San Lucas 17:11-19 Comentario por Gilberto Ruiz
Los pasajes bíblicos que ilustran los encuentros entre extranjeros tienen mucha potencial para informar la predicación.
Interpretación de la Lectura
Aquí tenemos un encuentro entre dos que se consideraban extranjeros: Jesús representando a los judíos israelitas, y el hombre sanado representando a los judíos samaritanos.
El encuentro toma lugar en múltiples zonas fronterizas. Jesús está en la frontera entre las provincias de Samaria y Galilea (Lc 17:11), un lugar muy apropiado para el encuentro de dos extranjeros. Es decir, la geografía le da énfasis al encuentro principal que ocurre en el relato. Se puede decir lo mismo sobre la ubicación específica del encuentro, porque Jesús no está definitivamente dentro de la aldea–está en el proceso de entrar a los límites de la aldea cuando los diez hombres leprosos lo abordan (17:12).
Los hombres leprosos guardan su distancia porque son considerados impuros según la ley judía (Lv 13–14). Su enfermedad — el término “lepra” se refriere a varias enfermedades de la piel contagiosas que impedían la participación en la vida civil y religiosa — explica porque se quedan fuera de los límites de la aldea y le gritan a Jesús de lejos (Lc 17:12–13; cfr. Lv 13:45–46; Nm 5:1–4). Además, las instrucciones de Jesús en el versículo 14 conforman con las estipulaciones de la ley para ser considerado puro (Lv 13:1–46; 14:1–32; cfr. Lc 5:12–14), y el predicar acerca de un Jesús que se presenta en contra de las costumbres judías no tiene sentido en este caso (o casi nunca).
Las instrucciones de Jesús suponen que en camino al sacerdote quedarían sanos los hombres, porque el ritual de la purificación solo puede suceder si la enfermedad se ha sanada (Lv 14:3). ¿Tendrán fe los diez en la palabra de Jesús? Esta curación trae a la mente la de Naamán (2 Re 5:1–15; cfr. Lc 4:27). Naamán, un sirio, era un extranjero con respecto a su sanador Eliseo, un israelita. Eliseo no lo sana instantemente; lo manda a lavarse en el río Jordán. Al hacerlo, Naamán es sanado de su lepra. Pero Naamán protesta el tener que irse a lavar en el río (2 Re 5:10–12). Al contrario, los diez leprosos van directamente al sacerdote, mostrando fe en la palabra de Jesús, y se curan (Lc 17:14).
A este punto de la narración de San Lucas, no es gran sorpresa que Jesús puede sanar a hombres leprosos (él sanó a uno en 5:12–14). La ocurrencia inesperada es que sólo uno regresó para darle las gracias, y que éste era un samaritano (17:15–16). Hasta Jesús se quedó sorprendido (17:17–18).
Hay que tener en cuenta que los nueve demás no hacen mal por no volver, ¡a menos que uno quiere decir que hacen mal mientras obedecen las instrucciones de Jesús del versículo 14! No, el asunto es que, aunque los otros nueve son obedientes suficientemente para cumplir con el mandato de Jesús, el samaritano reconoce que su curación merece una muestra de gratitud hacia Jesús y la glorificación de Dios espontánea. La glorificación espontánea es una respuesta favorita de San Lucas hacia la manifestación del poder divino y la misericordia divina (2:20; 5:25; 7:16; 13:13; 18:43; 23:47; Hch 4:21; 21:20). El samaritano reconoció que, en este caso, fue más apropiado seguir los impulsos de su conciencia que cumplir con los reglamentos de su religión y las instrucciones de su curador. No es decir que el cumplirlos no fue bueno — siguiéndolos efectuó su curación y su reincorporación a la vida civil y religiosa, y restauró su dignidad en los ojos de la sociedad. Pero por actuar según su discernimiento, Jesús valida su fe y proclama su salvación (Lc 17:19).
Sugerencias para la Predicación
El predicar sobre el comportamiento de Jesús y el samaritano uno hacia el otro es oportuno hoy en día, tomando en cuenta que el hecho de la inmigración sigue pasando en las fronteras de los Estados Unidos y muchísimas otras partes del mundo.
El samaritano no solamente muestra fe en la habilidad de Jesús para sanar, sino también en que Jesús va actuar en contra de los prejuicios comunes contra los samaritanos. Los samaritanos reconocían como literatura sagrada solamente la Torá (no los Profetas ni los Escritos), y tenían en el monte Gerizim su propio templo aparte del templo en Jerusalén. No se llevaban bien con los judíos de Judea y Galilea, quienes consideraban a los samaritanos como extranjeros medio-paganos (si no paganos enteramente) o judíos de segunda clase. Estas relaciones amargas aparecen en el mismo Evangelio de San Lucas: en 9:52–53 los samaritanos le niegan hospitalidad a Jesús, una gran ofensa en el judaísmo antiguo. Pero Jesús no se conforma con los prejuicios que dominan a ambas facciones: él reprende a sus discípulos Santiago y Juan por su sugerencia violenta contra los samaritanos en 9:54–55; presenta a un samaritano como ejemplo para seguir en la parábola de 10:25–37; y sana sin vacilar al samaritano leproso y proclama el mérito de sus acciones aquí en 17:11–19.
Jesús sirve como modelo para nosotros los cristianos. Cuando los inmigrantes y extranjeros/as cruzan las fronteras y se encuentran en nuestro países (legalmente o no), ¿cómo los recibimos? ¿Con los prejuicios que impregnan algunas de nuestras leyes, políticas públicas, normas sociales, y comentarios de los medios de comunicación?
No debe de ser así, si pretendemos seguir el ejemplo de Jesús. La consciencia cristiana a veces exige que actuemos en contra de los sentimientos predominantes y que le demos prioridad a las necesidades humanas del extranjero/a entre nosotros, como lo hizo Jesús al samaritano de esta lectura. Según el ejemplo de Jesús, la prioridad es el actuar de tal forma que adelante la restauración de la dignidad del ser humano. Esto sigue siendo el caso aunque cuando se evitan ciertas normas sociales o legales, incluyendo las que fueron establecidas hace tiempo o con buenas intenciones (muchos mantienen que las leyes que afectan negativamente a los inmigrantes procuran proteger los empleos para los ciudadanos). Recordemos que el samaritano evitó cumplir con la ley judía y las instrucciones de Jesús porque se dio cuenta que algo diferente fue más apropiado, y por actuar en consecuencia, mostró la fe que lo salvó.