SALVACION DE LOS INFANTES

La posibilidad de que los infantes puedan ser salvos se reconoció desde los tiempos más antiguos de la iglesia del NT; Ireneo, por ejemplo, incluye a los «bebés y niños» entre el grupo a quienes Cristo vino a salvar. Pero después la iglesia cambió de doctrina e identificó el Reino de Dios con la iglesia externa. Además, llegó a ser popular la idea que no podía haber salvación fuera de la iglesia visible. Todo esto dio origen a la doctrina que el bautismo, el sacramento de admisión a la iglesia externa, era necesario para la salvación. Por lo tanto, ningún infante no bautizado podía ser salvo, aunque en la opinión de la iglesia medieval, el sufrimiento de los niños perdidos sería mucho menos intenso que el de los adultos perdidos. Además, Tomás de Aquino y otros admitieron la posibilidad que los niños nacidos muertos y de padres cristianos podían, en la gracia de Dios, ser santificados y salvados en una forma desconocida para nosotros.

El Concilio de Trento, el cual definió la posición de la iglesia papal en contra de la posición protestante, comprometió a la iglesia de Roma con el punto de vista de que los niños que mueren sin bautizarse están perdidos, aunque no expresa ninguna posición definida en cuanto a la clase o grado de su castigo. Además, se expresó la creencia que el deseo e intención de padres piadosos de que sus niños sean bautizados podría ser aceptado en lugar de un bautismo de verdad, en el caso de niños nacidos muertos. Eusebio Amort (1758) enseñó que Dios podría ser movido por la oración a conceder la salvación a estos infantes sin el sacramento. El carácter inconcluso de las declaraciones tridentinas deja abierto el camino para un sinnúmero de opiniones diferentes en cuanto a qué debe entenderse por la exclusión del cielo de los niños no bautizados.

La Confesión de Augsburgo entrega al luteranismo a la idea de que el bautismo es necesario para la salvación; aunque, modificando esta posición, los teólogos luteranos han enseñado que «la necesidad del bautismo no debe igualarse con la del Espíritu Santo». Lutero creía que Dios aceptaría la intención de bautizar al infante como si fuera un bautismo de verdad en circunstancias que fuera imposible esto. Más adelante, los luteranos adoptaron una actitud más cautelosa al decir que es erróneo dar por sentado que todos los niños no bautizados, incluyendo los niños de aquellos que están fuera de la iglesia, están perdidos. Mientras no se entregan a la creencia de la salvación de todos los niños que mueren en la infancia, tienden a considerarla como una esperanza que no se puede contradecir.

La doctrina de la iglesia reformada trae consigo una distintiva doctrina de la salvación infantil. Dado que la iglesia de Cristo no es una organización externa, sino el verdadero pueblo de Dios en todo lugar, de ahí se sigue que la membresía en esta comunidad se adquiere, no por el acto externo del bautismo, sino por la acción interna del Espíritu Santo al regenerar el alma. Zuinglio tomó la posición de que todos los niños de los creyentes que morían en la infancia eran salvos, porque nacían dentro del pacto, siendo la promesa para los creyentes y sus niños (Hch. 3:3–9). Aun estaba inclinado a la idea de que todos los niños muertos en la infancia eran elegidos y salvos. John Owen, un buen portavoz del puritanismo calvinista, expresa la creencia que los infantes pueden tener interés en el pacto aun a causa de ancestros más remotos que los padres. Y dado que la gracia de Dios es libre y no está atada a ninguna condición, no duda que muchos infantes sean salvos, aun de padres no creyentes. No importa cuáles sean los diferentes matices que podamos encontrar en la enseñanza reformada en cuanto a la salvación de los infantes, sus Confesiones Reformadas concuerdan en enseñar la posibilidad de infantes salvos «por Cristo a través del Espíritu, el cual obra cuando, donde y como le plazca» (Westminster Confession). No otorgan autoridad confesional a la suposición de Zuinglio de que la muerte en la infancia podría tomarse como una señal de elección, y en esta forma de salvación; pero con reverente cuidado afirman aquello que pueden respaldar con la clara autoridad de la Santa Escritura, a saber, que todos los niños elegidos serán salvos por la misteriosa obra de Dios en sus corazones aun cuando sean incapaces de responder con fe. En sí mismos no tienen derecho alguno para la salvación, sino que, al igual que en el caso de los adultos, Dios los elige en su gracia soberana y los redime con la sangre de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA

A.A. Hodge, Class Book on the Confession of Faith, pp. 174–175; B.B. Warfield, Studies in Theology, pp. 411–444; Charles Hodge, Systematic Theology, I, pp. 26–27.

George N.M. Collins

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (553). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología