DISPERSION

v. Cautividad
Dan 12:7 cuando se acabe la d .. el pueblo santo
Jam 1:1; 1Pe 1:1 doce tribus que están en la d


Dispersión (gr. diasporá). I . Significado del término. En la LXX se usa diasporá en forma eufemí­stica para traducir varias expresiones hebreas: Za’ ªwâh, “temblor”, “agitación”; de allí­ “maltrato”, “opresión” y “ser trasladado” (“vejado”, Deu 28:25; “afrenta”, Jer 34:17). Jerpâh, “vergüenza” (Dan 12:2); etc. Además, la LXX nunca traduce los términos hebreos para “exilio” (gôlâh, gâlûth) con diasporá (Amo 1:6-9; Jer 52:31; 24:5; 28:4) sino con aijmalí‡sí­a (“cautividad”), apóijomai (“haber salido”),etc. Sin embargo, la LXX usa dispersión (en Deu 28:25; 30:4; Jer 41:17 [48:17 en otras recensiones]) para la dispersión de los judí­os. Se ha sugerido que los judí­os helení­sticos preferí­an el término diasporá porque evitaba la connotación de quienes viví­an fuera de Palestina, como resultado de deportaciones anteriores, y que todaví­a estaban allí­ por castigo. Para ellos, diasporá significaba sencillamente los judí­os que se encontraban en todas partes del mundo. Los judí­os de los tiempos del NT consideraban la presencia de sus connacionales en muchos paí­ses del mundo como una bendición para la nación judí­a y para el mundo en general, y estaban orgullosos de la diasporá. II. Extensión. Algunos de los hebreos pudieron haber emigrado a otros paí­ses antes de las cautividades de los ss VIII y VI a.C. Hay evidencias, por ejemplo, de colonias judí­as en Egipto antes del exilio. Sin embargo, tales movimientos no habrí­an involucrado a grandes cantidades de personas. La 1ª deportación masiva se produjo cuando los asirios llevaron cautivas a las 10 tribus del norte (s VIII d.C.). La mayorí­a de los exiliados fueron absorbidos por las naciones receptoras, y perdieron sus peculiaridades y su conciencia nacional. Algo diferente ocurrió con las tribus de Judá y Benjamí­n (incluyendo a los levitas) que fueron deportadas por los babilonios en el s VI a.C. Como tení­an lí­deres religiosos de la talla de Ezequiel y de Daniel, y el consuelo de profecí­as escritas acerca de su restauración, retuvieron su unidad étnica. Sin embargo, cuando los reyes persas les permitieron regresar a su patria, sólo una minorí­a de los exiliados aceptaron el ofrecimiento. La mayorí­a eligió permanecer en Babilonia y así­ constituyó la primera gran colonia judí­a fuera de Palestina, y hasta tiempos recientes formaron una minorí­a respetable entre la población de la región. Los muchos judí­os que se mudaron a Egipto antes de la destrucción de Jerusalén en el 586 a.C. y después de ella (Jer 43:7-44:30), establecieron fuertes colonias allí­. La que estuvo en la isla de Elefantina en el rí­o Nilo es la mejor 335 conocida por causa del descubrimiento en el lugar de un gran número de papiros judí­os escritos en arameo. Después que la conquista de Alejandro facilitó los viajes a paí­ses distantes, los judí­os se mudaron a muchos lugares del mundo helení­stico. Durante el perí­odo del Imperio Romano tales movimiento, se aceleraron. Evidencias literarias y de inscripciones atestiguan de la existencia de unas 150 colonias judí­as fuera de Palestina en el s I d.C. Los judí­os se encontraban en todas partes de Siria, en diversos lugares del Asia Menor, en las grandes ciudades de Grecia, Italia, el norte del ífrica y Egipto, y en la región de los partos, fuera del Imperio Romano. Ciertos eruditos han estimado que los judí­os de la dispersión dentro del Imperio Romano en el s I d.C. debieron haber sido aproximadamente 4,5 millones, en una población total de 55 millones. III. Influencia. Los judí­os de la dispersión fundaron sinagogas en muchas ciudades, y por causa del alto valor moral de su religión monoteí­sta atrajeron el pensamiento gentil a sus cultos. Mediante su asociación con el mundo exterior obtuvieron una visión más amplia de la vida que sus compatriotas de Palestina. Su apoyo financiero al templo y a sus hermanos en la patria fue un significativo factor económico. Se los animaba a visitar el templo de Jerusalén con tanta frecuencia como les fuera posible durante las grandes fiestas, y realizar esfuerzos para hacerlo por lo menos una vez en la vida. Esto explica la gran cantidad de judí­os extranjeros presentes en Jerusalén el dí­a de Pentecostés, cuando se derramó el Espí­ritu Santo sobre los discí­pulos (Act 2:5-11). Por poner al mundo en contacto con las enseñanzas del AT y hacer accesible a los gentiles las Sagradas Escrituras en griego (la LXX), los judí­os de la dispersión prepararon el camino para la rápida propagación del evangelio cristiano, que no podrí­a haber triunfado tan rápidamente si primero los judí­os no hubieran esparcido su religión.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Ver diáspora.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., diaspora, lo sembrado). El nombre se aplicaba a los judí­os que viví­an fuera de Palestina y mantení­an su fe religiosa entre los gentiles. Dios les habí­a advertido a los judí­os por medio de Moisés, que su suerte serí­a la dispersión entre otras naciones si se alejaban de la ley mosaica (Deu 4:27; Deu 28:64-68). Estas profecí­as se cumplieron principalmente en los dos cautiverios, bajo Asiria y Babilonia. Especialmente durante la época de Alejandro Magno, muchos miles de judí­os emigraron por razones comerciales a los paí­ses vecinos, particularmente a las ciudades más importantes. Para la época de Cristo la dispersión debe haber sido varias veces mayor que la población de Palestina. Las sinagogas que se encontraban en cada parte del mundo conocido fueron de gran ayuda en la propagación del cristianismo, porque Pablo invariablemente fue a ellas en cada ciudad que visitó. La palabra diaspora aparece tres veces en el NT (Joh 7:35; Jam 1:1; 1Pe 1:1).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

vet, Este término se aplica a la nación de Israel ahora dispersada por todo el mundo (Est. 3:8; Jer. 25:34; Ez. 36:19; Jn. 7:35). Fue a los creyentes entre ellos que se dirigieron especialmente las Epí­stolas de Santiago y 1 Pedro.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

La dispersión de los hombres en la tierra aparece desde los primeros capí­tulos del Génesis como un hecho ambiguo. Consecuencia de ‘la *bendición divina por la que el hombre debe multiplicarse y llenar la tierra (Gén 9,1 ; cf. 1,28), se realiza en la *unidad; castigo del pecado, viene a ser el signo de la división entre los hombres (Gén 11,7s). Esta doble perspectiva vuelve a hallarse luego en la salud.

1. Dispersión del pueblo-nación. Dios se ha escogido un *pueblo, al que ha dado una *tierra. Pero Israel, infiel a Dios, es dispersado (2Re 17, 7-23), vuelve al *exilio como en otro tiempo en *Egipto (Dt 28,64-68). Esta dispersión tiene por fin la purificación (Ez 22,15); una vez realizada ésta, tendrá lugar la reunión (Ez 36,24). De aquí­ a entonces sigue siendo un hecho doloroso que atormenta a gas almas piadosas (Sal 44): ¡Venga el tiempo en que reúna Dios a todos los miembros de su pueblo (Eclo 36,10)!
No obstante, Dios saca de este mal un bien mayor: Israel dispersado da a conocer la verdadera fe a los *extranjeros (Tob 13,3-6); ya en el exilio comienza el proselitismo (Is 56,3); en la época griega el autor de la Sabidurí­a desea ser oí­do por los paganos, pues tal es según él la vocación de Israel (Sab 18,4). En esta nueva perspectiva tiende Israel a des-hacerse de su estatuto de nación para adoptar la forma de iglesia; ya no es la raza, sino la fe la que le garantiza la unidad viva, cuyo signo son las peregrinaciones a Jerusalén (Act 2,5-11).

2. Dispersión del pueblo-iglesia. Con Cristo el pueblo de Dios des-borda el marco nacional judí­o y viene a ser propiamente *iglesia. En *pentecostés, mediante el don de *lenguas y de la caridad, garantiza el Espí­ritu la comunión de las *naciones; en adelante, al Dios que une a los hombres no se ‘le adora ya aquí­ o allá, sino “en espí­ritu y en verdad” (Jn 4,24). Así­, los fieles no temen ya la persecución que los disperse lejos de Jerusalén (Act 8,1; 11,19) y van a hacer irradiar su fe, según la orden del resucitado de reunir a todas las naciones en una sola fe, con un solo bautismo (Mt 28,19s).

La diáspora judí­a es sustituida, pues, por otra diáspora querida por Dios para la conversión del mundo. A ella dirige Santiago su epí­stola (Sant 1,1); es la que Pedro descubre entre los paganos convertidos, que forman con los judí­os fieles el nue-vo pueblo de Dios (lPe 1,1) con el fin de reducir a la unidad a la humanidad dispersa (Act 2,1-11). En efecto, para los cristianos la unidad de la *fe triunfa sin cesar de la dispersión. Los hijos de Dios son reunidos por el sacrificio de Cristo (Jn 11,52): en dondequiera que en adelante se hallen, Cristo “elevado sobre la tierra” los atrae a todos a sí­ (In 12,32), dándoles el *Espí­ritu de caridad que los une en su propio *Cuerpo (lCor 12).

-> Exilio – Pentecostés – Unidad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Éste es un término técnico para referirse a los judíos que fueron esparcidos a través del mundo más allá de las fronteras de Palestina. Originalmente, la dispersión fue una penalidad por la desobediencia a la ley (cf. Dt. 4:27, etc.). Esta predicción se cumplió exactamente en la cautividad de las diez tribus en el año 721 a.C., y más tarde de las otras dos en el año 586 a.C. (Jer. 25:34). Bajo Alejandro el Grande, las emigraciones condujeron a Siria y Egipto (cf. Sal. 146:2 [LXX]; 2 Macabeos 1:27). En el Imperio Romano hubo numerosos asentamientos. Así, por ejemplo, Filón conserva una carta que Agripa dirigió a Calígula, en la cual dice: «Jerusalén es la capital no solamente de Judea sino, a través de las colonias, de muchas otras tierras» (cf. Hch. 15:21). Tres centros principales existían en Babilonia, Siria y Egipto, pero Jerusalén fue el centro religioso común y por eso se enviaban generosas ofrendas al templo. Cada colonia tenía su sinagoga representativa también en Jerusalén (cf. Hch. 2:5, 11; 6:9).

Cuando vamos al NT, encontramos que los senderos de la dispersión fueron seguidos por los apóstoles, y, de hecho, cada iglesia apostólica surgió de una sinagoga judía (véase) de la Dispersión. El movimiento parece así haber estado en la providencia como un puente entre Israel y el mundo gentil (cf. Hch. 15:21).

En el período del NT, la palabra obtuvo un significado distintivo, por lo que los apóstoles no temían usarla para sus propios propósitos. En Stg. 1:1 su uso es figurativo y profético. La carta se dirige a los judíos cristianos en Palestina y Siria lejos de la iglesia madre de Jerusalén. En 1 P. 1:1 el sentido parece apuntar a los gentiles, quienes constituyen el nuevo Israel, y que, como peregrinos en este mundo (1:17; 2:11), todavía están lejos de su morada celestial.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Juster, Les juils dans l’empire romain; C. Guignabert, The Jewish World in the Time of Jesus, pp. 211–237; E. Schueter, art. «Diaspora» en HDB, V.

Richard E. Higginson

LXX Septuagint

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (187). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El término “dispersión” (gr. diaspora) puede referirse a los judíos dispersos en el mundo gentil (como en Jn. 7.35; 1 P. 1.1), o a los lugares en que residen (como en Stg. 1.1; Judit 5.19).

I. Orígenes

Es difícil determinar cuándo comenzó la dispersión voluntaria de Israel; hay indicios de la existencia de una “colonia” en época temprana en Damasco (1 R. 20.34), y es posible que la política expansionista de Salomón haya dado lugar a puestos comerciales lejanos anteriores. Pero los reyes conquistadores de Asiria y Babilonia introdujeron un factor nuevo: el trasplante obligatorio de secciones de la población a otras partes de su imperio (2 R. 15.29; 17.6; 24.14ss; 25.11ss). Esta política comprendía la remoción de las clases de las cuales salían el liderazgo natural y los artesanos calificados. Muchos de estos grupos trasplantados, especialmente del reino del N, probablemente perdieron su identidad nacional y religiosa, pero la comunidad de Judá en Babilonia mantuvo un rico ministerio profético, aprendió a mantener el culto del Dios de Israel sin templo ni sacrificios, y produjo los hombres decididos que retornaron para reconstruir Jerusalén. Solamente una porción, sin embargo, retornó bajo Ciro; una considerable comunidad judía con gran sentido comunitario permaneció en las épocas medievales, con su propia recensión del Talmud.

II. Alcance

Los israelitas que se encontraban en el exilio no fueron olvidados por los que permanecieron, y los cuadros proféticos de la misericordiosa intervención de Dios en los últimos tiempos incluyen la feliz restauración de “los desterrados de Israel” (p. ej. Is. 11.12; Sof. 3.10; cf. tamb. Sal. 147.2, donde la LXX significativamente trad. “las diasporai de Israel”). La extensión que abarcan las visiones proféticas a menudo es mucho más amplia que el imperio asirio y el babilónico. En otras palabras, ya había comenzado otra dispersión, probablemente voluntaria en el principio, pero reforzada, como nos muestran Jer. 43.7; 44.1, por los refugiados. Los judíos se establecían en Egipto y más allá, y en zonas menos conocidas. Los papiros arm. encontrados en Elefantina (* Papiros; Sevene), lugar tan distante como la primera catarata, arrojan cierta luz, bastante tenebrosa, sobre lo que pueden haber sido las comunidades en Egipto, tomando como base una comunidad comercial judía con su altar propio y su particular idiosincrasia.

Con las conquistas de Alejandro Magno comienza una nueva era en la dispersión: una constante y creciente corriente de inmigrantes judíos puede observarse en los lugares más diversos. En el ss. I d.C. Filón calculó que había un millón de judíos en Egipto (In Flaccum 43). Estrabón, el geógrafo, menciona un poco antes el número y la posición de los judíos en Cirene y agrega: “Esta gente ya se ha introducido en todas las ciudades, y no es fácil encontrar un lugar en el mundo habitable que no haya recibido a esta nación y en el que no haya hecho sentir su poder” (citado por Jos., Ant. 14.115).

Hay abundantes pruebas de la verdad de la afirmación de Estrabón. Siria tenía grandes “colonias” judías. Juster (1914) cita 71 ciudades en el Asia Menor que habían sido afectadas por la dispersión; sin duda alguna se podría aumentar la lista en nuestros días. Escritores romanos tales como Horacio testifican en forma poco amistosa sobre la presencia y las costumbres de los judíos en la capital. Ya en 139 a.C. hubo una expulsión de judíos en Roma: el edicto que se menciona en Hch. 18.2 tuvo varios precedentes. Pero de alguna manera los judíos siempre lograban volver. A pesar de su impopularidad – apenas disimulada en los discursos de los gobernadores Pilato y Galión, y muy evidente en los gritos de la turba de Filipos (Hch. 16.20) y Éfeso (Hch. 19.34) – los judíos se hicieron conocer como una especie de excepción universal. Se toleró su exclusividad social, sus incomprensibles tabúes, y su religión intransigente. Sólo ellos podían ser eximidos de los sacrificios “oficiales”, y (dado que se negaban a marchar en el día de reposo) del servicio militar. Bajo los Seléucidas, los Tolomeos y los romanos, por igual, la dispersión, a pesar del evidente disgusto con que era vista, y las ocasionales erupciones de violencia salvaje de que era objeto, disfrutó en general de paz y prosperidad.

La dispersión no se limitó al imperio romano, sino que también fue marcada en la esfera de influencia de los persas, como lo ilustra el relato de la multitud en Pentecostés (Hch. 2.9–11). Josefo cuenta historias reveladoras de bandoleros judíos de la talla de Fra Diávolo en Partia (Ant. 18.310ss), y de la conversión y circuncisión del rey del estado tapón de Adiabena (Ant. 20.17ss).

III. Características

Las rarezas de Elefantina no son típicas del judaísmo de las dispersiones posteriores. La vida de la mayor parte de estas comunidades se basaba en la ley y la sinagoga, aunque podemos notar que Onías, sumo sacerdote sadoquita refugiado, instaló un templo en Leontópolis en Egipto en el ss. II a.C., apoyándose en Is. 19.18ss, y dijo que la mayor parte de los judíos egipcios tenían templos “contrarios a lo que corresponde” (Ant. 13.66). Pero por la naturaleza de la situación no podían vivir exactamente como los judíos de Palestina. Los que se dispersaron hacia el O tuvieron que vivir en el mundo helénico y hablar griego. Uno de los principales resultados de esto fue la traducción de los libros sagrados a esa lengua, la Septuaginta (* Textos y versiones). Las leyendas relativas a su origen por lo menos testifican sobre el espíritu misionero del judaísmo helenístico. Aunque podría ser engañoso generalizar sobre la base de Alejandría, podemos ver allí una próspera y culta comunidad judía que trató de establecer contactos con una cultura griega ya establecida. El judaísmo fundamentalmente ortodoxo pero “desmesianizado” del libro de la Sabiduría y de Filón son productos característicos. También hay pruebas de la existencia de una apologética misionera judía dirigida a los paganos de cultura griega, y de códigos de instrucción para los paganos convertidos. Hay un comentario quizás ligeramente satírico en Ro. 2.17–24 sobre la forma en que entendía su misión el judaísmo de la diáspora.

La cultura helenística judía fue fiel a la ley y la nación (cf. Fil. 3.5–6: la confesión de un judío de la dispersión). Las comunidades pagaban el medio siclo al templo, y mantenían contacto entre sí y con Jerusalén (cf. Hch. 28.21s). Los devotos visitaban Jerusalén durante las grandes fiestas toda vez que les era posible (Hch. 2.5ss; 8.27), y a menudo mantenían contactos muy estrechos con la madre patria. Pero tan diferente se había tornado la atmósfera cultural, que las comunidades de la dispersión tenían allí sus propias sinagogas (cf. Hch. 6.9). Es posible que Esteban haya aprendido algo de su radicalismo con respecto al templo del judaísmo de la diáspora antes de su conversión.

A pesar de la impopularidad de los judíos, es evidente que el judaísmo tuvo fuerte atracción para muchos gentiles. El culto sencillo pero majestuoso de un solo Dios, el elevado nivel ético, los elevados niveles de vida familiar en general, atrajeron a muchos, incluyendo personas de posición, a las sinagogas. Probablemente muchos hombres no llegaron a hacerse *prosélitos plenos a causa del requisito de la circuncisión, pero muchos concurrían como “temerosos de Dios”. Es así como siempre encontramos gentiles en las sinagogas durante los viajes misioneros de Pablo (cf. Hch. 13.43ss; 14.1; 17.4; 18.4ss).

Un aspecto menos feliz de la atracción del judaísmo era la creencia general, de la que dan testimonio muchas fuentes, de que los judíos poseían poderes mágicos, y que sus palabras sagradas eran particularmente eficaces en los encantamientos. Sin duda hubo judíos inescrupulosos que aprovecharon esta reputación, y vemos a uno de ellos en Hch. 13.6ss. Es posible también que hubiera un elemento doctrinal marginal sincretista y sectario entre los judíos que se ocupaban del misterio y el ocultismo, que tanto fascinaban al mundo helénico. Algunos cultos paganos (tales como el culto de Sabazios en Frigia), incluían entusiastamente ingredientes judaicos en su popurrí religioso, en el que abundaban los elementos exóticos; pero por importantes que los mismos puedan ser para la historia de las herejías cristianas (* Gnosticismo), no hay mayores pruebas de que hayan sido representativos del judaísmo de la dispersión en general, como tampoco significativos. Como podría esperarse, los estudios arqueológicos revelan considerables diferencias formales y variados grados de exclusividad cultural en diferentes épocas y lugares; pero nada hay que indique que hubiera indecisión de importancia en el judaismo de la diáspora con respecto al carácter único del Dios de Israel, de su revelación en la Torá, y de que constituían su pueblo.

IV. Relación con el cristianismo

No hay duda sobre la influencia de la dispersión en la preparación del camino para el evangelio. Las sinagogas se extendieron por la mayor parte del mundo conocido y prepararon así el camino de los primeros misioneros. Hechos muestra a Pablo, que se tituló a sí mismo apóstol a los gentiles, iniciando invariablemente su obra evangelística con predicación en las sinagogas. Con casi la misma regularidad se produce una división en la que la mayor parte de los israelitas de nacimiento rechazan al Mesías que se les ofrece, mientras que los gentiles (e. d. los prosélitos y los temerosos de Dios) lo reciben gozosamente. Conversos representativos, como Cornelio y el eunuco etíope, habían sido primero prosélitos o temerosos de Dios. No cabe duda de que los temerosos de Dios – hijos de la dispersión – constituyen un factor vital en la historia de la iglesia primitiva. Llegaron a la fe con cierto conocimiento previo de Dios y las Escrituras, y ya se cuidaban de la idolatría y la inmoralidad.

La LXX también cumplió un servicio misionero que se extiende más allá del efecto que tuvo sobre los gentiles que ya estaban en contacto con las sinagogas; y más de uno de los Padres de la iglesia primitiva da testimonio de que su lectura de la LXX representó un papel decisivo en su conversión.

Una aparente confusión en algunos autores paganos hace difícil saber si se alude al judaísmo o al cristianismo. Esto puede deberse a que muy a menudo surgía una comunidad cristiana en el seno del judaísmo de la diáspora, y a un pagano ignorante o indiferente, aun si creyera las historias de horror sobre el canibalismo y la piromanía de los cristianos, la actitud de algunos conversos hacia muchas prácticas tradicionales podría parecerle judaica. Por otra parte, la influencia judía sobre muchos conversos que se hicieron líderes ayuda a comprender por qué la presencia de “judaizantes” constituía un peligro tan grande en la iglesia apostólica.

Es interesante que tanto Pedro como Santiago, ambos judíos palestinos, se refieren a los cristianos como “la dispersión” (Stg. 1.1; 1 P. 1.1). Como miembros de la antigua dispersión, son “peregrinos” en los lugares donde viven; disfrutan de una solidaridad que los paganos desconocen; y deben una lealtad trascendental a la Jerusalén celestial.

Bibliografía. °E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, 1982, 2 t(t). eds. actualizada; J. Leipoldt, W. Grundmann, El mundo del Nuevo Testamento, 1973, t(t). I, p . 307–356; J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, 1977, pp. 75–104; J. Bright, Historia de Israel, 1966; S. de Ausejo, “Diaspora”, °db, pp. 470–471; N. Greinacher, “Diáspora”, Sacramentum mundi, t(t). II, cols. 271–277; G. Bornkamm, El Nuevo Testamento y la historia del cristianismo primitivo, 1975; C. Guignebert, El mundo judío hacia los tiempos de Jesús, 1959.

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A.F.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico