RUAH – Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología

RUAH

(Espí­ritu Santo, pnenma). Palabra hebrea que significa “espí­ritu” (en griego pneuma). Hemos estudiado en otras entradas el sentido básico del espí­ritu y del pneuma. Ahora recogemos algunos aspectos distintivos de la experiencia del espí­ritu en la Biblia hebrea, tomando como base la palabra ruah. (1) Comparación. Griegos e israelitas. La cultura hebrea no está muy alejada de la griega, como muestra el sentido y evolución de esta palabra. Ruah se puede traducir como “viento, espí­ritu”, y se encuentra muy cerca del pneuma griego: es el viento original y misterioso, imprevisible, omnipresente; es el aire, realidad fundante, divina y numinosa, en la que se asienta todo lo que existe. Es el humo de un incendio, expresión del gran fuego que todo lo destruye; pero es, a la vez, el aliento donde todo nace y recibe su sentido. En ese contexto, debemos recordar que, en contra de otros pueblos, Israel no ha tendido a divinizar el viento como aislado, convirtiéndole en un dios junto a otros, en el interior de un panteón de dioses cósmicos. Al contrario, Israel ha partido de una concepción casi divina del viento y lo ha ido des-divinizando progresivamente, hasta convertirlo en agente de Dios o sí­mbolo de su presencia y acción entre los hombres. En este contexto se puede trazar un paralelo significativo: los griegos desmitifican el espí­ritu, para concebirlo como una realidad cósmica o para ponerlo bajo el poder del pensamiento (de la nolis racional, que todo lo conoce, porque tiene una raí­z divina); los hebreos lo desmitifican haciéndolo expresión de la presencia de un Dios personal que dialoga con los hombres. “Es verosí­mil que, a causa de lo que se puede llamar mentalidad primitiva, el viejo Israel haya conocido en su con texto histórico-geográfico la divinización de diversas fuerzas naturales: todo lo que tiene un gran poder es numinoso y revela la presencia de un alma. Se podrí­a, pues, hablar muy bien de espí­ritus del desierto, del mar, de la tempestad, etc. No está excluido que en la literatura de Israel se encuentren restos de la así­ llamada visión animista del mundo. Pero, significativamente, a estos demonios (espí­ritus del desierto, etc.) no se les conoce jamás con el término de ruah. La ruah designa, más bien, una fuerza de la naturaleza, y se expresa con su mismo nombre: es el viento… Es poco verosí­mil que los hebreos hayan partido de un aspecto material y casi cientí­fico del viento para espiritualizarlo luego. En contra de eso, debemos reconocer que el viento era un elemento muy apropiado para hallarse espiritualmente divinizado en la mentalidad primitiva. Todo nos permite suponer que el término ruah tení­a resonancias espirituales… porque, en su mismo sentido de viento, presentaba ya un significado espiritual. Se puede pensar que si este término ha tenido un despliegue extraordinario, no ha sido a causa de sus notas objetivas (como viento fí­sico), sino a causa de su carácter divino…” (D. Lys, 337).

(2) Ruah, la acción de Dios. No empieza siendo un término fí­sico, bien objetivo y preciso, que después se convierte en signo de la acción de Yahvé, sino que es desde el principio algo misterioso, espiritual y material al mismo tiempo, cósmico y divino; en ese sentido, puede presentarse como expresión de la unidad más honda que vincula a Dios y al mundo. Quizá pudiéramos hablar de una totalidad sagrada, de un espaciotiempo abarcador que rodea y vincula a Dios y a los hombres, en la misma lí­nea de Grecia donde el pnetuna puede evocar la totalidad divina en la que estamos inmersos. Pero a través de un proceso de reconocimiento histórico y de diálogo con Dios, la ruah ha venido a dualizarse, apareciendo por un lado como realidad creada (puro viento, aire cósmico) y por otro como sí­mbolo de la presencia actuante de Yahvé. En ese segundo aspecto se puede hablar incluso de una personificación de la ruah, como vemos ya en 1 Re 22,20-22, donde Yahvé dialoga con el “ejército de los cielos”, es decir, con la corte divina de sus ángeles-espí­ritus a los que pide consejo so bre la manera de destruir a Ajab, el rey israelita. “Entonces se adelantó el Ruah, se puso ante Yahvé y dijo: “Yo le engañaré”. Yahvé le preguntó: “¿De qué modo?”. Respondió: “Iré y me haré ruah de mentira en la boca de todos sus profetas”. Yahvé dijo: “Tú conseguirás engañarle. Vete y hazlo así­”” (1 Re 22,20-22). La ruah está aquí­ personificada de forma masculina (en general el término suele ser femenino, con sentido más bien impersonal). Este Ruah, que aparece aquí­ como un ser independiente, que dialoga con Dios (como un gran Angel de su corte), representa la misma acción de Dios que puede presentarse como fuerza destructora para los perversos. Estamos ante una visión sacrodemoní­aca de Dios, que puede presentarse como fuerza de engaño y destrucción para los perversos, en el principio de una lí­nea que lleva al discernimiento de los espí­ritus, a la separación de poderes sagrados, positivos y perversos (dualismo*). En este caso, Dios utiliza su mal espí­ritu para destruir a los perversos. Este discernimiento de los espí­ritus nos sitúa ante el enigma de la ambivalencia de la ruah, que se vinculará más tarde a los buenos y malos espí­ritus, a los dioses y diablos, ángeles y demonios. En las reflexiones que siguen destacaremos el aspecto positivo de la ruah. (3) Notas de la ruah. Ella es, casi siempre, ambivalente: indica, por un lado, un fenómeno del cosmos (como el viento que Dios envió, según Ex 14,21, para separar las aguas del mar de los Juncos); pero, al mismo tiempo, expresa algo que es propio de Dios, como en 2 Sm 22,16, donde se dice que fue la misma respiración de Dios (el soplo de sus narices) la que secó las aguas del mar. Posiblemente, ambos lenguajes son complementarios. Viento y aliento aparecen por un lado como obra de un Dios trascendente y por otro como su presencia concreta en el mundo. Sólo hay un Dios que es trascendente (no se identifica con nada que podamos representar o pensar, no se puede fijar en estatuas o signos del cosmos); pero, al mismo tiempo, este Dios actúa de una forma poderosa, creadora, de manera que el viento del mundo (y el aliento del hombre) se conciben como un momento de su acción, pudiendo convertirse en sí­mbolo de su presencia salvadora. La Biblia sabe que la respiración del hom bre es presencia de la ruah de Dios (cf. Gn 2,7), de manera que todos los hombres tienen ruah, de un modo que podemos llamar ordinario. Pero hay algunos que la tienen o reciben de una forma extraordinaria, de manera que pueden realizar grandes obras. El hombre al que Dios concede la ruah queda capacitado para realizar empresas imposibles para otros: el hombre de ruah puede interpretar los sueños (Gn 41,38) y predecir las cosas futuras (cf. Nm 24,2), venciendo en la guerra (profetas* carismáticos); pero, sobre todo, el hombres de ruah puede dialogar con Dios, en cuya presencia vive. Desde esa base podemos evocar tres rasgos básicos de la presencia y actuación del Espí­ritu, como fuerza creadora, salvadora y escatológica.

(4) Fuerza creadora. En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era algo caótico y vací­o, pero la ruah de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas (Gn 1,1-2). Sin el soplo directo de Dios, la realidad del mundo es caos. Sin su ruah el hombre muere: pierde su aliento, se agota su vida y se convierte en un cadáver. Sólo el aliento de Dios ofrece vida y orden al caos subyacente de las cosas. Aquí­ no se habla sólo de una acción primera de Dios que por su voluntad y palabra ha suscitado el mundo para siempre, en el principio, sino que se habla de una acción y presencia permanente de Dios. El mundo en sí­ carece de orden, fondo o consistencia. Existe, y es distinto de Dios; pero no puede mantenerse ni alcanzar sentido por sí­ mismo. Pero la ruah de Dios está presente y hace que el mundo se convierta en lugar y habitación, camino y vida para el hombre. En un sentido, la realidad existe y es distinta de Dios; pero en su verdad más honda, ella sólo adquiere ser y existe por el aliento de Dios que la sostiene. El cometido del aliento de Dios en Gn 1,2 es, ante todo, de carácter vivificante: hace milagrosa y libremente que la vida exista. Debemos precisar que esa vida no se limita a la animación de vivientes superiores e inferiores (animales y plantas), sino que ella está presente en todo lo que existe, en cuanto opuesto a la nada y a la muerte. La ruah es presencia creadora: es la misma realidad de Dios como cercano y actuante (cf. Gn 2,7). Utilizando una terminologí­a moderna, podrí­amos decir que la misma realidad del mundo (naturaleza) se encuentra apoyada y sostenida por la gracia (presencia vivificante de Dios). No hablamos así­ del Dios en sí­; tampoco existe el hombre (el mundo) por sí­ mismo. Existe (desde nosotros) un Dios para el mundo (Dios que sostiene el mundo con su ruah); y existe un mundo en Dios (fundado en la ruah divina). A Dios se le conoce por su ruah (su acción); el mundo existe sólo en cuanto está fundamentado en esa acción divina.

(5) Fuerza salvadora. Recordemos los textos clásicos: “Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yahvé hizo soplar durante toda la noche una fuerte ruah del este que secó el mar y se dividieron las aguas” (Ex 14,21). “El fondo del mar quedó a la vista, los cimientos del orbe desaparecieron, ante la increpación de Yahvé, al resollar la ruah en sus narices” (2 Sm 22,16). La ruah creadora se convierte en fuerza salvadora. Aquella actuación de Dios que concedí­a vida y realidad al mundo se presenta ahora como potencia que libera, abriendo un camino de salvación para los hombres. El Antiguo Testamento desconoce la división de unos hechos naturales (creación) y otros sobrenaturales (salvación): todo es natural, es presencia de Dios, actuación de su ruah sobre el mundo, y todo es, a la vez, sobrenatural, pues el hombre y el mundo se basan en algo más grande que ellos mismos. La reflexión de Israel ha percibido la fuerza de la ruah creadora y salvadora de Dios como ligada de una forma especial al surgimiento del pueblo en tiempo de los Jueces. Cuando parece que Israel se pierde, cuando sufre dominado por las fuerzas enemigas de este mundo, Dios impulsa por su ruah a unos hombres (jueces*) que destacan en la guerra y que liberan a los suyos de la mano esclavizante de otros pueblos (cf. Je 3,10; 6,34; 11,29; 1 Sm 11,6; etc.). La ruah de Dios se despliega en el camino de los hombres, y lo alienta, lo promueve, lo sostiene. De esa forma, los israelitas han superado el nivel de la esclavitud agobiante de la naturaleza que, aun estando sostenida por la ruah de Dios, somete a los hombres a sus ritmos eternamente iguales. Ellos se han liberado de la naturaleza, para penetrar en el campo de la historia donde la ruah de Yahvé dirige al hombre hacia un futuro enriquecido por la esperanza del mismo Dios que viene. (6) Fuerza escatológica. Israel ha sentido que el presente está cuajado de opresión, de esclavitud, pecado y desengaño. Pero la ruah de Dios es poderosa. Su acción debe suscitar algo que es nuevo. Como expresión de su fuerza creadora surgirá el rey mesiánico. “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y brotará un retoño de sus raí­ces. Reposará sobre él la ruah de Yahvé, ruah de sabidurí­a e inteligencia, ruah de consejo y fortaleza, ruah de ciencia y temor de Dios…” (Is 11,1-2; dones* del Espí­ritu). La ruah se concibe aquí­ como presencia de Dios sobre el Mesí­as y sobre el pueblo mesiánico. Su fuerza será fuerza de justicia: salvará a los pobres, será redención para los débiles. Así­ añade, ya de forma personal, el Tercer Isaí­as: “La ruah del Señor Yahvé está sobre mí­, porque Yahvé me ha ungido. Mc ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar liberación a los cautivos; libertad para los presos; a pregonar un año de gracia de Yahvé, dí­a de venganza de nuestro Dios” (Is 61,1-2). La justicia rnesiánica se interpreta en términos de liberación. La ruah conduce a los hombres al encuentro con Yahvé, un encuentro que supone castigo para los opresores y bendición para los pobres y perdidos. Así­ lo ha visto Ezequiel cuando nos habla de los huesos muertos de su pueblo: “Así­ dice el Señor a estos huesos: He aquí­ que yo voy a hacer entrar la ruah en vosotros y viviréis. Os cubriré de nervios; haré crecer sobre vosotros la carne; os cubriré de piel, os daré una ruah y viviréis; y sabréis que yo soy Yahvé” (Ex 37,6). Esta vida nueva que aquí­ se promete es “resurrección integral”, interior y exterior, individual y comunitaria, dentro de este mundo. Es creación interior, pero llena y transforma al hombre entero: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; os purificaré de todas vuestras manchas y de todos vuestros í­dolos. Y os daré un corazón nuevo, infundiré sobre vosotros un ruah nuevo; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi ruah en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos…” (Ez 36,25-27). Dios habí­a infundido en el hombre su Espí­ritu, pero no lo habí­a dado del todo; Dios habí­a estado con los hombres, pero no se habí­a comprometido con ellos plenamente. Ahora el profeta descubre y promete la presencia plena de su Espí­ritu. Desde ese fondo, desde la esperanza abierta hacia el futuro del Espí­ritu, que es futuro del Dios que viene al pueblo y futuro del pueblo que renace en Dios, se entienden las palabras de la profecí­a de transformación final: “Sucederá después de esto que yo derramaré mi ruah en toda carne; profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos tendrán sueños sagrados, y vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y las siervas, derramaré mi ruah aquel dí­a” (J1 3,1-2). El hombre se halla abierto ante el futuro del Espí­ritu, es decir, abierto ante Dios. Por eso, todo el pueblo (unido a la misma creación) viene a interpretarse como realidad expectante, centrada extáticamente en el futuro del Dios que viene. No nos interesa señalar ahora los aspectos del futuro que suscita la ruah de Dios; sólo queremos decir que es un futuro salvador y cumplimiento de la creación primera. Desde aquí­ advertimos que la creación no es realidad que se encuentre ya acabada; Dios no es la santidad actual del mundo (garantí­a de aquello que ahora existe). Dios es ámbito de futuro creador para los hombres. Esto es lo que significa ahora la ruah, como sabrá y ratificará desde otra perspectiva todo el Nuevo Testamento.

Cf. J. FERNíNDEZ LAGO, El Espí­ritu Santo en el mundo y en la Biblia, Inst. Teo. Compostelano, Santiago 1998; D. LYS, Rúach. Lc souffie dans l’Ancien Testament, PUF, Parí­s 1962; E. PUECH, La croyance des Esse’niens en la vie future: immortalite’, re’surrection, vie étemelle? Histoire dí­me croyance dans le judaí­srne anden I-II, Gabalda, Parí­s 1993; H. W. WOLFF, Antropologí­a del Antiguo Testamento, BEB 99, Sí­gueme, Salamanca 1997.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra