POETAS Y PROFETAS

(-> palabra, parábola, profetas, arte). Poetas de Grecia y profetas de Israel están en el fondo de la cultura de Occidente. Así­ podemos comparar su destino, vinculando sus tareas.

(1) Expulsados o perseguidos. Los grandes poetas griegos (Homero, Hesí­odo) fueron acusados de mentirosos por los filósofos posteriores de la ilustración helenista. Sus relatos y cantos, con gestas de dioses que podemos “ver” como encarnados, a través de las estatuas de la religión olí­mpica, serí­an falsos, es decir, contrarios al razonamiento intelectual que nos permite conocer la esencia de las cosas. Por encima de esos dioses mentirosos deberí­an elevarse los argumentos de la filosofí­a, que podrí­a interpretarse como una expresión de la verdad. Pero en general, ni los antiguos ni los nuevos poetas griegos fueron perseguidos, pues sus imágenes y signos no iban en contra del sistema establecido, sino que lo sustentaban. También los profetas de Israel han sido llamados mentirosos y combatidos por sus contemporáneos, como sabe una tradición que comienza en el Deuteronomio y culmina en el Nuevo Testamento. Pero, en contra de lo que sucede con los artistas griegos, muchos profetas israelitas fueron perseguidos de hecho, como sabe una tradición que culmina en Mt 23,31 par. Los poderes establecidos del sistema social de Israel, que imponí­an su razón de estado (su ideologí­a sagrada) sobre el pueblo, no podí­an soportar la verdad de los profetas, ni permitir que proclamaran su palabra transparente sobre las mentiras oficiales del sistema, por eso les persiguieron.

(2) Verdad eterna, compromiso histórico. Los poetas griegos dicen una verdad que acaba resultando inofensiva, pues se expresa en un tipo de ideales que parecen eternos, inmutables, por encima de las complejidades de la vida diaria, dentro de la historia. Ellos no se ocupan de los detalles concretos de la realidad (es decir, de los accidentes), sino de lo permanente y necesario, eterno, como las estatuas de los escultores. De esa forma expresan, quizá sin quererlo, la separación entre las imágenes artí­sticas (estatuas eternas, con dioses) y la experiencia “prosaica” de los hombres que sufren y mueren, sometidos a la opresión y violencia del destino. De esa forma tienden a olvidar los dolores concretos de los hombres y mujeres en la historia. En contra de eso, los profetas israelitas se sitúan en el plano de los hechos concretos y tratan de ellos, sin ocultar con un velo de belleza eterna (pero mentirosa), los problemas de la historia, sino todo lo contrario: ellos penetran con la verdad y transparencia de Dios en el dolor e injusticia de la humanidad; por eso se preocupan, ante todo, de los expulsados y pobres, de los extranjeros y las viudas, es decir, de aquellos que no caben en el orden ideal de la humanidad perfecta. Los profetas no se evaden, sino que su palabra viene a presentarse como denuncia contra los opresores, que, en general, son los ricos y los reyes, vinculados a la idolatrí­a del sistema. El arte del profeta se expresa en su compromiso a favor de los hombres y en especial de los más necesitados, siempre en concreto, siempre de un modo directo. Allí­ donde el profetapoeta expresa la verdad y la dice con su propia vida puede suscitar la oposición de la mentira oficial de la ciudad autosuficiente de este mundo, que le mata. El profeta no eleva una palabra ideal en el aire, sino que proclama e introduce la palabra real de su vida en la historia concreta de los hombres que sufren, teniendo que denunciar para ello la verdad mentirosa del sistema.

(3) Arte poético, arte profético. El arte oficial, propio de los sacerdotes y reyes del sistema, tiende a ponerse al servicio del poder, empleando para ello los medios del dinero, los grandes edificios, como el templo, los cantores y cronistas reales, para gloria del sistema. En ese sentido, se ha dicho que el arte deriva de los poderes establecidos y de la economí­a: del templo y palacio, de los sacerdotes, reyes y ricos. Por el contrario, el arte de los profetas carece de poder externo, no puede apelar a los grandes templos, ni a las instituciones del Estado; pero tiene la palabra y con ella, por ella, puede iniciar un camino de transformación radical de la historia de los hombres. En este contexto podemos distinguir ya de un modo general los dos tipos de arte que venimos comentando. El arte griego expresa la más honda belleza de la realidad eterna, pero no ofrece a los hombres un camino de esperanza que les permita liberarse del destino. El arte israelita se abre a la utopí­a de Dios, de un futuro de reconciliación humana, precisamente porque es fiel a la historia real de los hombres, al sufrimiento de la historia, desde los más pobres. La poesí­a de los griegos ha culminado en la tragedia, que es la expresión de la distancia dura, infranqueable, que se eleva entre el ideal de los dioses (estatuas eternas de belleza, imágenes de plenitud) y la existencia concreta de los hombres que no pueden expresarse, ni vivir en libertad, ni dialogar con Dios, ni liberarse del destino. La belleza nos sitúa ante el dolor inevitable de la vida, no puede liberarnos de sus fauces. En el fondo, el arte nos ayuda a descubrir una belleza superior, para aprender así­ a morir sobre la tierra. Por el contrario, la profecí­a de los israelitas ha culminado en la esperanza rnesiánica, que expresa la certeza de la reconciliación posible entre los hombres y Dios, no en el mundo superior de las ideas, sino en la misma carne de la historia, abierta desde el fondo de la muerte al “cara a cara” del encuentro con Dios, que es la Verdad definitiva, la salvación para los hombres.

(4) Nota final. Poetas y profetas. Los poetas griegos han tendido un velo de perfección eterna sobre el mundo su friente de la historia: han cantado a las estatuas bellas, mientras los hombres perecen, condenados a la fealdad. Por eso han confesado su más honda impotencia en la tragedia que sirve de catarsis (Aristóteles) para que aceptemos, sin matarnos ni matar, la dura condición de una realidad en la que no existe reconciliación, pues los dioses no se encarnan en la historia de muerte de los hombres, ni los hombres pueden hacerse eternos en esta vida. Por el contrario, los profetas judí­os han abierto un futuro de esperanza para los hombres y mujeres, dentro de la misma historia. Su Dios no se encuentra separado, sino que actúa en el camino concreto de los hombres, en la vida de los expulsados y los pobres, de aquellos que mueren. Por eso, el arte no consiste en salir de la miseria del mundo para introducirse en la verdad eterna, sino en penetrar de manera creadora en el dolor del mundo para transfigurarlo en lí­nea de esperanza.

Cf. K. Baltzer, Die Biographie de Propiieten, WMANT, Neukirchen 1975; G. Barbaglio, ¿Dios violento?, Verbo Divino, Estella 1993; O. H. Steck, Israel und das gewaltsame Geschick der Propiieten, WMANT 23, Tubinga 1967.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra