(-> sabiduría, gnosticismo). Figura principal del mito gnóstico*, vinculada al Gran Padre, Espíritu divino, del que se ha separado. Ella no aparece en el Nuevo Testamento, sino sólo en los mitos y textos gnósticos posteriores (del siglo II d.C.). Pero su figura y función se encuentra preparada no sólo en las tradiciones de la apocalíptica* judía (cf. 1 Henoc*), sino en algunos textos del Nuevo Testamento (especialmente de Pablo y de Juan).
(1) El mito de Sophia. Ofrecemos una visión introductoria de este mito, partiendo de los textos gnósticos de Nag Hammadi. “El Espíritu invisible… no encierra dentro de sí nada inferior, puesto que lo mejor está en él, siendo él solo absolutamente perfecto… Es incircunscriptibie, porque nadie le precede para circunscribirle; indistinto, porque nadie le precede para imponerle una distinción; inconmensurable, porque nadie le precede para medirle; invisible, porque nadie le ve; eterno, porque siempre es; inexpresable, porque nadie puede captarlo para expresarlo; innombrable, porque nadie le precede para nombrarle” (Apócrifo de Juan, NHL, II. 1,2-3). Pues bien, dentro de ese paraíso de si lencio moraba Sophia, como culminación de una divinidad entendida como paraíso total: está dentro del pleroma o plenitud que forman los cuatro u ocho aspectos polares (masculino/femenino) de la divinidad (que pueden llamarse Barbelo u Ogdóada). Pero, al mismo tiempo, ella se encuentra al borde de ese pleroma, en el lugar donde mirando hacia lo externo puede despeñarse (despeñamos), haciendo que quiebre la armonía divina y que se exprese (brote) aquello que carece de sentido (un mundo material donde las almas divinas se encadenan a la tierra material). Así relata el mito: “La Sophia deseaba hacer manifiesto a qué se parecía lo que ella pensaba, sin aguardar el beneplácito del Espíritu, que no estaba de acuerdo, ni su colaboración y aprobación. Como consecuencia del desacuerdo de la persona de su pareja, no encontró su conformidad… y sin el beneplácito del Espíritu (masculino) y sin el reconocimiento de su pareja realizó su salida. Presa de la fuerza irresistible que hay en ella, su pensamiento no quedó improductivo y fue entonces cuando apareció viniendo de ella un producto incompleto y discordante, ya que lo había creado sin su pareja. El no se parecía en nada al aspecto de su madre, siendo él mismo de otra forma. Cuando ella (Sophia) se dio cuenta de que el objeto de su deseo había tomado la forma anómala de una serpiente, con cuello de león, de ojos crepitantes y brillantes de relámpago, lo rechazó lejos de ella y lejos de los lugares celestiales, para que no lo viere ninguno de los inmortales, ya que lo había creado por ignorancia. Y lo rodeó de una nube luminosa y puso un trono en medio de la nube, de manera que nadie lo viera más que el Espíritu Santo que se llama madre de los vivientes y le dio el nombre de Yaldabaot” (Apócrifo de Juan, NHL II. 1,9-10). La divinidad aparece al mismo tiempo como relación de polaridad sexual (lo masculino y femenino se completan) y procesión o proceso de vida, es decir, generación. En su forma perfecta ese proceso debía cerrarse en el misterio intradivino, formando una especie de cuaternidad (u ogdóada) inmanente en círculo pleno de comunicación y engendramiento. Para que la divinidad se mantenga en sí misma (dentro de Barbelo, la totalidad sagrada de cuatro u ocho elementos), los aspectos polares de lo masculino y femenino deben corresponderse. Si lo hubieran hecho plenamente y para siempre, si Sophia no hubiera mirado y deseado de un modo egoísta (rompiendo su pareja), no habría existido este mundo que, de forma condensada, puede presentarse como un error femenino.
(2) Redención, integración, retomo. La redención se interpreta como integración y retorno. Cuando todo vuelva a ser perfecto en el final desaparecerá de nuevo el mundo. Eso significa que la creación en su conjunto ha sido mala, negativa. No ha sido efecto de la voluntad positiva del Dios abarcador (del Pléroma) o acción de su principio masculino, sino una consecuencia indeseada del deseo egoísta de Sophia: es un engaño de carácter femenino. El mundo surge como efecto de la apetencia engendradora negativa (o imperfecta) del cuerpo divino femenino. En cuanto masculino, el Espíritu es perfecto: se basta a sí mismo, existe en armonía y expresa de manera siempre plena lo que lleva en su interior. Por el contrario, el aspecto femenino es peligroso y para que no sea destructivo debía haberse mantenido siempre en unidad profunda con lo masculino, en gesto de obediencia y colaboración. Pero en el momento en que Sophia, la mujer divina, queda aislada y quiere engendrar desde su propia independencia (sin contar con su pareja) ella suscita algo monstruoso. De esa forma se vuelve adúltera en sí misma (pues no hay un Dragón* malo con quien pudiera corromperse, como en el fondo de Ap 12,1-3). La mujer sólo es fecunda y buena cuando ha sido inseminada por lo masculino (el esposo verdadero es quien la salva). Al separarse del esposo ella se vuelve fuente de pecado; así Sophia es la expresión de la corporalidad monstruosa del principio solitario femenino. El cuerpo de la mujer centrado en sí mismo, en búsqueda de satisfacción aislada, ése es el origen de todos los males para el gnosticismo. Quizá pudiéramos decir: cuerpo de mujer, esto es, pecado. Nadie ha violado a Sophia desde fuera (en contra de 1 Henoc*)’, ella misma ha violado o destruido su elemento divino al volverse prostituta, dando a luz a un aborto, que somos nosotros, el conjunto de este mundo, que no es creación* buena de Dios, sino consecuencia de una caída (pecado*, vigilantes*). La sigla NHL corresponde a J. M. Robinson (ed.), Nag Hammadi Library in English, Brill, Leiden 1977.
Cf. J. Monserrat Torrents, LOS gnósticos, Gredos, Madrid 1983; A. Orbe, Introducción a la teología de los siglos II-III, Sígueme, Salamanca 1988; A. Piñero (ed.), Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hanunadi I-m, Trotta, Madrid 1997-2000.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra