Los eruditos de la Biblia creen que David escribió el Salmo 57 mientras huía del rey Saúl, quien tenía odio en su corazón por el antiguo pastorcillo (1 Samuel 19:8-15) . David se metió en una cueva y apenas escapó de su perseguidor (1 Samuel 22:1). Estuvo a salvo temporalmente, pero la amenaza seguía allí.
Todos hemos estado allí. Tal vez no en una cueva, sino perseguido por algo que infunde miedo en nuestros corazones. Tal vez sea el profundo dolor que sigue a la muerte de alguien a quien amamos. Tal vez sea el miedo a un futuro desconocido. O podría ser una enfermedad física opresiva que no desaparece.
En tales circunstancias, Dios no siempre quita la dificultad, pero Él está presente para ayudarnos (2 Corintios 12:7- 9). Deseamos que Él se abalanzara y nos llevara a un lugar seguro tal como David pudo haber deseado un final rápido para la persecución de Saúl.
Le rogamos a Dios que detenga el dolor y abra el camino a mañana suave y recto. Le rogamos que elimine nuestra lucha. Pero la dificultad permanece.
Es entonces cuando tenemos que refugiarnos en el Señor como lo hizo David. Mientras se escondía en esa cueva, dijo: “A la sombra de tus alas haré mi refugio, hasta que pasen estas calamidades” (Salmo 57:1).
¿Estamos en medio de un problema? Refugiémonos en nuestro Padre celestial (Salmo 62:8).
Hay un lugar de refugio para toda alma atribulada
Donde las tempestades ya no golpean, Donde las olas dejan de rodar;
Un puerto tranquilo y silencioso, Un puerto seguro y bendito,
Donde las barcas sacudidas por la tormenta pueden anclar, Donde los corazones cansados pueden descansar. Roca de la Eternidad, hendida para mí, déjame esconderme en Ti. GC Stebbins