia) y una muerte solitaria. ¿Dónde estaban los poderes del reino de Dios en esta situación? Aun Juan tuvo la tentación de hacer esta pregunta desde la prisión (Mat. 11:3). Sólo podemos contestar a la luz del Calvario, cuando Jesús mismo caminó por la misma senda de un sufrimiento inmerecido por nosotros; ya que la cruz, a pesar de su debilidad aparente, es el poder de Dios que conduce a la salvación (Rom. 1:16). Si Jesús anduvo por esta senda, luego todos sus seguidores deben estar preparados para transitar por ella.
6:30–44 Alimentando a los cinco mil (ver Mat. 14:15–21; Luc. 9:12–17). Marcos continúa, después de este relato de la aparente debilidad del reino de Dios ante los ojos del mundo, con otros relatos que muestran su poder. En éstos Jesús demuestra el poder del Dios creador, siguiendo su dominio sobre el universo que él habí­a creado.
El primer relato comienza de una manera tí­picamente natural. Los discí­pulos han vuelto triunfalmente de su misión evangelí­stica, pero muy cansados, así­ que Jesús, comprensivamente los lleva a un lugar de quietud y descanso. Fueron seguidos por una multitud de personas expectantes, que interrumpieron el tiempo proyectado de relajamiento y refrigerio. Jesús tuvo compasión de ellos y comenzó a enseñarles muchas cosas. No parece que el Señor les haya pedido ayuda a los discí­pulos. Al finalizar el dí­a llegaron a Jesús y le pidieron que dijera a las gentes que fueran a conseguir algo de comer. Mucho se sorprendieron cuando Jesús les dijo que ellos mismos les dieran de comer. Lo único que pudieron encontrar para comer fueron cinco panes de la localidad y dos pescados desecados. El obedecer a Jesús y hacer que toda la multitud con hambre se sentara por grupos en orden tiene que haberles probado la fe en que él pudiera hacer algo bajo tales circunstancias. La descripción ví­vida de la escena, con detalles como la hierba verde, tiene que haber originado de un testigo ocular. Al multiplicar, en un momento, los panes y los pescados, Dios hizo lo que hace todos los dí­as con el maí­z de los campos y los peces del mar. Para nosotros es un milagro; para él, es algo natural.
Marcos rescata el milagro de parecer algo mágico dándole una terminación común y corriente: los discí­pulos cansados agachándose para recoger todo lo que fue dejado del pan y los trozos de pescado y colocarlos en canastas (posiblemente, para comer al dí­a siguiente). No debemos esperar que nuestra vida esté compuesta por completo de emociones espirituales; esto serí­a poco sano espiritualmente y no nos permitirí­a madurar en Cristo. Es extraño que aparentemente los discí­pulos no aprendieron nada de este milagro; Jesús les tuvo que repetir la lección más tarde. Esto no era porque fueran particularmente lentos e insensibles, fue porque eran iguales que nosotros.
6:45–56 El Señor de la naturaleza (ver Mat. 14:22–33). Cuando todos se habí­an retirado y Jesús habí­a enviado a los discí­pulos en una barca para regresar a Betsaida, subió a un monte para estar a solas en oración. Habí­a alimentado a las multitudes como Moisés habí­a alimentado a Israel en el desierto con el maná. ¿Serí­a posible que esa multitud lo siguiera meramente en la esperanza de obtener comida, al igual que antes lo habrí­an seguido puramente con la esperanza de ser sanados? (ver Juan 6:26). La oración de Jesús fue interrumpida por su interés en sus discí­pulos. Desde el monte él podí­a ver la barquilla a lo lejos sobre el lago no pudiendo avanzar por causa del viento. De manera que en lo más obscuro de la noche él caminó hacia ellos andando sobre las aguas. Es imposible pensar de esto como que anduvo sobre la ribera o a lo largo de la playa, como algunos han querido interpretar. Los discí­pulos, siendo pescadores conocí­an muy bien el lago, y eso no los hubiera horrorizado. No hay dificultades en que Jesús caminara sobre las aguas si recordamos que él era el Hijo de Dios. En el ATAT Antiguo Testamento Dios dominó las aguas turbulentas, y en este lugar su Hijo estaba haciendo lo mismo.
No sabemos por qué Jesús querí­a pasarlos de largo. Es posible que quiso que lo reconocieran y le pidieran ayuda, o demostraran su fe de alguna otra manera. Si así­ fuese, él se desilusionó, porque cuando clamaron era solamente por el terror que tení­an. Pero aun este clamor de terror fue suficiente para que Jesús se allegara a la barca desde la cual él calmó el viento. Ellos se habí­an olvidado del milagro de la multiplicación de los panes; como también de que él ya habí­a calmado otra tormenta. La reacción de ellos fue de asombro completo porque no comprendí­an, a pesar de que los poderes del reino de Dios ya habí­an sido demostrados con claridad.
Al desembarcar, Jesús se encontró con una multitud de gente trayéndole sus enfermos para ser sanados. La fe de estas personas era como la de la mujer con el flujo de sangre; sólo pedí­an poder tocar el borde de su manto, porque sabí­an y creí­an que él podrí­a sanarlos. A veces los cristianos más sencillos pueden ver de inmediato las verdades espirituales a las cuales los teólogos son ciegos.
7:1–23 La fuente del pecado (ver Mat. 15:1–20). Aquí­ hemos visto que aun los milagros en la naturaleza no habí­an convencido a los discí­pulos de que Jesús era el Hijo de Dios; sus corazones estaban endurecidos, o como dirí­amos, sus mentes estaban cerradas. Las personas comunes aceptaban sus sanidades gozosamente, pero aún no sabí­an quién era él. Los fariseos y los maestros de la ley seguí­an con sus crí­ticas interminables; estaban empecinados en no creer. Esta vez se quejaron de que los seguidores de Jesús no se lavaban las manos después de tener algún contacto accidental con los gentiles por las calles; no era asunto de higiene, sino de escrúpulos religiosos. Marcos explica a sus lectores no judí­os que esto era sólo una parte de una complicada serie de lavamientos rituales hecha por los judí­os. Todo provino de la tradición, no de Moisés; la tradición era observada furiosamente, al igual que las †œtradiciones† en el Islam lo son en nuestros dí­as. ¿Será, en parte, cierto del cristianismo también?
Jesús no negó que sus discí­pulos quebrantaran las tradiciones, pero lo justificaba diciendo que tales tradiciones eran meramente de hombres y que, en el caso de los fariseos, la observancia de ellas con frecuencia iba a la par con el rechazo de los mandamientos claros de Dios. Si la tradición contradice las Escrituras, tiene que cesar a pesar de lo mucho que se la pueda amar. Una cita candente de Isa. probaba dicho punto, y luego Jesús lo ilustró con un ejemplo de una manera farisaica de negar un mandamiento mosaico por medio de una treta tí­picamente rabí­nica. Si un hombre juraba una ofrenda a Dios que era el dinero que normalmente habrí­a gastado en el cuidado de sus padres ancianos, se liberaba de la obligación de proveer para ellos. Como es su costumbre, Marcos explica el término técnico corbán, que se usaba para describir esta clase de juramento/ofrenda. Esta treta legalista, hecha en el nombre de la religión, era la peor de las hipocresí­as, como lo demostró Jesús. Y peor todaví­a, era solamente un ejemplo entre muchos.
Las leyes acerca de la †œpureza† eran otro ejemplo, así­ que Jesús aprovechó la oportunidad para explicar a las multitudes que la verdadera naturaleza de la †œcontaminación† no era ritual, sino moral, y que brotaba del interior y no de lo exterior, como lo enseñaban los fariseos. Hoy en dí­a nos parece tan obvio todo esto que no entendemos por qué los discí­pulos no lo podí­an comprender (17). Como la mayorí­a de los judí­os de su época, pensaban que el pecado era algo así­ como un germen, una infección de contagio con otros de afuera. (Esta es más o menos la posición del confucianismo, y que es compartida por la mayorí­a de las religiones no cristianas.) Jesús enseñaba que el pecado era como un cáncer que crece en nuestro interior, tanto de judí­os como de no judí­os. Esto es mucho más difí­cil porque no lo podemos eludir meramente por evitar contaminarnos de otros; requiere una cirugí­a espiritual radical que ha de cambiar nuestra naturaleza interior. Por eso decí­a Juan que el que vení­a tras él bautizarí­a con el Espí­ritu Santo. A veces juntamos †œel bautismo con el Espí­ritu† solamente con los dones espirituales; sin embargo, la Biblia lo asocia con mayor frecuencia con una naturaleza cambiada.
A esta altura Jesús remachó lo absurdo del punto de vista fariseo por medio de una ilustración de sentido común. Lo que entra al estómago no ha de afectar nuestra vida espiritual, sino solamente nuestra digestión, y nuestros procesos digestivos se han de encargar de ello a su tiempo. El punto de vista de los fariseos acerca de la contaminación era craso y demasiado lit.lit. Literalmente, como aquellos que piensan que el Espí­ritu Santo o los demonios viven en alguna parte interior de nuestros cuerpos fí­sicos, por lo tanto, si se nota vómito es una señal de que se está expulsando a los demonios. Jesús mostró que el corazón (hoy dirí­amos: la mente) es la fuente de contaminación y presentó una lista sobria de las cosas terribles que pueden salir de él.
Marcos deduce correctamente que si esto es así­, todo alimento es limpio (halal, como lo dirí­a el musulmán) y serí­a permitido para ser comido (19). Esto hubiera sido un gran alivio para los oyentes en la iglesia de Roma, tanto para judí­os como para los gentiles, ya que hubiera hecho que el compañerismo ante la mesa del Señor fuera más fácil (Gál. 2:12).
7:24–30 La fe de una extranjera (ver Mat. 15:21–28). Mar. continúa con el tema de la †œimpureza† con el relato de un gentil (por lo tanto †œimpuro†). En un sentido es un relato misionero. Parece que Jesús estaba buscando un lugar de quietud en una región gentil, pero no podí­a evitar ser reconocido. Esta vez no fue una muchedumbre, sino una mujer griega de la localidad que se acercó y le rogó que echara un espí­ritu maligno de su hija. En su contestación (27) Jesús probablemente le citó un refrán popular, y sin duda no daba la misma impresión áspera que parece. Sea como sea, el énfasis recae sobre la primera parte de la frase. Durante el tiempo que Jesús estuvo sobre la tierra, su misión en primer lugar era hacia Israel (Mat. 15:24). Después de la cruz le llegarí­a el turno a los gentiles en la misión universal tan querida para Marcos. Sin embargo, la fe de esta mujer era grande, al igual que su persistencia, ya que su necesidad también era grande. Ella aceptó de buen humor el hecho de que no tení­a derecho, a esas alturas, a la gracia de Dios, sino que sencillamente se acogió a su misericordia, devolviéndose a Jesús el significado de la parábola. ¿Estaba Jesús sólo probándola para ver si su fe era lo suficientemente fuerte? Esa fe fue premiada. Es un milagro de gracia que los gentiles comparten de todas las promesas de Dios hechas a Israel (Rom. 11:18). Nos es fácil abusar de nuestra situación.
7:31-37 El sordo y tartamudo. Este relato de una sanidad fí­sica ilustra el hecho de que aunque las personas sean sordas ante Dios (como lo estaban los fariseos) Jesús las puede sanar. Las acciones que empleó Jesús tení­an la intención de hacer que ese hombre comprendiera que esta sanidad no serí­a mágica, sino que serí­a una sanidad por Dios en contestación a la oración. Jesús querí­a crear fe en el hombre antes de que fuera sanado. Así­ que la sordera fue imitada tapando los oí­dos de ese hombre, y su condición de mudo fue imitada tocando la lengua y escupiendo. La mirada hacia el cielo y el suspiro eran cuadros visibles de oración que un sordomudo podrí­a comprender. La palabra dada se habló en el arameo nativo del hombre, que Marcos traduce para el bien de la iglesia no palestina.
Como era su costumbre, Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y, como ocurrí­a usualmente, se le desobedeció. Las gentes que lo vieron estaban emocionadas y dijeron: ¡Todo lo ha hecho bien!, y quedaron asombrados, pero ¿acaso creyeron? Dentro de poco tiempo, Pedro darí­a el salto de fe del asombro al reconocimiento de la verdadera naturaleza de Jesús: el sordo Pedro oirí­a, y el Pedro mudo hablarí­a.
8:1–13 Alimentación de los cuatro mil (ver Mat. 15:32–39). Unas pocas demostraciones más de los poderes del reino de Dios se dieron antes de que Jesús decidiera que sus discí­pulos estaban listos para su †œexamen† final. ¿Habrí­an aprendido quién era él? ¿Habrán aprendido la lección de la alimentación de los cinco mil? Esta serí­a la oportunidad para que demostraran que habí­an aprendido, pero fracasaron miserablemente. De nuevo, allí­ estaba una multitud hambrienta concentrada en las enseñanzas de Jesús. El demostró otra vez su compasión; y nuevamente, los discí­pulos demostraron su incapacidad (4). El pensar de ellos seguí­a siendo el pensamiento de este mundo; habí­an aislado a Jesús de sus cálculos. Jesús les preguntó otra vez con paciencia cuántos panes tení­an, e informaron una pequeñí­sima cantidad. Otra vez dio gracias a Dios y partió los panes y los entregó a los discí­pulos para que los repartieran. Nuevamente, la provisión de Dios para sus necesidades era más que suficiente.
Es posible que no nos sorprenda que algunos crí­ticos hayan pensado que este relato es un error de repetición de la alimentación de los cinco mil, pero esto serí­a no entender la totalidad del asunto. Marcos está deliberadamente demostrando la lentitud y la torpeza de los discí­pulos, aun cuando se veí­a la realización de un segundo milagro similar (ver vv. 17–20). En todo caso, el número de los panes y de las canastas de fragmentos (al igual que el total de las personas alimentadas) no es el mismo que antes. El testigo ocular estaba informando nuevamente con fidelidad.
8:14–21 La levadura de los fariseos y Herodes (ver Mat. 16:5–12). Parece que Mar. incluyó este relato para subrayar el fracaso de los doce para comprender, y posiblemente para dar la razón de ello: seguí­an demasiado influidos por el pensamiento de este mundo. Es posible que estuviesen culpándose unos a otros por no haber traí­do pan para el viaje después que Jesús les habí­a advertido (en realidad una parábola pequeña). No se habí­an dado cuenta del significado espiritual, y peor aun, se habí­an olvidado de que Jesús podrí­a y proveerí­a para las necesidades materiales de aquellos que buscaban el reino de Dios; él ya lo habí­a demostrado en los milagros de alimentación. Esta vez Jesús los reprendió severamente (21). Debieran haber visto que la levadura de los fariseos era igual que la actitud hacia la vida que asumí­an ellos, todo esto afectarí­a a los discí­pulos a menos que tuvieran precaución. Nosotros también tenemos que estar en guardia en contra del †œespí­ritu de esta era† o del pensamiento y las enseñanzas de las otras religiones que nos rodean. El camino dado por Cristo es totalmente diferente del camino del mundo, del cual leemos en los periódicos, oí­mos por la radio, o vemos en la televisión.
8:22-26 La sanidad de un hombre ciego. Este último ejemplo de los poderes del reino de Dios podrí­a ser un cuadro de los discí­pulos espiritualmente ciegos, quienes pronto recibirí­an la vista. Los amigos de un ciego lo trajeron a Jesús; la fe de ellos serí­a recompensada al igual que la del invidente. Lo sacaron de la aldea colmada de vocerí­o y confusión para que el ciego pudiera escuchar a Jesús sin distracción. La saliva sobre los ojos del ciego y la imposición de manos eran cosas que el ciego podrí­a sentir. La saliva no tiene nada de mágico, aunque sea la de Jesús; es solamente una ayuda externa a la fe y la comprensión.
¿Por qué se harí­a esta sanidad en dos etapas? ¿Serí­a por la fe imperfecta del hombre? Marcos no lo dice. Es suficiente que Jesús no dejó al hombre medio sanado, sino que persistió hasta que veí­a todo con claridad. ¿Serí­a éste el cuadro de la manera en que Pedro verí­a a medias la verdad acerca de Jesús al principio? Al hombre se le advirtió que se fuera directamente a su casa sin volver a la aldea, donde las personas que vieran podrí­an ser tentadas de seguir a Jesús sólo como un sanador, y no como el salvador. Donde ocurren milagros de sanidad, como parte de la predicación del evangelio, siempre está el peligro de que las personas se alleguen a Cristo por razones equivocadas.

8:27-10:52 EL COSTO DEL REINO DE DIOS

Hemos llegado al punto central clave del Evangelio de Mar. y al comienzo de la segunda sección, que se caracteriza por el gran descubrimiento espiritual de Pedro acerca de quién era Jesús. Los discí­pulos ciegos por fin †œvieron†, pero Pedro aún tení­a vista parcial (igual que el hombre ciego que Jesús acababa de sanar). Pedro vio que Jesús era el Mesí­as, pero no el Mesí­as que tendrí­a que sufrir. Este serí­a el costo del reino, no solamente para Jesús sino para ellos también.
Desde este momento, Jesús concentró su enseñanza en el pequeño grupo de sus discí­pulos, y no en las multitudes de afuera. El realizó pocos milagros, aunque no rehusó sanar enfermos si éstos vení­an a él. Esto resultó porque no habí­a más necesidad de milagros una vez que la lección fuera aprendida. Sin embargo, las †œbuenas nuevas† estaban aún en el centro. De aquí­ en adelante el relato sigue rápidamente hacia la última semana en Jerusalén, que abarca una tercera parte del Evangelio. Por esta razón, el Evangelio de Mar. ha sido denominado el relato de la cruz con una introducción larga.

8:27-9:13 El costo para Jesús

8:27–30 El descubrimiento de Pedro (ver Mat. 16:13–20; Luc. 9:18–21). Posiblemente Jesús condujo a sus discí­pulos a este lugar porque habí­a quietud. Estando al borde del territorio judí­o, él podrí­a seguir predicando en las aldeas sin que se agolparan sobre él aquellos que buscaban la sanidad. Era un lugar verde y fresco y, por cierto, una de las zonas más hermosos de Palestina. Como lo harí­a cualquier buen maestro, Jesús les hizo una pregunta de tal manera que les sugerí­a la respuesta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Al final de cuentas existe una sola pregunta básica en la vida: ¿Quién es Jesús? Nuestro futuro eterno depende de la respuesta que demos. Las respuestas de los discí­pulos indicaban que las opiniones variadas acerca de Jesús no habí­an cambiado desde las primeras etapas de su ministerio: Juan el Bautista, Elí­as, o uno de los profetas. El decir, como lo hizo Pedro, que Jesús era el Mesí­as serí­a ir más allá de estas designaciones primitivas. Si, con Pedro, le decimos a Jesús: †œTú eres el Cristo†, entonces debemos seguirle, y nuestras vidas serán cambiadas totalmente.
¿Por qué Jesús les habrá prohibido a sus discí­pulos que dijeran que él era el Mesí­as? Primero, las personas tienen que darse cuenta por sí­ mismas, aunque en realidad es una revelación de Dios. Segundo, porque deben comprender qué clase de Mesí­as era Jesús. El no debí­a ser un héroe espectacular ni con éxito exteriormente, para quitar a los odiados conquistadores romanos y para establecer un Estado judí­o, como muchos lo estaban deseando. Al contrario, debí­a ser un Mesí­as humilde, paciente, amoroso y pací­fico: el Siervo sufriente de Dios según la descripción de Isa. 53.
Es asombroso, si el Evangelio de Mar. se produjo en Roma, donde Pedro fue una figura tan importante, que él no mencione las grandes promesas hechas a Pedro por Jesús durante esta época (Mat. 16:18). ¿Pudiera ser que Pedro no querí­a que fueran incluidas? Con toda seguridad Marcos no consideraba a Pedro como el gran obispo fundador de la iglesia de Roma, de la manera en que lo hicieron en los siglos posteriores.
8:31—9:1 El costo del mesiazgo (ver Mat. 16:21–28; Luc. 9:22–27). Jesús enseñó a sus discí­pulos que era necesario que †¦ padeciese mucho: el rechazo por los dirigentes religiosos (quienes, como hemos visto, eran sus enemigos), una muerte violenta y una resurrección al tercer dí­a.
Pedro comenzó a reprenderle (a Jesús, 32). Nos pasma su imprudencia; pero ¿acaso no ha habido ocasiones cuando nosotros hemos puesto en duda la obra de Dios y le hemos sugerido otra solución que se asemeja más a nuestra manera de pensar? No tenemos derecho a criticar a Pedro. Jesús, quien por lo general era suave y paciente con sus discí­pulos, en esta ocasión fue severo. Las palabras que Simón Pedro usó tratando de cambiar a Jesús en su decisión de ir a la cruz, eran los pensamientos de Satanás y no los de Dios. Esta habí­a sido la tentación que Jesús tuvo y conquistó en el desierto y que volverí­a a conquistar en Getsemaní­. Jesús no cederí­a a ella ni tampoco nosotros como sus seguidores debemos ceder. Esta es la razón para la severa advertencia del v. 34: †œSi no hay cruz, no hay corona† es tan cierto para los cristianos como lo fue para Cristo.
La objeción de Pedro hacia la senda de Jesús, ¿serí­a porque temí­a dicha senda para sí­ mismo? El tomar la cruz era una señal de aceptación de una vergonzosa muerte de esclavo ante los ojos del mundo no cristiano, y era ya una real posibilidad en el caso de los miembros de la iglesia de Roma al ser perseguida. La imagen es la de un condenado llevando el madero, caminando hacia el patí­bulo en medio de la chusma burlona, tal y cual lo hizo Jesús al proceder hacia el Calvario. El negarse a sí­ mismo significa rehusar seguir alguna inclinación natural, por más inocente que sea, que es contraria a la senda que Cristo ha trazado para nosotros. (A veces es mucho más profunda que el no comer carne en la cuaresma, como lo hacen algunos cristianos.) Sin embargo, éste es el único camino hacia una verdadera vida espiritual; hacer cualquier otra cosa es perderse eternamente. En este sentido, la pérdida es ganancia y la ganancia es pérdida.
Sin embargo, hay una gran promesa ligada a estas palabras severas: aquellos que transitan por esta senda verán realizado, aun en esta vida, el poder del reino de Dios (9:1). Para el futuro inmediato, esto serí­a sobre el monte de la transfiguración (que se verá en el capí­tulo siguiente); para el futuro lejano, hace alusión a la resurrección y la ascensión de Cristo y al derramamiento del Espí­ritu en el dí­a de Pentecostés; y finalmente, sin duda se refiere a la maravilla de la segunda venida del Señor. Como la mayorí­a de las profecí­as ésta tiene varios y diferentes †œniveles† de cumplimiento.
9:2–13 La transfiguración (ver Mat. 17:1–13; Luc. 9:28–36). Ahora que al menos Pedro se habí­a dado cuenta de quién era Jesús, éste se les apareció a Pedro, a Jacobo y a Juan tal como habí­a sido, y como serí­a nuevamente en gloria. El resplandecientes, muy blancas de sus vestiduras es tí­pico en la Biblia de los ángeles y seres celestiales. Elí­as y Moisés con toda claridad representan las esperanzas del ATAT Antiguo Testamento en cuanto al reino de Dios. Moisés era un profeta tanto como el dador de la ley para Israel; Elí­as era esperado como el precursor del Mesí­as. Pedro balbuceaba sin sentido, como lo hacemos nosotros, cuando estaba asustado; no es necesario buscar teologí­a profunda en sus palabras sin sentido. Jesús seguí­a siendo sólo el †œrabí­† o †œmaestro† para él, a pesar de su descubrimiento anterior. Pero, por haber usado la palabra enramadas, Pedro habrí­a estado recordando cómo Dios bajó al monte Sinaí­ mucho antes y habí­a hecho ver su gloria en una †œenramada† (†œtabernáculo† es la palabra original). Sin embargo, las palabras de Dios, no las de Pedro, forman el centro del pasaje. Nuevamente, igual que en el bautismo en el Jordán, Dios dio testimonio de su Hijo amado, e indicó que todos lo escucháramos (no a Pedro o a ninguna otra voz humana). Como en el Sinaí­, la nube es el sí­mbolo de la presencia de Dios. Repentinamente, Moisés y Elí­as desaparecieron y sólo Jesús quedó con los tres discí­pulos.
Se les advirtió que no dijeran nada de lo que habí­an visto hasta después de que Jesús resucitara de entre los muertos. Ellos no pudieron entender lo que les querí­a decir con estas palabras, aunque para nosotros todo parece muy sencillo. Debí­an haber sabido que al hacer alusión al Hijo del Hombre Jesús se referí­a a sí­ mismo, como todo judí­o ortodoxo creí­an en una resurrección general en el último dí­a (Juan 11:24), pero ¿qué significaba esto? ¿Serí­a el volver a la vida como lo hizo la hija de Jairo? Jesús habí­a identificado a Elí­as con Juan (el Bautista), en el sentido de que Juan habí­a cumplido la tarea de Elí­as; y, al igual que Juan habí­a sido rechazado y muerto, Jesús también lo serí­a (12, 13).

9:14-10:52 El costo para los demás

9:14–32 El muchacho endemoniado (ver Mat. 17:14–23; Luc. 9:37–45). La oposición de los maestros de la ley, la incredulidad de los discí­pulos y de la multitud afligí­an a Jesús (19). Sus propios discí­pulos no habí­an tenido poder, y la fe del padre era limitada (21). La sanidad, sin embargo, depende del poder de Dios no del alcance de nuestra fe, de manera que Jesús pudo expulsar al demonio y sanar al muchacho.
Para contestar la pregunta de los discí­pulos, Jesús explicó que parte del costo del reino es la oración (a lo que algunos mss.mss. Manuscritos agregan †œy ayuno†, que, con frecuencia, acompañaba la oración ferviente tanto en el ATAT Antiguo Testamento como en el NTNT Nuevo Testamento). Esta es una advertencia de que la victoria sobre el enemigo, de la cual esta sanidad es un ejemplo, no se obtiene mezquinamente. Así­ que procede de forma natural a otra predicción de la muerte de Jesús que se avecinaba. Aun así­ los discí­pulos no entendí­an esta palabra (32).
Es interesante que, aunque los sí­ntomas del muchacho parecen haber sido los de epilepsia, los tres Evangelios describen su condición como atribuible a las fuerzas del mal. Aunque no podemos simplemente atribuirlo al lenguaje de aquella época, no debemos cometer un error más grave atribuyendo todo ataque de epilepsia a las fuerzas del mal. Existen muchos factores fí­sicos y quí­micos involucrados en la epilepsia, y un médico, no un exorcista, es la persona apropiada para tratarla.
9:33–50 La verdadera grandeza (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 18:1–5; Luc. 9:46–48). Los doce todaví­a tení­an que aprender que una parte del costo del reino de Dios era cesar en la búsqueda de posiciones encumbradas para sí­ mismos. La condición de siervo y la humildad son las únicas sendas hacia la verdadera grandeza cristiana, razón por la que Jesús escogió a un niño como ejemplo (36). El tema de los pequeños reaparece en el v. 42: pero en medio, Mar. ha colocado otra lección de la humildad que forma parte del costo del reino de Dios. Juan parece haber tenido orgullo del hecho de que los discí­pulos habí­an prohibido que alguna persona fuera de su propio cí­rculo pudiera echar demonios. Dado que ese hombre echaba fuera demonios en el nombre de Jesús, tiene que haber sido un creyente en Jesús o un seguidor propiamente. Nadie tiene un monopolio sobre la obra del reino. Debemos aceptar el éxito de otros con humildad y regocijarnos en él, como lo hizo Pablo (Fil. 1:18). Ninguna obra hecha para Cristo quedará sin recompensa, no importa quien la haga.
El reino de Dios es algo serio; por esta razón el poner una piedra espiritual de tropiezo en la senda de otra persona será castigado muy severamente (42). En realidad, el valor del reino de Dios es tan grande que no hay sacrificio demasiado grande para él. La mano, el pie, y el ojo representan las posesiones humanas más preciosas, aun así­ serí­a mejor perderlos que perder el reino de Dios. Por supuesto, esto es metafórico y no lit.lit. Literalmente como algunos de los Padres primitivos lo interpretaron y como algunas religiones no cristianas fundamentalistas todaví­a lo entienden.
Jesús habló con vehemencia acerca del infierno (47). Es todo lo contrario al reino de Dios, y no parece existir una †œtercera opción†. Sin embargo, Jesús habló del infierno a los creyentes como una advertencia, no a los inconversos como una condenación. Isa. 66:24, que fue citado por Jesús, describe la Gehena como el basural de Jerusalén siempre ardiendo, que serví­a de cuadro del juicio de Dios contra el pecado. La sal es otra metáfora; purifica como lo hace el fuego. Si nos purificamos ahora (ya que no hay idea de algún †œpurgatorio† después de la muerte), no caeremos bajo el juicio de Dios más tarde. Este es un concepto muy diferente al infierno del budismo popular o de otras religiones. Si somos †œsalados† con los valores del reino, no andaremos discutiendo acerca de quién es el mejor, sino que viviremos en paz unos con otros.
10:1–16 El matrimonio y el reino de Dios (ver Mat. 19:1–15; cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 16:18; 18:15–17). El costo del reino es grande, aun en la esfera de las relaciones humanas más estrechas. Moisés puede haber permitido el divorcio por la dureza del corazón humano (el fracaso en comprender el propósito de Dios en el matrimonio), pero Jesús aclaró que el reino de Dios demanda una lealtad de por vida a un cónyuge y lo vio como involucrado en el plan de Dios para la creación. Esto es tan costoso que, según Mat., los discí­pulos decí­an que serí­a mejor quedarse soltero que encararlo. Tanto aquí­ como en Mat., Jesús dijo que la persona que se vuelve a casar después de un divorcio (sea por parte del esposo o de la esposa) sencillamente adultera desde el punto de vista del reino de Dios (11, 12). Podemos imaginarnos lo radical que serí­a una expresión como ésta en la atmósfera moralmente relajada de Roma, al igual que lo es en la atmósfera moralmente relajada de nuestros dí­as donde las normas morales se están quebrantando. Es cierto que en Mat. parece surgir una excepción en el caso del adulterio, pero Mar. lo declara en su forma más rí­gida. Es posible que esto era lo que hací­a falta en la Roma de los gentiles.
En contraste con esta severidad, Marcos agrega aquí­ un relato tierno del interés cariñoso de Jesús para con los niños pequeños. Este es el otro lado de las palabras severas acerca de la santidad del matrimonio. Los niños, después de todo, son los que más sufren ante el divorcio. Pero queda otra verdad acerca del reino de Dios: solamente aquellos que lo reciben con la sencillez y confianza de los niños pueden entrar a él. Esta es una de las pocas ocasiones en que Marcos indica que Jesús se indignó, y es interesante ver la causa. Podrí­amos haber pensado que otros asuntos pudieran ser de mayor importancia que el bienestar de la niñez, pero Jesús los valorizó y con frecuencia usó a la niñez como ejemplo para nosotros. Posiblemente, por esta razón la palabra †œniñez† se usa en ocasiones con el significado de †œcreyentes sencillos† en los Evangelios.
10:17–34 El hombre que lo poseí­a todo (ver Mat 19:16–30; 20:17–19; Luc. 18:18–34). En ninguna otra parte de las Escrituras se ve con mayor claridad el costo del reino de Dios que en el relato del joven rico. El poseí­a absolutamente todo menos la vida eterna. La querí­a, pero no estaba dispuesto a dejar todo lo demás para obtenerla (como el mono del cuento bien conocido que no podí­a librarse de la trampa porque no estaba dispuesto a soltar lo que tení­a en la mano). Sin embargo, no hay otro camino para entrar al reino; aun Pedro y los demás discí­pulos tuvieron que aprender esto (28). El hombre era claramente amable (21) y ambicioso y sin duda moral, pero no podí­a verse encarar el costo. Sin embargo, Jesús preferí­a perder a un posible seguidor que rebajar sus normas por él; en realidad no habí­a otra norma posible. Así­ que el rico se fue triste de la presencia de Jesús y no sabemos nada más de él; habí­a tomado su decisión.
Jesús dijo (23) que era difí­cil que un hombre rico pudiera entrar al reino de Dios, en realidad imposible sin la ayuda de Dios (27). Todos somos tentados a confiar en nuestras †œriquezas† cuales fuesen, no en Dios. Jesús usó un proverbio cómico para ilustrar lo difí­cil que eso es; con toda claridad un camello no puede pasar por el ojo de una aguja.
Jesús enseñó que el resultado de dar dinero a los pobres, o cualquier sacrificio que podamos hacer para el reino de Dios, será atesorado no en la tierra, sino en el cielo; cuanto más demos, tanto más atesoramos. Esto no significa que si damos dinero a la obra de Dios, hemos de recibir más, como lo enseñan algunos †œcultos de prosperidad†. Lo que significa es que las recompensas espirituales serán mucho mayores que los sacrificios que pudiéramos haber hecho por Cristo, aunque llegara la persecución con tales sacrificios (30).
El pasaje concluye con otra mirada a los futuros sufrimientos de Jesús, esta vez con mayores detalles, lo que ilustra nuevamente la verdad acerca del sacrificio. Algo en la conducta de Jesús, como también en sus palabras, asombró a los discí­pulos y los que le seguí­an tení­an miedo. De alguna manera pensaron que se acercaba una crisis.
10:35–45 Una solicitud mezquina (ver Mat. 20:20–28). Si no hubiese quedado impreso no podrí­amos haber creí­do que, después de todo lo dicho, Jacobo y Juan se atrevieran a acercarse con una solicitud tan ambiciosa y mezquina. Pero demasiado bien sabemos, sin embargo, cómo somos, y por lo tanto, podemos comprender. Si se hubieran dado cuenta del verdadero costo de tener un lugar elevado en el reino de Dios, no se hubieran atrevido a pedir, a pesar de sus palabras valerosas. Copa y bautismo (o †œinundación†) son cuadros de juicio y sufrimiento en el ATAT Antiguo Testamento. Jesús les advirtió que el sufrimiento en verdad llegarí­a para todos, pero eso no necesariamente conducirí­a a un lugar elevado en el reino de Dios. El lugar elevado sólo lo da Dios.
Los otros diez discí­pulos se portaron igualmente mal como Jacobo y Juan al enojarse por la solicitud que aquellos hicieron. Sin lugar a duda éstos querí­an esos lugares para sí­ mismos. Así­ que Jesús pacientemente volvió a explicarles las normas totalmente diferentes del reino de Dios, donde la verdadera grandeza es el servicio humilde. Jesús mismo es el gran ejemplo de esto. El vino para ser el siervo sufriente de Dios profetizado en Isa. 53 y para dar su vida en rescate por muchos (45). El uso de la palabra muchos no significa que Jesús murió por ciertas personas solamente, de ninguna manera; recalca más bien el gran número de los redimidos por su muerte. Este es uno de los pocos lugares en Mar. donde se explica la manera en que la muerte de Jesús nos salva. Mar. tiene mucho más interés en la sencilla realidad de la salvación, y no en cómo sucede. Rescate es uno de los muchos cuadros por medio de los cuales se explica la salvación en el NTNT Nuevo Testamento. Significa pagar un precio para ser libres de la esclavitud, o la prisión, o la muerte pagando un precio. En nuestro dí­a estamos bien familiarizados con las demandas de aquellos que secuestran o asaltan. En este caso el precio serí­a la muerte de Jesús.
10:46–52 La sanidad de Bartimeo (ver Mat. 20:29–34; Luc. 18:35–43). Este último acto de sanidad registrado por escrito ocurrió a lo largo del propio camino de sufrimiento y muerte en Jerusalén. Es el cuadro de un necesitado que tuvo fe persistente y recibió la sanidad y, como resultado, siguió a Jesús. Sin duda este fue el caso de muchos de los que siguieron a Jesús, aun durante la terrible semana final. El testigo ocular de Mar. recordó el nombre de aquel hombre, y Marcos, como era su costumbre, lo traduce. Como muchos del Tercer Mundo, al hombre se le conocí­a por el nombre de su padre, pero puede haber sido bien conocido por la iglesia primitiva más tarde.

11:1-16:20 ESTABLECIENDO EL REINO DE DIOS
Aquí­ llegamos a la última gran sección del Evangelio, hacia la cual todo lo demás ha señalado. Mar. presenta la †œnarración de la pasión†: el relato de la traición, el juicio, el sufrimiento y la muerte en Jerusalén. Sin embargo, también hay muchos otros hechos que se describen, los cuales hallan espacio en el estilo de Marcos.

11:1-13:37 Advertencias acerca del reino de Dios

Cuando llegó el Mesí­as fue rechazado, pero ese rechazo, a su vez, provocarí­a juicio. Por eso hay un tono más triste a través de estos capí­tulos, ya que contienen más que una exhibición del amor de Dios. La hora de la decisión de Dios habí­a llegado para Israel, como llega a todos nosotros cuando confrontamos a Jesús y su cruz. Todo el futuro de Israel dependerí­a de la recepción dada al Mesí­as prometido.
11:1–11 Jesús entra en Jerusalén (ver Mat. 21:1–9; Luc. 19:28–38). †œBurrito† es una palabra mejor que borriquillo en este lugar. Los otros Evangelios aclaran que Jesús cabalgó sobre un asno pequeño y no un caballo. Es posible que Marcos no sabí­a cuál serí­a, o posiblemente a sus lectores romanos no les importaba. Estos no conocí­an las palabras del profeta del ATAT Antiguo Testamento, hablando del rey manso y humilde montado sobre un asno (Zac. 9:9). El v. 2 hace alusión a un arreglo previo con el dueño por Jesús, o aun podrí­a ser un ejemplo de perspicacia sobrenatural. Al decir el Señor lo necesita, podrí­a ser un uso infrecuente por parte de Marcos de un tí­tulo que más tarde se le darí­a a Jesús. Por lo regular en Mar. los discí­pulos sencillamente llamaban a Jesús †œmaestro†; después de la resurrección todos le llamaban †œSeñor†. El versí­culo podrí­a también significar †œal dueño le hace falta†, y en ese caso la segunda parte del versí­culo significarí­a que †œel [acompañante] lo enviará hasta aquí­ de inmediato†.
De esta manera Jesús entró en Jerusalén, igual que David o Salomón pudieran haber entrado a la capital, con ramas y ropas puestas a lo largo del camino delante de él (como una alfombra roja en los aeropuertos de nuestros dí­as, u hojas de palmeras y de bananales en un festival de aldea en el Tercer Mundo). Estamos acostumbrados a las ovaciones de las multitudes en estas ocasiones, pero éstas no fueron ordenadas por decreto de ningún gobierno; surgí­an de su propia voluntad libre. Entonaron expresiones de alabanza tomadas de los Sal. y vitoreaban a un rey de la familia de David que habrí­a de restaurar el reino de Israel a su antigua gloria. Esperaban a un lí­der polí­tico y nacionalista, aun un reformador social violento, como sucede con muchos en nuestros dí­as. ¿No serí­a esto exactamente lo que Jesús temí­a desde el principio, y que todos malentenderí­an si él se proclamase el Mesí­as de Dios? Sin embargo, en ese dí­a Jesús entró triunfalmente en la capital que en unos dí­as le provocarí­a lágrimas (Luc. 19:41) al inspeccionar el templo.
11:12–26 Desafí­an a Jesús en el templo (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 21:12–22; Luc. 19:45–48). Cuando Jesús se enfrentó con los comerciantes en el patio del templo, no era que en su irritación estaba condenando un árbol lozano; estaba dando una expresión triste de la condición verdadera del árbol. El juicio de Dios sobre Israel serí­a igual. Esta es la razón por la cual la limpieza del templo queda †œintercalada† entre las dos mitades del relato de la higuera, donde Marcos da una advertencia solemne y clara a Israel.
Cuando Jesús entró al templo, es probable que lo hizo por el patio de los gentiles, el único lugar en todo el complejo donde se permití­a adorar a los no judí­os. Pero la adoración habí­a llegado a ser imposible; el patio habí­a sido transformado en una zona de bazar, con compradores y vendedores y corrales por todas partes. Aves y animales de sacrificio eran vendidos allí­, y las monedas extranjeras podí­an ser cambiadas por la moneda que se aceptaba en el templo, aquella que no llevaba la imagen de los emperadores romanos y los dioses paganos. En cierto sentido, esto era un servicio a los adoradores, pero el ruido y la bulla hací­an que el culto fuera imposible. Para empeorar las cosas, estos patios se usaban como un atajo para que los comerciantes pudieran traer su mercaderí­a desde el monte de los Olivos hasta la ciudad misma.
De otras fuentes sabemos que los adoradores en el templo judí­o eran explotados por dichos comerciantes, los que cobraban precios elevados por los animales de sacrificio, y los cambistas de dinero, quienes cobraban injustamente por el cambio de monedas. También sabemos que este comercio era controlado por la aristocracia sacerdotal quienes sacaban grandes ganancias a expensas de los peregrinos comunes.
Jesús justificó su acción de echar fuera a los que tení­an puestos y a sus clientes demostrando que el plan de Dios era que su templo fuera un centro de adoración para todas las naciones, no sólo para los judí­os (17). Esto tiene que haber dado mucho ánimo a los lectores no judí­os de Mar.
La perturbación que causó Jesús al comercio del templo tiene que haber hecho aumentar el odio que le tení­an, y buscaban cómo matarle (18). Estos, más que nadie, debieron haber reconocido a su rey por lo que hizo. Todos los buenos reyes de Judá habí­an purificado el templo, como dice Mal. 3:1–4 que el venidero harí­a. Si Jesús se portó de esta manera con el templo terrenal antiguo, ¿qué hará con el templo nuevo que es su cuerpo, la iglesia cristiana?
Pedro usó la palabra maldijiste ante la higuera (21); es importante darnos cuenta de que en la Biblia †œbendición† y †œmaldición† no tienen el mismo significado que tienen hoy. Son los juicios solemnes de Dios, sus pronunciamientos ante los resultados de agradarle o desagradarle; él no actúa sin razón. La Biblia no sabe nada de maldiciones mágicas y no debemos temerlas, ya que no pueden hacer daño al cristiano. De igual manera, las bendiciones no son algo que otros nos pueden dar mágicamente; nos vendrán, si permanecemos en Cristo (Juan 15:4).
Jesús y sus discí­pulos, con toda probabilidad, pasaron las noches en su casa †œsegura† de Betania durante la época que estuvieron en Jerusalén. Por eso fue que Pedro señaló a la higuera marchita al volver hacia la ciudad la siguiente mañana. Marcos no enfatiza la aplicación de esta parábola objetivamente a Israel; la estructura de este Evangelio ha sido tal que se sabe con claridad de antemano. En su lugar, nos muestra cómo Jesús usó el marchitar de la higuera como un ejemplo de los resultados de una oración con fe (23). Además, muestra que no podemos orar con fe por cualquier cosa que nos agrada. En esto, Jesús estaba †œpensando los pensamientos de Dios† y dispuesto a hacer la voluntad del Padre. Esa clase de oración hecha con fe siempre recibirá contestación ya que se ora porque la voluntad de Dios se realice (como oró Jesús en el Getsemaní­). Sólo podremos mover las montañas que Dios quiere que se echen al mar, no las que nosotros queremos que sean removidas. †œEl mover montañas† era una expresión de los rabinos para describir las victorias sobre dificultades aparentemente imposibles; no debemos tomarlo lit.lit. Literalmente Si oramos de esta manera, podemos dar gracias por el resultado aun antes de verlo, ya que la respuesta es segura y dentro de la voluntad y el propósito de Dios.
Hay una condición más en la oración eficaz: debemos libremente perdonar a otros, como Dios nos perdona (25). Si no lo hacemos, ¿cómo podrí­amos orar †œen el nombre de Jesús†, a saber, en la forma que él lo harí­a y lo hizo? Este versí­culo puede indicarnos que Marcos conocí­a el Padrenuestro, aunque no lo registró en su Evangelio.
11:27–33 †œ¿Con qué autoridad?† (ver Mat. 21:23–27; Luc. 20:1–8). La oposición hacia Jesús continuó, a medida que los sacerdotes enojados preguntaban qué derecho tení­a Jesús para actuar de esta manera. Jesús, el manso controversista, les dijo que él tení­a el mismo derecho que Juan tení­a para bautizar, y les preguntó de dónde provení­a la autoridad de Juan. No se atrevieron a contestar como hubieran querido, así­ que abandonaron esa pregunta (pero pronto surgirí­an otras). ¿Sabrí­an ellos en sus corazones que estaban luchando contra la verdad, tanto en el caso de Juan como en el de Jesús? Si así­ hubiese sido sólo los amargaba más, el mismo efecto que tuvo con Saulo de Tarso (Hech. 26:14).
12:1–12 Los arrendatarios malvados (ver Mat. 21:33–46; Luc. 20:9–19). Jesús expuso esta actitud de oposición voluntariosa y contumaz en una parábola tan clara que aun los sacerdotes podí­an ver el significado (12). Todos hubieran reconocido la viña como una ilustración de Israel; hasta los detalles del cuidado tierno del dueño son tomados del ATAT Antiguo Testamento. Los profetas eran considerados como siervos de Dios, y todos sabí­an que habí­an sido rechazados y maltratados por Israel. ¿Pero quién era este hijo muy amado? Aquellos que recordaran el testimonio del Padre en el bautismo de Jesús, o en la transfiguración lo sabrí­an. Podrí­a pensarse que los sacerdotes se daban cuenta de que Jesús decí­a ser el Hijo de Dios, ya que fueron ellos los que lo acusaron en el juicio y la crucifixión. Este es uno de sólo dos lugares donde Jesús indirectamente decí­a que él era el Hijo de Dios antes de su juicio, aunque otros (fueran discí­pulos o aun demonios) lo podrí­an haber reconocido previamente como tal.
En este relato el hijo fue muerto; ese es el costo del reino de Dios. Pero la advertencia es el punto principal de la parábola (9). Aquellos que rechazaron al rey serí­an a su vez rechazados, y su lugar de privilegio especial serí­a quitado y entregado a otros. Los lectores de Mar. hubieran reconocido el cumplimiento de las palabras de Jesús en la iglesia, donde, por fin, tanto judí­os como gentiles compartí­an todo en términos parejos. La piedra descuidada y despreciada que habí­a sido dejada sobre el suelo por los constructores llegarí­a a ser la piedra fundamental de todo el templo nuevo, a saber: la iglesia cristiana (10). Hay ironí­a en la sugerencia de que los sacerdotes no conocí­an las Escrituras mismas que ellos se jactaban de conocer. Con razón querí­an arrestarlo, pero con más razón temí­an hacerlo.
12:13–17 Impuestos para el César (ver Mat. 22:15–22; Luc. 20:20–26). Esta pregunta la hicieron por aquellos que ya habí­an rechazado a Jesús y sólo lo querí­an atrapar. Si Jesús consentí­a en pagar tributo al César, los patriotas judí­os lo rechazarí­an; pero si se oponí­a los romanos lo arrestarí­an. Este asunto hubiera sido importante para aquellos en la iglesia que estaban padeciendo persecución, fuera en Roma o en otra parte, pero que querí­an aparentar que eran ciudadanos ideales. La respuesta de Jesús significaba que si vamos a disfrutar los beneficios de un Estado, tendremos que pagar el precio en la forma de impuestos, etc. Pero la estocada de su contestación dio en el blanco, según la opinión de los fariseos y los herodianos. Si debemos dar al César lo que le pertenece, entonces también debemos dar a Dios lo que es de él, cosa que ellos no estaban cumpliendo.
Para una iglesia perseguida en el Imperio Romano, tendrí­a un significado más profundo, aunque Marcos no lo menciona. Si el César pide lo que le pertenece a Dios, y no a él, ellos por razones de conciencia no se lo podí­an dar. De manera que muchos cristianos murieron por rehusar dar una pizca de incienso a la estatua del César. De la misma manera, algunos cristianos sufren en nuestro dí­a al rehusar inclinarse ante las efigies de emperadores, dictadores y presidentes. No podemos adorar a personas, partidos, o naciones, sino solamente a Dios.
12:18–27 El matrimonio en la resurrección (ver Mat. 22:23–33; Luc. 20:27–40). Habiendo silenciado a los fariseos, se llegaron a él los saduceos, los ricos nobles que controlaban tanto el templo como el Sanedrí­n, el gran concilio religioso de Israel. Estos llegaron para burlarse de su fe en la resurrección presentando una ilustración ridí­cula, y probablemente no basada en la vida real, acerca de una mujer que se habí­a casado muchas veces. Los fariseos ya habí­an dictaminado que una esposa así­ pertenecerí­a a su primer esposo en la resurrección (la que ellos interpretaban de una manera muy materialista, casi igual a lo que creen los musulmanes de nuestros dí­as). Los saduceos, por supuesto, aprobaban la costumbre mosaica que se menciona aquí­, que tení­a el propósito de retener la propiedad dentro de la familia de la viuda, pero rechazaban totalmente la idea de resurrección alguna. Para ellos, esta vida era todo; con razón eran duros, materialistas, y con frecuencia ricos. Todos conocemos a gente así­. En primer lugar, Jesús aniquiló todo el argumento rechazando las ideas materialistas crudas de la resurrección, tema en que él creí­a, igualmente que los fariseos. Como lo dice Pablo, nuestro cuerpo resucitado será de otro tipo (1 Cor. 15:44). Aquí­ Jesús lo compara con el de los ángeles. Los asuntos de sexo y relaciones fí­sicas no tienen incumbencia. También tenemos que rechazar ideas materialistas crudas del significado tanto de la resurrección como del †œHijo de Dios†, como si significara sencillamente una paternidad fí­sica. Estos temas son piedras de tropiezo impidiendo la recepción del mensaje de las buenas nuevas.
En base a los libros de Moisés, que eran reconocidos por los saduceos, Jesús les mostró que la idea de la resurrección podí­a comprobarse en base a la relación de los patriarcas con el Dios viviente. Ellos †œhallaban† la vida eterna en Dios, como nosotros lo hacemos en Cristo en el dí­a de hoy, pero es un nuevo tipo de vida, demostrando el poder de Dios.
12:28–34 El más grande mandamiento (ver Mat. 22:34–40; Luc. 10:25–28). Este maestro de la ley llegó con lo que era una pregunta legí­tima, a juzgar por la respuesta que dio Jesús. En un sentido, la contestación que le dio no contení­a nada nuevo; salí­a de las Escrituras que eran bien conocidas por aquel maestro. Jesús colocó el amor a Dios en la médula de la ley; el amor a nuestro prójimo surgirí­a naturalmente como una consecuencia. Si tratamos de colocar el amor al prójimo en primer lugar, o peor aun, olvidar el amor a Dios del todo, haremos naufragar nuestra vida, y dejaremos de amar al prójimo como debiéramos. Por otro lado, si decimos que amamos a Dios y no amamos al prójimo, somos unos hipócritas (1 Jn. 4:20).
Aunque aquel maestro estuvo de acuerdo en que todo eso era cierto y, por lo tanto, estaba muy cerca del reino de Dios, todaví­a no pertenecí­a a él ya que no habí­a reconocido a Jesús como rey. ¿Lo harí­a al fin?
12:35–37 El Mesí­as, ¿es divino o humano? (ver Mat. 22:41–46; Luc. 20:41–44). Ahora le tocaba a Jesús hacerles una pregunta. Israel esperaba al Mesí­as, un rey de la lí­nea de David, para restaurar el reino terrenal. Como ya lo hemos visto, puede haber sido por esta falsa esperanza que Jesús no querí­a decir públicamente que él era el Mesí­as. Por lo mismo, tan pronto como Pedro le habí­a reconocido como el Mesí­as, él habí­a explicado que el Mesí­as de Dios tendrí­a que sufrir y morir. ¿Cómo harí­a para demostrar que esa expectativa judí­a estaba equivocada?
Si todos los oyentes de Jesús hubieran estado de acuerdo en que el Sal. 110 fue escrito por David; también hubieran estado de acuerdo en que †œmi Señor† del Salmo hací­a alusión al ungido de Dios, el Mesí­as. ¿Cómo, pues, podí­a David, el venerado antepasado, llamar a su descendiente, el Mesí­as, †œmi Señor† dándole así­ una posición superior? Cualquier persona que proviene de una cultura que reverencia a sus antepasados verá este detalle de inmediato. Serí­a inconcebible, a menos que este Mesí­as fuera más que humano y, por tanto, superior a su antepasado. Si este Salmo en particular fue escrito por David, o no, y si este fue el significado original, o no, no tendrí­a nada que ver con el tema; Jesús estaba hablando de una manera que sus contemporáneos pudieran comprender.
12:38–44 Maestros y viudas (ver Luc. 20:45–21:4; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 23:1–36). Aquí­ tenemos dos cuadros contrastados de aquellos que rechazan y de los que aceptan los valores del reino de Dios. Los que rechazaban eran los maestros de la ley que amaban el poder, la posición y las riquezas. Hací­an alarde externo de la religión, pero se †œtragaban† las propiedades de personas indefensas como viudas, quizá demandando continuamente contribuciones religiosas para sí­ mismos. Por el otro lado, hubo una viuda pobre que voluntaria y alegremente dio a Dios todo el dinero que tení­a para obtener alimento (44). Todos conocemos la asombrosa generosidad de los pobres en nuestras congregaciones cristianas. Este es el tipo de dádiva que Jesús mostrarí­a yendo al Calvario, de manera que es el tipo de dádiva que nos pide a nosotros. En 14:3 veremos a otra mujer que dio de esta misma manera, al derramar un frasco de alabastro con perfume por amor a Jesús.
13:1–37 Señales del fin (ver Mat. 24; Luc. 21:5–37). Jesús ha dado advertencias abundantes a los que están fuera del reino de Dios; ahora presenta palabras de advertencia a los que están adentro del reino. Se comunican en términos del juicio venidero, que será un tiempo de prueba para los discí­pulos, pero aun así­ será una prueba muy real. Todo el tema es presentado por medio de la profecí­a del juicio contra el templo (2). El †œcí­rculo í­ntimo† (esta vez incluí­a a Andrés) tiene que haber pensado que la destrucción del templo iniciarí­a los tiempos finales, y estaban deseosos por saber cuáles serí­an las señales. Es posible que este tipo de curiosidad provoca a los cristianos de hoy a tratar de saber la fecha de la segunda venida de Cristo. Sin embargo, Jesús lo utilizó como un reto a los cristianos de cualquier época, lo que resulta ser la función de tales profecí­as en la Biblia.
La necesidad principal es estar velando (5), especialmente en contra de los posibles engañadores, y no estar alarmados por las circunstancias terribles. Ambas cosas hubieran sido relevantes en Roma, donde surgieron varias herejí­as primitivas, y molestaban en la época cuando el Evangelio de Mar. estaba siendo escrito como para †œel año de los cuatro emperadores† (68 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo), con varios contendientes al trono peleándose por la corona. La persecución será inevitable, pero debe verse como una oportunidad para atestiguar usando palabras que serán provistas en el preciso momento por el Espí­ritu Santo. (Esta es una de las pocas referencias directas al Espí­ritu en Mar.) La predicción de que es necesario que primero el evangelio sea predicado a todas las naciones (10) es casi la versión de Mar. de la †œgran comisión† (Mat. 28:19). ¿Habrí­a Marcos visto algo de esto en las labores de Pablo y los demás apóstoles?
Además, está la advertencia que hasta los lazos más í­ntimos y naturales se quebrantarán bajo tal estrés (12), la verdad contraria a la enseñanza acerca de la verdadera †œfamilia de Jesús† (3:34, 35). Muchos quizá hemos sabido cómo algunos miembros de la familia se han traicionado unos a otros en tiempos de persecución, y la agoní­a de sentirse odiados universalmente sin razón, sólo por ser cristianos (13). Sin embargo, hay una promesa unida: la persistencia hasta el fin nos dará la vida eterna, aun si no seguridad en este mundo.
Los cuatro discí­pulos habí­an preguntado: †œ¿Cuándo?† En un lenguaje bastante velado Jesús insinuó que serí­a cuando los emblemas idolátricos del ejército romano fueran impuestos triunfalmente en el templo de Jerusalén. Marcos no podí­a atreverse a informar de esto abiertamente (y menos en Roma) especialmente ya que lo dicho todaví­a no parecí­a haber ocurrido cuando se escribió este Evangelio. Pero el pequeño paréntesis del v. 14 muestra que él esperaba que sus lectores comprendieran. Jesús usó lenguaje tomado del libro de Dan., relatando en primer lugar de la profanación del templo por el perseguidor Antí­oco Epí­fanes en el siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo La abominación en ese caso fue un í­dolo, que fue levantado en el mismo templo y lo profanó. Los versí­culos siguientes parecen describir el terrible sufrimiento durante las primeras guerras judí­as, cuando los ejércitos romanos invadieron Palestina. Esto ocurrió sólo una generación después de la muerte de Cristo, y la iglesia cristiana judí­a seguramente compartió el sufrimiento general. La tradición dice que los cristianos huyeron a Pella en Transjordania, recordando la advertencia de Jesús (14).
Una advertencia aun más urgente, en este caso, es la que va en contra de los falsos mesí­as, y los falsos profetas (22). Estos abundaron en la época después de Cristo, y siguen abundando hoy en dí­a; con sectas falsas y la †œfranja lunática† en derredor de la iglesia cristiana. De mayor importancia será recordar, al volver a descubrir †œseñales y maravillas†, que aun éstas pueden ser falsas con señales de profetas falsos; debemos estar alertas (23). Por esto es posible que Jesús usó señales con poca frecuencia en su ministerio.
Hasta este punto, todo lo que Jesús predijo puede colocarse c. 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, viendo a los ejércitos romanos asolando Palestina, y la lucha entre los emperadores para obtener el trono. Los lectores de Mar. hubieran podido reconocer las referencias, aunque para nosotros no sean del todo claras ahora. A partir del v. 24 en adelante se da la impresión de que son los últimos dí­as (para una opinión diferente ver el comentario sobre Mat. 24). En estos últimos dí­as los poderes terrenales mayores simbolizados en el ATAT Antiguo Testamento por el sol, la luna y las estrellas, caerán, y el Hijo del Hombre llegará en gloria para recoger a sus escogidos (26, 27). El extremo de la tierra sale de las imágenes de Dan. 7, aunque la frase puede hacer una leve alusión a la misión a los gentiles. No puede ser sencillamente una referencia a la acción de reunir a todos los judí­os fieles de todo el mundo.
Este tiempo, aparentemente, ocurre mucho después del perí­odo de las guerras judí­as de 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo aunque son el cuadro más amplio del juicio que seguirí­a al final de los tiempos, así­ como el verano sigue a la primavera en Palestina. Es bastante incierto que el brotar de la higuera en este lugar haga alusión al regreso de los judí­os a la Palestina y el restablecimiento del Estado de Israel. Más bien puede ser otro proverbio popular que se usa en muchos lugares, aunque en los paí­ses occidentales no se conoce.
Como sucede con frecuencia en las profecí­as del ATAT Antiguo Testamento, Jesús pasó directamente de ese momento cercano, al futuro distante; es como si hubiésemos visto dos grandes cumbres de montañas, y no el gran valle que los separaba. Por esta razón Jesús pudo decir que esta generación no pasarí­a hasta que se cumpliese este primer conjunto de señales. Muchos de los que lo escuchaban seguirí­an en vida en 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo Es poco probable que esta generación se refiera a la sobrevivencia del pueblo judí­o en su totalidad, pero aquellos que comprenden esta frase como refiriéndose tanto al futuro inmediato como al distante lo comprenden de esta manera.
Así­ como al libro del Apoc. con frecuencia se le llama †œla Revelación† (lo que significa †œquitarle el velo al futuro†), así­ igualmente a este capí­tulo se le denomina †œel pequeño apocalipsis†, ya que en él Jesús también revela el futuro. Hay que recordar tres cosas al leer este capí­tulo. Primera, que no es posible expresar las cosas como son en tiempos de peligros polí­ticos. Segunda, que el lenguaje simbólico se usa para revelarnos las cosas, no para confundirnos; no tiene nada de †œmisterioso†. Tercera, todo tiene el propósito de hacernos cristianos más fieles en el momento presente, no para que estemos capacitados para profetizar o especular acerca del futuro lejano (37). Esto se demuestra por el hecho de que ni aun el Hijo (y este es otro lugar donde Jesús afirma una relación única con Dios) conoce la fecha de estas cosas (32). Sin embargo, tenemos una promesa, que cuando todo tiembla, las palabras de Jesús permanecerán (31), un dicho que se usa con las Palabras de Dios mismo en el ATAT Antiguo Testamento.

14:1-52 Amanecer del reino de Dios

Esto nos lleva justo hasta el juicio de Jesús.
14:1–11 El rey es ungido (ver Mat. 26:6–13). Jesús y sus discí­pulos todaví­a estaban quedándose en Betania, en parte, sin duda, por razones de seguridad y en parte porque la ciudad ya estarí­a abarrotada de peregrinos llegando para la Pascua. Jesús participó de una última comida tranquila en la casa de Simón el leproso, quien posiblemente era el anfitrión. Simón (posiblemente habí­a sido sanado por Jesús) es un desconocido para nosotros, pero era conocido por el testigo ocular de Mar. como también por Marcos. Sólo Juan nos relata que fue Marí­a de Betania la que ungió a Jesús (Juan 12:3), de manera que Simón serí­a el padre de la familia. En los Evangelios hay diversos relatos similares de ungimientos, pero se piensa que no es posible que todos describan el mismo evento y a la misma mujer.
Todo lo que sabemos de esta mujer es el precio inmenso del regalo y las reacciones muy diferentes de los once discí­pulos, Jesús y Judas. Los once estaban indignados por el desperdicio. Todo ese dinero podrí­a haberse usado para alimentar y vestir a los pobres, lo que era indiscutiblemente cierto. Jesús, sin embargo, aunque reconocí­a el derecho de los pobres (7), vio una prioridad mayor que la de los pobres en ese momento. Todo rey de Judá era ungido antes de su coronación, y éste serí­a su ungimiento, no por algún profeta, sino por una mujer. Pero era aun más, ya que era una preparación simbólica de su cuerpo para la tumba. Esta mujer sabí­a que su rey tení­a que morir; habí­a comprendido el evangelio. Por esa razón, donde quiera que se predicase el evangelio en todo el mundo (un detalle que emocionaba a Marcos), ese amoroso sacrificio serí­a recordado (9).
Todo esto era un desperdicio sin sentido para Judas. El fue de inmediato a los principales sacerdotes para saber cuánto dinero podrí­a sacar al traicionar a Jesús antes de que fuera demasiado tarde. En la Biblia, Judas no demuestra ningún móvil elevado o patriótico; fue su descarado amor al dinero lo que le causó tal caí­da, como ha sucedido con muchos lí­deres eclesiásticos desde aquel entonces, ya sea en paí­ses ricos o pobres. Por eso Jesús advierte con tanta frecuencia acerca del amor al dinero. Si Judas no podí­a comprender la acción de la mujer, tampoco podrí­a comprender la cruz. No podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo (Mat. 6:24).
14:12–31 La última cena (ver Mat. 26:17–35; Luc 22:7–34). Temprano al dí­a siguiente, Jesús envió a dos discí­pulos a la ciudad para preparar la habitación para la comida pascual. Esta debí­a, por ley judí­a, ser comida dentro de los lí­mites de la ciudad, cosa que no permitió que se tuviera en Betania. Parece que, como en el caso del borriquillo, Jesús habí­a arreglado de antemano con una amistad o seguidor el préstamo de un aposento. Aquí­ no hubo nada sobrenatural, como no hubo nada sobrenatural en lo del barco de Pedro, ni en la tumba de José, ambas cosas prestadas a Jesús. Sin embargo, el conocimiento de que habrí­a un hombre con un cántaro de agua que lo encontrarí­a puede haber sido un vistazo sobrenatural del tipo que, con frecuencia, tení­an los profetas del ATAT Antiguo Testamento, a menos de que eso también fuera una señal arreglada previamente por Jesús. Esta clase de percepción, por lo general, no es algo que se promete a los cristianos en el NTNT Nuevo Testamento, aunque personas como Pedro y Pablo parecen haberlo usado en ocasiones. Por lo tanto, no debemos procurar y esperar tal don y, además, debemos tener cuidado con las personas que dicen tenerlo.
Marcos parece decir que esta cena serí­a la Pascua, mientras que Juan parece decir que la Pascua misma serí­a al dí­a siguiente (y que, por lo tanto, Jesús murió cuando los corderos pascuales estaban siendo muertos). Si Juan tiene razón, entonces esta cena de Jesús hubiera sido preparatoria. Esto explicarí­a el hecho de que no se menciona ningún cordero, sino solamente pan y el fruto de la vid, ya que Jesús mismo era el Cordero. Hay varias explicaciones posibles para esta situación. Algunos han sugerido que habí­a dos calendarios religiosos diferentes en uso en Jerusalén en esa época, con fechas diferentes para la Pascua. Otros han sugerido que Marcos estaba usando la forma romana de calcular los †œdí­as† de una mañana a la otra mañana, mientras que Juan usó la manera hebrea de calcular el tiempo: de una tarde a la otra tarde. No importa qué dí­a fuera, esta era la tarde cuando Jesús instituyó la primera †œcena del Señor† en celebración de su muerte.
Este relato de la cena está dado entre dos avisos de nuestra debilidad humana. Jesús advirtió a sus discí­pulos que uno de ellos lo iba a entregar (18). No tení­an la menor idea de quién pudiera ser, pero tuvieron tanta confianza propia que cada uno rehusó pensar que pudiera ser él. Pedro no fue el único que estaba confiado de sí­ mismo aunque, por lo general, él era el principal ejemplo. En verdad, aun esta traición trágica halla su lugar en el plan de Dios, pero no hace que el traidor sea menos culpable (21). Judas tampoco fue una ví­ctima indefensa, predestinado a traicionar a Jesús (este punto de vista es el peligro que corren algunas religiones fatalistas como Islam), sino que escogió su propia senda deliberadamente, aunque Dios era conocedor de todo de antemano.
La descripción de la cena misma es muy sencilla. Los oidores de Mar. no estarí­an familiarizados con las costumbres judí­as, ni les interesarí­an. Por costumbre, el jefe de la casa daba gracias a Dios por el pan (lo †œbendecí­a†), igual que lo harí­amos nosotros antes de alguna comida hoy; partió el pan y dio los pedazos a los demás. Esto fue igual a lo que hizo cuando dio de comer milagrosamente a las multitudes en dos ocasiones (¿serí­an éstos también cuadros de la cena del Señor?). Lo que era muy nuevo fue que Jesús les dijo, al darles el pan, que representaba y tomaba el lugar de su cuerpo que de inmediato serí­a dado y quebrantado en la cruz por ellos. En arameo, el idioma que hablaba Jesús, no existe palabra para †œes†. Lo que Jesús habrí­a dicho lit.lit. Literalmente fue: †œEsto-mi cuerpo†. Por lo tanto, nosotros no debiéramos traducir libremente sus palabras. Eso, a la vez, nos protege de usos supersticiosos del pan, como el de llevar fragmentos a casa para darlo a algún niño enfermo con la esperanza de que sea sanado. La cena del Señor es un misterio, pero no es magia. Puede ser que Jesús quiso decir, además, que así­ como nuestra vida corporal depende de pan o arroz, así­ también nuestra vida espiritual debe ser alimentada por una dependencia completa de él por fe.
El pan era la comida judí­a corriente, el vino (usualmente diluido con agua) era la bebida de costumbre; la vida dependí­a de ambas. Como en toda comida judí­a, a Dios se le daba gracias por todo. Lo que era nuevo fue que Jesús dijo a sus discí­pulos que el vino tinto de la copa representaba su sangre, la sangre que sellarí­a su pacto, sangre que serí­a derramada a favor de muchos. Si se lee o no la palabra †œnuevo† ante la palabra pacto del v. 24 no causa diferencia. Jesús hací­a alusión al nuevo pacto del que hablaba Jer. 31:31, por medio del cual nuestra naturaleza completa serí­a cambiada, y la ley de Dios serí­a escrita sobre nuestros corazones. Cuando Jesús dijo que su sangre serí­a derramada a favor de muchos se estaba adelantando ya que ésta era la referencia al Siervo Sufriente de Dios en Isa. 53:12 quien llevarí­a el pecado de muchos. Con esto podemos ver que la muerte de Jesús serí­a el precio de rescate, el sacrificio del pacto y una ofrenda por el pecado; las tres cosas tienen impacto al acercarnos a la mesa del Señor. Pero, si la copa de vino con sus gotas amargas al fondo es un cuadro del sufrimiento, también es un cuadro del gozo (25). Esta cena, antes de la crucifixión, es un cuadro del †œbanquete del Mesí­as† triunfante en los cielos, donde todos compartiremos con Cristo en la gloria.
De manera que el rey, como todos los reyes de Judá, habí­a tenido su banquete real. Siguió una segunda advertencia de la debilidad de los discí­pulos. Fue hecho más fácil de aguantar sabiendo que todo ya habí­a sido previsto por Dios (quien nunca espera que seamos más fuertes de lo que somos) y que serí­a seguido por una reunión de regocijo en un lugar bien conocido como Galilea (28). Marcos escribe mucho acerca de Galilea y el ministerio de Jesús allí­, parcialmente porque allí­ fue donde inició su ministerio, y porque Galilea, con su población semi gentil, señalaba la misión próxima a los gentiles. Galilea, más tarde, fue un gran centro del cristianismo primitivo, como lo ha revelado la arqueologí­a. La promesa de Jesús se liga con la promesa del ángel (16:7) que aquí­, en Galilea, serí­a donde se encontrarí­an con el Cristo resucitado. Para este cumplimiento véase Mat. 28:16, aunque Mar. no lo escribe.
No sólo fue predicho que Pedro negarí­a al Señor, sino cuándo sucederí­a (30), a pesar de que Pedro, en una actitud de autoconfianza, afirmó que no sucederí­a tal cosa. (La referencia al canto del gallo podrí­a tener en mente el ave misma, o el toque fuerte de las trompetas romanas que señalaban esa hora de la noche.) A Pedro se le apunta con el dedo como el que negó a Cristo, pero debemos recordar que todos los discí­pulos insistieron en que nunca negarí­an a Jesús a pesar de que ninguno cumplió sus promesas.
14:32–42 El huerto de Getsemaní­ (ver Mat. 26:36–46; Luc. 22:40–46). Muchos peregrinos acampaban cerca de Jerusalén en la época de la Pascua y es posible que la intención de Jesús era pasar la noche en Getsemaní­ (que significa †œprensa de aceite†) en vez de volver a Betania. Pero no iba a haber descanso para él allí­. Con su †œcí­rculo í­ntimo† de tres discí­pulos, él oró bajo un tremendo estrés espiritual. Nunca debemos pensar que el Calvario le fue fácil; esta oración demuestra lo difí­cil que le fue (ver Luc. 12:50). Los discí­pulos somnolientos, y en especial Pedro, tienen que haber oí­do sus palabras (36) y habérselas contado a Marcos, ya que no habí­a otra persona presente. Recordaron que Jesús usó la palabra aramea í­ntima †œAbba† (la que Marcos traduce) para llamar a Dios su Padre (algo que se usó más adelante por la iglesia primitiva, Rom. 8:15). †œAbba† es el nombre que cada niño o niña judí­o todaví­a usa dentro del hogar para hablar con su padre.
La oración de Jesús fue muy simple; él no querí­a enfrentarse a la cruz, pero si era la senda de Dios, él la encararí­a. De esta manera venció al enemigo. Pero mientras él agonizaba en oración, los discí­pulos dormí­an, a pesar de las advertencias de Jesús. Con razón más tarde cedieron a la tentación, cuando aquí­ también habí­an cedido a la tentación. Ninguna caí­da es en verdad inesperada o repentina, como se dio cuenta Pedro.
14:43–52 El Rey es detenido (ver Mat. 26:47–56; Luc. 22:47–53). Sin la ayuda de Judas, los sacerdotes nunca hubieran podido hallar a Jesús entre los muchí­simos grupos acampados en derredor de Jerusalén esa noche. Aquellos que han visto las multitudes de peregrinos acampados en derredor de los templos en un festival hindú han de comprender. Y aunque hubieran hallado el lugar, nunca habrí­an podido encontrar a Jesús mismo en la densa obscuridad, y Judas bien sabí­a que sus compañeros de Galilea hubieran peleado. Por esa razón, los policí­as del templo, bien armados, estaban presentes (no una chusma de la ciudad, como se ha sugerido en ocasiones). Los arrestos nocturnos de sospechosos no son raros; los sospechosos están desprevenidos, y hay menos peligro de algún rescate por parte de amigos o vecinos. Aun así­, Pedro (cuyo nombre no aparece aquí­; ver Juan 18:10) en vano sacó su espada ya que Jesús rehusó aceptar tal ayuda.
Es posible que estemos acostumbrados a espí­as policí­acos y delatores pagados, pero la traición de Judas todaví­a nos pasma. El beso en la mejilla era el saludo normal de la cultura local, y el saludo mismo era el de un discí­pulo para con su maestro, pero ambas cosas eran sólo señales del arreglo previo. Lo que asombró a todos fue la respuesta calmada de Jesús. Según él, no hací­a falta tanto drama en todo eso. Lo podrí­an haber arrestado durante cualquier dí­a en el templo, si no hubieran tenido temor de la reacción del pueblo. Allí­ se supo el secreto de su aceptación apacible: él sabí­a que todo esto tení­a su lugar en el plan y el propósito de Dios (49).
Ha habido bastante discusión acerca de quién serí­a el joven de este relato. Algunos han sugerido que era Juan Marcos mismo, en cuyo hogar puede haberse celebrado la última cena (más tarde la iglesia se reuní­a en la casa de su madre; Hech. 12:12). Si los sacerdotes hubieran podido arrestar a los seguidores de Jesús sin duda lo hubieran hecho, pero todos huyeron (50). Por esto, probablemente, Pedro temí­a ser reconocido en la casa del sumo sacerdote más tarde. Por otro lado, puede haber sido un recuerdo sin relevancia del testigo ocular de Mar., y Marcos es el único que lo registra fielmente. Fuera quien fuere, él también habí­a abandonado a Jesús, igual que todos los demás, y habí­a huido.

14:53-15:47 Coronación del Rey

A la iglesia primitiva le gustaba pensar en Jesús como †œel Cristo Rey†. Hablaban de su manto real de púrpura, su corona de espinas, su cetro de caña, la aclamación de los soldados, la inscripción sobre la cruz y las palabras de Pilato. Por la forma en que Marcos organizó su material sabemos que todo esto tuvo que haber estado en su mente. ¿Estarí­a pensando en la coronación de un César en la Roma imperial al describir a otro rey que era mayor?
14:53–65 El Rey bajo juicio (ver Mat. 26:57–68; Luc. 22:63–71). Estos versí­culos que describen a Jesús ante el Sanedrí­n (la corte suprema judí­a), condujeron a su aceptación del tí­tulo de Mesí­as o Cristo (62). Esto significó que él afirmó que era el esperado Rey, el descendiente de David. Esta declaración en sí­ no hubiera sido considerada como blasfemia, pero cuando se juntó con la proclamación de que era el Hijo de Dios, y el celestial Hijo del Hombre del libro de Dan., por supuesto, hubiera sido blasfemia si no hubiera sido cierto. El problema radicaba en que los que acusaban a Jesús nunca se preguntaron a sí­ mismos si pudiera, en verdad, ser cierto antes de rechazar dicha verdad y a él también.
El v. 54 nos prepara para el relato de la negación de Pedro, pero de inmediato enfoca sobre el esfuerzo de hallar alguna o toda la evidencia, fuera falsa o verdadera, suficiente para condenar a muerte a Jesús. Aun en nuestros dí­as todaví­a es fácil comprar testigos falsos en muchas partes del mundo. En algunas partes esperan afuera de las puertas de los tribunales, en compañí­a de los †œescribanos de peticiones†, quienes, por dinero, ayudan a los que no saben leer ni escribir. Los oficiales, por adelantado, ya sabí­an cuál serí­a el fallo (un abuso de la justicia y no desconocido en nuestros dí­as), pero las mentiras son más difí­ciles de comprobar que la verdad (56), como bien se daba cuenta el Sanedrí­n. Esta reunión tomaba el lugar de una †œaudiencia preliminar†. Según la ley judí­a, recopilada más de un siglo después, y posiblemente ya en uso, el Sanedrí­n en pleno no podí­a reunirse legalmente antes del amanecer (15:1), ni podí­a reunirse en la casa del sumo sacerdote, ni enjuiciar y condenar en el mismo dí­a. Si el juicio ante Pilato fue injusto, el juicio ante el Sanedrí­n era irregular. Esto seguramente animó a los cristianos perseguidos en los tiempos romanos quienes sabí­an que su juicio y condena eran igualmente injustos. Si Cristo pudo soportarlo, ellos también.
Aun después de todo esto, los sacerdotes sólo podí­an hallar la profecí­a de Jesús acerca de la destrucción del templo y su expresión (no registrada en Mar.) de que él lo reedificarí­a en tres dí­as (ver Juan 2:19) para acusarle. Las palabras de Jesús acerca del templo se referí­an a su próxima resurrección y el nuevo templo espiritual (su cuerpo, la iglesia cristiana) que él iba a edificar. Si se comprende lit.lit. Literalmente, sin embargo, era una amenaza verbal contra el templo de Dios, que era una verdadera y seria ofensa.
Ante todo esto Jesús no respondió hasta que el sumo sacerdote le preguntó directamente quién era él (61). De inmediato aceptó los tí­tulos de Hijo de Dios y Mesí­as, agregando el de Hijo del Hombre celestial. Es como si estuviera diciendo: †œ¿Por qué no me preguntaron directamente y de inmediato en vez de molestarse con estos cargos tontos?† Para el sumo sacerdote, esta fue una asombrosa señal de buena suerte. El no podí­a creer que Jesús admitirí­a ante el tribunal lo que habí­a tratado de acallar durante todo su ministerio. El momento de Dios habí­a llegado, y ya no habí­a necesidad para acallarlo.
Con gran ceremonia el sumo sacerdote rasgó sus vestidos, lo que era señal de haber oí­do una blasfemia. La muerte serí­a la sentencia inevitable (como sigue siendo en algunos paí­ses religiosos fundamentalistas en el dí­a de hoy), aunque la sentencia no podrí­a ser pronunciada oficialmente hasta la mañana por el tribunal en pleno. La burla cruel y cobarde siguió (65). Sabemos que esto sucede en paí­ses donde los condenados, o aun prisioneros, no tienen derechos; ¡el mundo no ha cambiado! La burla del tribunal, aunque amarga, fue diferente de la de los soldados romanos de Pilato más tarde. La burla de los romanos era polí­tica. Esta fue peor, porque el tribunal lo hací­a por motivos religiosos. Así­ que Israel rechazó a su Rey.
14:66–72 El Rey negado (ver Mat. 26:69–75; Luc. 22:55–62). No sabemos por qué Pedro habí­a entrado al patio; es posible que haya tenido alguna idea descabellada de rescatar a Jesús por medio de la violencia que Jesús ya habí­a rechazado en el huerto. Pronto fue reconocido a la luz de la fogata, y una negación doble no ayudó en nada, ya que su marcado acento galileo lo delataba (70). Por último, y como recurso final, comenzó a blasfemar, algo que equivalí­a a †œcondenado sea yo si llegase a conocerlo† (71). Luego cantó el gallo y Pedro se acordó y, aunque pensaba que era hombre fuerte, se quebrantó en llanto y lágrimas (la expresión gr. puede significar también, †œescondiendo su rostro bajo su capa por la vergüenza†). Si las palabras segunda vez y dos veces (sólo se hallan en algunos mss.mss. Manuscritos) son correctas, serí­an una referencia a un †œsegundo canto del gallo†, justo antes del amanecer.
15:1–15 El Rey y el gobernador (ver Mat. 27:1–26; Luc. 23:1–25). En esta oportunidad el poder del cielo se enfrentó con el poder de Roma; esto hubiera tenido un significado especial para los lectores romanos. El Sanedrí­n habí­a legalizado su sentencia de la noche anterior, pero no tení­an la autoridad para llevarla a cabo. Jesús tendrí­a que ser condenado por un tribunal romano, si tení­a que ser muerto. A Pilato no le interesaban acusaciones puramente religiosas (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 18:15), así­ que le formuló a Jesús la única pregunta que a él le interesaba como representante de Roma (2). La respuesta tú lo dices probablemente es la traducción correcta, aunque otras versiones la dan más veladamente. Jesús no negó su condición de Rey. Como él habí­a aceptado los demás cargos ante el sumo sacerdote, así­ aceptó este cargo ante el gobernador. Otras acusaciones harí­an los principales sacerdotes ante Pilato, pero Jesús no les hací­a caso (4), para asombro de Pilato. Nuevamente, afirmamos que asombro no es fe. Pilato no pensó que la condición de Rey de Jesús constituí­a alguna amenaza a Roma o él hubiera tomado medidas de inmediato. ¿Serí­a que Marcos querí­a asegurar a otras autoridades romanas que la iglesia primitiva no representaba ninguna amenaza polí­tica?
Parecí­a que la mitad de la multitud ante Pilato no tení­a ningún interés especial en Jesús; estaban allí­ con la esperanza de que el gobernador les soltara a un bien conocido luchador por la libertad llamado Barrabás. Los principales sacerdotes no tení­an ningún interés en Barrabás. Pertenecí­an a la alta sociedad y tení­an demasiado que perder por cualquier rebelión en contra del poder imperial. Tení­an la intención de usar a Barrabás como parte de la estratagema para conseguir la condenación de Jesús. Como en muchos paí­ses modernos, una amnistí­a de prisioneros podí­a ser proclamada en celebraciones nacionales o religiosas. Pilato vio esto como una manera de escapar de una situación comprometedora; la multitud lo veí­a como una oportunidad de rescatar a su héroe; los principales sacerdotes lo vieron como una oportunidad de obtener una condena de muerte contra Jesús. La multitud y los principales sacerdotes se salieron con la suya; Pilato se vio atrapado.
Cuando Pilato hizo su pregunta insultante en los vv. 9 y 12, debió haber sabido que eso harí­a que estuviera firmando la sentencia de muerte de Jesús. El hecho de pedir a los principales sacerdotes que reconocieran a Jesús como su Rey y pensar que solicitarí­an su liberación era absurdo. El tiene que haberlos tratado así­ por todas las dificultades que le causaron a él. Tuvo el resultado obvio: Barrabás serí­a libertado y Jesús serí­a crucificado (muerte que Barrabás hubiera tenido, si Jesús no la hubiera recibido en su lugar). La crucifixión era una muerte cruel y prolongada reservada para esclavos y rebeldes y se habí­a empleado libremente en Palestina. Cuanto más se le pedí­a a la multitud que diera razones, más gritaba y rehusaba darlas. Pilato, el cobarde moral, cedió para evitar un motí­n que parecí­a que iba a empezar en cualquier momento (15; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 27:24). Marcos ha podido realizar su objetivo: sólo un oficial romano injusto condenarí­a a muerte a un inofensivo maestro religioso y, sin lugar a duda, Pilato sabí­a que las acusaciones eran falsas. La polí­tica, no la religión, fue el factor decisivo, como sucede con frecuencia en nuestros dí­as en épocas de persecución.
15:16–20 La parodia de la coronación (ver Mat. 27:27–31). La cruel parodia del tribunal del sumo sacerdote se repitió con los soldados de Pilato. Un manto rojo escarlata y una tosca corona fabricada con ramas espinosas de arbustos que crecen en todas partes en Palestina fueron suficientes para presentar a un rey en parodia. El ¡viva †¦ ! de los soldados pudiera haberse parecido al que le darí­an a un rey como Herodes, o aun a César mismo, pero todo era una burla. Las fuerzas de ocupación romana eran temidas por el pueblo ordinario de Palestina por su crueldad y opresión. El abuso, si no la tortura misma, era común, como podemos deducir de las palabras de Juan al soldado arrepentido en Luc. 3:14. Así­ que no nos deben sorprender los golpes y los escupitajos, o aun los crueles latigazos que dejaban medio muertos a los prisioneros antes de su ejecución. Aun así­ uno de los soldados, por lo menos, se sintió tan conmovido por lo que vio y oyó al pie de la cruz que dijo que Jesús era el Hijo de Dios (15:39). (En Hech. 10 leemos de un soldado romano que fue bautizado por Pedro.)
15:21–47 La crucifixión (ver Mat. 27:32–61; Luc. 23:26–56). Ahora hemos llegado a la médula de la coronación del rey, ya que estamos en el †œcamino de la cruz†, el trayecto desde la casa del gobernador hasta el lugar de la ejecución. Este último viaje de Jesús todaví­a es conmemorado por los cristianos semanalmente en Jerusalén hasta hoy.
Parece que a Simón de Cirene no se le conocí­a en el grupo de los cristianos en los dí­as de Marcos, pero a sus hijos sí­. Si Rom. 16:13 es una referencia al mismo Rufo, entonces, por lo menos, él era conocido en la iglesia de Roma. Es posible que el hecho de haber ayudado a llevar la cruz llevó a Simón a la fe en Jesús. Por lo general, el condenado llevaba el travesaño de su propia cruz al lugar de la ejecución, pero Jesús tiene que haber quedado demasiado débil después de los latigazos. Algunos morí­an como resultado de los azotes (y no habí­a lí­mite de la cantidad de latigazos) que siempre precedí­an a la crucifixión. Aquellos en cuyos paí­ses se han vuelto a usar azotes como castigo legal, han de comprender lo dañino que pueden ser.
Gólgota (†œCalvario† o †œmonte de la Calavera†) recibió su apodo de la forma que tení­a. El lugar está cubierto en la actualidad por edificios eclesiásticos, pero a un monte cercano se le llama †œEl Calvario de Gordon† y da una pequeña idea del aspecto que tendrí­a. El vino mezclado con mirra habrí­a tenido un sabor amargo pero era en realidad como un narcótico, dado por mujeres piadosas de Jerusalén para calmar el dolor de la crucifixión (23). Jesús lo rehusó para seguir teniendo la mente despejada durante su última gran batalla. Por lo general, en tales ejecuciones, las ropas de los malhechores eran repartidas entre los verdugos como una recompensa, así­ que los soldados echaron suertes para ver a quién le tocarí­a cuál pieza de ropa, ya que éstas serí­an de valores desiguales.
Marcos no juega con nuestras emociones al describir la crucifixión, como lo harí­an algunos relatos modernos. El sencillamente da los datos, ya que con eso es suficiente para emocionarnos. Posiblemente, por su fondo romano, Marcos parece expresar el tiempo algo diferente de la manera griega (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 19:14), de modo que no sabemos con toda exactitud la hora en que Jesús fue crucificado. En Asia y en Africa también tienen, o han tenido, maneras diferentes de manejar el tiempo. Todo lo que importa es que Jesús murió allí­ por nosotros.
La majestad de Jesús habí­a sido escrita claramente para que todos lo vieran, en la inscripción que fue clavada a la cruz por Pilato como su último desprecio a los sacerdotes. Las multitudes, burlonamente, le llamaban el Mesí­as, el Rey de Israel; sólo un gentil hablarí­a de un rey de los judí­os. El desprecio sonoro de los sacerdotes y del pueblo durante la crucifixión son las pruebas más fuertes posibles de que Jesús en verdad se declaraba Rey, y Mesí­as, y Salvador. De otra manera, la burla amarga no hubiera tenido sentido alguno. La señal que demandaban (32) era imposible. Si Jesús iba a poder salvarnos, como el Mesí­as sufriente, entonces no podrí­a salvarse a sí­ mismo de la cruz. Cuando les dio una señal mucho mayor, la de la resurrección, todaví­a no quisieron creer. Por eso en tiempos anteriores de su ministerio Jesús habí­a dado la respuesta que dio a los fariseos (8:12). La fe podrí­a ver una señal en todo lo que hizo; la incredulidad nunca se convencerí­a por alguna señal.
La oscuridad al mediodí­a (según el horario de Mar.) era un sí­mbolo del juicio de Dios (Amós 8:9). La clase de obscuridad que fue, no lo sabemos. Podrí­a haber sido una tormenta de arena enceguecedora común en esa zona. No podrí­a haber sido un eclipse del sol, ya que la Pascua ocurrí­a en plenilunio. La oscuridad parece haber ilustrado la ira de Dios no sólo en contra de aquellos que habí­an rechazado a su Hijo, sino también en contra del pecado que Jesús estaba llevando sobre su persona por nosotros, como una ofrenda de pecado. ¿Por qué otro motivo Jesús habrí­a exclamado a gran voz, en las palabra del Sal. 22, que Dios lo habí­a desamparado? (34). No podemos concebir lo que esta separación significarí­a a uno que desde toda la eternidad no habí­a conocido ninguna separación de su amoroso Padre; sin embargo, se nota, como ninguna otra cosa, lo terrible que es el pecado. El grito de Jesús provino de su corazón y Marcos traduce el arameo, según es su costumbre. Comprendiendo a medias, o malentendiendo deliberadamente, los espectadores lo veí­an como un llamamiento a Elí­as, quien según leyendas judí­as, volverí­a a rescatar a los judí­os que se hallaran en gran peligro.
Posiblemente, a la par con la burla de los soldados hubo algo de simpatí­a, ya que un soldado le dio a Jesús una bebida de sus propias raciones hecha de vinagre, de vino, huevo y agua. Jesús habí­a rehusado la mezcla de vino con mirra, pero posiblemente aceptó esta segunda bebida (Juan 19:30) para cobrar fuerza para expresar, con toda su fuerza, su último grito de triunfo. Después de esto Jesús dio un fuerte grito y murió. Según Juan, las últimas palabras de Jesús fueron: †œÂ¡Consumado es!† (Juan 19:30). El oficial romano encargado del escuadrón de ejecución oyó y se dio cuenta de que el que habí­a dado el grito fuerte, y murió de esa manera, tení­a que ser el Hijo de Dios (39). (La expresión gr. podrí­a significar †œun hijo†, pero es poca la diferencia; él era un militar, no un teólogo.) La iglesia primitiva vio en estas palabras la confesión por un gentil, la que Israel habí­a fallado en hacer, y si nuestras sugerencias acerca de Mar. son correctas esto le hubiera sido de mucha importancia a él y a su iglesia. En cierto sentido, el Evangelio de Mar. se armó alrededor de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, y la confesión por parte de este centurión ante la cruz. Alternativamente, lo podemos ver con un contraste entre la negación de Pedro y la confesión del centurión. Este centurión posiblemente llegó a ser cristiano más tarde, aunque Marcos no lo expresa. El relato posterior que él fue a Gran Bretaña para llevar el evangelio es probablemente una ficción piadosa.
Mar. no registra el terremoto como lo hace Mat., ni el terremoto que sacó a Jesús de la tumba; pero sí­ menciona uno de los resultados. El gran velo del templo, que ocultaba el lugar santí­simo de la mirada de los adoradores, se rasgó en dos. El acceso hacia Dios quedaba ahora abierto para todos: tanto gentiles como judí­os, laicos como sacerdotes.
Un grupo de mujeres fieles habí­a observado la crucifixión a la distancia, aquellas que habí­an apoyado a Jesús y a los doce con dinero, alimentos y cuidados cariñosos (41). Si se oye decir, como una crí­tica, que la iglesia de hoy se compone mayormente de mujeres, la contestación es que éstas nunca han faltado, aun en los tiempos de Jesús. Si él tuvo su grupo de hombres como apóstoles, también tuvo su grupo fiel de mujeres que lo seguí­an, de las cuales tenemos aun sus nombres. Dos de ellas vieron el entierro temporario apurado antes que comenzara el sábado. Ningún judí­o piadoso dejarí­a el cuerpo de un hombre ejecutado expuesto después de la puesta del sol si el dí­a siguiente fuera sábado.
Dios tuvo, como siempre lo ha tenido, al hombre correcto para el momento. Este era José, con influencia suficiente para pedir el cuerpo (normalmente propiedad del gobierno romano en tales casos), y lo suficientemente rico para poseer un tumba propia para ser usada temporariamente (46). Como era la costumbre, se colocaba una piedra grande en una zanja (tapando la boca de la tumba) para proteger el cuerpo, de los animales y de los ladrones de sepulcros. El hecho de que las dos Marí­as vieron dónde colocaron a Jesús quiere decir que no pudo haber habido ningún error cuando volvieron una vez concluido el sábado. Dos †œtestigos† habí­an visto el lugar, y eran mujeres. Para aquellos que viven en paí­ses donde el testimonio de una mujer no es aceptable con valor igual al de un varón, es un pensamiento que liberta.

16:1-20 Vindicación del Rey

Mar. interrumpe su relato de la resurrección repentinamente al llegar al v. 8. Para la explicación posible de esta terminación abrupta (si no fue, en realidad, por algún accidente), véase la Introducción. Los vv. 9–19 pueden haber sido un esfuerzo posterior para escribir una terminación más completa del Evangelio. Estos vv. no se hallan en los mejores manuscritos, y por esta razón, en algunos manuscritos, aparecen separadamente.
16:1-8 La resurrección y el Rey. Estos ocho versí­culos muestran que el grito grande final de Jesús desde la cruz: †œÂ¡Consumado es!† (que Mar. registra sin incluir las palabras) significa: †œÂ¡La misión ha sido cumplida!† Estos son los caracteres chinos colocados sobre la cruz en las montañas elevadas cerca de Kowloon, y lo que la figura triunfante del Cristo de los Andes muestra en América del Sur.
El sábado terminaba al anochecer. Los comercios estaban abiertos, por tanto las mujeres pudieron comprar especias necesarias para el entierro. Para embalsamar el cuerpo de Jesús tuvieron que esperar a la luz del dí­a domingo por la mañana (conocido por los cristianos como †œel dí­a del Señor† desde aquel entonces). Estos preparativos son la prueba más fuerte de que hasta los discí­pulos más cercanos no estaban esperando la resurrección y no hubieran inventado la historia. ¿Por qué comprarí­an especias o vendrí­an pensando embalsamar su cuerpo, si creí­an que iba a resucitar? ¿Por qué preocuparse del movimiento de la piedra de la puerta? (3). Si Jesús no hubiera resucitado, esta piedra hubiera sido un verdadero obstáculo. Las mujeres bien sabí­an cuál era la sepultura de Jesús (15:47); no habí­a razón de cometer un error. Tienen que haber sabido lo pesada que era la piedra y que tres mujeres no hubieran podido moverla. (Los preparativos para los entierros los hací­an las mujeres.)
Cuando llegaron hallaron que la piedra ya habí­a sido removida, que la tumba estaba vací­a y un joven vestido de una larga ropa blanca estaba sentado adentro. El les dio la gozosa noticia de que Jesús habí­a resucitado y las envió a decí­rselo a sus discí­pulos. Aunque Mar. no dice que el joven fuera un ángel, los ropajes blancos y resplandecientes se asocian, por lo general, con seres angelicales (como lo vimos en el relato de la transfiguración; 9:3). Es una tonterí­a pensar en él como un mero discí­pulo. El pobre Pedro caí­do fue incluido especialmente en esta palabra de esperanza. ¿Serí­a Marcos el que verí­a esto como una palabra especial de consuelo para los cristianos que habí­an cedido bajo la persecución, fuera en Roma o en otra parte? Pero lo mejor de todo, los discí­pulos verí­an a Jesús nuevamente en su mundo diario común de Galilea, como él lo habí­a prometido (14:28).
Pudiéramos haber pensado que Mar. dijera que las mujeres, triunfalmente, trajeron la noticia a los discí­pulos pero, en vez de ello, dice que corrieron (como lo hicieron los varones antes). Esto fue porque estaban llenas de asombro y alegrí­a. La traducción que dice salieron y huyeron del sepulcro, porque temblaban y estaban presas de espanto no comunica todo el significado. Así­ que no dijeron nada a nadie. Sabemos de los otros Evangelios que todo esto requirió un encuentro personal con el Cristo resucitado para cambiar una emoción privada a una fe viva que pudiera servir de testimonio (Juan 20:18). Es posible que Pedro mismo pudo confesar todo esto en persona ante la iglesia de Mar. (7).
16:9–20 El suplemento. Como se ha mencionado en la Introducción, la iglesia primitiva tuvo que encarar la misma pregunta que nos interesa a nosotros: el porqué Marcos terminó tan abruptamente; especialmente dado que los demás Evangelios dan una presentación tan completa de las apariciones de Jesús después de la resurrección. Se da la impresión de que 16:9–20 se compone de dos esfuerzos por concluir el relato (vv. 9–18 y 19, 20). Estos incluyen detalles tomados de los otros Evangelios o de Hech., con algunos agregados tomados también de las tradiciones de la iglesia primitiva. No se puede decir que sean parte de las Escrituras (como lo es el resto del Evangelio), pero parecen ser un esfuerzo sincero para †œcompletar† la historia de Jesús.
Los vv. 9–18, mayormente tomados del Evangelio de Juan, explican cómo Marí­a Magdalena fue la primera en ver al Jesús resucitado. Los vv. 12, 13 hacen alusión a la aparición de Jesús a los dos discí­pulos en Emaús (Luc. 24:13–32), y el v. 14 tiene paralelos en los otros Evangelios, aunque la ocasión exacta no es clara.
Los vv. 15–18 son el equivalente de la †œgran comisión† de Mat. 28:18 que Mar. habí­a expresado brevemente en 13:10. El bautismo serí­a la señal de la entrega personal a Cristo; la incredulidad serí­a en sí­ una condenación. La mayorí­a de las señales mencionadas aquí­ se hallarán en los Evangelios o en Hech. (con excepción del asunto de tomar veneno sin que dañe, aunque se menciona en la tradición primitiva). Es importante darnos cuenta de que aun este escritor de los principios en la iglesia no sugiere que estas señales siempre ocurren y para todos. No debemos presumir de ellas y poner a prueba a Dios, como lo hace una secta cristiana que maneja serpientes venenosas. Son señales del reino de Dios. Debemos aceptarlas con gratitud si es que ocurren, pero nuestro pensamiento debe enfocarse en el reino de Dios y no en las señales.
Los vv. 19, 20 pueden ser otra adición. Son un relato triunfal breve de la ascensión de Jesús y la misión apostólica del evangelismo, y la manera en que la palabra predicada del Señor fue vindicada por los resultados producidos.
Estos versí­culos, como ya se ha dicho, no forman parte de las Escrituras, así­ que no los debemos usar para establecer alguna doctrina, pero siguen siendo un resumen valioso de las creencias de la iglesia primitiva, y en lo que estén de acuerdo con las Escrituras las podremos aceptar.
Alan Cole

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia