MISERICORDIA

v. Benevolencia, Benignidad, Bondad, Compasión, Gracia
Gen 19:16 según la m de Jehová para con él; y lo
24:12


La palabra heb. hesedh es una de las más importantes en el AT y yace en el centro de la revelación que el Señor dio de sí­ mismo en relación con su actitud para con su pueblo. Su hesedh está arraigada con su gracia (Gen 19:19; combina la idea de amor, compromiso, deber y protección). Está vinculada explí­citamente con la verdad —o sea, el ser sincero con uno mismo, el ser auténtico, el ser digno de confianza— de modo que hay un énfasis en la lealtad con la cual el amor actúa (Gen 32:10; Exo 34:6).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(corazón con la miseria, compasión: (padecer con), benignidad, amabilidad.). Ver “Caridad”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Inclinación del ánimo para compadecerse del mal ajeno. En el AT se utilizan varias palabras hebreas que encierran las ideas de m., ser misericordioso, tener m., ser benigno, etcétera. El término es hesed. Muchas veces transmite también la idea de fidelidad. Dada la multiplicidad de sentidos que puede tener esta palabra, varios eruditos discuten sobre cuál es el énfasis de la misma en distintos pasajes. En las versiones latinas del AT se traduce como m.

Aunque el tema aparece a través de todas las Escrituras, es en los Salmos donde más se menciona la m. de Dios (†œ… lento para la ira, y grande en m.† [Sal 86:15; Sal 103:8; Sal 145:8]). También los seres humanos pueden ejercer m. Booz dijo a Rut: †œHas hecho mejor tu postrera bondad [hesed] que la primera† (Rut 3:10). También se traduce hesed como †œpiedad† (†œLa piedad [hesed] vuestra es como nube de la mañana† [Ose 6:4]).
el NT la palabra es eleeö (†œBienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia† [Mat 5:7]). Pablo dice que él fue †œrecibido a m.† (1Ti 1:13). Los creyentes han recibido m. (2Co 4:1; 1Pe 2:10). Pero el término que más se acerca a la m. que se menciona en el AT es †œgracia† (gr. caris). Enseña el apóstol Pablo que somos salvos †œpor gracia† (Efe 2:5) y que †œla gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres† (Tit 2:11). Además, desea a Timoteo y a Tito: †œGracia, misericordia y paz de Dios nuestro Padre† (1Ti 1:2; 2Ti 1:2; Tit 1:4).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Literalmente significa tener “corazón ante la “miseria” ajena fí­sica, psí­quica o moral y espiritual. La misericordia como atributo divino es unos de los rasgos más reclamados por los autores sagrados, siguiendo el mensaje evangélico y de manera particular la doctrina paulina de la compasión divina.

El estudio más sistemático y justificado de este atributo se halla en la Suma Teológica de Santo Tomás (I. I. q. 21, a. 3), que lo considera primordial.

Es el que más aparece ante la mente de los hombres y el que más hace entender lo que es la divinidad: Bondad infinita, benevolencia, benignidad, compasión, providencia. San Agustí­n recordaba que, “cuanta mayor es la miseria de los hombres mayor es la misericordia de Dios” (Confes. 3. 7)”
Como cualidad humana el concepto de misericordia es sinónimo de pena, pesar, sufrimiento, compasión, lástima, clemencia, piedad, ante los males de otros.

Cuando el hombre es compasivo, se asemeja más a Dios compasivo. La misericordia auténtica no se queda en las dimensiones afectivas, que surgen en la persona del bondadoso, sino que relama acciones concretas de alivio y auxilio para ayudar a la persona del compadecido o del necesitado.

Hasta 80 veces aparece la palabra compadecer, compasión, misericordia, piedad, en la forma griega del verbo “eleeo” o en el sustantivo “eleemosyne” que son equivalentes.

Jesús se atribuye a sí­ mismo la misericordia (Mt. 5.19 ) Y recomienda la misericordia con todos (Mt. 9.13; Mt. 23.23; Lc. 11.41). En las bienaventuranzas no olvida la alabanza al respecto: “Bienaventurados los misericordiosos, por que ellos alcanzarán la misericordia”. (Mt. 5.7)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La misericordia divina según la revelación

En la revelación veterotestamentaria, Dios muestra su amor misericordioso que procede de su corazón, entrañas o “seno materno” (“rahamim” Jer 31,3; Is 49,15; Os 2,3); como bondad y fidelidad a la Alianza (“hesed”Ex 34,6; Is 63,7; cfr. DM 7). Es un amor universal, puesto que “de la misericordia del Señor está llena toda la tierra” (Sal 33,5; Sab 11,23-26), y es amor eterno e indefectible (Jer 31,3).

Este amor divino ha dado origen a la creación, a la encarnación del Verbo y a la redención. Toda la creación y toda la historia tienen origen en el amor eterno entre el Padre y el Hijo, que se expresa en el Espí­ritu Santo. La humanidad entera, en todo su proceso histórico y salví­fico, es fruto de este amor. La misión o enví­o del Hijo y del Espí­ritu Santo, corresponde al designio misericordioso del Padre “Este designio dimana del ‘amor fontal’ o de la caridad de Dios Padre, que… por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina” (AG 2).

La misericordia, clave del mensaje de Jesús

Jesús anunció el amor misericordioso del Padre como clave para comprender y vivir la nueva ley “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El mismo Jesús es la epifaní­a personal de la “compasión” de Dios (Mc 1,41; 8, 2; Mt 15,32). Jesús “es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cfr. Jn 3,16-18). “El mismo encarna y personifica la misericordia… El mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (DM 2). El ha venido no para condenar, sino para perdonar, para derramar misericordia (cfr. Mt 9,13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros” (VS 118). Por esto, “Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor” (DM 3). En él, todo ser humano podrá descubrir la misericordia divina.

Dios Padre, “rico en misericordia” (Ef 2,4), se manifiesta en la persona de su Hijo Jesús. El mensaje cristiano a todos los pueblos es así­. “Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo, si no es como misericordioso” (DM 13). La norma que el Señor vivió y que transmitió a los suyos es la de amar a todos, para mostrar que todos son “hijos del Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos” (Mt 5,45). Las parábolas de la misericordia (Lc 15) celebran el “gozo” nacido en el corazón de la persona amante (pastor, esposa, padre) cuando ha reencontrado a la persona amada.

La acción evangelizadora de Jesús se desarrolla con una actitud de misericordia respecto a cualquier ser humano con quien se hizo encontradizo, si distinción de raza y de religión. La misión de “evangelizar a los pobres” es una nota caracterí­stica de su mesianidad (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,5). Toda situación humana de sufrimiento y cualquier clase de persona, es el objetivo de su misión misericordiosa que no tiene fronteras “Para la redención de todos” (Mt 9,36). Las “otras ovejas”, que todaví­a no forman parte de su grey, son también suyas “Tengo otros ovejas… y es necesario que yo las traiga” (Jn 10,16). La misión de Jesús, por el hecho de ser la epifaní­a del amor misericordioso de Dios (Tit 3,4), se dirige a todo ser humano (cfr. EN 16). “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).

La fuerzas constitutiva de la misión

Es, pues, el amor del Padre a su Hijo y al mundo, el que ha dado origen a la misión (Jn 3,16-17; 1Jn 4,8-9). La misión de Jesús deriva, como de su fuente, del amor del Padre “El Padre me amó” (Jn 15,9), “el Padre me envió” (Jn 20,21). Este amor del Padre a Cristo enviado, se prolonga en los hombres evangelizados por Cristo “Les has amado como a mí­” (Jn 17,23). La misión encomendada a los apóstoles tiene estas mismas caracterí­sticas “Así­ os enví­o yo” (Jn 20,21).

El anuncio de esta misericordia divina universalista es parte esencial de la misión confiada por Jesús a su Iglesia. La misericordia divina, manifestada en la redención de Jesús, debe ser proclamada por medio de la misión de la Iglesia. “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia… y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador” (DM 13).

La misericordia es “la fuerza constitutiva de la misión” de Jesús y de la Iglesia (DM 6). La encarnación, la cruz y la resurrección de Jesús tienen la capacidad de levantar a cualquier ser humano de toda prostración. En la historia de la misión eclesial hay que hacer resaltar cómo Dios obra misericordiosamente por medio de instrumentos débiles y sin los poderes de este mundo.

Como Marí­a, la Iglesia es “Madre de misericordia” (VS 118-120). Por esto, la misión deberá reflejar este amor y misericordia del Padre de todos “Sed perfectos como vuestro Padre celestial” (Mt 5,48); “sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre” (Lc 6,36). La máxima epifaní­a de la justicia divina es “a través de la misericordia” (DM 4). Puesto que Cristo “se hizo pecado por nosotros” (2Cor 5,21), él es la “revelación de la misericordia en su plenitud” (DM 7). En su muerte y resurrección aparece que “el amor del Padre es más fuerte que la muerte… más fuerte que el pecado” (DM 8).

Referencias Alianza, caridad, Dios Amor, Iglesia madre, Virgen Marí­a, obras de misericordia.

Lectura de documentos CEC 210-211, 214, 218-221, 1465, 1846-1848; DM; VS 3,118-120.

Bibliografí­a AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all’enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981); AA.VV., Giovanni Paolo II. Dio ricco di misericordia (Roma, Logos, 1980); Y. CONGAR, La misericorde attribut souverain de Dieu La Vie Spirituellle (1962) 380-395; S. MEO, Maria “Mater Misericordiae”, en Dives in Misericordia, Commento… 443-461; A. SISTI, Misericordia, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1216-1224.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: En el AT. -1. Las enseñanzas de Cristo. 1. “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. 2. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. 3. “Misericordia quiero y no sacrificio”. 4. “Lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe”. – II. Las Parábolas. 1. La parábola del Hijo pródigo. 2. La parábola del buen Samaritano. 3. La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. 4. La parábola del siervo sin entrañas. 5. El juicio final. – III. Las actitudes de Cristo. 1. Con los pecadores. 2. Con los enfermos y afligidos. 3. Con las mujeres.

Podrí­amos definirla como un sentimiento interior de compasión y piedad ante las desgracias ajenas que impulsa a socorrer a quienes las padecen. Tiene un sentido y campo de acción muy amplio y la denominamos también: compasión, piedad, perdón, gracia, favor, benevolencia, con sus diversos matices y que tienen su origen y fundamento último en el amor a Dios y al prójimo.

En e/ AT tiene ya un lugar destacado y se expresa, sobre todo, con dos términos: rajamí­n, plural que significa literalmente “entrañas”, sede, en la concepción de los semitas, de los sentimientos í­ntimos y profundos; amor entrañable, decimos nosotros, responde al griego: oiktirmós y literalmente a splánjna. El segundo es jesed que tiene un sentido más amplio que el anterior: piedad, condescendencia, gracia, lealtad. Proviene más que de un sentimiento espontáneo, de un acto consciente que lleva a un acto favorable de la voluntad. Se traduce ordinariamente por el griego éleos, que nosotros traducimos por misericordia, e implica relación de fidelidad entre dos seres. “Recibe con ello la misericordia una base sólida; no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad consigo mismo” (X. Léon-Dufour).

Las páginas del AT están llenas de afirmaciones y de actitudes de misericordia de Dios, incluso respecto de todas las creaturas. Todas ellas son fruto del amor de Dios, y por tanto de su misericordia (Sal 32,5). Pero tiene su campo peculiar de acción con los grandes personajes del pueblo de Israel y sobre todo con el pueblo mismo. Aparece ya en los orí­genes mismos de la humanidad: cometido el pecado original por sus progenitores, Dios no los abandonó a su suerte, sino que les prometió, compasivo, que un dí­a la humanidad podrí­a recobrar la Felicidad que ellos, para sí­ y para todos, acababan de perder con su pecado. Tuvo misericordia de los israelitas cautivos en Egipto, eligiendo a Moisés para que los liberase de la cautividad y los condujese a la Patria Prometida (Ex 3,7-10). Misericordia que tuvo que ejercitar en el desierto ante las infidelidades del pueblo. En la promulgación del Decálogo, Dios afirma que mientras castiga la iniquidad de los padres hasta la tercera y cuarta generación, tiene misericordia por mil generaciones con los que le aman y guardan sus mandamientos (Ex 20,6). Se lo recuerda Moisés después de la adoración al becerro de oro y de las nuevas tablas de la Ley: “Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente… que mantiene tu amor por mil generaciones… perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado” (Ex 34,6-9). La época de los Jueces se caracteriza por los binomios: pecado-castigo, arrepentimiento-perdón. Humillados los israelitas por los pueblos vecinos a causa de sus pecados, Dios les enví­a Jueces-salvadores, tan pronto como clamaban misericordia, que los liberaban de modo que pudiesen continuar seguros en la Tierra Prometida.

Los Profetas son testigos de la misericordia continua de Dios con su pueblo. Oseas, el profeta del amor singular de Dios con Israel, a pesar de la infidelidad de éste, que el profeta expresa con la imagen del adulterio, transmite a los israelitas las siguientes palabras de Dios: “Te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor fiel y compasión (jesed y rajamí­n)” (Os 2,21). Y aunque el pueblo apostata una y otra vez, mereciendo la destrucción, Dios exclama: “Mi corazón se revuelve dentro de mí­ y al mismo tiempo se conmueven mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera… porque soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti” (Os 11,7-9). Dios manifiesta su santidad con la misericordia. Esta pertenece a la esencia misma divina. Cristo citará el texto de Oseas en que Dios declara que prefiere la misericordia a los sacrificios (Os 6,6; Mt 9,12; 12,7). Isaí­as recomienda al inicuo que deje su mal camino y Yahveh tendrá compasión de él, porque es grande en perdonar (55,7). Y en Jeremí­as, Dios, intimando a la conversión exclama: “Vuélvete, Israel… no estará airado mi semblante contra vosotros porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre” (3,12). A pesar de la predicación de los Profetas los israelitas repitieron sus infidelidades, por lo que tuvieron que ser arrojados al destierro babilónico. También allí­ tuvo misericordia de ellos y, por medio de su “ungido” Ciro Os 45,1), los devuelve a su patria de modo que pudieron continuar la historia del pueblo de Dios. Con razón canta el salmista repetidamente a la misericordia de Dios, que proclama eterna, ante las grandes obras de la creación y la providencia misericordiosa de Dios con su pueblo escogido (Sal 135; 99,5). Por ello el pecador puede siempre esperar misericordia de él (Sal 50).

Al final del AT va preparando el universalismo del NT. La misericordia de Dios no se limita al pueblo de Israel. Así­ lo proclamó Jonás en su libro. Ben Sirac dice que “la misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericordia de Dios se extiende a todo el mundo” (18,13). Y el autor de Sab dice, dirigiéndose a Dios: “Te compadeces de todos porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan” (11,23).

En el NT la misericordia de Dios en el AT desemboca en el amor más sorprendente y maravilloso: “Amó tanto Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16). “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo; hemos sido salvados gratuitamente” (Ef 2,4s).

Ya el Evangelio de la Infancia, que presenta la manifestación suprema del amor misericordioso de Dios con los hombres, la Encarnación del hijo del Dios en las entrañas de Marí­a, recuerda en el Magnificat y en el Benedictus la prometida misericordia de Dios que se cumple en su plenitud en el Nt. El Magnificat celebra el poder del Dios santo que se manifiesta en su misericordia con los que le temen (temor reverencial, la piedad filial). Y concluye diciendo que Dios acoge a Israel acordándose de la misericordia prometida a los descendientes de Abraham, que tendrá su punto culminante en la intervención salví­fica del que va a nacer de Marí­a. El Benedictus es un canto a la misericordia de Dios, prometida a los padres, que tendrá su esplendorosa manifestación con la venida del Mesí­as: “Las entrañas de misericordia de nuestro Dios harán que nos visite una luz de lo alto” (Lc 1,78). El Mesí­as es el Astro que trae la luz (Núm 24,17; Mal 3,20; ls 60,1). Cuando Israel da a luz al Precursor, sus parientes y vecinos se congratulan porque el Señor “le habí­a hecho gran misericordia” (Lc 1,58).

En su ministerio público, Cristo profiere enseñanzas sobre la misericordia que clarifica por medio de parábolas, y la pone de relieve con numerosas actitudes:

1. LAS ENSEí‘ANZAS DE CRISTO
Hay en la predicación de Jesús una serie de sentencias, algunas tajantes y lapidarias, con las que instruye y exige la misericordia a sus discí­pulos.

1. “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Bienaventuranza promulgada en el Sermón de la montaña, que juntamente con las otras, presenta el nuevo estilo de vida que trae el Mesí­as. No los pusilánimes sino los que, compadeciéndose de las necesidades de orden espiritual o corporal, salen activamente a su encuentro. No bastan los meros sentimientos interiores, son precisas actitudes prácticas en orden a solventar la necesidad del prójimo. Proviene de la caridad hacia el prójimo y tiene que tener por objeto todo prójimo, frente a la actitud de los rabinos que establecieron el principio de que quedaba prohibido manifestar misericordia frente al ignorante de la Ley. La enseñanza de Cristo tiene evidentemente valor universal (cf Lc 10,29-37; Mt 25,31-46). Los que así­ obran alcanzarán misericordia. El futuro pasivo eleethésontai hace alusión a la misericordia final de Dios, no a favores humanos como respuesta a la práctica de la caridad cristiana. El premio es el Reino, común a todas las bienaventuranzas, con un matiz peculiar: la gran misericordia que nos ha traí­do el Mesí­as con el perdón de nuestros pecados y la gracia santificante que nos hace hijos de Dios y coherederos con Cristo del Reino.

2. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Al final de la declaración de los preceptos de la Ley, Cristo concluye: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). En el lugar paralelo, Lc dice: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (6,36). La perfección que en Mt Cristo exige a sus discí­pulos, consiste según Lc en la práctica de la misericordia a imitación del Padre. La misericordia es exigencia fundamental del amor en el cual radical el ví­nculo de la perfección (Col 3,4). Las obras de misericordia son la forma más elevada de amor al prójimo, como revela la parábola del samaritano (Lc 10,29-37).
3. “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13; 12,7). Frente a las crí­ticas de los fariseos porque se muestra misericordioso con los publicanos y pecadores y va a comer con ellos, Cristo, citando a Os 6,6, les declara que la misericordia tiene un valor superior a la práctica rigorista y exterior que ellos defendí­an. “La frase, predilecta de Jesús en Mateo, canoniza el primado del Amor cristiano contra cualquier ritualismo farisaizante… Teniendo en cuenta la estructura hebraizante de la frase, podrí­a traducirse también por: “Prefiero la Misericordia al Sacrificio”. Es decir: por encima del que todos reconocen como supremo valor, Jesús proclama otro máximo: el Amor hecho compasión para quienes la necesitan (cf Mt 25,34ss.). Entre éstos están, en primera lí­nea, los pecadores. Uno de los rasgos caracterí­sticos de la fisonomí­a espiritual de Jesús en San Mateo es la “Misericordia” (I.GOMí CIvIT, El Evangelio según San Mateo 1, Madrid 1966, 491).

4. “Lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mt 23,23). Cristo acusa a los escribas y fariseos porque se preocupan de los diezmos hasta de las plantas más insignificantes y descuidan las cosas más importantes de la Ley, que son las que hay que practicar en primer lugar. Cristo no excluye la fidelidad a las cosas pequeñas, pero hay que integrarlas en la escala de valores en las que el amor y la misericordia tienen la primací­a.

II. LAS PARíBOLAS
Procedimiento literario frecuentemente utilizado por Jesús para ilustrar sus enseñanzas. Hay en Mateo un conjunto de parábolas denominadas “Parábolas del Reino”, que es tema fundamental de este evangelista. Lucas, en cambio, presenta un conjunto denominado “Parábolas de la misericordia”, debido a que es uno de los temas caracterí­sticos de su evangelio.

1. La parábola del Hijo pródigo (Lc 15). Es la denominación tradicional, pero, habida cuenta de su contenido principal, serí­a mejor denominarla “la parábola del Padre misericordioso”. La actitud del Padre con el hijo pródigo, que simboliza al pecador que abandona la casa del Padre y se entrega a los placeres terrenos, es realmente sorprendente. Apenas lo divisa a lo lejos corre hacia él, no le reprocha su reprobable conducta, le prodiga las más efusivas manifestaciones de cariño, lo reincorpora a la casa paterna y celebra un espléndido banquete por su vuelta a casa. El amor misericordioso del Padre desborda toda imaginación. Todo se debe a la iniciativa del Padre. Así­ es mi Padre con el pecador, pudo concluir Jesús la parábola. “Padre misericordioso y Dios de toda consolación” (1 Cor 1,3), dirá San Pablo.
2. La parábola del buen Samaritano (Lc 10,29-37). Pone de relieve la misericordia que hay que tener con el prójimo, como exigencia del Reino. Está plasmada en la actitud del samaritano con el herido a la vera del camino. Mientras que el sacerdote y el levita pasan de lejos -no sabemos por qué motivos, tal vez por no contaminarse tocando un cadáver camino del Templo, lo que les impedí­a el ejercicio del culto; la crí­tica de Jesús, si la hay, serí­a contra tales ridí­culas prescripciones de su religión- el samaritano tiene misericordia con él: lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada y encarga al posadero que lo cuide, corriendo todos los gastos a su cuenta. A la pregunta del escriba sobre quién tiene que ser objeto del amor (“¿A quién tengo que amar como a mi prójimo?”), Jesús le contesta preguntándole por el sujeto del amor: “¿Quién de los tres se comportó como prójimo con el herido?”. El escriba no podí­a tener otra respuesta: “El que tuvo misericordia con él”. Ante ella, Jesús le recomienda: “Ve y haz tú lo mismo”. Al tratarse de un “samaritano” (aborrecidos por los judí­os) la enseñanza de Cristo tiene un valor universalista; prójimo con quien hay que practicar la misericordia es todo hombre, sin distinción de raza o religión, incluso el enemigo.

3. La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19-30). Se trata de un rico entregado al disfrute de sus muchas riquezas y de un pobre que vive en extrema necesidad que se ve sufre con paciencia. Aquél fue a parar al lugar de tormento creado para los pecadores impenitentes y éste al seno de Abraham morada de los justos del AT.; en la literatura judí­a se habla de la sed de los condenados en el infierno y de una fuente en la morada de los justos (4Esd 8,59). Jesús utiliza la concepción del más allá de los judí­os de su tiempo, sin confirmarla ni desmentirla, para hacer asequible la enseñanza de la parábola: la condena del rico Epulón por su entrega completa al disfrute de sus riquezas, sin el más mí­nimo atisbo de misericordia para con el pobre Lázaro que yace junto a su puerta clamando compasión. Junto a la advertencia del peligro que para la salvación suponen las riquezas y recomendación del desprendimiento de las mismas (tema caro a Lucas), hay en la parábola otra intencionalidad, expresa o al menos derivada de ella: recriminación de la actitud inmisericorde del rico frente al pobre. Y por lo mismo una recomendación de las obras de misericordia para con él.

4. La parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35). Ilustra también, sobre un fondo negativo, la necesidad de la misericordia para con el prójimo para poder obtenerla de Dios para sí­. Un empleado que debí­a a su señor una cantidad enorme, casi imposible de pagar, ante la orden de su señor de que fuese vendido él, su mujer y sus hijos, y cuanto tení­a, para que la pagase, le pide que tenga paciencia con él y se la pagará. El señor, en un acto de magnanimidad, tiene misericordia con él y le perdona toda la deuda. Pero este siervo se encuentra con un compañero suyo que le debí­a una cantidad inmensamente inferior a la que le fue a él perdonada, cien denarios (el denario=salario de un dí­a de trabajo en una viña, cf Mt 20,1-16) y amenazando estrangularlo le reclama lo que le debe. Informado el señor de tan ingrata actitud, lo llamó y le hizo la siguiente consideración: ¿No te perdoné yo a ti toda tu deuda, porque me lo suplicaste? ¿No debí­as tú haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí­ de ti? Y lo entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda. La parábola concluye: “Así­ hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano” (v. 35). El discí­pulo tiene que estar dispuesto a perdonar a su prójimo, consciente de ser deudor de Dios con una deuda inmensamente mayor como lo es la que supone el pecado cometido contra El.
5. El juicio final (Mt 25,31-46). El relato no es propiamente una parábola, pero contiene elementos parabólicos y, como las precedentes, un dí­ptico en situaciones antitéticas, e incide en la enseñanza de las parábolas referidas. Al final, en la consumación del tiempo, ante el juicio habrá dos clases de personas: los que han sido hallados dignos de la salvación y los que han merecido la reprobación. La causa que ha determinado la diversa situación es la diferente actitud ante las personas necesitadas. Quienes practicaron la misericordia con ellas (enfermos, hambrientos, encarcelados…) recibirán como premio el Reino. Quienes omitieron las obras de misericordia con los necesitados, negándoles el oportuno auxilio, irán al castigo eterno. Es necesario haber practicado la misericordia para obtenerla a su vez por parte de Dios. Como dice Sant “tendrá un juicio sin misericordia quien no tuvo misericordia” (2,13). No se dice de los “malditos” que el fuego eterno haya sido preparado desde el principio, como se dice respecto del Reino que se otorga a “los benditos”. No hay predestinación respecto de la condenación. Esta es debida a la falta de amor misericordioso con el prójimo.

III. LAS ACTITUDES DE CRISTO
Aparece con varias clases de personas, que precisaban de una actitud misericordiosa de Jesús, de orden espiritual o de orden humano. Vamos a señalar tres clases de esas personas: los pecadores, los enfermos o afligidos y las mujeres.

1. Con los Pecadores. Son las personas más necesitadas de la misericordia de Jesús. Y pecadores somos todos. El Bautista presenta a Jesús como “el Cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). “Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos” (Rom 11,32). Siguiendo esta lí­nea del Bautista, Cristo comienza su predicación del Reino exhortando a la conversión de los pecadores (Mt 4,17). Desde un principio aparece perdonando los pecados: “Tus pecados te son perdonados” dice al paralí­tico al ver la fe de quienes lo llevaban en una camilla (Mc 2,1-12). Muy pronto llama a formar parte del colegio apostólico a un publicano (Mateo-Levo y asiste al banquete que éste ofrece en el que participa con pecadores y publicanos. A quienes critican tal actitud responde que son éstos los que más precisan de la misericordia y les advierte, con las ya citadas palabras de Os 6,6, que prefiere la misericordia a los sacrificios (Mc 2,17 y lug. par.). Tal actitud le originó la denominación de “Amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). Tuvo misericordia con Zaqueo, en cuya casa se hospeda. A quienes se lo critican responde que él ha venido a buscar lo que estaba perdido (Lc 19,1-10). Le disgusta la incredulidad de los habitantes de Corazaí­n y Betsaida, a pesar de los milagros realizados en ellas, que imposibilitan con ellas su misericordia y su perdón (Mt 11,20-24; Lc 10,13-15).

Y perdona de corazón -una de las actitudes que mejor pone de relieve la bondad y misericordia de Jesús- a la mujer pecadora (Lc 7,36), a Pedro que le niega en la noche de la Pasión (Lc 22,61), a los verdugos que le crucifican (Lc 22,34), al buen ladrón que implora misericordia (Lc 23,42s). Y enseña que hay que perdonar siempre (Mt 18,21s; Lc 17,3b.4). Y Lucas, el evangelista de la bondad y misericordia de Jesús, concluye su evangelio con el envió de Cristo a sus discí­pulos a predicar “la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones” (24,47).

2. Con los enfermos y afligidos. También éstos fueron objeto de la misericordia de Jesús. Al principio de su ministerio proclama que viene a liberar a los cautivos, dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos, proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,18s). Ya desde el principio se dice que realizó numerosas curaciones (Mc 1,32-34 y lug.par.). Y a lo largo del evangelio (Mc 6,55s; Mt 9,55s; 14,34-36; 15,30s; 1c 9,6). Los evangelistas describen un buen número, sin duda por la significación peculiar que entraña cada uno de ellos. Tienen un interés especial los realizados en sábado porque ponen de relieve que la caridad y la misericordia están por encima de las prescripciones judaicas (Mc 3,1-6 y lug. par.; Lc 13,11-17; 14,1-6). Los rabinos de Israel esperaban que el Mesí­as curarí­a las enfermedades: “En el mundo a venir (tiempos mesiánicos) cuantos padecen alguna enfermedad serán curados; únicamente la serpiente no lo será, pero los hombres lo serán, como ha dicho Isaí­as” (Midrash Tanchuna).

Mt 8,17 aplica a Cristo el anuncio de Is 53,4: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades”. Cita de cumplimiento de 1 Pe 2,24 interpreta de los pecados (sentido espiritual). Mateo, que cita después de un trí­o de curaciones, la refiere a las enfermedades (sentida material), consecuencias del pecado. Ante la embajada del Bautista a preguntar a Jesús si él era el Mesí­as, realiza varias curaciones y responde: “Id y contad a Juan lo que oí­s y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,4s). Tal manifestación de bondad y misericordia era el cumplimiento de (Is 26,19; 29,18s; 35,5s; 42,7.18; 61,1). En él se cumplen las profecí­as mesiánicas. El es el Mesí­as anunciado en el AT.

Lucas, el evangelista de la bondad y misericordia de Jesús, “scriba mansuetudinis Christi” (DANTE, De monarchia 1,16), es el que pone más de relieve esa bondad y misericordia en relatos exclusivos suyos: la resurrección del hijo de la viuda de Naí­n (7,11-17), la curación de la mujer encorvada (13,11-17), la curación del hidrópico en sábado (14,1-6) y la curación de diez leprosos (17,11-19). (->Lucas). Lucas tiene una bienaventuranza para los afligidos (6,21), es decir, para cuantos sufren una aflicción de cualquier género que sea y les promete la alegrí­a que los justos sienten ya en esta vida y que será plena en el Reino. Advirtamos que el amor y la misericordia de Cristo no se queda en la curación material. Las curaciones por él obradas eran signo de la instauración del Reino y anticipo de la liberación plena que tendrá lugar al final de los tiempos.

3. Con las ->Mujeres. Para valorar la actitud de Jesús con las mujeres habrí­a que tener en cuenta el lugar que éstas ocupaban en la antigüedad, tanto griega como judí­a. Por lo que a los judí­os del tiempo de Jesús se refiere, basta recordar  el dicho del Talmud: “Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos dan gracias por él”, y la acción de gracias de la plegaria cotidiana de los judí­os: “Bendito sea Dios porque no me ha creado gentil, porque no me ha creado mujer, porque no me ha creado ignorante”. El nacimiento de un varón producí­a contento, el de una niña tristeza. Pues bien, en los relatos evangélicos no aparece por parte de Jesús tal actitud negativa respecto de la mujer. Más aún, “la consideración de la mujer como persona humana es un componente esencial de la buena nueva de Jesús” (Leonar Swidler). Ante la consideración como mero objeto, reflejada en la actitud de Simón, Cristo acoge a la mujer pecadora, elogia su actitud humana y espiritual, se dirige a ella en público y le asegura el perdón (Lc 7,36-50). Frente al trato despiadado y vejatorio que dan los acusadores a la mujer adultera, deja patente su condición de persona humana por encima de su condición de pecadora y se abstiene de toda condena (Jn 8,2-11). Ante la acción de la hemorroí­sa, que quiere pasar desapercibida debido a su estado de impureza legal, Cristo hace todo un despliegue publicitario, curando a la mujer, rechazando el tabú de la sangre y reincorporándola a su dignidad humana (Mc 5,25-34). Similar actitud observa con la samaritana; jamás a un rabino se le habrí­a ocurrido hablar así­ con una mujer y menos samaritana, dada la aversión que los judí­os sentí­an hacia los samaritanos. Jesús habla con ella con toda naturalidad y deja entrever que reconoce su plena dignidad humana, sin discriminación alguna entre hombre y mujer (Jn 4,5-30). Y respecto del matrimonio Cristo rechaza la poligamia y el libelo de repudio, discriminatorios para la mujer (Mc 10,1-12; Mt 19,1-10). Hombres y mujeres tienen los mismos derechos y responsabilidades. Cristo consagra la dignidad de la mujer. Podemos concluir con Leonar Swidler: “Es evidente que Jesús promovió con todas sus fuerzas la dignidad y la igualdad de la mujer en medio de una sociedad dominada por el hombre. Jesús fue un “feminista” y lo fue de manera radical” (Selecciones de Teologí­a, Jesús y la dignidad de la mujer: 11 (1972) 125).

Pero Cristo no sólo reconoció y declaró la dignidad humana de la mujer que le corresponde en justicia, sino que las admitió en su compañí­a durante su ministerio público (Lc 8,31-3; Mt 27,55). Y ellas le acompañan hasta el sepulcro; para ellas fueron las primeras apariciones del Resucitado y reciben de él el encargo de comunicar a los discí­pulos que ha resucitado (Mc 16,9s; Mt 28,8-10; Jn 20,8-18).

Lucas fue el evangelista más sensible a la actitud de Cristo con las mujeres. Es el que más relatos refiere a este propósito, a quienes, como Cristo, siempre deja en buen lugar. Sin duda fue esa delicada sensibilidad la que le lleva a omitir relatos de los otros evangelistas en los que no quedaban en buen lugar, como la actuación de la hija de Herodes en el banquete que éste ofreció a sus magnates y ocasionó la muerte del Bautista (Mc 6,17-29; Mt 14,3-12) y el de la madre de los hijos del Zebedeo que pide para sus hijos los primeros puestos en el Reino (Mt 20,20-23). Llega hasta omitir el relato de la curación de la hija de la mujer siro-fenicia, que le hubiera venido muy bien para el universalismo caracterí­stico de su evangelio, porque, en una actitud pedagógica, Cristo parece en un principio adoptar una actitud despectiva (Mc 7,27).

A los numerosos casos incluidos en la referencia a esas tres clases de personas, añadamos tres significativos: El ciego de Jericó clama repetidamente: “Hijo de David, ten compasión de mí­”; y Cristo, que se deja invocar con un tí­tulo mesiánico, le responde: “Tu fe te ha salvado” (Mc 10,46-52). El mismo siente compasión con las turbas que le siguen porque están como ovejas sin pastor y porque habiéndole seguido durante tres dí­as ya no tení­an qué comer y podí­an desfallecer en el camino de retorno a sus casas. Entonces les imparte su enseñanza (Mc 6,34) y les proporciona alimento multiplicando los panes y los peces (Mc 8,2-9). Significativo es también el que ante el ofrecimiento del curado endemoniado de Gerasa a seguirle, le responde: “Vete a tu casa con los tuyos y refiéreles lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti” (Mc 5,19).

Podemos concluir: “En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que fí­sica o moralmente tení­an necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer bien y sanar a todos (He 10,38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mc 2,17; Lc 5,21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un “amigo” (Lc 7,34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Lc 5,27-32; 7,36-50; 15,1-2; 19,1-10)” (ADALBERTO SISTI, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, Ed. Paulinas, 1221s).

Una observación final importante. El ejercicio de la misericordia para con el prójimo es condición indispensable para obtener la misericordia de Dios. Así­ aparece sobre todo en el Padre Nuestro y en la advertencia tajante que le sigue: “Si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,15; Mc 11,25). En la recomendación: “Si al presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí­, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23s). Y sobre todo en la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,35) y en la presentación catequética del juicio final (Mt 18,35). Santiago lo expresó en la ya citada frase tajante: “Tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia” (Sant 2,13). ->pecadores; mujeres; perdón.

BIBL- DB IV, 1130-1132; XAVIER LEON-DUFOUR, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica. Herder, 1965, 475-480; ADALBERTO SISTI en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, Ed. Paulinas 1990 1216-1224.

Gabriel Pérez

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1.Antiguo Testamento

(d” amor, consuelo, gracia, justicia, Jonás). El judaismo posbí­blico tiende a situarse en un plano de Ley, de manera que parece haber dado primací­a a la justicia*. Pero la Biblia sabe también, desde el principio, que los hombres viven por misericordia, pues lógicamente, según justicia, conforme a la opción de Gn 2-3, ellos deberí­an haber muerto para siempre. A la misericordia de Dios apela la misma Ley israelita, en uno de sus textos centrales (Ex 34,4-6); también apelan a ella muchos textos proféticos e incluso la apocalí­ptica* (al menos para los justos). Ella aparece de manera más intensa en algunos textos tardí­os del Antiguo Testamento, como en el libro de la Sabidurí­a.

(1) El principio misericordia. Ex 34,67. El tema ha sido desarrollado en el contexto de la ruptura y renovación de la alianza. Tras un primer encuentro con Dios, Moisés habí­a bajado con las tablas de la ley para enseñárselas al pueblo, pero ha descubierto que el pueblo ha rechazado esa ley, construyendo y adorando al anti-dios, el Becerro de Oro. De manera consecuente como mensajero frustrado, destruye las tablas inútiles (Ex 32,15-20). Pero luego, intercede ante Dios a favor de su pueblo (cf. Ex 33) y Dios responde a su ruego, renovando su alianza con Israel. Sube de nuevo Moisés a la montaña, desciende Dios y dialogan en palabra de misericordia. A diferencia de la teofaní­a anterior (Ex 19,16-20), aquí­ no hay rayos o truenos, ni erupción de volcanes. Simplemente una nube, una presencia silenciosa: ¡se quedó Yahvé con Moisés! ¡Moisés invocó el nombre de Yahvé! Conversaron los dos y Dios quiso mostrarle su espalda, el reverso del misterio, pasando ante la cueva de Moisés y diciendo (Ex 34,6-7): “Yahvé, Yahvé, Dios compasivo y clemente, lento a la ira y rico en misericordia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación; que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune, sino que castiga la culpa de los padres en hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación”. Dios habí­a hablado como trueno, en experiencia cósmica terrible (Ex 19,19-20). Ahora lo hace con voz de compasión y cercaní­a, apareciendo como Dios humano, padre/amigo, buen educador que mantiene su palabra y perdona a los pecadores. Así­ actúa como rico en misericordia: perdona a los rebeldes, acoge de nuevo en amor a quienes le habí­an rechazado. Este Dios ha superado los esquemas moralistas de una Ley cerrada en sí­ misma. Frente al Señor del talión (ojo por ojo…) emerge aquí­ el Dios-misericordia, amigo trascendente y cercano, en quien podemos confiar, por encima de nuestros propios males. Como signo de piedad infinita, experiencia de amor incondicionado que trasciende las condiciones del pacto, se eleva el Dios del perdón israelita antes citado, como indican las aplicaciones del texto, (a) Dios ofrece misericordia hasta mil generaciones, es decir, desde siempre y para siempre. Eso significa que la historia de la salvación no se encuentra pendiente del hilo delicado de las obras humanas, sino que se sostiene por la misericordia: Dios mismo es la esperanza de futuro y vida para el pueblo (cf. Sal 51; 57; 67; 101; 118; 136). (b) Dios castiga de forma limitada, sólo en tres o cuatro generaciones. Esta es la experiencia que los israelitas han vivido en el exilio y en las crisis posteriores, como pueblo experto en opresiones que duran poco tiempo, unas generaciones. Después brilla para siempre el perdón y la gracia de Dios. Allí­ donde parecí­a que la historia acaba (tras la alianza rota sólo hay muerte), se eleva la más fuerte palabra de promesa: Dios es rico en misericordia, de manera que, tras un breve camino de corrección, ofrece a los humanos la gracia sin fin de su misericordia eterna. Así­ puede culminar en palabra de amor el Antiguo Testamento, proyectando la clemencia de Dios sobre los pecados y castigos temporales del pueblo.

(2) Los signos de la misericordia. Dios mismo viene a mostrarse como fuente de amor, con rasgos más maternos que paternos. El texto le presenta como rico, como lleno de un amor que brota de su entraña o vientre materno (rehem). Dios ama así­ con ternura de madre y cuida con amor insuperable y eterno al fruto de su entraña. Quien ama según ley puede un dí­a cansarse y no hacerlo, cesar en el amor, si aquel a quien ofrece su cariño se vuelve desleal o ingrato. Por el contrario, quien ama con entraña materna, dando la vida al hacerlo, se mantiene en amor para siempre, hagan los hijos lo que hagan, respondan como respondieren. Este amor del Dios que está lleno de entrañas de misericordia se encuentra al principio de todo lo que existe, como fuente creadora de vida y no como respuesta condicionada por nuestro comportamiento. De esta forma se desvela el amor fundante del Dios que actúa como madre, como amor creador que regala gratuitamente vida y lo hace con ternura, eternamente. Desde aquí­ se entienden los signos de la misericordia. No hay rayos o truenos, no hay volcanes, en contra de lo que sucedió en la primera teofaní­a (cf. Ex 19,1620). Simplemente una nube, una presencia silenciosa, una plegaria. Antes se habí­a hablado de un libro de alianza (cf. Ex 24,7) que debí­a estar escrito en papiro (o materia semejante). En este nuevo contexto son precisas unas tablas o losas de piedra porque es duro el corazón del pueblo donde graba Dios su misericordia indeleble (cf. Ez 36,26-27). Pero antes Dios hablaba con el trueno, en experiencia cósmica terrible (Ex 19,19-20). Ahora, en cambio, habla con voz de compasión y cercaní­a que recuerda a los profetas. Yahvé mismo se presenta como Dios humano, padre/amigo, buen educador que mantiene su palabra y ofrece a los hombres un camino de vida por su alianza. Antes no podí­a haberse vislumbrado este misterio, estas entrañas de perdón y gratuidad, porque los fieles de Israel no habí­an pecado aún y así­ Dios aparecí­a como ley de trueno desde arriba. Ahora, superando el rechazo de aquellos que no han aceptado su presencia, Dios viene a presentarse como amigo para siempre, como han destacado los libros de Oseas* y Jonás*.

(3) La esencia de la misericordia: Libro de la Sabidurí­a. El libro de la Sabidurí­a ha desarrollado de forma consecuente el tema de la misericordia: “El mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocí­o mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa no la habrí­as creado. Y ¿cómo subsistirí­an las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarí­an su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible” (Sab 11,22-12,1). “Tu fuerza es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos… Pero tú, dominando tu fuerza, juzgas con moderación, y nos gobiernas con mucha indulgencia, porque siempre puedes disponer de tu poder como tú quieres” (12,16-18). Sobre un fondo de violencia, conforme a la cual el mismo Dios parecí­a condenado a castigar a los culpables, que debí­an ser aborrecidos (cf. Sab 12,4), se elevan estos pasajes donde el principio de la misericordia nos permite superar ya de algún modo la división entre justos e injustos, judí­os y gentiles, pues el perdón de Dios vincula a todos (pañí­es) los hombres: “Te compadeces de todos porque todo lo puedes (11,23). Amas a todos los seres y no aborreces nada” (11,24). “A todos perdonas porque son tuyos: siendo dueño de todos, tú puedes perdonarles a todos” (cf. 11,16). En este mundo, los que se toman como poderosos muestran su poder oprimiendo a los demás (cf. Sab 2,11). Por el contrario, Dios no es poderoso porque puede imponerse sobre todos los demás, sino porque renuncia a toda imposición, para perdonarles. Dios es poderoso para el bien y de esa forma supera por su misericordia la lógica de las oposiciones (marcada por el árbol del bien/mal: Gn 2-3). De esa forma se expresa como gracia absoluta, no por un tipo de co acción igualitaria (¡responde de la misma forma a todos!), ni por indiferencia (¡todo es igual!), sino por cuidado amoroso que le lleva a perdonar a cada uno de los hombres, por poder, creatividad y connaturalidad.

(4) La misericordia de Dios. Partiendo de lo anterior podemos precisar los rasgos y principios del Dios misericordioso. (a) Dios es misericordioso por poder. Dios no tiene que defender su poder, sino al contrario: es poderoso sin lí­mites y así­ puede revelarse como suprema y absoluta compasión, siendo de esa forma capaz de superar, sin injusticia, las antí­tesis del mundo. “Te compadeces de todos porque todo lo puedes” (12,16). Sobre la misericordia de Dios se funda la vida de los hombres. (b) Dios es misericordioso porque es creador. Amar es crear, haciendo que surja lo que existe y que nazca la vida, por encima de la división entre el bien y el mal. Por eso, la creación es siempre gracia, es un don que nos permite superar el nivel del talión, en el que estamos determinados por lo que hay, buscando en los demás nuestro provecho, para pasar al nivel de lo que hacemos que haya. Ese es el plano que el Nuevo Testamento define partiendo del amor* entendido como ágape (no como eros). Los violentos no crean, sino que viven a costa de aquello que otros han creado, como ladrones de la vida. Dios, en cambio, crea todo de un modo gratuito, haciendo así­ posible que surja la vida donde reinaba la muerte; por eso es misericordia universal, (c) Dios es misericordioso por connaturalidad. De manera sorprendente, Sab expande y aplica a todos los hombres una terminologí­a de alianza que antes, en otro contexto, se expresaba sólo de forma israelita, mostrando así­ a Dios como amigo de todos los pueblos: “Perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, amigo de la vida” (11,26). Cierta teologí­a del pacto* suponí­a que sólo los israelitas eran “propiedad personal de Dios sobre la tierra” (cf. Ex 19,5-6; Dt 4,20), y así­ lo supondrán también las antí­tesis* de Sab 11-19. Pues bien, nuestro pasaje confiesa que todos los hombres son de Dios, unlversalizando la experiencia israelita. En ese sentido se dice que Dios no es sólo creador y dueño universal, sino también amigo o compañero de todos los que viven, sin excepción al guna (philopsiché). Esta es la aportación mayor de la teologí­a de Sab y quizá de toda la literatura israelita: Dios no es una realidad abstracta, ni un principio cósmico, ni un silencio en el fondo de todo lo que existe; Dios no es tampoco el protector de un pueblo especial, sino un poder personal de vida que ama (conoce y crea) a todos los hombres porque quiere, porque les quiere, vinculándose con ellos de un modo entrañable, en alianza de fidelidad universal.

Cf. F. Asensio, Misericordia et ventas. El Elesed y el Einet divinos. Su influjo religiososocial en la historia de Israel, Gregoriana 49, Roma 1949; X. Pikaza, Antropologí­a Bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006; I. M. Sans, Autorretrato de Dios, Universidad de Deusto, Bilbao 1997; J. Sobrino, El principio misericordia. Bajar de la Cruz, a los pueblos crucificados, Sal Terrae, Santander 1992.

MISERICORDIA
2. Nuevo Testamento

amor, perdón, gracia, Mateo). El conjunto del Nuevo Testamento aparece como un testimonio concreto y universal de misericordia: concreto porque se centra en Jesús, universal porque se abre a todos los hombres. Así­ lo muestra un texto donde Mateo ha resumido la vida y mensaje de Jesús: “Recorrí­a Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,35-36; cf. Mc 6,34). En esa lí­nea se sitúan otros textos emblemáticos, como la bienaventuranza de los misericordiosos (Mt 5,7), con el juicio final, donde lo único que cuenta es la misericordia activa (Mt 25,31-46), y de un modo especial las parábolas especiales de Lucas (cf. Lc 10,30-37; 15,1132). En esta lí­nea pueden destacarse, además, dos pasajes.

(1) Misericordia quiero y no sacrificio (Mt 9,13; 12,7). Esta palabra, tomada de Os 6,6, condensa según Lucas toda la experiencia de Cristo, entendida no sólo de un modo superficial (moralista), como misericordia barata, sino de forma radical, como principio de transformación humana. Aquí­ está en juego el sentido de la Ley judí­a y la per manencia del pueblo de Israel como institución profética y salvadora. Los adversarios de Jesús ponen la Ley por encima de la misericordia, tomándola así­ como una especie de “dogma”: es la institución sagrada, la estabilidad nacional en lí­nea de sistema que exige un tipo de comportamientos bien regulados (sacrificios). Pues bien, por encima de esa ley ha puesto Jesús la misericordia, es decir, la gratuidad abierta a todos los hombres. Los dos pasajes donde Mateo cita este principio teológico de Oseas (Mt 9,13 y 12,13) marcan el punto de inflexión de su evangelio, el paso de una institución que puede y debe ser misericordiosa (hace obras de misericordia, al servicio del sistema) a una misericordia que viene a presentarse como principio y fuente de todas las posibles instituciones, pues ella define y decide el sentido del juicio de la vida (Mt 25,31-46), que será revelación de misericordia. El Jesús de Mateo no ha discutido con los rabinos de Israel (o del judeocristianismo) desde una perspectiva teórica, sino desde el poder radical de la misericordia que, careciendo de poder (no puede imponerse por la fuerza), es el mayor de todos los poderes. Jesús ha superado ese nivel de sacrificio (ha declarado el fin del templo: cf. Mt 21,12-22), apelando a la misericordia creadora: ella define a Dios, ella permite caminar y vivir a los humanos, como indica de forma paradigmática el pasaje del paralí­tico perdonado-curado (cf. Mt 9,2-8).

(2) Dios, Padre de misericordia. Pablo retoma el sentido israelita básico del Dios misericordia y lo expresa en palabras de fuerte emoción e intenso contenido hí­mnico, poniendo “Padre” donde Ex 34,6 poní­a “rico”: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos ha consolado en toda tribulación para que podamos consolar a los que están en toda tribulación con el consuelo con que Dios nos ha consolado” (2 Cor 1,3-4). Esta es una de las palabras fundamentales del mensaje de Pablo y ella ha de tomarse en su sentido más profundo. Dios es Padre de la misericordia porque Jesús es la misericordia encarnada. Este Dios es un padre materno, preñado de amor, que consuela a los hombres, como hací­a el Dios de los profetas del amor más intenso (Is 66,13), como hará el Paráclito*, gran Consolador. Ciertamente, Pablo alude a su propia situación de lucha y desconsuelo, que ha logrado superar con la gracia de Dios. Pero su experiencia, expresada en el contexto de 2 Cor 1,1-2,17, se abre a todos los hombres que quieran recibir el mensaje y aliento de Jesús. Frente al Dios de la ley o poder, frente a un Señor resentido (que parece estar en lucha contra los hombres), frente al Juez alejado que mira las cosas desde fuera, Pablo ha definido a Dios como Padre misericordioso, es decir, consolador: es Aquel que nos ama y por amor, por su gran misericordia, nos ha ofrecido el don de su propio Hijo. Este Dios de consuelo (a quien el texto llama Padre y no Madre, porque así­ lo exige la tradición social de aquel tiempo) es más Madre que Padre. Llegando al lí­mite de su experiencia, fundando su vida en el Dios de Jesús, Pablo descubre que ese Dios, Padre de consuelo, tiene aspectos que podemos evocar como femeninos: es aquel que nos consuela en Jesús, dándonos lo más grande que tiene, su propio Hijo.

Cf. I. Gí“MEZ ACEBO, Dios también es Madre, Paulinas, Madrid 1994; R. SCHNACKENBURG, Amistad con Jesús, Sí­gueme, Salamanca 1998; J. VÜCHEZ, Dios, nuestro amigo. La Sagrada Escritura, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Jonás echa en cara a Dios su clemencia, su longanimidad y su gran amor, le reprocha que se deje mover a compasión. Dios tiene casi que defenderse de esta acusación, porque su misericordia es algo incomprensible, visceral, envolvente, absoluto; es el fundamento mismo de nuestra vida y de nuestra libertad. En efecto, uno puede vivir y amar sólo si se siente aceptado tal y como es, sin condiciones: entonces es cuando se siente libre. Dios nos ama así­. La única medida de su amor desmesurado es la necesidad de la persona amada; el pobre, el infeliz, el pecador, el perdido, son amados incluso más que los otros. Como una madre ama al hijo porque es su hijo, y si es desgraciado lo ama todaví­a más, sabiendo que podrá llegar a ser más bueno en la medida en que se sienta amado. Dios, que para nosotros es más padre que nuestro padre y más madre que nuestra madre, que nos ha tejido en el vientre materno, hace de la misericordia la realidad que nos contiene, de arriba abajo, de oriente a occidente. En su mise43 ricordia, somos lo que somos, y nuestra misma miseria se convierte en el recipiente y la medida en la que derrama su misericordia. acompañan la evolución de los hombres, de los pueblos y de la humanidad entera.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

SUMARIO: I. Vocablos y conceptos: 1. En el texto hebreo; 2. En el texto griego. II. Dios, rico en misericordia: 1. Con todas las criaturas; 2. Con su pueblo; 3. Con los pecadores. III. Cristo, imagen del Padre misericordioso: 1. En su vida; 2. En sus palabras. IV. Sed misericordiosos.

I. VOCABLOS Y CONCEPTOS. En nuestras versiones de la Biblia, el término “misericordia” se utiliza para traducir varios vocablos, tanto hebreos como griegos, cada uno de los cuales tiene un significado propio con diversos matices que de ordinario no percibe el lector por considerar la misericordia eminentemente como un sentimiento de piedad o de compasión, que induce a la ayuda y al perdón. Por tanto es necesario partir de las lenguas originales para alcanzar una comprensión exacta y completa.

1. EN EL TEXTO HEBREO. El primero de los términos hebreos con que el AT indica la misericordia es rehamîm, que designa propiamente las “ví­sceras” (en singular, el seno materno); pero que en sentido metafórico se expresa para señalar aquel sentimiento í­ntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre o de corazón, como a la madre o al padre con su propio hijo (Sal 103:13; Jer 31:20) o a un hermano con otro (Gén 43:30). Estando este ví­nculo situado en la parte más í­ntima del hombre (o sea, las ví­sceras, como cuando nosotros hablamos de amor entrañable o de odio visceral, aunque generalmente preferimos el término “corazón”), el sentimiento que de allí­ brota es espontáneo y está abierto a toda forma de cariño. Cuando lo requieren las circunstancias, se traduce espontáneamente en actos de compasión o de perdón (Sal 106:43; Dan 9:9).

El segundo término es hesed (con todos sus derivados), que a menudo va unido al anterior en forma de sinónimo o de precisión explicativa (Sal 25:6; Sal 40:12; Sal 103:4; Isa 53:7; Jer 16:5; Ose 2:21), aunque se distingue de él porque no nace de un sentimiento espontáneo, sino más bien de una deliberación consciente, como consecuencia de una relación de derechos y deberes, que generalmente se da por parte del superior para con el inferior (el marido para con la mujer, los padres para con los hijos, el soberano para con sus súbditos). El significado fundamental es el de bondad; pero de brdinario se manifiesta en forma de piedad, de compasión o de perdón, teniendo siempre como fundamento la.fidelidad a un compromiso que se siente como tal, ya sea por ví­nculos de naturaleza o en virtud de la propia posición o también por un deber jurí­dico libremente asumido.

A los dos vocablos señalados hay que añadir tres verbos con sus respectivos derivados, usados al lado o en paralelo con rehamfm. Son hanan, mostrar gracia, ser clemente (Exo 33:19; Isa 27:11; Isa 30:18; Sal 102:18); hamal, compadecer, sentir compasión, y por tanto perdonar (al enemigo) (Jer 13:14; Jer 21:7); hus, conmoverse, sentir piedad, sentir lástima (Isa 13:18).

2. EN EL TEXTO GRIEGO. El vocabulario griego de los LXX refleja fundamentalmente los conceptos del original hebreo, incluso cuando el significado original de los vocablos escogidos no es idéntico por la amplitud de su contenido y por sus matices. La observación vale también para el NT, que adopta el lenguaje de los LXX y, con él, toda la tradición religiosa subyacente.

El término griego utilizado con mayor frecuencia en los dos Testamentos es éleos (con sus respectivos derivados), que de ordinario traduce a hesed,†¢ pero a diferencia del mismo no se sitúa en la esfera jurí­dica, sino en la psicológica, partiendo de una profunda conmoción de ánimo, que se traduce en gestos de piedad y de compasión, de bondad y de misericordia. En la práctica desemboca muchas veces en “limosna” (elemósyna, término derivado directamente de éleos) o beneficencia para con los pobres y los necesitados, tantas veces recomendada en la Biblia (Tob 4:7.16; Sir 29:8; Mat 6:2-4; Luc 11:41; Luc 12:33; Heb 3:2-3.10; Heb 9:36; Heb 10:2.4.31; Heb 24:17).

Viene a continuación, pero con un uso muy reducido, oiktirmós, que subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión, en cuanto que se traduce en conmiseración y condolencia, y luego en piedad y misericordia. De ordinario traduce el hebreo rehamim, aunque también otros vocablos que significan mostrar gracia y favor. Hay que recordar, finalmente, aunque de uso todaví­a más reducido, splánjna, que literalmente equivale a rehamim (“ví­sceras”), aun cuando sólo en una ocasión traduce este vocablo (Pro 12:10). Partiendo de la sede misma de la cual, según los antiguos, brotaban los sentimientos, expresa condescendencia, amor, cariño, simpatí­a y benignidad, pero también misericordia y compasión.

Hay que tener en cuenta toda esta riqueza y variedad de vocabulario si se quiere obtener una acertada sí­ntesis del concepto de misericordia en la Biblia.

II. DIOS, RICO EN MISERICORDIA. Trasladando el lenguaje de la experiencia humana y aplicándolo de manera antropomórfica a Dios, los autores sagrados han conseguido darnos, como nunca habí­a sido posible hacerlo, una “imagen trepidante de su amor, que en contacto con el mal, y en particular con el pecado del hombre y del pueblo, se manifiesta como misericordia” (Dives in misericordia, n. 52). La confianza absoluta y constante de Israel en este amor misericordioso y tierno de Yhwh se manifiesta en cada una de las páginas del AT; pero se expresa de manera admirable en aquella fórmula contenida en Exo 34:6-7, que suena como una profesión de fe: “El Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad, que conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona la iniquidad, la infidelidad y el pecado”. La acumulación de tantos sustantivos, estrechamente vinculados e intercambiables entre sí­, es un í­ndice de la intensidad del concepto que se quiere inculcar, mientras que los adjetivos que les acompañan cualifican al obrar divino, que, a diferencia del humano, no es instintivo, pasional, desconsiderado e impetuoso en su reacción contra el mal, sino lento, paciente y ponderado, así­ como rico en generosidad, en compasión y en tolerancia; tan rico que los gestos de su misericordia no se restringen ni siquiera al espacio de mil generaciones (Gén 32:5; Exo 20:6; Deu 5:10). De esta certeza es de donde dimana esa especie de estribillo que tantas veces se escucha en las páginas sagradas: “Su amor es eterno” (Sal 100:5; Sal 106:1; Sal 107:1; Sal 118:1.4.29; 136; 1Cr 16:34. 41; Jer 33:11).

La fórmula de Exo 34:6-7 se recoge, en todo o en parte, en algunos otros lugares del AT (Núm 14:18; Sal 86:15; Sal 103:8.13; Sal 145:8; Neh 2:13; Joe 2:13; Jon 4:2), así­ como en la fórmula compendiada “rico en misericordia”, de Efe 2:4. A menudo los orantes, necesitados de perdón, de ayuda y de protección, se dirigen a Dios invocando su piedad (Sal 4:2; Sal 6:3; Sal 9:14; Sal 25:16; Sal 51:3) y llamándolo padre (Isa 63:16; cf Sal 103:13). Pero es en Isa 49:15 donde encontramos la imagen más alta y significativa del amor inmutable e invencible de Dios cuando, al lamento de Sión que se duele de verse abandonada, el mismo Yhwh responde: “¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que crí­a, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas (las entrañas) lo olvidaran, yo no me olvidarí­a de ti”. Si es verdad que en la realidad de los hombres no existe ningún ví­nculo tan fuerte y tan duradero como el amor de una madre por el fruto de sus entrañas, con esta atrevida apelación el profeta llega a decir que el amor de Yhwh trasciende cualquier tipo o modelo humano, ya que es infinito e indefectible.

1. CON TODAS LAS CRIATURAS. El primer relato de la creación nos muestra al Creador que, como un buen artista, al terminar cada una de sus obras se complace en el feliz resultado y en la bondad de todo lo que su palabra ha llamado a la existencia (Gén 1:10.12…31). Los salmistas, a su vez, celebran repetidamente, junto con su gloria y su sabidurí­a, que resplandecen en la magnificencia de lo creado, su amor, su fidelidad y su misericordia, de donde dimanó su acto creativo y por las cuales se regula su gobierno del mundo (Sal 103; 136; 145; 147). Reflexionando sobre esta longanimidad divina, el autor del libro de la Sabidurí­a afirma en forma de oración: “Tienes misericordia de todo porque todo lo puedes”; y a continuación añade: “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado. ¿Y cómo subsistirí­a nada si tú no lo quisieras? O ¿cómo podrí­a conservarse si no hubiese sido llamado por ti? Pero tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe. Porque tu espí­ritu incorruptible está en todas las cosas” (,1).

En realidad, si todo lo que hay en el mundo es obra de Dios, nada se sustrae a su gobierno, a su providencia, y por tanto tampoco a su amor compasivo. Por eso el salmista puede cantar: “La tierra está llena del amor del Señor” (Sal 33:5). Y, de forma especí­fica para el hombre, el sabio puede decir que “la compasión del Señor envuelve a todas sus criaturas” (Sir 18:13, con todos los vv. 1-14). Eneste sentido la historia de Jonás, con todas sus peripecias que rayan en lo grotesco, resulta sumamente instructiva, pues nos permite comprender cómo la misericordia divina es realmente universal y no conoce lí­mites ni admite barreras de ninguna clase.

2. CON SU PUEBLO. Si el ví­nculo de la creación y de la “paternidad” divina de todo lo que existe se presenta en el AT como el motivo de fondo que mueve a Dios a rodear de un amor atento y misericordioso a todos los seres humanos sin distinción, el ví­nculo de la elección con que quiso ligarse gratuitamente a Israel con un pacto eterno de fidelidad hace que semejante amor sea visto casi como una obligación, en virtud de la palabra a la que se ha prestado juramento y que no puede fallar. El éxodo de Egipto y el don de la alianza sinaí­tica son dos hechos í­ntimamente relacionados entre sí­, como causa y efecto; e Israel mantuvo siempre viva, durante toda su historia, la conciencia de haber experimentado de forma singularí­sima y casi sensiblemente los efectos vivificantes de la misericordia divina, no sólo en los momentos trágicos de la esclavitud, sino también en los que siguieron a su liberación hasta que logró entrar en la tierra prometida. Así­, el salmo litánico 136, dirigido todo él a la celebración de Yhwh “porque es eterno su amor”, después de haber recordado brevemente algunas de las maravillas realizadas en la creación (vv. 4-9), pasa a recordar, uno tras otro, todos los prodigios que ha llevado a cabo en la historia de Israel, desde la muerte de los primogénitos de Egipto hasta la liberación de los enemigos que se les oponí­an en la tierra de Canaán (vv. 10-24). La posterior historia bí­blica, desde los jueces hasta los umbrales del NT, a pesar de estar toda entretejida de infidelidades, desviaciones, rebeliones y pecados por parte del pueblo elegido, no es más que la continuación ininterrumpida de este perenne despliegue de la misericordia divina, que es compasión, perdón, ayuda y protección.

Superando los estrechos lí­mites de los derechos-deberes relacionados con la concepción jurí­dica del pacto de alianza, los profetas, con su sensibilidad afinada muchas veces por la experiencia amarga de su misión, llegaron a percibir su razón más profunda en el amor irresistible con que Yhwh rodea y rodeará siempre a su pueblo: “Con amor eterno te he amado” (Jer 31:3). Es un amor que va mucho más allá del amor, ya grande, de un padre o de una madre por su propio hijo, sobre todo si se trata del primogénito (cf Exo 4:22; Deu 1:31; Ose 11:1.3), para colocarse en la esfera del amor entre los esposos (cf Cant), el cual, aunque se funda también en un pacto de alianza, subraya mejor la gratuidad por una parte y la intensidad por la otra. Esta idea es desarrollada sobre todo por / Oseas (cc. 1-3) quien, para expresar el carácter propio del amor divino a Israel, no vacila en recurrir a la imagen de una mujer adúltera y prostituta, a la que sigue buscando su esposo (Dios) a pesar de sus infidelidades, hasta lograr que se convierta, vuelva a él y lo llame de nuevo con el cariño del primer amor: “Marido mí­o” (2,18). Y entonces, dice el Señor, “me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en la justicia y el derecho, en la ternura y el amor; me casaré contigo en la fidelidad y tú conocerás al Señor” (2,21-22).

La imagen del amor conyugal es recogida luego por Jeremí­as, y más tarde por Ezequiel (Jer 2:2; Jer 3:1; Jer 31:20; Ez cc. 16 y 23). Pero cuando Israel haya pagado con el destierro sus infidelidades, el Déutero-Isaí­as volverá a consolarlo con palabras llenas de ternura y de compasión, que hacen comprender cómo el amor divino jamás desfallece, aun cuando castigue severamente: “Tu esposo será tu creador. Sí­, como a una mujer abandonada y desolada, te ha querido el Señor. A la esposa tomada en la juventud, ¿se la puede rechazar? -dice tu Dios-. Sólo por un momento te habí­a abandonado, pero con inmensa piedad te recojo de nuevo” (Isa 54:5-7).

3. CON LOS PECADORES. En la segunda parte de la confesión que ya hemos recordado de Exo 34:6-7 se lee que Dios “conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona lá iniquidad, la infidelidad y el pecado, pero que nada deja impune, castigando la maldad de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y cuarta generación” (v. 7). La culpa y el castigo son dos términos que, en el concepto humano de justicia, se implican mutuamente. Pero en Dios la distancia que corre entre la cuarta y la milésima generación muestra, con claridad matemática, cómo la misericordia supera en mucho a la / justicia, que exige el castigo del delito, para dilatarse hasta el infinito. Basados en esta certidumbre, los israelitas, lo mismo como pueblo que como individuos, no cesan nunca de apelar a la piedad de Yhwh para que perdone y olvide sus pecados por muy grandes que sean (Sal 25:7.11.18; Sal 51:3-4.11; etc.). Saben que si Dios tuviera que sopesar nuestras culpas, nadie podrí­a salvarse; sin embargo, confí­an siempre en su perdón, porque saben también que su bondad supera todos los lí­mites (Sal 103:8-18; Sal 130:3-4; Jer 31:20), pues no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Eze 18:21-23; Eze 33:11; cf Isa 55:7).

Lo que Dios quiere del pecador es ante todo el reconocimiento y la confesión humilde de su propio pecado, y consiguientemente la conversión (Sal 32:5; Sal 38:19; Sal 51:4-5; Pro 28:13).

Pero el Sirácida exhorta y advierte que no se debe abusar de la longanimidad divina: “Conviértete al Señor cuanto antes, no lo dejes de un dí­a para otro. Porque de repente se desata la ira del Señor, y en el dí­a de la venganza serás aniquilado” (Sir 5:7). Incluso cuando castiga, Dios actúa siempre como un padre que no busca más que el bien de su hijo (Deu 8:5; Jer 3:19; Jer 31:10), o como un pastor que guarda y cuida las ovejas de su rebaño (Sal 74:1; Sal 80:2; Eze 34:12-22).

Reflexionando sobre la historia del éxodo y de la entrada en la tierra de Canaán, un autor de la época helenista percibe que también en estos momentos en que la justicia divina parece manifestarse de forma más severa con los enemigos de Israel, Dios se mostró manso y generoso, evitando su destrucción (Sab 11:17-22). Son dos las lecciones que saca entonces el mismo autor de este hecho: la primera es que Dios, castigando con moderación, intenta corregir al pecador con vistas a su arrepentimiento y su conversión (Sab 11:23; Sab 12:2.10); la segunda, de orden pedagógico, es que a través de la prueba de los castigos los pecadores tienen que aprender cuánto cuesta alejarse del Señor (Sab 11:6), mientras que los justos deben sacar de allí­ motivos para portarse lo mismo que el Señor, teniendo con todos la misma generosidad y comprensión (Sal 12:19; cf Deu 8:3.5; Job 5:17; Pro 3:11-12; Heb 12:5).

III. CRISTO, IMAGEN DEL PADRE MISERICORDIOSO. “Imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col 1:15; cf 2Co 4:4), el Hijo unigénito del Padre, “el resplandor de su gloria y la impronta de su ser” (Heb 1:3), “haciéndose carne y habitando entre nosotros”(Jua 1:14), fue desde su aparición en el mundo el revelador del misterio de aquel a quien Pablo llama, con una locución muy de sabor semí­tico, “el Padre de las misericordias” (2Co 1:3), es decir, aquel que es fuente de la misericordia y que la derrama generosamente sobre nosotros. Más que cualquier otro atributo divino, todo el NT muestra que Cristo és realmente la imagen viviente del Padre, “rico en misericordia” (Efe 2:4); pero antes con su vida que con sus palabras.

1. EN SU VIDA. El evangelista / Lucas, que entre otros apelativos se ha merecido también el de “scriba mansuetudinis Christi” (Dante, De monarchia 1,16), nos presenta a Jesús que en el acto de inaugurar su ministerio público en la sinagoga de Nazaret lee y hace suyas estas palabras de Isa 61:1-2 : “El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” (Luc 4:18-19). Cuando más tarde el Bautista enví­e a preguntar si él era el Cristo-mesí­as, responderá haciendo eco a las palabras del profeta: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oí­do: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el evangelio a los pobres (Luc 7:22). En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que fí­sica o moralmente tení­an necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer el bien y sanar a todos (Heb 10:38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mar 2:17; Luc 5:21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un “amigo” (Luc 7:34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Luc 5:27-32; Luc 7:36-50; Luc 15:1-2; Luc 19:1-10).

En los evangelios vemos cómo se conmueve frecuentemente ante las necesidades de los hermanos y “siente compasión” por todos, sea cual sea su enfermedad o su necesidad (Mar 1:41; Mar 5:19; Mar 6:34; Mar 8:2; Mat 9:36; Mat 14:14; Mat 15:32; Mat 20:34; Luc 7:13). Por eso, todos los que recurren a él lo hacen como si se dirigieran a Dios mismo, invocando su misericordia (Mar 9:22; Mar 10:47-48; Mat 9:27; Luc 17:13; Luc 18:38-39), suplicándole: “¡Ten compasión de mí­, Señor!” (Mat 15:22; Mat 17:15; Mat 20:30-31). Habiéndose hecho en todo semejante a los hermanos y habiendo experimentado en su propia carne la dureza del sufrimiento humano (Heb 2:17-18), con esta experiencia acepta libremente morir en la cruz por la redención del mundo. Es también éste -más aún, éste sobre todo- un testimonio de su amor misericordioso, que no ha disminuido con su ascensión al santuario celestial, en donde está sentado a la derecha del Padre como “sumo sacerdote misericordioso y fiel” (Heb 2:17), al que podemos dirigirnos “a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno” (Heb 4:16).

2. EN sus PALABRAS. Para defenderse de las acusaciones de los fariseos y para justificar su comportamiento, lleno de compasión y de condescendencia con los publicanos y los pecadores (Luc 15:1-2), Jesús narra tres parábolas, todas ellas inmensamente bellas y significativas. Las dos primeras, la de la oveja extraviada y la de la dracma perdida (Luc 15:3-10), se cierran con una alusión a la alegrí­a que causa en el cielo el hallazgo-conversión, aunque sea de un solo pecador. La tercera, llena de indicaciones de fina psicologí­a paternal, muestra cómo un hijo pródigo y libertino es esperado afanosamente por su propio padre, que espí­a su retorno y que, al divisarlo de lejos, se llena de compasión y corre a abrazarlo (Luc 15:11-32). Es la imagen más viva del amor ilimitado del Padre celestial, que Jesús nos revela de una forma incomparable, como sólo él podí­a hacerlo. Los hombres tienen que conocer y experimentar este amor; y por eso Jesús, después de curar al endemoniado que querí­a seguirle por agradecimiento, le ordena con decisión: “Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo” (Mar 5:19). Con estas palabras parece como si nos quisiera ofrecer la clave para entender todos sus / milagros en su significado más profundo. Es el Padre el que actúa en él (Jua 5:17) y el que en su persona manifiesta visiblemente su misericordia.

De esta manera, toda la obra de salvación realizada por Cristo, desde su llegada al mundo hasta el misterio pascual de su muerte y resurrección, ha de considerarse como la actuación del designio providencial concebido por el Padre en su gran amor a los hombres (la “filantropí­a” divina de Tit 3:4), como tan bien lo comprendió el evangelista de la misericordia en los dos cánticos del Magní­ficat y del Benedictus, donde por labios de Marí­a y del anciano Zacarí­as celebra la divina misericordia, que ha venido a difundirse de generación en generación sobre todos los que le temen (Luc 1:50.54.72.78). San Pablo, mientras que por un lado insiste en subrayar la absoluta gratuidad del don de la misericordia divina, que se lleva a cabo en la redención realizada por Cristo (Rom 9:15, con pa’abras sacadas de Exo 33:19; Rom 4:4, Tit 3:7), por otro lado llega a afirmar, paradójicamente, que en su providencia “Dios encerró a todos en la desobediencia para tener misericordia con todos” (Rom 1:32; cf Gál 3:22).

Para los bautizados, en particular, el mismo apóstol recuerda que “éramos, por naturaleza, objeto de la ira divina, igual que los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo…, a fin de manifestar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia mediante su bondad para con nosotros” (Efe 2:3-5.7). Por lo que a él se refiere, bendice y da gracias desde lo más profundo de su corazón a “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, padre de las misericordias y de todo consuelo, que nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que nosotros podamos consolar a todos los que sufren con el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios” (2Co 1:3-4). Es maravilloso este despliegue del amor misericordioso del Padre, que en Cristo se derrama sobre los hombres bajo la forma de aliento y de consuelo y se difunde de un individuo a otro para remontarse luego a la fuente en forma de bendición y de acción de gracias.

IV. SED MISERICORDIOSOS. El mensaje de la misericordia en el NT se modela y se desarrolla recogiendo la parte mejor de la enseñanza del AT, profundizando en su concepto y enriqueciéndolo de contenidos, tanto en sentido vertical como en sentido horizontal. Contra los que, enredados en las mallas del formalismo jurí­dico, tardaban en comprender el valor de virtudes fundamentales, como “la justicia, la misericordia y la fe” (Mat 23:23 : tres términos í­ntimamente relacionados entre sí­), Jesús afirma decididamente la primací­a del amor y del perdón sobre todas las ofrendas y sacrificios prescritos por la ley, remitiendo a la autoridad de las palabras que el profeta (Ose 6:6) hací­a pronunciar a Yhwh: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mat 9:13; Mat 12:17). Con este espí­ritu, al comienzo del sermón de la montaña proclama: “Dichosos los misericordiosos,’porque ellos alcanzarán misericordia” (Mat 5:7). Luego, después de haber insistido en la necesidad de practicar desde lo hondo del corazón y de modo universal el amor al prójimo, hasta conceder el perdón a los propios enemigos y perseguidores, concluye: “Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mat 5:48). La confrontación con el texto paralelo de Luc 6:35-36 permite comprender el sentido concreto de esta frase. En efecto, después de haber dicho que hay que hacer el bien a todos y amar incluso a los enemigos a semejanza del Altí­simo, que “es bueno con los desagradecidos y con los malvados”, añade: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”. Esto significa que el ideal de santidad y de perfección al que Cristo llama a sus seguidores se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal, que son las formas más elevadas del amor al prójimo, como lo muestra la parábola del buen samaritano (Luc 10:30-37), el cual, a diferencia de quienes le precedieron en el camino de Jerusalén a Jericó, “se compadeció” del desgraciado judí­o, “enemigo” de raza, y se cuidó de él, por lo que merece ser señalado como modelo de caridad con el prójimo por haberse “compadecido de él” (v. 37).

Jesús advierte además que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia y de bondad que hayamos practicado con el prójimo más necesitado y que él considerará c ;mo hechas o negadas a él mismo (Mat 25:31-46). Del mismo modo advierte que, si queremos que en el momento del juicio final nos perdone nuestras deudas, como el rey de la parábola del siervo despiadado, también nosotros tenemos que ser generosos (Mat 18:32-33), mientras que en el padrenuestro enseña a pedirle a Dios: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mat 6:12.1415). Por eso Stg 2:13 afirma: “El juicio será sin misericordia para el que no ha tenido misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio”.

A ejemplo del maestro, “afable y humilde de corazón” (Mat 11:29), que muere en la cruz invocando el perdón para sus verdugos (Luc 23:34), sus discí­pulos practican e inculcan la necesidad de practicar la misericordia como virtud esencial para el cristiano, lo mismo que el amor fraterno, el perdón de las ofensas, la hospitalidad y todas aquellas formas concretas de ayuda, que son su expresión visible (Rom 12:8; Efe 4:32; Flp 2:1; Col 3:12; lPe 3,8; 4,8-11; Jud 1:23). La razón de fondo se explica en 1Jn 3:17 : “Si alguno tiene bienes de este mundo, ve a su _hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios?”, donde se utiliza la palabra clásica “entrañas”, como en Flm 7:12.20; cf l Apo 3:26; Isa 49:15; Jer 31:20; Ose 2:25. Convencidos, finalmente, de que la falta de misericordia atrae la cólera divina (Rom 1:31; cf Didajé 5,2; Bernabé 20), la invocan del Señor deseándola a los destinatarios y lectores de sus cartas, junto con la gracia y la paz (Gál 5:16; 1Ti 1:2; 2Ti 1:2; Tit 1:4; 2Jn 1:5; Jud 1:2) [/ Amor III-IV; / Alianza].

BIBL.: BULTMANN R., éleos, etc., en GLNT III, 399-424; ID, oictí­ró, etc., en GLNT VIII, 449-456; CHIESA B., Un Dio di misericordia e di grazia (Est 34:4-6.8-9), en “BibOr” 14 (1972) 107-118; CONCETTI G. (ed.), Giovani Paolo II. Dio ricco di misericordia, Logos, Roma 1980; CONGAR Y., La misericorde attribut souverain de Dieu, en “La vie spirituelle” (1962) 380-395; ESSER H.H., Misericordia, en DCBNT 1013-1023; GHIDELLI C., Peccato dell’uomo e misericordia di Dio, Ed. Paoline, Roma 1983; KOESTER K., splánjnon, etc., en GLNT XII, 903-934; STOEBE H.J., haesaed – Bondad, en DTMAT I, 832-861.

A. Sisti

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sentimiento de pena o compasión por los que sufren, que impulsa a ayudarles o aliviarles; en determinadas ocasiones, virtud que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo.
La palabra hebrea ra·jamí­m y la griega é·le·os (verbo, e·le·é·o) suelen traducirse †œmisericordia†. Un examen de estos términos y de su uso ayuda a resaltar todos sus matices y significado. El verbo hebreo ra·jám se define como †œsentir o irradiar afecto entrañable; […] ser compasivo†. (A Hebrew and Chaldee Lexicon, edición de B. Davies, 1957, pág. 590.) Según el lexicógrafo Gesenius, †œla idea principal parece radicar tanto en el hecho de tener cariño y tratar con dulzura como en el sentimiento de tierna emoción†. (A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, traducción al inglés de E. Robinson, 1836, pág. 939.) El término está estrechamente relacionado con la palabra para †œmatriz†; se puede referir también a las †œentrañas†, las cuales se ven afectadas cuando se siente de manera afectuosa y tierna la compasión o piedad. (Compárese con Isa 63:15, 16; Jer 31:20).
En las Escrituras ra·jám solo se emplea una vez como sentimiento del hombre hacia Dios, cuando el salmista dijo: †œTe tendré cariño [forma de ra·jám], oh Jehová fuerza mí­a†. (Sl 18:1.) En el plano humano, José manifestó esta misma cualidad cuando se le conmovieron †œsus emociones internas [forma de ra·jamí­m]† debido a su hermano Benjamí­n, y lloró. (Gé 43:29, 30; compárese con 1Re 3:25, 26.) Cuando las personas veí­an la posibilidad de que las maltrataran sus captores (1Re 8:50; Jer 42:10-12) u oficiales de mayor autoridad (Gé 43:14; Ne 1:11; Da 1:9), deseaban y pedí­an en oración piedad o misericordia, para que se les tratara con favor, amabilidad y consideración. (Contrástese con Isa 13:17, 18.)

La misericordia de Jehová. El uso más frecuente del término tiene que ver con la relación de Jehová con su pueblo. La piedad de Dios (ra·jám) con su pueblo se compara con la que siente una mujer por los hijos de su vientre y con la misericordia de un padre hacia sus hijos. (Isa 49:15; Sl 103:13.) La nación de Israel necesitó ayuda misericordiosa muchas veces debido a que se apartaba con frecuencia de la justicia y se metí­a en graves aprietos. Si demostraba una actitud correcta de corazón y se volví­a a Jehová, El les otorgaba su compasión, favor y benevolencia. (Dt 13:17; 30:3; Sl 102:13; Isa 54:7-10; 60:10.) El que enviara a su Hijo para que naciese en Israel fue prueba de un †œamanecer† venidero de compasión y misericordia divinas para el pueblo. (Lu 1:50-58, 72-78.)
La palabra griega é·le·os transmite algo del sentido de la palabra hebrea ra·jamí­m. La obra Vine†™s Expository Dictionary of Old and New Testament Words dice: †œELEOS (ελεος) †˜es la manifestación externa de la compasión; por una parte, presupone que el que se beneficia de ella tiene una necesidad, y, por otra, que el que la manifiesta cuenta con los medios para satisfacer dicha necesidad†™†. El verbo (e·le·é·o) por lo general transmite la idea de †œsentir condolencia de las desgracias ajenas, en particular la condolencia que se manifiesta en obras† (1981, vol. 3, págs. 60, 61). Por lo tanto, los ciegos, los endemoniados, los leprosos o aquellos cuyos hijos estaban afligidos estaban entre las personas que provocan é·le·os, es decir, la expresión de la misericordia y piedad. (Mt 9:27; 15:22; 17:15; Mr 5:18, 19; Lu 17:12, 13.) En respuesta a la súplica: †œTen misericordia de nosotros†, Jesús realizó milagros que liberaron a tales personas. No lo hizo de una manera indiferente y rutinaria, sino †œenternecido†. (Mt 20:31, 34.) Aquí­ el escritor del evangelio usó una forma del verbo splag·kjní­Â·zo·mai, relacionado con splág·kjna, que significa literalmente †œentrañas† o †œintestinos†. (Hch 1:18.) Este verbo expresa el sentimiento de piedad, mientras que é·le·os se refiere a la manifestación activa de tal piedad, por consiguiente, a un acto de misericordia.

No se limita a la acción judicial. La palabra †œmisericordia† comunica con bastante frecuencia la idea de abstenerse o retraerse, por ejemplo, de castigar, por compasión o condolencia. Por lo tanto, suele tener una connotación judicial, como cuando un juez muestra clemencia al atenuar el castigo de un malhechor. Puesto que la manera como Dios muestra misericordia siempre está en armoní­a con sus otras cualidades y normas rectas, entre ellas su justicia y apego a la verdad (Sl 40:11; Os 2:19), y dado que todos los hombres son por herencia pecaminosos y merecen la muerte como salario por el pecado (Ro 5:12; compárese con Sl 130:3, 4; Da 9:18; Tit 3:5), es evidente que el perdón del error y la moderación en el castigo suelen englobarse en el concepto de la misericordia divina. (Sl 51:1, 2; 103:3, 4; Da 9:9; Miq 7:18, 19.) Sin embargo, lo susodicho permite ver que los términos hebreos y griegos (ra·jamí­m; é·le·os) no se limitan al hecho de perdonar o retraerse de administrar una pena judicial. El perdón del error no es en sí­ mismo la misericordia a la que suelen referirse estos términos; más bien, dicho perdón abre el camino a la misericordia. Dios nunca pasa por alto sus normas perfectas de justicia al expresar misericordia, y por esta razón ha provisto el sacrificio de rescate por medio de su Hijo Cristo Jesús, lo que ha hecho posible el perdón de pecados sin que se atente contra la justicia. (Ro 3:25, 26.)
De modo que la misericordia normalmente no se refiere a una acción negativa (como retraerse de castigar), sino a una acción positiva, a la expresión de consideración o piedad que alivia al que sufre.
Este hecho se ilustra bien en la parábola de Jesús sobre el samaritano que vio tendido en el camino a un hombre que habí­a sido asaltado y golpeado. Demostró que era †œprójimo† de aquel hombre porque, movido por la piedad, †œactuó misericordiosamente para con él† curándole las heridas y cuidando de él. (Lu 10:29-37.) En este caso la misericordia no tuvo que ver ni con el perdón de malas acciones ni con procedimientos judiciales.
Por lo tanto, las Escrituras muestran que la misericordia de Jehová Dios no es una cualidad que solo entra en juego cuando juzga a las personas por haber cometido algún mal. Más bien, es una cualidad caracterí­stica de la personalidad de Dios, su manera normal de reaccionar para con el necesitado, una faceta de su amor. (2Co 1:3; 1Jn 4:8.) El no es como los dioses falsos de las naciones, insensibles y sin compasión. Por el contrario, †œJehová es benévolo y misericordioso, tardo para la cólera y grande en bondad amorosa. Jehová es bueno para con todos, y sus misericordias están sobre todas sus obras†. (Sl 145:8, 9; compárese con Sl 25:8; 104:14, 15, 20-28; Mt 5:45-48; Hch 14:15-17.) Es †œrico en misericordia†, su sabidurí­a está †œllena de misericordia†. (Ef 2:4; Snt 3:17). Eso se demostró mediante su Hijo, cuya personalidad, habla y acciones eran un reflejo de las cualidades de su Padre. (Jn 1:18.) Cuando las muchedumbres salí­an para escucharle, Jesús †˜se enternecí­a [forma de splag·kjní­Â·zo·mai]†™, incluso antes de ver su reacción a lo que iba a decirles, porque estaban †œdesolladas y desparramadas como ovejas sin pastor†. (Mr 6:34; Mt 9:36; compárese con Mt 14:14; 15:32.)

Una necesidad humana. Obviamente, la incapacidad fundamental y mayor de la humanidad viene del pecado heredado de su antepasado Adán. Por lo tanto, todos se hallan en extrema necesidad, en una condición lastimosa. Jehová Dios ha sido misericordioso con la humanidad al dotarla de los medios para librarse de esta gran incapacidad y sus consecuencias: la enfermedad y la muerte. (Mt 20:28; Tit 3:4-7; 1Jn 2:2.) Por ser misericordioso, tiene paciencia, porque †œno desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento†. (2Pe 3:9.) Jehová desea responder a todos con bien; lo prefiere (compárese con Isa 30:18, 19), pues no halla ningún †˜deleite en la muerte de los inicuos†™, y †œno de su propio corazón ha afligido ni desconsuela a los hijos de los hombres†, como ocurrió con la destrucción de Judá y Jerusalén. (Eze 33:11; Lam 3:31-33.) Es la dureza de corazón de la gente, su obstinación y negativa a responder a su benevolencia y misericordia, lo que le obliga a adoptar un proceder diferente, lo que hace que su misericordia se haya †œencerrado† y no les alcance. (Sl 77:9; Jer 13:10, 14; Isa 13:9; Ro 2:4-11.)

No se debe abusar de la misericordia. Aunque Jehová tiene gran misericordia para con los que se acercan a El con sinceridad, de ningún modo eximirá de castigo a los que no se arrepienten y realmente merecen castigo. (Ex 34:6, 7.) No se puede abusar de la misericordia divina; no se puede pecar con completa impunidad o librarse de los resultados o las consecuencias de un mal proceder. (Gál 6:7, 8; compárese con Nú 12:1-3, 9-15; 2Sa 12:9-14.) Jehová puede, misericordiosamente, ser sufrido, mostrar gran paciencia y dar a las personas la oportunidad de corregir su mal proceder; aunque manifieste desaprobación, puede que no los abandone por completo, sino que misericordiosamente continúe dándoles ayuda y dirección. (Compárese con Ne 9:18, 19, 27-31.) Pero si no responden, su paciencia tiene un lí­mite y El retendrá su misericordia y actuará contra ellos por causa de Su propio nombre. (Isa 9:17; 63:7-10; Jer 16:5-13, 21; compárese con Lu 13:6-9.)

No está regida por normas humanas. Al hombre no le corresponde poner las normas o criterios por los que Dios debe mostrar misericordia. Desde su posición celestial estratégica y en armoní­a con su propio buen propósito, con su previsión de futuro y facultad de leer el corazón del hombre, Jehová †˜muestra misericordia a quien quiera mostrar misericordia†™. (Ex 33:19; Ro 9:15-18; compárese con 2Re 13:23; Mt 20:12-15.) En el capí­tulo 11 de Romanos el apóstol considera la incomparable sabidurí­a y misericordia de Dios al dar una oportunidad de entrar en el Reino celestial a los gentiles. Estos no formaban parte de la nación de Dios, Israel, por lo que no habí­an sido objeto de la misericordia que se derivaba de la relación de pacto con El. Además, su vida se caracterizaba por su desobediencia a Dios. (Compárese con Ro 9:24-26; Os 2:23.) Pablo explica que a Israel se le dio la primera oportunidad, pero que en su mayor parte fueron desobedientes. Como consecuencia, se abrió el camino para que los gentiles fuesen parte del prometido †œreino de sacerdotes y una nación santa†. (Ex 19:5, 6.) Pablo concluye: †œPorque Dios los ha encerrado a todos juntos [judí­os y gentiles] en la desobediencia, para mostrarles misericordia a todos ellos†. Gracias al sacrificio de rescate de Cristo, podrí­a eliminarse de todos los que ejercieran fe (entre ellos los gentiles) el pecado adámico que habí­a trascendido a toda la humanidad, y gracias a su muerte en el madero de tormento, se podrí­a librar de la maldición de la Ley a los que estaban obligados a ella (los judí­os), a fin de que todos pudieran recibir misericordia. El apóstol exclama: †œÂ¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabidurí­a y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos!†. (Ro 11:30-33; Jn 3:16; Col 2:13, 14; Gál 3:13.)

Buscar la misericordia de Dios. Los que desean disfrutar de la misericordia de Dios deben buscarle con una buena predisposición de corazón y abandonando sus malos caminos y pensamientos perjudiciales (Isa 55:6, 7); no solo es preciso, sino propio, que le teman y le muestren aprecio por sus preceptos justos (Sl 103:13; 119:77, 156, 157; Lu 1:50); y si se desví­an del proceder justo que han estado siguiendo, no deben intentar encubrirlo, sino confesarlo y arrepentirse con un corazón contrito. (Sl 51:1, 17; Pr 28:13.) Otro factor imprescindible es que ellos mismos deben ser misericordiosos. Jesús dijo: †œFelices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia†. (Mt 5:7.)

Dones de misericordia. Los fariseos mostraron una actitud inmisericorde hacia otros, por lo que Jesús los reprendió, diciendo: †œVayan, pues, y aprendan lo que esto significa: †˜Quiero misericordia, y no sacrificio†™†. (Mt 9:10-13; 12:1-7; compárese con Os 6:6.) El colocó la misericordia entre los asuntos de más peso de la Ley. (Mt 23:23.) Como se observa, aunque tal misericordia podí­a abarcar clemencia judicial, como la que los fariseos pudieran tener la oportunidad de mostrar, tal vez por ser miembros del Sanedrí­n, su aplicación no se limitaba a ese contexto. Se referí­a primordialmente a la manifestación activa de piedad o compasión, a obras de misericordia. (Compárese con Dt 15:7-11.)
Esta misericordia se podí­a expresar por medio de una contribución material. Pero para que Dios la considere de valor, debe haber un buen motivo, no ser simplemente un †˜altruismo interesado†™. (Mt 6:1-4.) Las dádivas materiales estaban entre las †œdádivas de misericordia [una forma de e·le·e·mo·sý·ne]† caracterí­sticas de Dorcas (Hch 9:36, 39), y probablemente también entre las de Cornelio, dádivas que junto con sus oraciones resultaron en que Dios le oyera favorablemente. (Hch 10:2, 4, 31.) Jesús dijo que el error de los fariseos radicaba en no dar †œcomo dádivas de misericordia las cosas que están dentro†. (Lu 11:41.) Por lo tanto, la verdadera misericordia debe brotar del corazón.
Jesús y sus discí­pulos se destacaron especialmente por las dádivas espirituales, de mucho más valor que las materiales, que misericordiosamente ofrecieron. (Compárese con Jn 6:35; Hch 3:1-8.) Los miembros de la congregación cristiana, en especial los que actúan en ella como †˜pastores†™ (1Pe 5:1, 2), deben cultivar la cualidad de la misericordia y reflejarla, tanto en aspectos materiales como espirituales, †œcon alegrí­a†, nunca de mala gana. (Ro 12:8.) El que la fe de ciertos miembros de la congregación se debilite puede hacer que enfermen espiritualmente y hasta que expresen dudas. Debido al peligro de muerte espiritual, se exhorta a sus compañeros cristianos a que sean misericordiosos con ellos y los ayuden a evitar un mal fin. Mientras manifiestan su misericordia hacia aquellos cuyas acciones no han sido correctas, deben cuidarse de no caer en la misma tentación, y han de ser conscientes de que no solo deben amar la justicia, sino también odiar el mal. Su trato misericordioso no implica que aprueban el mal. (Jud 22, 23; compárese con 1Jn 5:16, 17; véase DíDIVAS DE MISERICORDIA.)

La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio. El discí­pulo Santiago escribe: †œAl que no practica misericordia se le hará su juicio sin misericordia. La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio†. (Snt 2:13.) El contexto muestra que Santiago desarrolla aquí­ los comentarios que habí­a hecho antes respecto a la adoración verdadera, el cuidado misericordioso que se le debe a los afligidos y la atención a los pobres sin discriminación ni favoritismo por los ricos. (Snt 1:27; 2:1-9.) Sus siguientes palabras también indican esto, pues tratan de las necesidades de los hermanos que están en †œdesnudez y carecen del alimento suficiente para el dí­a†. (Snt 2:14-17.) Estas palabras corresponden con las de Jesús, cuando dijo que a los misericordiosos se les mostrará misericordia. (Mt 5:7; compárese con Mt 6:12; 18:32-35.) Cuando Dios traiga a juicio las obras humanas, mostrará misericordia a los que han sido misericordiosos, piadosos y compasivos y que han prestado su ayuda a los necesitados; así­ la misericordia que ellos han demostrado triunfará sobre cualquier juicio adverso que de otra manera hubiera podido corresponderles. Dice el proverbio: †œEl que muestra favor al de condición humilde le presta a Jehová, y El le pagará su trato†. (Pr 19:17.) Muchos otros textos corroboran esta explicación de Santiago. (Compárese con Job 31:16-23, 32; Sl 37:21, 26; 112:5; Pr 14:21; 17:5; 21:13; 28:27; 2Ti 1:16, 18; Heb 13:16.)

La misericordia del Sumo Sacerdote de Dios. El libro de Hebreos explica por qué Jesús, como Sumo Sacerdote mayor que los sacerdotes aarónicos, tuvo que nacer como hombre, sufrir y morir: †œPor consiguiente, le era preciso llegar a ser semejante a sus †˜hermanos†™ en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en cosas que tienen que ver con Dios, a fin de ofrecer sacrificio propiciatorio por los pecados de la gente†. Habiendo sufrido bajo prueba, †œpuede ir en socorro de los que están siendo puestos a prueba†. (Heb 2:17, 18.) Los que se dirigen a Dios por medio de Jesús pueden hacerlo con confianza, pues tienen el registro de su vida, sus palabras y sus acciones. †œPorque no tenemos como sumo sacerdote a uno que no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino a uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, por lo tanto, con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado.† (Heb 4:15, 16.)
El que Jesús sacrificara su propia vida fue un gesto sobresaliente de misericordia y amor. Ya en el cielo, también manifestó su misericordia como Sumo Sacerdote, como en el caso de Pablo (Saulo), con quien fue misericordioso debido a su ignorancia. Pablo expresa: †œNo obstante, la razón por la cual se me mostró misericordia fue para que, por medio de mí­ como el caso más notable, Cristo Jesús demostrara toda su gran paciencia como muestra de los que van a cifrar su fe en él para vida eterna†. (1Ti 1:13-16.) Tal como Jehová Dios, el Padre de Jesús, mostró misericordia muchas veces a Israel al salvarlos de sus enemigos, liberarlos de sus opresores y conducirlos a un estado de paz y prosperidad, así­ también los cristianos pueden tener una esperanza firme en la misericordia que se les expresará por medio del Hijo de Dios. Por consiguiente, Judas escribe: †œManténganse en el amor de Dios, mientras esperan la misericordia de nuestro Señor Jesucristo con vida eterna en mira†. (Jud 21.) La maravillosa misericordia de Dios por medio de Cristo estimula a los verdaderos cristianos a que no desfallezcan en su ministerio, sino que lo lleven a cabo de manera altruista. (2Co 4:1, 2.)

Trato misericordioso a los animales. Proverbios 12:10 dice: †œEl justo está cuidando del alma de su animal doméstico, pero las misericordias de los inicuos son crueles†. Mientras que la persona justa conoce las necesidades de sus animales y se preocupa por su bienestar, las misericordias de la persona inicua no se conmueven por necesidades como estas. Según los principios egoí­stas e insensibles del mundo, el trato que muchos dan a los animales solo se basa en el beneficio que pueden conseguir de ellos. Lo que la persona inicua considerarí­a un cuidado adecuado en realidad puede ser un trato cruel. (Contrástese con Gé 33:12-14.) El interés que la persona justa siente por sus animales tiene un precedente en el propio interés que Dios siente por ellos como parte de su creación. (Compárese con Ex 20:10; Dt 25:4; 22:4, 6, 7; 11:15; Sl 104:14, 27; Jon 4:11.)

La misericordia y la bondad. Otros vocablos que guardan relación con los términos ra·jamí­m y é·le·os y que con frecuencia se utilizan conjuntamente con estos son la palabra hebrea jé·sedh (Sl 25:6; 69:16; Jer 16:5; Lam 3:22) y la palabra griega kjá·ris (1Ti 1:2; Heb 4:16; 2Jn 3), que significan, respectivamente: †œbondad amorosa [amor leal]† y †œbondad inmerecida†. Jé·sedh difiere de ra·jamí­m en que recalca la devoción o el apego leal y amoroso al objeto de la bondad, mientras que ra·jamí­m destaca la tierna compasión o piedad que se siente. De igual manera, la diferencia principal entre kjá·ris y é·le·os es que kjá·ris expresa especialmente la idea de una dádiva gratuita e inmerecida, con lo que se enfatiza la magnanimidad y generosidad del dador, mientras que é·le·os pone de relieve la respuesta misericordiosa a las necesidades de los afligidos o desfavorecidos. Por consiguiente, Dios mostró kjá·ris (bondad inmerecida) a su Hijo cuando †œbondadosamente le dio [e·kja·rí­Â·sa·to] el nombre que está por encima de todo otro nombre†. (Flp 2:9.) Esta bondad no estaba impulsada por piedad, sino por la generosidad amorosa de Dios. (Véase BONDAD.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. Vocablos y conceptos: 1. En el texto hebreo; 2. En el texto griego. II. Dios, rico en misericordia 1. Con todas las criaturas; 2. Con su pueblo; 3. Con los pecadores. III. Cristo, imagen del Padre misericordioso: 1. En su vida; 2. En sus palabras. IV. Sed misericordiosos.

1. VOCABLOS Y CONCEPTOS.
En nuestras versiones de la Biblia, el término †œmisericordia† se utiliza para traducir varios vocablos, tanto hebreos como griegos, cada uno de los cuales tiene un significado propio con diversos matices que de ordinario no percibe el lector por considerar la misericordia eminentemente como un sentimiento de piedad o de compasión, que induce a la ayuda y al perdón. Por tanto es necesario partir de las lenguas originales para alcanzar una comprensión exacta y completa.

1. En EL TEXTO HEBREO.
El primero de los términos hebreos con que el AT indica la misericordia es rehamim, que designa propiamente las †œvisceras† (en singular, el seno materno); pero que en sentido metafórico se expresa para señalar aquel sentimiento í­ntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre o de corazón, como a la madre o al padre con su propio hijo (Sal 103,13; Jr 31,20) o a un hermano con otro Gn 43,30). Estando este ví­nculo situado en la parte más í­ntima del hombre (o sea, las visceras, como cuando nosotros hablamos de amor entrañable o de odio visceral, aunque generalmente preferimos el término †œcorazón†), el sentimiento que de allí­ brota es espontáneo y está abierto a toda forma de cariño. Cuando lo requieren las circunstancias, se traduce espontáneamente en actos de compasión o de perdón Sal 106,43; Dn 9,9).
El segundo término es hesed (con todos sus derivados), que a menudo va unido al anterior en forma de sinónimo o de precisión explicativa (Sal 25,6; Sal 40,12; Sal 103,4; Is 53,7; Jr 16,5; Os 2,21), aunque se distingue de él porque no nace de un sentimiento espontáneo, sino más bien de una deliberación consciente, como consecuencia de una relación de derechos y deberes, que generalmente se da por parte del superior para con el inferior (el marido para con la mujer, los padres para con los hijos, el soberano para con sus subditos). El significado fundamental es el de bondad; pero de ordinario se manifiesta en forma de piedad, de compasión o de perdón, teniendo siempre como fundamento la fidelidad a un compromiso que se siente como tal, ya sea por ví­nculos de naturaleza o en virtud de la propia posición o también por un deber jurí­dico libremente asumido.
A los dos vocablos señalados hay que añadir tres verbos con sus respectivos derivados, usados al lado o en paralelo con rehamim. Sonhanan, mostrar gracia, ser clemente (Ex 33,19; Is 27,11; Is 30,18; Sal 102,18 ); hamal, compadecer, sentir compasión, y por tanto perdonar (al enemigo) (Jr 13,14; Jr 21,7); hus, conmoverse, sentir piedad, sentir lástima (ls 13,18).
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2. En el texto griego.
El vocabulario griego de los LXX refleja fundamentalmente los conceptos del original hebreo, incluso cuando el significado original de los vocablos escogidos no es idéntico por la amplitud de su contenido y por sus matices. La observación vale también para el NT, que adopta el lenguaje de los LXX y, con él, toda la tradición religiosa subyacente.
El término griego utilizado con mayor frecuencia en los dos Testamentos es éleos (con sus respectivos derivados), que de ordinario traduce a hesed; pero a diferencia del mismo no se sitúa en la esfera jurí­dica, sino en la psicológica, partiendo de una profunda conmoción de ánimo, que se traduce en gestos de piedad y de compasión, de bondad y de misericordia. En la práctica desemboca muchas veces en †œlimosna† (elemó-syna, término derivado directamente de éleos) o beneficencia para con los pobres y los necesitados, tantas veces recomendada en la Biblia (Tb 4,7; Tb 4,16; Si 29,8; Mt 6,2-4; Lc 11,41; Lc 12,33; Hch 3,2-3; Hch 3,10; Hch 9,36; Hch 10,2; Hch 10,4; Hch 10,31; Hch 24,17).
Viene a continuación, pero con un uso muy reducido, oiktirmós, que subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión, en cuanto que se traduce en conmiseración y condolencia, y luego en piedad y misericordia. De ordinario traduce el hebreo rehamim, aunque también otros vocablos que significan mostrar gracia y favor. Hay que recordar, finalmente, aunque de uso todaví­a más reducido, splánjna, que literalmente equivale a rehamim (†œvisceras†), aun cuando sólo en una ocasión traduce este vocablo (Pr 12,10). Partiendo de la sede misma de la cual, según los antiguos, brotaban los sentimientos, expresa condescendencia, amor, cariño, simpatí­a y benignidad, pero también misericordia y compasión.
Hay que tener en cuenta toda esta riqueza y variedad de vocabulario si se quiere obtener una acertada sí­ntesis del concepto de misericordia en la Biblia.
2094
II. DIOS, Rico EN MISERicoRDIA.
Trasladando el lenguaje de la experiencia humana y aplicándolo de manera antropomórfica a Dios, los autores sagrados han conseguido darnos, como nunca habí­a sido posible hacerlo, una †œimagen trepidante de su amor, que en contacto con el mal, y en particular con el pecado del hombre y del pueblo, se manifiesta como misericordia† (Dives in misericordia, DM 52). La confianza absoluta y constante de Israel en este amor misericordioso y tierno de Yhwh se manifiesta en cada una de las páginas del AT; pero se expresa de manera admirable en aquella fórmula contenida en Ex 34,6-7, que suena como una profesión de fe: †œEl Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad, que conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona la iniquidad, la infidelidad y el pecado†. La acumulación de tantos sustantivos, estrechamente vinculados e intercambiables entre sí­, es un í­ndice de la intensidad del concepto que se quiere inculcar, mientras que los adjetivos que les acompañan cualifican al obrar divino, que, a diferencia del humano, no es instintivo, pasional, desconsiderado e impetuoso en su reacción contra el mal, sino lento, paciente y ponderado, así­ como rico en generosidad, en compasión y en tolerancia; tan rico que los gestos de su misericordia no se restringen ni siquiera al espacio de mil generaciones (Gn 32,5; Ex 20,6; Dt 5,10). De esta certeza es de donde dimana esa especie de estribillo que tantas veces se escucha en las páginas sagradas: †œSu amor es eterno† (SaI 100,5; SaI 106,1; Sal 107,1;SaI 118,1;SaI 118,4; SaI 118,29; SaI 136 ICrón Sal 16,34; SaI 16,41;Jr 33,11).
La fórmula de Ex 34,6-7 se recoge, en todo o en parte, en algunos otros lugares del AT (Nm 14,18; Sal 86,15; SaI 103,8; SaI 103,13; SaI 145,8; Ne 2,13; JI 2,13; Jon 4,2), así­ como en la fórmula compendiada †œrico en misericordia†, de Ep 2,4. A menudo los orantes, necesitados de perdón, de ayuda y de protección, se dirigen a Dios invocando su piedad (Sal 4,2; SaI 6,3; SaI 9,14; SaI 25,16; SaI 51,3) y llamándolo padre (Is 63,16; SaI 103,13). Pero es en Is 49,15 donde encontramos la imagen más alta y significativa del amor inmutable e invencible de Dios cuando, al lamento de Sión que se duele de verse abandonada, el mismo Yhwh responde: †œ,Puede acaso una mujer olvidarse del niño que crí­a, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas (las entrañas) lo olvidaran, yo no me olvidarí­a de ti†. Si es verdad que en la realidad de los hombres no existe ningún ví­nculo tan fuerte y tan duradero como el amor de una madre por el fruto de sus entrañas, con esta atrevida apelación el profeta llega a decir que el amor de Yhwh trasciende cualquier tipo o modelo humano, ya que es infinito e indefectible.
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1. Con todas las criaturas.
El primer relato de la creación nos muestra al Creador que, como un buen artista, al terminar cada una de sus obras se complace en el feliz resultado y en la bondad de todo lo que su palabra ha llamado a la existencia (Gn 1,10; Gn 1,12; Gn 1, Gn 1, Gn 1,31). Los salmistas, a su vez, celebran repetidamente, junto con su gloria y su sabidurí­a, que resplandecen en la magnificencia de lo creado, su amor, su fidelidad y su misericordia, de donde dimanó su acto; creativo y por las cuales se regula su gobierno del mundo (Sal 103; SaI 136; SaI 145; SaI 147). Reflexionando sobre esta longanimidad divina, el autor del libro de la Sabidurí­a afirma en forma de oración: †œTienes misericordia de todo porque todo lo puedes†; y a continuación añade: †œTú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado. ¿Y cómo subsistirí­a nada si tú no lo quisieras? O ¿cómo podrí­a conservarse si no hubiese sido llamado por ti? Pero tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe. Porque tu espí­ritu incorruptible está en todas las cosas† (Sg 11,23-12,1).
En realidad, si todo lo que hay en el mundo es obra de Dios, nada se sustrae a su gobierno, a su providencia, y por tanto tampoco a su amor compasivo. Por eso el salmista puede cantar: †œLa tierra está llena del amor del Señor† (Sal 33,5). Y, de forma especí­fica para el hombre, el sabio puede decir que †œla compasión del Señor envuelve a todas sus criaturas† (Si 18,13, con todos los vv. 1-14). En este sentido la historia de Jonás, con todas sus peripecias que rayan en lo grotesco, resulta sumamente instructiva, pues nos permite comprender cómo la misericordia divina es realmente universal y no conoce lí­mites ni admite barreras de ninguna clase.
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2. Con su pueblo.
Si el ví­nculo de la creación y de la †œpaternidad†™ divina de todo lo que existe se presenta en el AT como el motivo de fondo que mueve a Dios a rodear de un amor atento y misericordioso a todos los seres humanos sin distinción, el ví­nculo de la elección con que quiso ligarse gratuitamente a Israel con un pacto eterno de fidelidad hace que semejante amor sea visto casi como una obligación, en virtud de la palabra a la que se ha prestado juramento y que no puede fallar. El éxodo de Egipto y el don de la alianza sinaí­tica son dos hechos í­ntimamente relacionados entre sí­, como causa y efecto; e Israel mantuvo siempre viva, durante toda su historia, la conciencia de haber experimentado de forma singularí­sima y casi sensiblemente los efectos vivificantes de la misericordia divina, no sólo en los momentos trágicos de la esclavitud, sino también en los que siguieron a su liberación hasta que logró entrar en la tierra prometida. Así­, el salmo litánico 136, dirigido todo él a la celebración de Yhwh †œporque es eterno su amor†, después de haber recordado brevemente algunas de las maravillas realizadas en la creación (vv. 4-9), pasa a recordar, uno tras otro, todos los prodigios que ha llevado á cabo en la historia de Israel, desde la muerte de los primogénitos de Egipto hasta la liberación de los enemigos que se les oponí­an en la tierra de Canaán(vv. 10-24). La posterior historia bí­blica, desde los jueces hasta los umbrales del NT, a pesar de estar toda entretejida de infidelidades, desviaciones, rebeliones y pecados por parte del pueblo elegido, no es más que la continuación ininterrumpida de este perenne despliegue de la misericordia divina, que es compasión, perdón, ayuda y protección.
Superando los estrechos lí­mites de los derechos-deberes relacionados con la concepción jurí­dica del pacto de alianza, ios profetas, con su sensibilidad afinada muchas veces por la experiencia amarga de su misión, llegaron a percibir su razón más profunda en el amor irresistible con que Yhwh rodea y rodeará siempre a su pueblo: †œCon amor eterno te he amado† (Jr31,3). Es un amor que va mucho más allá del amor, ya grande, de un padre o de una madre por su propio hijo, sobre todo si se trata del primogénito Ex 4,22; Dt 1,31; Os 11,1; Os 11,3), para colocarse en la esfera del amor entre los esposos (cf Cant), el cual, aunque se funda también en un pacto de alianza, subraya mejor la gratuidad por una parte y la intensidad por la otra. Esta idea es desarrollada sobre todo por/Oseas (cc. 1-3) quien, para expresar el carácter propio del amor divino a Israel, no vacila en recurrir a la imagen de una mujer adúltera y prostituta, a la que sigue buscando su esposo (Dios) a pesar de sus infidelidades, hasta lograr que se convierta, vuelva a él y lo llame de nuevo con el cariño del primer amor: †œMarido mí­o† (2,18). Y entonces, dice el Señor, †œme casaré contigo para siempre, me casaré contigo en la justicia y el derecho, en la ternura y el amor; me casaré contigo en la fidelidad y tú conocerás al Señor† (2,21-22).
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La imagen del amor conyugal es recogida luego por Jeremí­as, y más tarde por Ezequiel (Je 2,2; 3,1; 31,20; ). Pero cuando Israel haya pagado con el destierro sus infidelidades, el Déutero-lsaí­as volverá a consolarlo con palabras llenas de ternura y de compasión, que hacen comprender cómo el amor divino jamás desfallece, aun cuando castigue severamente: †œTu esposo será tu creador. Sí­, como a una mujer abandonada y desolada, te ha querido el Señor. A la esposa tomada en la juventud, ¿se la puede rechazar? -dice tu Dios-. Sólo por un momento te habí­a abandonado, pero con inmensa piedad te recojo de nuevo† (Is 54,5-7).
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3. Con los pecadores.
En la segunda parte de la confesión que ya hemos recordado de Ex 34,6-7 se lee que Dios †œconserva su fidelidad a mil generaciones y perdona lá iniquidad, la infidelidad y el pecado, pero que nada deja impune, castigando la maldad de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y cuarta generación† (y. 7). La culpa y el castigo son dos términos que, en el concepto humano de justicia, se implican mutuamente. Pero en Dios la distancia que corre entre la cuarta y la milésima generación muestra, con claridad matemática, cómo la misericordia supera en mucho a la /justicia, que exige el castigo del delito, para dilatarse hasta el infinito. Basados en esta certidumbre, los israelitas, lo mismo como pueblo que como individuos, no cesan nunca de apelar a la piedad de Yhwh para que perdone y olvide sus pecados por muy grandes que sean (SaI 25,7; SaI 25,11; SaI 25,18; SaI 51,3-4; SaI 51,11 etc. ). Saben que si Dios tuviera que sopesar nuestras culpas, nadie podrí­a salvarse; sin embargo, confí­an siempre en su perdón, porque saben también que su bondad supera todos los lí­mites (SaI 103,8-18; SaI 130,3-4; Jr 31,20), pues no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,21-23;Ez 33,11;Is 55,7).
Lo que Dios quiere del pecador es ante todo el reconcimiento y la confesión humilde de su propio pecado, y consiguientemente la conversión (SaI 32,5; SaI 38,19; SaI 51,4-5; Pr 28,13).

Pero el Sirácida exhorta y advierte que no se debe abusar de la longanimidad divina: †œConviértete al Señor cuanto antes, no lo dejes de un dí­a para otro. Porque de repente se desata la ira del Señor, y en el dí­a de la venganza serás aniquilado†™ (Si 5,7). Incluso cuando castiga, Dios actúa siempre como un padre que no busca más que el bien de su hijo (Dt 8,5; Jr 3,19; Jr 31,10), o como un pastor que guarda y cuida las ovejas de su rebaño (SaI 74,1; SaI 80,2; Ez 34,12-22).
Reflexionando sobre la historia del éxodo y de la entrada en la tierra de Canaán, un autor de la época helenista percibe que también en estos momentos en que la justicia divina parece manifestarse de forma más severa con los enemigos de Israel, Dios se mostró manso y generoso, evitando su destrucción Sb 11,17-22). Son dos las lecciones que saca entonces el mismo autor de este hecho: la primera es que Dios, castigando con moderación, intenta corregir al pecador con vistas a su arrepentimiento y su conversión (11,23; 12,2.10); la segunda, de orden pedagógico, es que a través de la prueba de los castigos los pecadores tienen que aprender cuánto cuesta alejarse del Señor (11,6), mientras que los justos deben sacar de allí­ motivos para portarse lo mismo que el Señor, teniendo con todos la misma generosidad y comprensión (SaI 12,19; Dt 8,3; Dt 8,5; Jb 5,17; Pr 3,11-12; Hb 12,5).
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III. CRISTO, IMAGEN DEL PADRE MISERicoRDIOSO.
†œImagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación† (Col 1,15; 2Co 4,4), el Hijo unigénito del Padre, †œel resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Hb 1,3), †œhaciéndose carne y habitando entre nosotros†™(Jn 1,14), fue desde su aparición en el mundo el revelador del misterio de aquel a quien Pablo llama, con una locución muy de sabor semí­tico, †œel Padre de las misericordias† (2Co 1,3), es decir, aquel que es fuente de la misericordia y que la derrama generosamente sobre nosotros. Más que cualquier otro atributo divino, todo el NT muestra que Cristo es realmente la imagen viviente del Padre, †œrico en misericordia† (Ef 2,4); pero antes con su vida que con sus palabras.
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1. En su vida.
El evangelista / Lucas, que entre otros apelativos se ha merecido también el de †œscriba mansuetudinis Christi† (Dante, De monarchia 1,16), nos presenta a Jesús que en el acto de inaugurar su ministerio público en la sinagoga de Nazaret lee y hace suyas estas palabras de 1s61,1-2: †œEl Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor† (Lc 4,18-19). Cuando más tarde el Bautista enví­e a preguntar si él era el Cristo-mesí­as, responderá haciendo eco a las palabras del profeta: †œId y contad a Juan lo que habéis visto y oí­do: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el evangelio a los pobres (Lc 7,22). En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que fí­sica o moralmente tení­an necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer el bien y sanar a todos (Hch 10,38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mc 2,17, Lc 5,21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un †œamigo† (Lc 7,34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa Lc 5,27-32; Lc 7,36-50; Lc 15,1-2; Lc 19,1-10).
En los evangelios vemos cómo se conmueve frecuentemente ante las necesidades de los hermanos y †œsiente compasión por todos, sea cual sea su enfermedad o su necesidad (Mc 1,41; Mc 5,19; Mc 6,34; Mc 8,2; Mt 9,36; Mt 14,14; Mt 15,32; Mt 20,34; Lc 7,13). Por eso, todos los que recurren a él lo hacen como si se dirigieran a Dios mismo, invocando su misericordia (Mc 9,22; Mc 10,4 7-48; Mt 9,27; Lc 17,13; Lc 18,38-39), suplicándole: †œTen compasión de mí­, Señor!† (Mt 15,22; Mt 17,15; Mt 20,30-31). Habiéndose hecho en todo semejante a los hermanos y habiendo experimentado en su propia carne la dureza del sufrimiento humano (Hb 2,17-18), con esta experiencia acepta libremente morir en la cruz por la redención del mundo. Es también éste -más aún, éste sobre todo- un testimonio de su amor misericordioso, que no ha disminuido con su ascensión al santuario celestial, en donde está sentado a la derecha del Padre como †œsumo sacerdote misericordioso y fiel† (Hb 2,17), al que podemos dirigirnos †œa fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno† (Hb 4,16).
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2. En sus palabras.
Para defenderse de las acusaciones de los fariseos y para justificar su comportamiento, lleno de compasión y de condescendencia con los publí­canos y los pecadores (Lc 15,1-2), Jesús narra tres parábolas, todas ellas inmensamente bellas y significativas. Las dos primeras, la de la oveja extraviada y la de la dracma perdida (15,3-1 0), se cierran con una alusión a la alegrí­a que causa en el cielo el hallazgo- conversión, aunque sea de un solo pecador. La tercera, llena de indicaciones de fina psicologí­a paternal, muestra cómo un hijo pródigo y libertino es esperado afanosamente por su propio padre, que espí­a su retorno y que, al divisarlo de lejos, se llena de compasión y corre a abrazarlo (Lc 15,11-32). Es la imagen más viva del amor ilimitado del Padre celestial, que Jesús nos revela de una forma incomparable, como sólo él podí­a hacerlo. Los hombres tienen que conocer y experimentar este amor; y por eso Jesús, después de curar al endemoniado que querí­a seguirle por agradecimiento, le ordena con decisión: †œVete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo†™ (Mc 5,19). Con estas palabras parece como si nos quisiera ofrecer la clave para entender todos sus ¡milagros en su significado más profundo. Es el Padre el que actúa en él (Jn 5,17) y el que en su persona manifiesta visiblemente su misericordia.
De esta manera, toda la obra de salvación realizada por Cristo, desde su llegada al mundo hasta el misterio pascual de su muerte y resurrección, ha de considerarse como la actuación del designio providencial.concebido por el Padre en su gran amor a los hombres (la †œfilantropí­a divina de Tt 3,4), como tan bien lo comprendió el evangelista de la misericordia en los dos cánticos del Magní­ficat y del Benedictus, donde por labios de Marí­a y del anciano Zacarí­as celebra la divina misericordia, que ha venido a difundirse de generación en generación sobre todos los que le temen (Lc 1,50; Lc 1,54; Lc 1,72; Lc 1,78). San Pablo, mientras que por un lado insiste en subrayar la absoluta gratuidad del don de la misericordia divina, que se lleva a cabo en la redención realizada por Cristo (Rom 9,15, con pa†™abras sacadas de Ex 33,19, Rom 4,4 Tt 3,7), por otro lado llega a afirmar, paradójicamente, que en su providencia †œDios encerró a todos en la desobediencia para tener misericordia con todos† (Rm 1,32; Ga 3,22).
Para los bautizados, en particular, el mismo apóstol recuerda que †œéramos, por naturaleza, objeto de la ira divina, igual que los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo…, a fin de manifestar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia mediante su bondad para con nosotros† (Ef 2,3-5; Ef 2,7). Por lo que a él se refiere, bendice y da gracias desde lo más profundo de su corazón a †œDios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, padre de las misericordias y de todo consuelo, que nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que nosotros podamos consolar a todos los que sufren con el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios† 2Co 1,3-4). Es maravilloso este despliegue del amor misericordioso del Padre, que en Cristo se derrama sobre los hombres bajo la forma de aliento y de consuelo y se difunde de un individuo a otro para remontarse luego a la fuente en forma de bendición y de acción de gracias.
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IV. SED MISERicoRDIOSOS.
El mensaje de la misericordia en el NT se modela y se desarrolla recogiendo la parte mejor de la enseñanza del AT, profundizando en su concepto y enriqueciéndolo de contenidos, tanto en sentido vertical como en sentido horizontal. Contra los que, enredados en las mallas del formalismo jurí­dico, tardaban en comprender el valor de virtudes fundamentales, como †œla justicia, la misericordia y la fe† Mt 23,23, tres términos í­ntimamente relacionados entre sí­), Jesús afirma decididamente la primací­a del amor y del perdón sobre todas las ofrendas y sacrificios prescritos por la ley, remitiendo a la autoridad de las palabras que el profeta (Os 6,6) hací­a pronunciar a Yhwh: †œMisericordia quiero y no sacrificios Mt 9,13; Mt 12,17). Con este espí­ritu, al comienzo del sermón de la montaña proclama: †œDichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia†™ (Mt 5,7). Luego, después de haber insistido en la necesidad de practicar desde lo hondo del corazón y de modo universal el amor al prójimo, hasta conceder el perdón a los propios enemigos y perseguidores, concluye: †œVosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto† (5,48). La confrontación con el texto paralelo de Lc 6,35-36 permite comprender el sentido concreto de esta frase. En efecto, después de haber dicho que hay que hacer el bien a todos y amar incluso a los enemigos a semejanza del Altí­simo, que †œes bueno con los desagradecidos y con los malvados, añade: †œSed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso†™. Esto significa que el ideal de santidad y de perfección al que Cristo llama a sus seguidores se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal, que son las formas más elevadas del amor al prójimo, como lo muestra la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37), el cual, a diferencia de quienes le precedieron en el camino de Jerusalén a Jericó, †œse compadeció† del desgraciado judí­o, †˜enemigo† de raza, y se cuidó de él, por lo que merece ser señalado como modelo de caridad con el prójimo por haberse †œcompadecido de él† (y. 37).
Jesús advierte además que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia y de bondad que hayamos practicado con el prójimo más necesitado y que él considerará cmo hechas o negadas aél mismo (Mt 25,31-46). Del mismo modo advierte que, si queremos que en el momento del juicio final nos perdone nuestras deudas, como el rey de la parábola del siervo despiadado, también nosotros tenemos que ser generosos (Mt 18,32-33), mientras que en el padrenuestro enseña a pedirle a Dios: †œPerdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden† (Mt 6,12; Mt 6,14-15). Por eso Jc 2,13 afirma: †œEl juicio será sin misericordia para el que no ha tenido misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio†.
A ejemplo del maestro, †œafable y humilde de corazón† (Mt 11,29), que muere en la cruz invocando el perdón para sus verdugos (Lc 23,34), sus discí­pulos practican e inculcan la necesidad de practicar la misericordia como virtud esencial para el cristiano, lo mismo que el amor fraterno, el perdón de las ofensas, la hospitalidad y todas aquellas formas concretas de ayuda, que son su expresión visible Rm 12,8; Ef 4,32; Flp 2,1; Col 3,12; IP 3,8; IP 4,8-11; Jud 23). La razón de fondo se explica en 1Jn 3,17:
†œSi alguno tiene bienes de este mundo, ve a su -hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios?†, donde se utiliza la palabra clásica †˜entrañas†, como en Phm 7,12.20; cf 1 R 3,26; Is 49,15; Jer 31,20; Os 2,25. Convencidos, finalmente, de que la falta de misericordia atrae la cólera divina (Rm 1,31 cf Didajé Rm 5,2 Bernabé Rm 20), la invocan del Señor deseándola a los destinatarios y lectores de sus cartas, junto con la gracia y la paz (Ga 5,16; ITm 1,2; 2Tm 1,2; Tt 1,4; 2Jn 5; Jud 2) [/Amor 111-1V; ¡Alianza].
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BIBL.: Bultmann R., éleos, etc., en GLNT III, 399-424; Id, oí­ctí­ro, etc., en GLNT VIII, 449-456; Chiesa B., Un Dio di misericordia e di grazia (Es 34,4-6.8-9), en †œBibOr† 14 (1972) 107-118; Concetti G. (ed.), Giovani Paolo II. Dio ricco di misericordia, Logos, Roma 1980; Congar Y., La misericorde atlribut souverain de Dieu, en †œLa vie spirituelle† (1962) 380-395; Esser H.H., Misericordia, en DCBNT 1013-1 023; Ghidelli O, Peccato deII†™uomo e misericordia di Dio, Ed. Paoline, Roma 1983; Koester K.., splanjnon, etc., en GLNT XII, 903- 934; Stoebe H.J., haesaed- Bondad, en DTMATI, 832-861.
A. Sisti

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

La m. de Dios es descrita como disposición de la voluntad de Dios a ayudar, por su gracia libre, a la criatura que sufre necesidad. La experiencia originaria de Dios como Dios de las misericordias, de la compasión y del perdón está formulada en los escritos del AT y del NT en formas muy variadas (sobre las afirmaciones de la Escritura, cf. -> amor, -> gracia, -> redención). Teológicamente la m. de -> Dios es ante todo como afirmación axiológica sobre él, uno de sus atributos esenciales, infinito como los demás, el cual indica que su esencia santa y justa excluye toda crueldad y dureza innecesaria. Pero además, con relación al hombre pecador, que merece realmente el juicio de Dios, la m. es un comportamiento divino que sólo puede ser conocido por la experiencia histórico-salví­fica del Dios que se revela a sí­ mismo como misericordioso. La m. se revela en la voluntad salví­fica universal de Dios en la -> salvación, en la acción redentora de la aceptación del mundo, en la -> encarnación y en la glorificación del Hijo, en la gracia y la -> justificación del hombre particular, y en la consumación escatológica del mundo. El amor de Dios y su m. se determinan mutuamente. Se hacen definitivamente presentes en el mundo por la m. del Verbo de Dios encarnado (cf. Heb 2, 17; 4, 15s).

Como comportamiento libre de Dios la m. divina no es susceptible de cálculos “a priori”; por lo que se refiere a las diferencias en el modo, las condiciones y la intensidad con que se aplica a los individuos depende del arbitrio soberano de Dios. Por ello no puede combinarse con las otras propiedades divinas (justicia, longanimidad) para convertirla en un principio por el que el hombre pudiera deducir la acción de Dios. La m. divina, precisamente como m. de Dios, sólo es conocida rectamente cuando se acepta como “incalculable”. De ahí­ que el hombre también pueda pecar contra ella por temeridad. Ante el -> mal en el mundo, ante el juicio y la condenación, la teodicea de la m. sólo puede, en último término, remitir al misterio de la libertad soberana del Dios santo (Rom 9-11) y a su esclarecimiento cuando termine la historia (2 Cor 4, 14). Allí­ donde Dios muestra m., ésta no suprime la justicia divina, sino que superándola y convirtiendo al hombre de pecador en justo, hace como plenitud de la justicia (ToMís, ST i q. 21 a. 3) que Dios pueda ser justo con el hombre que él ha convertido en justo. Como manera del amor de Dios para con la nada de la criatura, la m. es un presupuesto de la justicia que juzga y retribuye. La oración de petición es una apelación del hombre a la m. de Dios, y a la vez una glorificación de la misma.

La m. de Dios es el presupuesto que fundamenta y fomenta toda m. del hombre. Y así­ ésta tiene el carácter de respuesta, pues sabe que ella misma y sus dones son constantemente recibidos y prestados, de manera que en último término no da lo suyo, sino que transmite lo recibido, y esto no por libre elección, sino por la obligación y el encargo que le impone la m. recibida de Dios. En la pobreza y en la necesidad del otro la m. ve su propia pobreza y necesidad; y así­ se hace solidaria con él, puesto que ambos, el que da y el que recibe, reciben de la misma plenitud. De esa manera la m. humana recibe de aquel a quien ayuda más de lo que ella misma da, a saber, la visión clara del propio vací­o, que es la única manera de no perder la propia plenitud recibida. Para la tensión entre m. y justicia en el ámbito intrahumano, cf. -> pobreza, doctrina social cristiana (en -> sociedad), -> propiedad.

BIBLIOGRAFíA: Tomás de Aquino, S. th. I q. 21 a. 3-4, 2 II q. 30; F. Marx, Zur Geschichte der Barmherzigkeit im Abendland (Bo 1917); Th. Paffrath, Gott, Herr und Vater (Pa 1930); R. Bultmann, EXco : ThW II 474-483 (bibl.); E. Sjöberg, Gott und die Sünder im palästinensischen Judentum (St – B 1938) ; Barth KD II/1 413-457; G. Gilleman, Le primat de la chanté en théologie morale (Bru 1952); Schnackenburg 64 s 104-107; Häring abrev. 9; W. Sandfuchs (dir.), Die Werke der Barmherzigkeit (Fr 1962); Rahner VII 283-288 (sobre la misericordia); S. Kierkegaard, Der Liebe Tun (= Samlede Vaerker IX [Kop 1904)) (D 1966).

Adolf Darlap

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

El lenguaje corriente, influenciado sin duda por el latí­n de iglesia, identifica la misericordia con la compasión o el perdón. Esta identificación, aunque valedera, podrí­a velar la riqueza concreta que Israel, en virtud de su experiencia, encerraba en la palabra. En efecto, para él la misericordia se halla en la confluencia de dos corrientes de pensamiento, la compasión y la fidelidad.

El primer término hebreo (ra’hamim) expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (rehem: 1Re 3,26), en las entrañas (rahamim) – nosotros dirí­amos: el corazón – de un padre (Jer 31,20; Sal 103,13), o de un hermano (Gén 43,30): es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión con ocasión de una situación trágica (Sal 106,45), o en *perdón de las ofensas (Dan 9,9).

El segundo término hebreo (hesed), traducido ordinariamente en griego por una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la *piedad, relación que une a dos seres e implica *fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo.

Las traducciones de las palabras hebreas y griegas oscilan de la misericordia al amor, pasando por la ternura, la piedad o conmiseración, la compasión, la clemencia, la bondad y hasta la gracia (heb. len), que, sin embargo, tiene una acepción más vasta. A pesar de esta variedad, no es, sin embargo, imposible circunscribir el concepto bí­blico de la misericordia. Desde el principio hasta el fin manifiesta Dios su ternura con ocasión de la miseria humana; el hombre, a su vez, debe mostrarse misericordioso con el prójimo a imitación de su Creador.

AT. I. EL DIOS DE LAS MISERICORDIAS. Cuando el hombre adquiere conciencia de ser desgraciado o pecador, entonces se le revela con más o menos claridad el rostro de la misericordia infinita.

1. En socorro del miserable. No cesan de resonar los gritos del salmista: “¡Piedad conmigo, Señor!” (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16); o bien lasproclamaciones de *acción de gracias : “Dad gracias a Yahveh, pues su amor (hesed) es eterno” (Sal 107, 1), esa misericordia que no cesa de mostrar con los que claman a él en su aflicción, por ejemplo, los navegantes en peligro (Sal 107,23), con los “hijos de *Adán” cualesquiera que sean. Se presenta, en efecto, como el defensor del *pobre, de la viuda y del huérfano: éstos son sus privilegiados.

Esta convicción inquebrantable de los hombres piadosos parece tener su origen en la experiencia por que pasó Israel en el momento del *éxodo. Aun cuando el término misericordia no se halla en el relato del acontecimiento, la liberación de Egipto se describe como un acto de la misericordia divina. Las primeras tradiciones sobre el llamamiento de Moisés lo sugieren en forma inequí­voca: “He visto la miseria de mi pueblo. He prestado oí­do a su clamor… conozco sus angustias. Estoy resuelto a liberarlo” (Ex 3,7s.16s). Más tarde el redactor sacerdotal explicará la decisión de Dios por su fidelidad a la alianza (6,5). En su misericordia no puede Dios soportar la miseria de su elegido; es como si al contraer alianza con él lo hubiera convertido en un ser “de su raza” (cf. Act 17,28s): un instinto de ternura lo une a él para siempre.

2. La salud del pecador. Pero ¿qué sucederá, sin embargo, si este elegido se separa de él por el pecado? La misericordia se impondrá todaví­a, por lo menos si el pecador no se *endurece; porque, conmovida por el *castigo que acarrea el pecado, quiere salvar al pecador. Así­, con ocasión del pecado, entra el hombre más profundamente en el misterio de la ternura divina.

a) La revelación central. En el Sinaí­ es donde Moisés oye a. Dios revelar el fondo de su ser. El puebloeligido acaba de apostatar. Pero Dios, después de haber afirmado que es libre para usar gratuitamente de misericordia con quien le plazca (Ex 33,19), proclama que sin hacer mella a su santidad, la ternura divina puede triunfar del pecado: “Yahveh es un Dios de ternura (rahum) y de gracia (hanun), lento para la ira y abundante en misericordia (hesed) y fidelidad (emet), manteniendo su misericordia (hesed) hasta la milésima generación, soportando falta, transgresión y pecado, pero sin disculparla, castigando la falta… hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 34, 6s). Dinos no pasa la esponja por el pecado: deja que repercutan sus consecuencias en el pecador hasta la cuarta generación, lo cual muestra qué cosa tan seria es el pecado. Pero su misericordia, conservada intacta hasta la milésima generación, le hace aguardar con paciencia infinita. Tal es el ritmo que marcará las relaciones de Dios con su pueblo hasta la venida de su Hijo.

b) Misericordia y castigo. En efecto, a todo lo largo de la historia sagrada muestra Dios que si debe castigar al pueblo que ha pecado, se llena de conmiseración tan luego éste clama a él desde el fondo de su miseria. Así­ el libro de los Jueces está marcado por el ritmo de la *ira que se inflama contra el infiel y de la *misericordia que le enví­a un *salvador (Jue 2,18). La experiencia profética va a dar a esta historia acentos extrañamente humanos. Oseas revela que si Dios ha decidido no usar ya misericordia con Israel (Os 1,6) y castigarlo, su “corazón se revuelve dentro de él, sus entrañas se conmueven” y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira” (11,8s); así­ un dí­a el infiel será de nuevo llamado “Ha recibido misericordia” (Ruhama: 2,3). En el momento mismo en que los profetas anuncian laspeores catástrofes conocen la ternura del corazón de Dios: “¿Es, pues, Efraí­m para mí­ un hijo tan querido, un niño tan mimado, para que cuantas veces trato de amenazarle, me enternezca su memoria, se conmuevan mis entrañas y no pueda menos de desbordarse mi ternura?” (Jer 31,20; cf. Is 49,14s; 54,7).

c) Misericordia y conversión. Si Dios mismo se conmueve de tal manera ante la miseria que acarrea el pecado, es que desea que el pecador se vuelva hacia él, que se *convierta. Si de nuevo conduce a su pueblo al *desierto, es porque quiere “hablarle al corazón” (Os 2,16); después del *exilio se comprenderá que Yahveh quiere simbolizar con la vuelta a la tierra la vuelta a él, a la vida (Jer 12,15; 33,26; Ez 33,11; 39,25; ls 14,1; 49,13). Sí­, Dios “no guarda rencor eterno” (Jer 3,12s), pero quiere que el pecador reconozca su malicia; “que el malvado se convierta a Yahveh, que tendrá piedad de él, a nuestro Dios, que perdona abundantemente” (Is 55,7).

d) El llamamiento del pecador. Israel conserva, pues, en el fondo del corazón la convicción de una misericordia que no tiene nada de humano: “El ha herido, él vendará nuestras llagas” (Os 6,1). “¿Qué Dios como tú, que borra la falta, que perdona lo mal hecho, que no excita para siempre su ira, sino que se complace en otorgar gracia? Una vez más, ten piedad de nosotros, conculca nuestras iniquidades y arroja a lo hondo del mar nuestros pecados” (Miq 7,18s). Así­ resuena constantemente el grito del salmista resumido en el Miserere: ((Apiádate de mí­ en tu bondad. En tu gran ternura borra mi pecado” (Sal 51,3). 3. Misericordioso con toda carne. Aunque la misericordia divina no conoce más lí­mite que el *endurecimiento del pecador (Is 9,16; Jer 16, 5.13), sin embargo, durante mucho tiempo se la tuvo como reservada a sólo el *pueblo elegido. Pero Dios, con su sorprendente magnanimidad, acabó por fin con este residuo de tacañerí­a humana (cf. ya Os 11,9). Después del. exilio se comprendió la lección. La historia de Jonás es la sátira de los corazones estrechos que no aceptan la inmensa ternura de Dios (ion 4,2). El Eclesiástico dice claramente: “la piedad del hombre es para su *prójimo, pero la piedad de Dios es para toda carne” (Eclo 18,13).

Finalmente, la tradición unánime de Israel (cf. Ex 34,6; Nah 1,3; Jl 2,13; Neh 9,17; Sal 86,15; 145,8) es magní­ficamente recogida por el salmista, sin la menor nota de particularismo: “Yahveh es ternura y gracia, lento para la ira y abundante en misericordia; no disputa a perpetuidad, no guarda rencor para siempre; no nos trata según nuestras faltas… Cuan tierno es un padre para con su hijo, así­ lo es Yahveh para con el que le teme ; sabe de qué .hemos sido amasados, se acuerda del polvo que somos” (Sal 103,8ss.13s). “Dichosos los que esperan en él, pues de ellos se apiadará” (Is 30,18), porque “eterna es su misericordia” (Sal 136), porque en él está la misericordia (Sal 130,7).

II. “LO QUE YO QUIERO ES MISERICORDIA”. Si Dios es ternura, ¿cómo no exigirá a sus criaturas la misma ternura mutua? Ahora bien, este sentimiento no es natural al hombre: homo homini lupus! Lo sabí­a muy bien David, que preferí­a “caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres” (2Sa 24,14). También en este punto va Dios progresivamente educando a su pueblo.

Condena a los paganos, que sofocan la misericordia (Am 1,11). Lo que quiere es que se observe el mandamiento del *amor fraterno (cf. Ex 22,26), muy preferible a los holocaustos (Os 4,2; 6,6); quiere que la práctica de la *justicia sea coronada por un “amor tierno” (Miq 6,8). Si se quiere verdaderamente *ayunar, hay que socorrer al pobre, a la viuda, al huérfano, no hurtar el cuerpo ante el que es nuestra propia *carne (Is 58,6-11; Job 31,16-23). Cierto que el horizonte *fraterno está todaví­a limitado a la raza o a la creencia (Lev 19,18), pero el ejemplo mismo de Dios ensanchará poco a poco los corazones humanos hasta las dimensiones del corazón de Dios : “Yo soy Dios, no hombre” (Os 11,8; cf. Is 55,7). El horizonte se extenderá sobre todo gracias al mandamiento de no saciar la sed de *venganza, de no guardar rencor. Pero sólo quedará realmente despejado con los últimos libros de sabidurí­a, que en este punto esbozan ya el mensaje de Jesús; el *perdón debe ejercerse con “todo hombre” (Eclo 27,30-28,7).

NT. I. EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA. 1. Jesús, “sumo sacerdote misericordioso” (Heb 2,17). Jesús, antes de realizar el designio divino, quiso “hacerse en todo semejante a sus hermanos”, a fin de experimentar la miseria misma de los que vení­a a salvar. Por consiguiente, sus actos todos traducen la misericordia divina, aun cuando no estén calificados así­ por los evangelistas. Lucas puso muy especial empeño en poner de relieve este punto. Los preferidos de Jesús son los “*pobres” (Lc 4,18; 7,22); los pecadores hallan en él un “amigo” (7,34), que no teme frecuentarlos (5,27.30; 15,1s; 19,7). La misericordia que manifestaba Jesús en forma general a las multiudes (Mt 9,36; 14,14; 15,32) adquiere en Lucas una fisonomí­a más personal: se dirige al “hijo único” de una viuda (Lc 7,13) o a un padre desconsolado (8,42; 9,38.42). Jesús, en fin, muestra especial benevolencia a las *mujeres y a los *extranjeros. Así­ queda redondeado y *cumplido el universalismo: “toda *carne ve la salvación de Dios” (3,6). Si Jesús tuvo así­ compasión de todos, se comprende que los afligidos se dirijan a él como a Dios mismo, repitiendo: “Kyrie eleison!” (Mt 15,22; 17,15; 20,30s).

2. El corazón de Dios Padre. Este rostro de la misericordia divina que mostraba Jesús a través de sus actos, quiso dejarlo retratado para siempre. A los pecadores que se veí­an excluidos del reino de Dios por la mezquindad de los *fariseos, proclama el evangelio de la misericordia infinita, en la lí­nea directa de los mensajes auténticos del AT. Los que regocijan el corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino los pecadores arrepentidos, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada (Lc 15,7.10); el *Padre está acechando el regreso de su hijo pródigo y cuando lo descubre de lejos “siente compasión” y corre a su encuentro (15,20). Dios ha aguardado largo tiempo, y aguarda todaví­a con *paciencia a Israel, que no se convierte, como una higuera estéril (13,6-9).

3. La sobreabundancia de la misericordia. Dios es, pues, ciertamente el “Padre de las misericordias” (2Cor 1,3; Sant 5,11), que otorgó su misericordia a Pablo (lCor 7,25; 2Cor 4,1; lTim 1,13) y la promete a todos los creyentes (Mt 5,7; lTim 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,4; 2Jn 3). El cumplimiento del designio de misericordia en la *salvación y en la *paz, tal como lo anunciaban los cánticos al alborear el Evangelio (Lc 1,50.54. 72.78), lo muestra Pablo claramente en toda su amplitud y sobreabundancia.

El ápice de la epí­stola á los Romanos está en esta revelación. Mientras que los judí­os acababan por desconocer la misericordia divina estimando que ellos se procuraban la *justicia a partir de sus *obras, de su práctica de la *ley, Pablo declara que ellos también son pecadores y que por tanto tienen necesidad de la misericordia por la justicia de la *fe. Frente a ellos los paganos, a los que Dios no habí­a prometido nada, son atraí­dos a su vez a la órbita inmensa de la misericordia. Todos deben, pues, reconocerse pecadores a fin de participar todos de la misericordia : “Dios incluyó a todos los hombres en la desobediencia para usar con todos misericordia” (Rom 11,32).

II. SED MISERICORDIOSOS… La “*perfección” que Jesús, según Mt 5,48, exige a sus discí­pulos, consiste según Lc 6,36 en el deber de ser misericordiosos “como vuestro Padre es misericordioso”. Es una condición esencial para entrar en el reino de los cielos (Mt 5,7), que Jesús reitera después del profeta Oseas (Mt 9,13; 12,7). Esta ternura debe hacerme *prójimo del miserable al que encuentro en mi camino, a ejemplo del buen Samaritano (Lc 10,30-37), debe llenarme de compasión para con el que me ha ofendido (Mt 18, 23-35), porque Dios ha tenido compasión conmigo (18,32s). Así­ seremos nosotros juzgados según la misericordia que hayamos practicado, quizás inconscientemente, para con Jesús en persona (Mt 25,31-46).

Mientras que la ausencia de misericordia entre los paganos desencadena la ira divina (Rom 1,31), el cristiano debe amar y “simpatizar” (Flp 2,1), tener una auténtica compasión en el corazón (Ef 4,32; IPe 3,8); no puede “cerrar sus entrañas” ante un hermano que se halla en la necesidad: el *amor de Dios no mora sino en los que practican la misericordia (lJn 3,17).

-> Amor – Limosna – Ira – Hermano – Gracia – Juicio – Perdón – Paciencia – Pecado – Penitencia – Venganza.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Como uno de los atributos comunicables de Dios, la misericordia expresa la bondad y amor de Dios por el culpable y miserable. Incluye la piedad, compasión, gentileza, paciencia. Es a la vez libre (no limitada por una resistencia exterior) y absoluta (como que cubre todas las áreas de la vida humana). La misericordia general se aprecia mejor en la creación y providencia. La misericordia especial, para el elegido únicamente, es la que expresa compasión por la víctima del pecado. La gracia, distinguiéndola de la misericordia (que ve la desdicha del hombre), tiene en vista la culpabilidad del hombre. La misericordia de Dios hacia el hombre requiere que éste también muestre misericordia (Mt. 18:23–35).

La palabra del AT para misericordia es ḥeseḏ. Las palabras del NT son eleos y oiktirmos («piedad», «misericordia», «compasión»). La constante traducción por parte de la LXX de ḥeseḏ, eleos y algunas veces la alternativa dikaiosunē («justicia») (Ex. 34:7, etc.), sugiere una relación íntima entre estos dos atributos. Parece ser que ningún término griego fue adecuado para transmitir la idea completa de la palabra en la que se entrelazan justicia y amor. Ḥeseḏ incluye la idea de «un amor constante». Muchos eruditos enfatizan la estrecha relación entre ḥeseḏ y bәrîṯ (Dt. 7:2; 9:12, etc.) y ven en ḥeseḏ la relación mutua de derechos y responsabilidades. De este modo, la misericordia de Dios se implora en razón de su pacto con su pueblo.

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Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (396). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología