En este capítulo, Dios le asegura a Abram tres cosas que ya le había prometido. Su descendencia sería innumerable, poseería la tierra de Canaán, y sería una nación con grandes posesiones.
Dios le asegura a Abram a través de un ritual que se usaba en aquellos tiempos antiguos. Coffman escribe: “El ritual a la vista aquí fue utilizado en la antigüedad por numerosos pueblos antiguos como medio para asegurar el cumplimiento de los acuerdos.” Dios no requirió que Abram pasara a través de los cadáveres, sino que fue solo, lo que indica que solo Él era responsable de llevar a cabo el acuerdo.
El hecho más importante que debemos extraer de este capítulo es el conocimiento de que Dios de hecho cumplió estas promesas. Vez tras vez, Dios construye un patrón que podemos saber que cuando hace una promesa, la cumple.
Cuando Jesús dice: “El que crea y sea bautizado, será salvo” (Marcos 16:16) puedes creerlo. Cuando Él dice “Voy a preparar un lugar para vosotros” y “vendré otra vez y los tomaré conmigo,” puedes creerlo (Juan 14:1-3).