GERASENO

(-> exorcismos). Entre la “gente de Jesús” destaca un “legionario” de Gerasa, ciudad pagana rica, en el territorio de la Decápolis, al otro lado del Jordán, donde el Evangelio dice que fue una vez Jesús. Un turista hubiera visitado templos y teatros, signos de la cultura del poder. Jesús, en cambio, vino al cementerio.

(1) El endemoniado de Gerasa: “Y salió a su encuentro un hombre de los sepulcros, poseí­do por un espí­ritu inmundo. Tení­a su morada en los sepulcros y ni con cadenas podí­a ya nadie sujetarlo. Muchas veces le habí­an atado con grilletes y cadenas, pero él habí­a roto las cadenas y destrozado los grilletes. Nadie podí­a domarlo. Continuamente, noche y dí­a, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras” (Mc 5,3-5). Este es el Geraseno, poseí­do por un espí­ritu inmundo, contrario a la ley de la buena sociedad. No tiene un espí­ritu interior o privado, sino un demonio social, como muestran los diversos rasgos de la escena: las cadenas con las que intentan amarrarle, sus intentos de suicidio… Los espí­ritus de este geraseno son legión, como el ejército romano (“Mc llamo Legión, porque somos muchos”, Mc 5,9), y están relacionados con los habitantes de la gran ciudad, que le expulsan y le atan (encerrándole en una cárcel/sepulcro), sin lograr nunca domarle, como si fuera un animal furioso, al que se apresa con cadenas para que no dañe y perturbe. Las conexiones con nuestra sociedad y sistema de opresión resultan evidentes: también nosotros, para vivir tranquilos, expulsamos a los que juzgamos peligrosos (quizá lo son, en un aspecto), proyectando sobre ellos nuestra legión de demonios. Allá en las afueras de la ciudad (entonces y hoy), como estercolero o sepulcro, está la cárcel y el homo donde se queman las basuras. Irónicamente, el texto señala que los gerasenos no podí­an atar ni domar a este loco: la gran ciudad de la Decápolis era incapaz de reducir con prisiones (grillos, cadenas) la violencia del poseso. Significativamente, el texto no expone la posible culpa de este geraseno. No cuenta sus hazañas o delitos. Sólo dice que es poseso (loco) y relaciona su enfermedad con la violencia del sistema. Por eso, cuando Jesús quiere saber cómo se llama, él mismo responde: “Legión es mi nombre…”. Su locura es un reflejo de la enfermedad social de la ciudad (imperio) que se expresa de un modo especial en el sistema militar que emplea para garantizar su seguridad violenta. Ciertamente, están en guerra: Gerasa y el geraseno, el imperio y sus “locos” o expulsados. Unos y otros, opresores y oprimidos, siguen inmersos en una espiral de lucha sin fin, sin cárcel ni condena que pueda resolver el conflicto.

(2) El exorcismo de Jesús. Oponiéndose a la acción de la ciudad, Jesús inicia con este loco-expulsado una cura de atención personal y liberación por la palabra. No le pone nuevos grillos, no le echa nada en cara, ni le acusa ni condena. Simplemente comparte con él la palabra: dialoga, le conoce, escucha sus razones. Desde ahí­, los diversos momentos de su curación reciben un valor simbólico (universal) y reflejan con todo realismo la conversión (transformación) del poseso, (a) Jesús expulsa a sus demonios, dejando que vayan al lugar que han escogido (cerdos): así­ salen del cuerpo del poseso, de un modo visible, en clara escenografí­a de catarsis interior y exterior, (b) Los demonios se destruyen: ellos mismos han querido introducirse en los cerdos, donde encuentran un lugar que les parece propio de su condición (son signo judí­o de impureza), para después precipitarse en la hondura del mar (expresión de muerte: cf. Mc 5,9-14). (c) El geraseno así­ curado (sin la legión, que perece en el fondo del agua) puede iniciar una vida de libertad y comunicación, de manera que la gente de la ciudad viene y le encuentra curado: “Vieron al endemoniado que habí­a tenido la legión, sentado, vestido y en su sano juicio; y tuvieron miedo. Los que lo habí­an visto les contaron qué habí­a acontecido al endemoniado y lo de los cerdos, y ellos comenzaron a implorar a Jesús que saliera de sus territorios. Y mientras él entraba en la barca, el que habí­a sido poseí­do por el demonio le rogaba que le dejase estar con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales las cosas tan grandes que el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti†. El fue y comenzó a proclamar en Decápolis las cosas que Jesús habí­a hecho por él, y todos se maravillaban” (Mc 5,14-20).

(3) La reacción de los gerasenos. Este es el centro del relato: aquella ciudad no querí­a la curación de su legionario loco; tampoco nuestra sociedad moderna quiere seriamente que se curen sus violentos. Por eso, al situarse ante el antiguo encarcelado, que no grita sino que habla, no amenaza a los demás, sino que comparte la vida con ellos, los representantes del orden, en vez de alegrarse, sienten miedo: no son capaces de buscar una sociedad (estado) donde los problemas se arreglen por la palabra; no quieren sentarse con Jesús y el antiguo endemoniado, en un corro de amistad dialogal (cf. Mc 3,31-35); nece sitan que locos y/o presos se pudran en sepulcros vivientes, no pueden sentirse seguros sin expulsar y echar la culpa a aquellos a quienes consideran peligrosos. Para vivir tranquilos, justificando su propia violencia, los “buenos” ciudadanos necesitan cárceles y sólo viven seguros si expulsan, atan y demonizan a los que consideran asociales. Primero les utilizan (les hacen legión de soldados, al servicio del sistema de violencia) y luego les expulsan, acusándoles de inútiles y peligrosos. Primero les enloquecen o criminalizan y luego les encierran o recluyen entre los sepulcros de la ciudad. Por eso ruegan a Jesús que salga de su tierra. No quieren cambiar y convertirse, expulsando sus demonios de violencia, pues los necesitan. Entendido así­, este relato cobra una inquietante actualidad. Ciertamente, hay muchos que quieren arreglar los problemas sociales dialogando como Jesús. Pero el conjunto de la sociedad prefiere la opresión generalizada y la cárcel, como los magistrados de Gerasa que expulsan a Jesús, para seguir como estaban.

Cf. R. GIRARD, El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona 1986; Veo a Satán caer como un relámpago, Anagrama, Barcelona 2002; X. PIKAZA, Pan, casa y palabra. La iglesia en Marcos, Sí­gueme, Salamanca 1997.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra