MARIA EN LA MISION DE LA IGLESIA

La primera creyente, la primera evangelizadora

El misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, que la Iglesia anuncia a todos los pueblos, tiene su faceta mariana. Cuando se anuncia a Cristo, nacido de Marí­a la Virgen, es para hacer resaltar su realidad integral Cristo hombre (Marí­a Madre), Cristo Hijo de Dios (Marí­a Virgen) y Cristo Salvador (Marí­a asociada, “la mujer”, Tipo de la comunidad eclesial). Marí­a aparece relacionada con el misterio de Cristo y de la Iglesia, como “la mujer”, figura de la comunidad creyente, asociada esponsalmente a “la hora” de Cristo (Gal 4,4; Jn 2,4; 19,26).

Marí­a es la primera creyente y discí­pula de Cristo. Por esto también puede ser llamada la primera evangelizadora. La “cooperación (de Marí­a) a la salvación” (LG 56), como “asociada” a Cristo Redentor (LG 58), se concreta en “influjo salví­fico” y en “misión materna para todos los hombres” (LG 60). Ella es “la gran señal” (Apoc 12, 1) ante los pueblos, como “la mujer” figura de la Iglesia (Jn 2,4; 19,26; Gal 4,4) .

Manifestar a Cristo y comunicarlo a todos los corazones y todas las gentes, es la razón de ser de Marí­a y de la Iglesia. La Iglesia mira a Marí­a como “punto de referencia… para los pueblos y para la humanidad entera” (RMa 6). En esta realidad “misionera”, Marí­a precede a la Iglesia como “la gran señal” (Apoc 12,1), “estrella de la evangelización” (EN 82).

Los contenidos marianos del anuncio misionero

Marí­a forma parte de este anuncio misionero, como “la mujer” de la que, por obra del Espí­ritu Santo, nace el Salvador. Los textos marianos del Nuevo Testamento contienen todos los elementos básicos del anuncio misionero en Cristo, Hijo de David (verdadero hombre), Hijo de Dios (concebido por obra del Espí­ritu Santo), ha comenzado el cumplimiento de las profecí­as y esperanzas mesiánicas. Estos elementos del “kerigma” aparecen claramente en el conjunto de textos marianos neotestamentarios Mt 1-2 (infancia); Lc 1-2 (infancia); Jn 2,1-12 (Caná); 19,25-27 (cruz); Mc 3,31-35 y paralelos sinópticos (alabanza de la madre de Jesús); Hech 1,12ss (cenáculo); Gal 4,4-7 (“la mujer”); Apoc 12,1 (“la gran señal”).

El kerigma o primer anuncio proclama que Jesús es “nacido de la mujer” (Gal 4,4), “de la estirpe de David” (Rom 1,3; Mt 1,1), “por obra del Espí­ritu Santo” (Mt 1,20); es el “Hijo de Dios” (Lc 1,35), “el que salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Marí­a, anunciada por la Iglesia, hace ver la realidad de Jesucristo, el Salvador por ser el Señor resucitado, Hijo de Dios y hermano nuestro. Jesús es “el Salvador preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes” (Lc 2,30-32; Is 42,6; 49,6). Marí­a forma parte de la epifaní­a de este misterio salví­fico, compartiendo la misma “suerte” de Cristo (cfr. Lc 2,35). La palabra de Dios es siempre “espada” que define la actitud de la persona respecto a los planes de salví­ficos de Dios.

Tipo de la comunidad eclesial evangelizadora

La figura de Marí­a, a la luz de los textos del Nuevo Testamento es figura o Tipo de la comunidad eclesial, que anuncia y comunica el misterio de Cristo en toda su integridad “kerigmática”. La “humillación” de Cristo (que es hombre como nosotros) deja transparentar su “exaltación” (de Hijo de Dios), como Salvador del mundo. La fidelidad de Marí­a al misterio de la encarnación (Lc 1,38.45) se muestra en su actitud de “pobreza” (Lc 1,48), como tipo de la fe y de la acción materna y evangelizadora de la Iglesia (Jn 2,11).

En la acción misionera de la Iglesia, Marí­a está siempre presente, como parte integrante del “kerigma” o primer anuncio. La presencia activa de Marí­a en este primer anuncio a todos los pueblos, es garantí­a de autenticidad en todos los elementos básicos del mismo anuncio Cristo Hijo de Dios (Marí­a Virgen), Cristo hombre (Marí­a Madre), Cristo Salvador (Marí­a asociada a Cristo, como figura de la Iglesia).

Cada uno de los tí­tulos marianos indica un aspecto del misterio de Cristo o de su gracia redentora. Están, pues, es función de hacer patente la historia salví­fica realizada por el Señor. Marí­a es Madre de Dios, asociada a Cristo Redentor, Madre nuestra (acción e intercesión de mediación materna), siempre Virgen, Inmaculada, Asunta y Reina (ver cada titulo en su vocablo respectivo).

Al presentar los tí­tulos marianos con esta dimensión salví­fica y misionera, recuperan su dinamismo eclesial y su fuerza evangelizadora, puesto que, en cada uno de ellos, se puede encontrar la misión salví­fica de la Iglesia como continuación de la de Cristo. Son tí­tulos que expresan la unión especial con Cristo Salvador universal, la función de Marí­a en la historia de salvación, la relación con la Iglesia “sacramento universal de salvación”, la cercaní­a del misterio de Cristo a las circunstancias humanas sociológicas, culturales e históricas.

Maternidad de Marí­a y de la Iglesia

Marí­a en la Anunciación simboliza a la Iglesia y la precede. Por esto en Pentecostés se encuentra en medio de la comunidad eclesial, como expresión de la misma Iglesia “Por consiguiente, en la economí­a de la gracia, actuada bajo la acción del Espí­ritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es Marí­a Marí­a en Nazaret y Marí­a en el cenáculo de Jerusalén” (RMa 24; cfr. AG 4; LG 64).

La maternidad universal de Marí­a y de la Iglesia se postulan mutuamente para hacer realidad el mandato misionero de Jesús. La figura bí­blica de Marí­a ayuda a la Iglesia a construir la “comunión” universal. Meditando el Misterio de Cristo, como Marí­a y con su ayuda, la Iglesia toma conciencia de su propia realidad de misterio (signo de Cristo), comunión y misión. La diversidad de valores por los que se diferencian entre sí­ los pueblos y las culturas, encuentran en la Iglesia un principio de unidad, de purificación y de sublimación.

El mismo Espí­ritu Santo, que hizo madre a Marí­a siempre Virgen (Lc 1,35; Mt 1,18-20), hace misionera y madre a la Iglesia. La maternidad eclesial, como fecundidad apostólica, es, pues, obra del Espí­ritu Santo (Hech 2,4). Efectivamente, el Espí­ritu Santo “guí­a la Iglesia a toda la verdad… la unifica en comunión y ministerio… Con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo” (LG 4). “La era de la Iglesia empezó con la venida, es decir, con la bajada del Espí­ritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén junto a Marí­a, la Madre del Señor” (DeV 25).

Referencias Cenáculo, espiritualidad mariana, Iglesia madre, kerigma, Marí­a memoria de la Iglesia, mariologí­a. Ver cada tí­tulo mariano (Asunción, Inmaculada, Madre de Dios, asociación a Cristo Redentor, Madre de la Iglesia, Medianera, Virgen Marí­a…)

Lectura de documentos LG 52-69; MC; RMa; CEC 466-564, 484-511; 963-975, 2617-2622, 2673-2682.

Bibliografí­a AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio (Loreto 1973); J. ESQUERDA BIFET, Teologí­a de la Evangelización ( BAC, Madrid, 1995) cap. XII; Idem, L’azione dello Spirito Santo nella maternití  e missionarietí  della Chiesa, en Credo in Spiritum Sanctum. Congresso Teol. Internazionale di Pneumatologia (Roma, Lib. Edit. Vaticana, 1983) 1293-1306; C.I. GONZALEZ, Marí­a, evangelizada y evangelizadora (Bogotá, CELAM, 1988) tema X; S. MEO, Maria stella dell’evangelizzazione, en L’Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977) 763-778; C. POZO, Marí­a en la obra de salvación ( BAC, Madrid, 1974); A. SEUMOIS, Maria nei paesi di missione, en Enc. Mariana Theotokos (Roma, Massimo, 1959) 212-220.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización