REVOLUCIONES SOCIALES

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Son muchas las convulsiones ideológicas que se han producido desde el racionalismo del siglo XVIII, el socialismo del siglo XIX y el liberalismo del siglo XX.

Los tres siglos han supuesto un cambio vertiginoso en la sociedad occidental. Y sus revoluciones polí­ticas, industriales, tecnológicas e incluso morales, han llegado a transformar el mundo. La colonización de nuevo cuño que se desarrolla después de la independencia de las naciones americanas en el siglo XIX y de las africanas en el siglo XX, junto con el despertar industrial y comercial de Asia, han hecho vivir al mundo entero en un estado permanente de revolución social.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Según J. Comblin, asistimos a la tercera gran revolución industrial y económica. La primera tuvo lugar entre 1770 y 1880, bajo el signo del carbón, las grandes y pesadas máquinas, la escasa tecnologí­a, la abundante mano de obra y los bajos salarios. Se enfrentaron los minoritarios patronos y la masa proletaria. Cobraron fuerza los sindicatos y los movimientos obreros revolucionarios.

Una segunda revolución, marcada por la electricidad y el petróleo, desde 1880 hasta 1970, bajo el signo de la “productividad”. Se propician procesos de automatización y el trabajo tiende a ser de mantenimiento y control de las máquinas. Se reduce el horario de trabajo. Comienza a tomar cuerpo el llamado “estado del Bienestar”. Los sindicatos no son revolucionarios e incluso defienden los intereses de las industrias para salvar el empleo. Los obreros se diversifican en categorí­as, defendiendo cada cual sus intereses. Se afianza la clase media. El capital pertenece a las multinacionales. La producción se centra en bienes relativamente simples, a gran escala industrial. Las empresas tratan de conquistar el mercado del consumo.

La tercera revolución se basa en la alta tecnologí­a y la informática. La producción se centra en productos diversificados, poco numerosos, y con un valor muy alto. Ahí­ radica su beneficio: no viene de la gran cantidad de productos sino de la venta de pocos objetos, pero muy caros. Se buscan nuevos materiales, nuevos ingredientes. La actual tecnologí­a se alimenta de muchos componentes o piezas, producidas en lugares diferentes. Es el triunfo de la descentralización y de las multinacionales. En la era de la cibernética se posibilita la comunicación inmediata y simultánea y el desplazamiento inmediato de los grandes capitales de las multinacionales. Para los nuevos productos hay que crear necesidad y mercado. El marketing es esencial. Los trabajadores, se implican en el proceso de producción. Al primar la calidad del producto, es necesaria su inteligencia, cualificación y competitividad. La máquina tiene un promedio de vida de tres años, antes de quedar anticuada
Los postulados de esta tercera revolución ya habí­an sido anunciados por A. Toffler cuando hablaba, a principios de los años 80, de la famosa “tercera ola” que comportarí­a una visión universalista y holoní­mica de la realidad, el desarrollo interplanetario, el predominio de los mass media que harán del mundo la gran aldea global. Ciertamente seguirán amenazando peligros como la destrucción ecológica, el terrorismo nuclear o el fascismo electrónico, pero se impone la “practopí­a”: “este mundo no será ni el mejor ni el peor de todos los mundos posibles sino un mundo que es práctico y preferible al que tení­amos”. A diferencia de las utopí­as, la practopí­a no es estática ni se halla petrificada en una irreal imperfección. Pero tampoco es revisionista, modelada sobre algún ideal imaginado del pasado. La civilización de la tercera ola es un futuro practópico, que da acogida a las diferencias individuales y abraza (más que suprime) la variedad racial, regional, religiosa y subcultural. Una civilización moldeada en torno al hogar, la pasión por el arte, la bioética, ecológica y profundamente democrática.

En esta tercera revolución, se asiste a la muerte y transformación del denominado trabajo asalariado desde una paradoja: para crecer económicamente se necesita menos trabajo.

De ser el trabajo, una dimensión fundamental de la persona, y un medio privilegiado de realización personal y comunitario, ha pasado a contemplarse como un lujo y un bien escaso. En todo esto, el neoliberalismo tiene mucho que decirnos.

Como remedios al desempleo, desde ámbitos de reflexión creyente, se solicita: una reforma fiscal para potenciar el sector privado; mayor protección de empleo, al mismo tiempo, en el sector público; un salario mí­nimo nacional o ciudadano; reforma del sistema de prestaciones; mejores condiciones de trabajo y buena negociación más justa del salario; reciclaje y formación permanente del trabajador y la posibilidad de foros nacionales sobre el empleo.

BIBL: – J. COMBUN, Cristianos rumbo al siglo XXI, San Pablo, Madrid 1997; A. TOFFLER, La tercera ola, Plaza y Janés, Barcelona 1984; D. SHEPPARD-R. DíEZ SALAZAR, El desempleo y el futuro del trabajo. Una investigación para las Iglesias, Sal Terrae, Santander 1999.

Raúl Berzosa Martí­nez

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización