Juan 6,60-69 – El espíritu es el que da vida

Texto del evangelio Jn 6,60-69 – El espíritu es el que da vida

60. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»
61. Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto los escandaliza?
62. ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…
63. « El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.
64. «Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
65. Y decía: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
66. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.
67. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?»
68. Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,
69. y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

Reflexión: Jn 6,60-69

Va llegando la hora de la Verdad y el Señor no se anda con rodeos. Nos cuesta entender lo que quiere fundamentalmente porque no queremos creer lo que nos dice y nos pide. Nos gustaría poder oír otra cosa; algo en un tono un poco más conciliador, que nos permita abrigar la esperanza de seguir con nuestros propósitos y nuestra forma de vida, pero el Señor es drástico y exigente. No podemos fingir o pretender seguirle y coquetear con el mundo y el mal, manteniendo nuestros hábitos de siempre. O estamos con Él o estamos contra Él; así de claro y definitivo. El Señor no es conciliador, ni contemplativo a este respecto. Ni si quiera trata de suavizar su mensaje con el propósito de no perderlos a todos. Él sabe lo que hay que hacer y está decidido a hacerlo. Somos sus discípulos los que trastabillamos, porque dudamos, porque no estamos dispuestos a arriesgarlo todo, por falta de fe. Al final “salimos” de la presión simplemente posponiendo cualquier decisión y conviviendo a nuestro modo con la exigencias incumplidas, de allí que cuando nos preguntan si somos cristianos respondemos que sí, pero no practicantes. Y es que poco a poco nos vamos volviendo cristianos a nuestra manera, que es una forma velada de evadirnos del mandato de Jesús, entrando por la puerta ancha, por la grande, por la que pasan todos. Es que tal como dicen los mismos discípulos, es duro este lenguaje, quién puede oírlo. En lugar de dorarnos la píldora para hacerlo más digerible, con el propósito que no le abandonemos, el Señor nos presenta las cosas tal como son; lo aceptamos o lo dejamos también, como tantos que ya lo han abandonado. El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.

Esto nos hace recordar como muchas veces erramos en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, tratando de aminorar las exigencias a los nuevos, para que no se “escandalicen” y se corran. Esa nos parece que no es la escuela de Jesús y tal vez haríamos bien en aprender de Él, para no andarnos con rodeos. Todos debemos tener la oportunidad de recibir la Palabra de Dios, pero tal como es, es decir, sin tratar de suavizar el mensaje, ni adecuarlo a las modas o a las expectativas. Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. La Verdad que nos presenta es Única e inamovible, sino nos quedamos en la periferia, en la envoltura. Recordamos como un amigo especulaba en torno el Reino de Dios, pretendiendo relativizar el mensaje por su sentido “monárquico”. Por esta vía pretendía legitimar una serie de dudas y preguntas que él tenía y que le llevaban a relativizar el mensaje de Jesucristo. Se preguntaba qué hubiera ocurrido si Jesús venía en este tiempo: ¿hablaría de la República del Cielo, de la República de Dios? Tal vez en lugar de mandatos, llegaríamos a acuerdos democráticos. ¿Qué si hubiera nacido entre los chinos o en alguna de las culturas americanas, como los Aztecas o los Incas, tal vez todo sería muy distinto? Estas y muchas más preguntas se hacía pretendiendo concluir que todo era relativo y cuestionable, porque incluso los Evangelios no habían sido escritos por Jesús, sino por sus discípulos varias décadas después de Cristo. Que incluso estos no eran todos los escritos, sino que habían sido seleccionados según ciertos criterios que también ponía en tela de juicio. Y es que el que no quiere creer, siempre encontrará todo tipo de excusas para finalmente justificar un Cristo a su modo y medida, un Cristo que concilie todo lo que hacemos , queremos y creemos, con nuestro escaso conocimiento del Señor y nuestra tibia fe. El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.

Lo que no tiene en cuenta esta postura relativista es que el Señor nos revela realidades firmes y absolutas; tal es el caso cuando dice que nadie viene a Él si el Padre no se lo concede. Nos está hablando del poder de Dios, que está sobre todo, incluso sobre nuestra voluntad. Por lo que ir a Dios no es mérito nuestro, sino Gracia que Dios concede. De allí se deriva que hemos de pedirla incansablemente, si queremos seguir a Cristo y alcanzar alguna vez Sus promesas. No es algo que esté en nosotros lograr gracias a algunas de nuestras capacidades. Depende de su amor y misericordia. Se requiere mucho amor y humildad para reconocerlo. La Vida Eterna no es un trofeo, no es algo que alcanzamos por nuestro esfuerzo tras una dura batalla. No es un merecimiento. Es una Gracia que Dios nos concede, que Jesucristo ha ganado para nosotros con Su preciosísima sangre. Esta es la forma en que debemos ver al mundo y la vida. No es algo que sea nuestro y que dependa de nosotros lo que hacemos con ella, sino que ha sido prestada en custodia temporal y con un propósito. Es el espíritu que hemos recibido el que cuenta y es la Palabra de Dios la que nos da la vida. Y la vida tiene un valor que está más allá del cuerpo perecedero, que no sirve para nada y sin embargo cuanto nos ocupamos de él, cuanto tiempo le dedicamos y cuanto pretendemos diferenciarnos por nuestras apariencias corpóreas: que si somos gordos, que si somos flacos; que si somos negros, que si somos blancos; que si somos hombres, que si somos mujeres; que si somos bellos, que si somos feos; que si somos jóvenes, que si somos viejos; que si somos altos, que si somos enanos; que si somos rubios, que si somos pelirrojos. Nada de eso importa, porque se trata de una simple envoltura que un día habrán de comerse los gusanos, sin importar cuanto colágeno o cuantas cirugías nos hayamos hecho. Y es que hemos preferido poner nuestra confianza en el Dinero antes que en Dios, porque su lenguaje es muy fuerte y exigente. Nos pide demasiado y nos da pocas garantías. Por eso lo dejamos y preferimos mirarlo a una distancia prudencial, que nos permita asirnos a Él si resultara que todo lo que nos dice es cierto. Queremos tener los pies puestos en ambos lados, como si ello fuera posible. El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.

Oremos:

Padre Santo, danos el valor de seguirte decididamente, confiando plenamente en Tu Gracia y Misericordia…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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