TEOLOGIA NEGATIVA

Se habla de ” teologí­a negativa ” cuando la reflexión sobre la divinidad o sobre la trascendencia reconoce la imposibilidad o la incapacidad por parte del hombre de conocer el objeto de su investigación, y también cuando se niega la posibilidad de “nombrarlo” o de representarlo. También puede afirmarse que la teologí­a es negativa cuando pone de manifiesto la ausencia de Dios en la historia de los hombres, cuando se reconoce su silencio, cuando no se descubren sus signos.

Es posible señalar la presencia de un concepto negativo de la divinidad en las tradiciones más antiguas de la religión de Israel: la prohibición de fabricar imágenes de Dios, su carácter inefable, su trascendencia que supera todo intento de objetivación, el sentido de misterio que envuelve siempre su presencia… Todo esto puede ser considerado como sí­ntoma de una religiosidad que esconde a su Dios en lugar de mostrarlo, que protege su nombre alabándolo sobre todo indirectamente y de forma étí­ca. La revelación profética profundizará en estos motivos, subrayando y justificando la ausencia de Dios en una historia de pecado y dejando para un futuro más o menos determinado la revelación definitiva de la divinidad y de la promesa, que es ante todo teologí­a de la lejaní­a, de la conversión y de la búsqueda de un Dios que se esconde precisamente para significar su identidad.

La revelación cristiana ha ofrecido nuevos argumentos a los defensores de una teologí­a negativa: el carácter paradójico que asume con frecuencia el discurso de Jesús, sus parábolas y sus dichos, la actitud crí­tica de una religiosidad demasiado positivista, y sobre todo el destino de este hombre que, siendo Hijo de Dios, simboliza con su muerte el nivel más alto del silencio y de la ausencia de Dios. La imagen del crucificado ofrece un argumento indiscutible a los que juzgan el cristianismo como una provocación, una crisis y un contraste, a los que creen que Dios se manifiesta y al mismo tiempo se oculta en Jesucristo.

La llamada (†œteologí­a negativa” ha sido siempre una constante en la tradición teológica y en la historia de la mí­stica y de la espiritualidad cristianas. Es posible trazar una lí­nea en este sentido que parte de Gregorio de Nisa (330-395), que encuentra una de sus expresiones más originales en Dionisio el Pseudo-Areopagita (siglo Vl) y que influye en el pensamiento medieval: desde Alberto Magno (1200-1280) y Tomás de Aquino (1225-1274), pasando por Duns Escoto (1265-1308), en el terreno teológico : luego por el Maestro Eckhart (1260- 1327) en el terreno mí­stico, para terminar en Nicolás de Cusa (1401-1464), que describe nuestro conocimiento de Dios con los términos de “docta ignorantia”.

Para la teologí­a medieval, la teologí­a negativa representaba un camino o un método para acercarse al misterio de Dios, camino que se completaba por medio de la analogí­a o de la eminencia, que lograban expresar de forma más positiva este misterio.

La tradición espiritual-mí­stica considera la teologí­a negativa como la expresión de la experiencia del hombre que recibe el don de sumergirse en el misterio divino, no de manera racional, sino vital y efectiva: esta experiencia es de ordinario trascendente y sólo consigue vislumbrar que el misterio de Dios crece y se ahonda en la medida en que el hombre se acerca a él, sin lograr nunca abrazarlo por completo.

Ya en el siglo xx encontramos en algunas propuestas de la teologí­a dialéctica una cierta recuperación de esta negatividad que pone de relieve los contrastes en la concepción de la fe, y que se opone a la actitud reconciliadora de la teologí­a liberal: Dios se sustrae siempre de los esfuerzos que realiza el hombre por conocerlo: y cuando el hombre cree haber encontrado a Dios, se fabrica í­dolos. Pero serán los teólogos posteriores como D. Bonhoeffer (1906-1945) y A. Cox (n. 1929) los que den una forma más concreta a esta tendencia. En el contexto de una creciente secularización social, de una ausencia cultural de referencias religiosas, asume mayor relieve un pensamiento que reconoce al Dios cristiano precisamente en sus ausencias, que sabe sacar ventaja de este (†œolvido” de Dios. Para ello se critican las estrategias pastorales que intentan identificar demasiado precipitadamente la cercaní­a de Dios a las almas o, peor aún, la actitud mezquina de los que se aprovechaban de la negatividad, de los lí­mites y del sufrimiento de los hombres, para referirse inmediatamente a Dios, que parece hacerse presente en donde hay un vací­o. Además de una falta de respeto y de consideración para con el misterio de Dios, esto revela una falta de comprensión de la esencia del cristianismo y de la teologí­a de la cruz, que es precisamente una referencia a Dios en su silencio, en su capacidad de salvar sin ejercer violencia alguna ni sobre la razón ni sobre la libertad de los hombres. La sociedad secular nos ofrece una oportunidad de “docta ignorantia” de la cruz.

Otro engorro de la teologí­a negativa es la referencia a las catástrofes del siglo xx y en general de nuestra historia moderna. La pregunta inquietante es la siguiente: ¿es posible seguir haciendo teologí­a después de Auschwitz? La respuesta parece que sólo puede surgir de esta reflexión, caracterizada por la paradoja que descubre a Dios solamente en la historia del sufrimiento, es decir en el deseo del (†œtotalmente Otro” y en la búsqueda de una solución digna para las ví­ctimas de esta tragedia: la teologí­a negativa como lectura de la negatividad de la historia.

L. Oviedo

Bibl.: D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión, Sigueme, Salamanca 1983; R. Winling, La cuestión de Dios: una fase apofática, en La teologí­a del siglo xx, Sigueme, Salamanca 1987 242-253; A. Michel, El misticismo: el hombre interior y lo inefable, Plaza y Janés, Esplugues de Llobregat 1975.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico