PRESOS, PRISION

(-> [año] sabático, jubileo, libertad). El tema de la prisión ocupa un lugar significativo en el conjunto de la Biblia, que es libro de liberación y libertad escatológica. Está relacionado con el éxodo, entendido como liberación de la esclavitud de Egipto, y el cautiverio de los judí­os en Babilonia. Los cristianos vinculan el tema a la historia de Jesús y a la experiencia y mensaje de la Iglesia.

(1) Tradición profética. Libertad para los cautivos. Dejamos el tema del éxodo* y de las leyes de liberación del año sabático, para centrarnos en el mensaje profético de la escuela de Isaí­as, que ha influido de un modo intenso en la vida de Jesús (Evangelio*). Los israelitas no eran entonces esclavos, sino cautivos: prisioneros y exiliados, en una tierra extraña. Pues bien, como promotor de libertad de esos cautivos, ha proclamado su texto un profeta o grupo de profetas que actúan hacia el final del exilio, en Babilonia (en torno al 540 a.C.), y cuyos poemas, recogidos en Is 40-55, reciben el nombre de Segundo Isaí­as. Estos israelitas están cautivos, pero les sostiene la esperanza de la libertad, anunciada por el profeta y encarnada por la figura de un siervo, que es signo del mismo pueblo israelita, que asume el sufrimiento como experiencia y camino de libertad. “Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano y te he guardado y te he constituido: alianza del pueblo y luz para las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos y saques de la cárcel a los presos y de la prisión a los que moran en las tinieblas” (Is 42,6-7). El exilio en Babilonia se interpreta así­ como un cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados, sin poder desplegar su vida en libertad. Ellos están como en prisión: moran encerrados, bajo la tiniebla de unos muros que no les permiten ver el sol. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en la tierra, será la de ofrecer libertad a esos cautivos y/o presos israelitas, para que puedan desplegar su vida en libertad. Este es el mito religioso, la utopí­a social del Segundo Isaí­as, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como gran marcha que lleva, a través del desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad. Por eso ha destacado la experiencia del camino: puede quedar lejos la meta, siempre buscada, nunca conseguida, pero la marcha de la libertad debe comenzar. “Así­ dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo desde el seno materno, para que trajese a Jacob, para que reuniese a Israel… Te he guardado y te he constituido alianza del pueblo, para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas, para decir a los presos: Salid; a los que están en tinieblas: Venid a la luz. Por los caminos pacerán, y en todas las alturas desoladas pastarán. Convertiré mis montes en camino, y mis senderos se nivelarán. Mira, éstos vendrán de lejos; unos del Norte y Poniente, otros de Sinim” (cf. Is 49,512). Aquí­ se identifican los presos/cautivos con aquellos que viven en tiniebla, pues no pueden contemplar la luz de Dios, la verdadera humanidad. El profeta, enviado mesiánico, realiza la función de Siervo, como Ministro de la Liberación, para establecer nuevamente la alianza de los hombres y mujeres con Dios, para repartir de nuevo las tierras, abriendo así­ un camino de liberación. Desde esta base puede entenderse el gran canto del rescate, que empieza con las palabras de llamada solemne: “¡Despierta, despierta, reví­stete de fuerza, brazo de Yahvé! Los rescatados de Yahvé volverán, vendrán a Sión con cánticos… Pero ¿dónde está la furia del opresor? Se apresuran a liberar al encadenado. Pues yo soy Yahvé tu Dios, que agita el mar y mugen sus olas…” (Is 51,10-15). La revelación de Dios se expresa en forma de libertad y plenitud de vida para el pueblo. Pues bien, el profeta sabe que esa libertad es imposible sin la destrucción de los poderes opresores que aparecen de forma mí­tica y social. Eso significa que la historia es un camino conflictivo: la cárcel de un sistema de opresión sólo se puede romper si es que se rompen y superan los poderes de muerte que estaban en su fondo. Pues bien, nuestro profeta sabe que las opresiones pasan, que todos los sistemas sociales fundados en la muerte resultan muy deficientes y frágiles. Los poderes del mundo suscitan formas de opresión, que el contexto de nuestro pasaje ha evocado de forma mí­tica (recordando los monstruos de los viejos relatos religiosos de Oriente). Pues bien, frente a esos poderes monstruosos se eleva y revela el nuevo Dios de la libertad, que se manifiesta a sí­ mismo rompiendo las cárceles y abriendo para los israelitas un camino de vida. Nos hallamos ante la más honda experiencia de creación y recreación: allí­ donde los hombres y mujeres pueden iniciar un camino de libertad se expresa y triunfa mesiánicamente la obra creadora/liberadora de Dios. Desde esa perspectiva, el profeta presenta a los pobres (encadenados, cautivos) como protagonistas de su propia libertad.

(2) Experiencia cristiana. Jesús preso. La visión cristiana de las cárceles se centra en la historia de Jesús, el Dios encarcelado (cf. Mt 25,31-46: “¡estuve en la cárcel!”). El Evangelio no es la religión de un Dios que se manifiesta como totalidad sagrada, ni como experiencia de una trascendencia espiritualista, sino como revelación histórica, personal, concreta del verdadero Dios (apresado y crucificado), a quien vemos como el Hombre verdadero. Desde ahí­ queremos presentar algunos rasgos del Jesús cautivo o preso, a quien veneran los cristianos: (a) Jesús, preso traicionado. No le han detenido sólo por maldad especial del sistema (¡el sistema no puede ser distinto!) o por sus provocaciones y denuncias proféticas, sino también porque un discí­pulo/amigo le ha traicionado y los demás le han abandonado (cf. Mc 14,43-50.66-72), como tantas veces pasa a lo largo de la historia. En las cárceles actuales sigue habiendo muchos traicionados, entregados por amigos. La negación de Pedro, el abandono de los Doce y la traición de Judas se inscriben dentro de la lógica de una sociedad cuya violencia penetra en las mismas estructuras de la vida familiar. Conforme al sistema, los amigos de Jesús han realizado una obra buena, abandonando (y/o entregando) al rebelde y/o peligroso, para bien del pueblo (como ratificará Caifás en Jn 11,45-53). (b) Preso entregado por conveniencia. Decimos que era inocente; más aún, le llamamos el justo por excelencia. Pero el tema de su inocencia personal acaba siendo secundario. La razón decisiva de su entrega y condena fue la oportunidad polí­tica y social, es decir, el mantenimiento del orden del sistema. Ciertamente, gran parte de los juicios de nuestros paí­ses democráticos son legales en un plano jurí­dico: tribunales y cárceles constituyen un elemento básico del funcionamiento de la sociedad. Pero en el fondo de su legalidad laten razones de conveniencia polí­tica y equilibrio social. Jesús fue condenado “legalmente”, porque así­ lo exigí­a el bien del pueblo, es decir, la paz que se entiende en clave de poder (cf. Jn 11,45-53). (c) Preso mercancí­a. Sacerdotes y Pilato han buscado su provecho, mintiéndose entre sí­ y utilizando a sus presos (Jesús o Barrabás) para conseguir unas ventajas polí­ticas y/o sociales (cf. Mc 15,6-15 par). Barrabás, preso famoso (cf. Mt 27,16 par), puede ser un personaje histórico; pero quizá es más bien un sí­mbolo de los soldados (guerrilleros) de la resistencia antirromana. Sea como fuere, él y Jesús apare cen como moneda de cambio en la lucha de poderes de la jerarquí­a civil y religiosa. Los presos pueden utilizarse y se utilizan como medio de presión. Es como si ellos no contaran; lo que cuentan son los intereses del sistema… Pues bien, en nuestro caso, el sistema prefiere la libertad de Barrabás (guerrillero mejor controlable) que la de Jesús, a quien el sistema no puede controlar, (d) Jesús, preso torturado (Mc 14,63-64; 15,16-20). Ciertamente, nuestra sociedad occidental suele evitar las torturas adicionales contra personas que sufren una gran condena y, sobre todo, en casos de condenados a muerte. En ese sentido, la rabia de los sacerdotes y la parodia de los soldados romanos que se rí­en de Jesús nos parece desproporcionada. Pero, en algún sentido, todo nuestro sistema penal funciona como máquina de tortura, como un medio para conseguir informaciones o para disuadir a los contrarios (descargando el miedo en los adversarios). Es difí­cil evitar que la cárcel no implique un menosprecio de los encarcelados a quienes encierra y aí­sla en condiciones duras. Jesús, el torturado, sigue elevando su protesta frente a una sociedad que aún tortura a sus disidentes.

(3) Jesús, preso condenado a muerte. Gran parte de nuestras sociedades occidentales han abolido, gracias a Dios, la pena de muerte y en ese sentido parecen mejores que aquella que crucificó a Jesús. Pero el mismo sistema carcelario puede interpretarse como un tipo de pena de muerte: los presos no sólo pierden los mejores años de su vida, sino que padecen (contraen) enfermedades psí­quicas y corporales que adelantan su muerte (el promedio de “suicidios” en la cárcel es muy elevado). Quizá nos hemos acostumbrado, pero el signo de un hombre al que condenan a morir lentamente, torturado en la cruz, hasta que resista, es lo más horrible que puede imaginarse. Es el signo de todos los condenados. La contemplación de un crucificado resulta insoportable, a no ser que la banalicemos (riéndonos en el fondo de lo que ella significa) o la interpretemos como revelación espiritual (pero no histórica) de Dios y de su Reino. Ante la visión del crucificado pasan a segundo plano las razones de legalidad o justicia del orden establecido. Un sistema que para defenderse tiene que actuar de forma terrorista, elevando a los crucificados como Jesús ante la puerta de la gran ciudad, para horror de otros posibles disidentes, es sin duda inhumano. Ante Jesús y sus compañeros muriendo en la cruz por tortura legal, cesan todas las razones de legalidad teórica y defensa del sistema. Ciertamente, la sociedad puede seguir buscando y empleando argumentos de talión: ¡que los culpables sigan en la cárcel, que cumplan lo merecido, que sufran las consecuencias de sus actos! En un sentido, esas razones continúan siendo válidas, para avalar el orden del sistema. Pero la comunidad cristiana tiene un argumento más profundo: por encima de los juicios de condena y muerte de este mundo se eleva la figura de Jesús crucificado, que ha muerto con (por) todos los asesinados de la historia.

(4) Tarea eclesial. Liberar y visitar a los cautivos. Dentro del Nuevo Testamento la visión más intensa y detallada de la cárcel aparece en la vida y mensaje de Pablo*, especialmente en su carta personal a los Filipenses y en la visión de conjunto de 2 Timoteo*. Sin embargo, la misión de los cristianos en este contexto ha sido expresada, de formas complementarias, por Lc 4.18-19 y Mt 25,31-36. (a) Liberar a los presos: “El Señor me ha ungido para evangelizar a los pobres; por eso me ha enviado para ofrecer la libertad a los presos y la vista a los ciegos; para enviar en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4.18-19). Jesús asume el mensaje de Is 61,1-3, pero con un cambio significativo: prescinde del año de la venganza de Dios (que crea nuevas cárceles) y anuncia la libertad para todos los presos, conforme a una visión universalista del jubileo, (b) Visitar a los presos: “Tuve hambre y me disteis de comer…, fue extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestí­steis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a mí­” (cf. Mt 25,31-46). Estas palabras, que recogen de forma cristológica la experiencia cristiana de ayudar a los necesitados, empezando por los hambrientos y culminando por los presos, se sitúan dentro de un contexto realista en el que resulta imposible liberar a los presos, dentro de una sociedad estructurada de un modo violento. Pues bien, en este contexto, el evangelio pide que se les visite, invirtiendo así­ la dinámica social del encarcelamiento. Este es el texto clave de la misión social de la Iglesia.

Cf. R. E. BROWN, La muerte del Mesí­as I, Verbo Divino, Estella 2005; X. Pikaza, Dios Preso, Sec. Trinitario, Salamanca 2005.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra